miércoles, 8 de mayo de 2024

Privilegios


El siglo XIII estaba en su atardecer y, los catalanes habían logrado que el rey Pedro III de Aragón, también conocido como Pedro, el Grande, reconociera derechos en favor de los señores principales, de distintas naturalezas. Se vio precisado de reconocer derechos y privilegios en favor de los señores feudales y de los señores obispos y, de alguna forma institucionalizó formas muy específicas de organización política. En particular, de una institución que ahora denominamos “parlamento”. El asunto vino así… 

En estos menesteres siempre se hace necesario explicar temas de la parentela…. Allí vamos. Este Pedro III es hijo de Jaime I, el Conquistador… ¿Lo recuerdan? ¿Si?  Es ese rey que fue engendrado con engaños, cuando los nobles aragoneses le metieron harto vino por el buche a Pedro II, abuelo de nuestro personaje y luego lo encamaron con su propia esposa para asegurar un heredero… ¿Ya? Bueno, los invito a leer “marrullerías”, para que se entienda los parentescos. El asunto es que Dn Jaime I, el padre, tenía el título de “Conde de Barcelona”, que no era poca cosa y, en cuanto rey de Aragón, le posibilitaba algunos privilegios frente a los señores principales de Cataluña: aseguraba prestaciones y contraprestaciones en las que las obediencias y vasallajes dependían de circunstancias protocolares, por las que cualquier defecto, o “quítame esta paja” podía convertirse en pretexto para empezar una revuelta.

Don Jaime, en su crónica “Libro de los hechos del rey Jaime” da detalles de la forma como consigue los territorios de Mallorca y de Valencia a favor de la corona de Aragón. Esta tarea militar, que al final concluye con la capitulación y rendición del rey musulmán en 1238, se vio empañada por los desencuentros intestinos de los propios “ricohombres” aragoneses, que dueños y señores de varias ciudades se disputaban, bandoleramente, pedazos de tierra y la fidelidad de los siervos de la gleba. Tal era el desorden que amargamente, Jaime, el Conquistador, cuenta: “Y señalamos fecha a los ricohombres, al maestre del Temple, del Hospital, al de Uclés y al de Calatrava que estaban en nuestras tierras, para que se nos uniesen en Teruel, a la entrada de mayo. Pero, al día fijado para que acudiesen a Teruel, los que habían recibido la orden no vinieron».

La fidelidad y buenas relaciones mantenidas por Jaime I con los señores de Barcelona se puso en riesgo cuando aquel se vio precisado de dividir su reino entre sus varios hijos.  El hombre fue muy prolífico… por las puras no le apodaron “el Conquistador”. Muchos señores vieron mermadas sus seguridades y, con mayor razón cuando se dieron cuenta que el heredero de la corona de Aragón era Pedro III. Éste había construido su fama a punta de espada, flechas y alabardas para sometimiento de la aristocracia frente a la realeza. Con ello, la inquietud se convirtió en protesta y las protestas en levantamientos. Pedro III se obliga a convocar a las Cortes de Barcelona para el reconocimiento de privilegios existentes y la dación de otros nuevos. De hecho, de tiempo de su padre era la prioridad concedida a las naves mercantiles catalanas, la exención del impuesto a las mercaderías, el reconocimiento de las corporaciones de mercaderes, entre otros. Se anotan en Las Ordenaciones de la Ribera y, que- en buena cuenta- es un código de derecho marítimo.   

Los valencianos, pese a su anexión con Aragón, siempre fueron una piedra en el zapato. Pedro III andaba urgido de monedas para financiar su campaña pacificadora, así que exigió a los catalanes apuren el pago del impuesto del bovaje. ¡Para que hizo eso! Los catalanes afilaron sus machetes, digo sus espadas. El impuesto del bovaje, –y en el entendimiento de los señores de esos días- era una concesión graciosa que, además, requería la convocatoria de los hombres principales a cortes para realizar su cumplimiento. Así que, se negaron. El rey Pedro III encarceló a algunos varones de buen apellido, pero el asunto no cesó. Cataluña mantuvo la zozobra.

Con las protestas en el cuello, Pedro III convoca a cortes y, éstas se celebran en Barcelona en 1283 y da pie al documento Recognoverunt Proceres que se convierte en la aceptación y reconocimiento de los usos y privilegios jurados por reyes anteriores y en la dación de nuevas cartas de franquezas en beneficio de los barceloneses. Entre otras, se reconoce la ciudadanía a todo aquel que hubiere vivido en la ciudad por más de un año y, respecto de las cortes mismas, se afirma que el rey se obligaba a realizar Corte General una vez al año, con el objeto de tratar de buena forma los asuntos relacionados con el estado y la reforma de la tierra y de los impuestos. El propio rey establecía: "si nosotros y nuestros sucesores queremos hacer una constitución o estatuto en Cataluña, los someteremos a la aprobación y al consentimiento de los prelados, barones, caballeros y de los ciudadanos...".

Pedro III, el Grande

En otras palabras: “Yo soy rey, pero Uds. mandan”. Allí aparecen formas legislativas que aún existen, aunque sus nombres nos sean extraños: Si la propuesta legislativa venía del rey y quedaba aprobada, tomaba el nombre de “constituciones”; si el proyecto nacía de los estamentos de la nobleza o el eclesiástico o de los representantes urbanos, la norma adquiría el nombre de “capítulos de Cortes”. Viene bien reconocer que, el rey quedaba impedido de crear nuevos impuestos o de ampliar los ya existentes. Si una guerra exigía dineros adicionales, las contribuciones de los nobles respondían a su propia providencia y voluntad antes que a una obligación.

Con las cosas así, se van sentando las bases para la prosperidad de la ciudad condal de Barcelona, escenario que hará de la vida ficcional de Arnau Estanyol una que puede leerse en la novela “La catedral del mar”, que recrea a la Catuluña del siglo siguiente.

 

 

No hay comentarios:

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...