Solo dos breves pasajes de terceros dan cuenta de él. Sin embargo, ríos de tinta edulcorados -y otros furibundos- han dado lugar a libros y libros acerca de su vida. Los primeros escritos, a modo de cartas, se escribieron a treinta y hasta sesenta años de su muerte y su pretensión era dar a conocer lo que sus primeros apóstoles contaban de él. Siendo doce estos, había, cuando menos, doce versiones distintas de una misma historia y, sin contar aquellas que provenían de las mujeres que también le acompañaban y, de aquellos otros discípulos y amigos –que sin andar noche y día con él- tenían experiencias cercanas, trascendentes en sus vidas que merecían ser contadas, que merecían escribirse para que no se perdieran en la memoria esquiva de narrador y de aquellos otros que las escuchaban.
Es probable que Pedro narrase aquellas historias vividas con la misma vehemencia con la que había vivido con el maestro. Quizá en su memoria resaltaba aquella oportunidad, en la que el carpintero les sugirió lanzar las redes por algún lado del lago donde los mismos pescadores no lo hacían, y sacaron peces en tan grande cantidad que, sus pequeñas balsas apenas podían contener el peso; Santiago –que conocía a Jesús desde su infancia- se habría encargado de contar sus habilidades propias de la enseñanza familiar o alguna anécdota de su infancia, Mateo tendría una versión distinta: la del maestro dadivoso y compasivo, ingenioso en la administración de lo poco que tenían para comer y… así cada quien tenía su propia perspectiva de lo vivido. Y cada quien, de seguro, estaría interesado en resaltar lo que más le impresionó.
La escritura no era un asunto común entre tan desarrapados seguidores. De hecho, coinciden la mayoría de entendidos en decir que los apóstoles eran iletrados y vulgares. Mateo, el recaudador de impuestos, podría ser la excepción. Así que, las historias se trasmitían oralmente. Quizá alrededor del fuego, en medio de las noches… Mientras tanto los apóstoles envejecían y, los discípulos advertían que, escuchando a uno y escuchando a otro, las historias tenían matices distintos… quizá escuchando al mismo apóstol, se hacía posible que la historia sufriera mella por el solo hecho del trascurrir del tiempo. No es lo mismo contar una historia tan pronto ocurre, a que contarla tres años después, o a quince de su realización. Simplemente, no es lo mismo. Así que, decidieron escribirlas. A este tiempo los discípulos se habían multiplicado: se sumaban los primos, las mujeres de cada quien, las hermanas de éstas, los amigos de aquellos, aquellos otros que habían sido sanados… No solo eran, ya, artesanos y pescadores, también habría de aquellos que había estudiado la Torá con profusión, el estudiosito de la familia, alumnos de alguna escuela de fariseos o de aquellas otras que, ayudaban al entendimiento de las escrituras (y de éstas habían varias). Quizá los hijos y nietos de Nicodemo. Así se escribieron los evangelios, a la luz de la buena intención y siempre con el ánimo de ensalzar los dichos, enseñanzas y actividades de Jesús en su paso por la tierra. Eso importaba: sus enseñanzas… pero también hacer de éstas el reflejo de aquellos que los profetas “tiempo ha” anunciaban.
Pablo, aquel a quien se le ocurrió reinterpretar sus enseñanzas, hizo énfasis en aquella historia menos contada por dolorosa y, por la vergüenza que producía: sus padecimientos y su resurrección. Lo cogieron una noche, quizá superada las doce del reloj, y sus discípulos huyeron, se mandaron la mudar. Lo dejaron en “vistos” y; si no fuera porque algunas mujeres discípulas y, alguno que otro chismoso de la calle, le ayudaron en parte de sus padecimientos (ayudándole a cargar el madero, alcanzándole pocos de agua, limpiándole las heridas), quizá no habría llegado al Gólgota. Eran las escenas más duras: allí fue cuando uno de los suyos lo entregó a quienes no lo querían, los discípulos al ver la aprehensión lo abandonan: uno huye calato; Pedro, horas después, lo niega profesamente; prefieren intercambiarlo por un sedicioso, homicida y famoso en aquellos días… eran horas de vergüenza e ignominia, quizá pocos se atrevían a contar esta parte de la historia.
Es, quizá, la parte más misteriosa de la historia mundana del aquel hombre: muere asfixiado en una cruz que le desangraba y que le producía los más intensos dolores, y mientras agonizaba algunos sepulcros se abrieron y muchos santos varones volvieron a la vida, el cielo se oscureció repentinamente y hasta las cortinas del templo se rompieron… Unas mujeres, las de siempre, miraban desde lejos, un hombre notable de Arimatea se atreve a pedir su cuerpo para sepultarlo, las mismas mujeres, ahora no le preparan las comidas, sino que lo ungen con perfumes de sepultura. Tres días después, con el ánimo de renovar el rito, acuden a su sepulcro y no lo encuentran. La noticia, corrió entre ellos, los incrédulos discípulos –los más cercanos- se aproximaron y no encontraron nada, más que el sudario con el que había sido cubierto… Una mujer, María Magdalena, decía haber hablado con él en el huerto próximo a donde se ubicaba su sepulcro. Había resucitado.
De esas tantas cartas que contaban esta historia, los entendidos de los años siguientes, eligieron solo cuatro: los cuatro evangelios. Sin embargo, siendo tan notables aquellas circunstancias, extraña que solo dos escritores profanos escriban breves líneas sobre tal historia: uno para resaltar su condición de maestro y profeta escasamente notable entre los suyos (los judíos), que condenado a muerte “reaparece” en el tercer día, mientras que, el otro lo relaciona como el causante de las fechorías homicidas y circenses de un emperador romano. ¿Una vida tan espectacular –cuando menos en los días de término- mereció tan poca atención a los seculares?
La resurrección, piedra angular de la fe de los cristianos, no fue noticia en sus días, salvo para aquellos que expresamente le anunciaban sus querencias y afectos; empero, nadie duda de la historicidad de aquella vida, ahora notable. En estos días, en los de la Semana Santa, los que nos ubicamos en esta parte de la geografía terráquea celebramos esos tales misterios. Misterios arcanos e insondables.
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