martes, 10 de julio de 2007

Desordenes Universitarios

Laurence Chunga Hidalgo.
Abogado.
Nadie puede negar que nuestro presente es el tiempo del conocimiento: quien mejor conoce está en mejor condición para triunfar. El camino para llegar al conocimiento es la investigación; sin ésta, aquél se convierte en superflua repetición y, en consecuencia, no evoluciona.
“Producir conocimiento” es la razón primera de la existencia de una universidad. A ésta no solo debe interesarle satisfacer la demanda de servicios educativos de los ciudadanos o hacer que éstos encajen en las necesidades laborales de nuestro mundo globalizado, sino que, previo a la atención de los particulares objetivos de los individuos, se debe a un objetivo, que debiera ser, de interés común: “el cultivo del saber y la investigación”, como nos decía Dn. Leonardo Polo. Y siendo que el conocimiento progresa, se hace necesario que los egresados universitarios hallen espacios para adquirir los nuevos conocimientos alcanzados: aparecen los cursos de extensión, congresos universitarios, seminarios, diplomados, maestrías, etc. con lo que el conocimiento se convierte en una mercancía expuesta al mejor postor.
No es poca cosa, que la adquisición de ese “conocimiento científico” sea indispensable para postular, primero, y alcanzar, después, un puesto de trabajo. En la actividad pública adquieren especial relevancia los estudios “post grado”, dado que se les asigna un determinado puntaje dependiendo de la naturaleza de los mismos; en consecuencia, los cartones que atestiguan de la realización de estudios especializados se hacen cada vez más apetecibles en las hojas de vida de los profesionales.
A esta demanda se correlaciona una oferta. Si miramos los anuncios de los diarios domingueros podemos advertir la gran cantidad de cursos de especialización, diplomados, maestrías (que son las que más abundan), doctorados que ofrecen nuestras universidades y, como en todo producto, la calidad de lo ofrecido es variopinta y dispareja y, con ella, el costo difiere, dependiendo de la universidad que la ofrece, de la plana docente, de los materiales de estudios a entregar, del número de alumnos que se inscriben y también de la responsabilidad y seriedad con que se diseña, programa y ejecuta un curso post grado, dígase, maestría. Esta última condición, aunque debe presuponerse, no siempre es factor presente al momento de prestar el servicio. No lo es, por lo menos en buen número de nuestras universidades nacionales.
La responsabilidad que supone la investigación y el conocimiento científico, no sólo debe ser una frase rimbombante en medio de las construcciones gramaticales que anuncian los objetivos de una universidad, sino que efectivamente, ésta tiene que plasmarse en la programación de los cursos, en el contacto con los docentes, en la relación con los alumnos, en el cumplimiento de los horarios, en el respeto del número horas de clase ofrecidas al tiempo de la matrícula, en los mecanismos de evaluación y hasta en el anuncio de improvistos y la atención de contingencias. No es suficiente un colorido tríptico donde se muestran los costos de los estudios, ni la innumerable lista de maestrías ofrecidas hace que una universidad sea mejor que otra.
La extensión y proyección social no necesariamente se mide por el número de proyectos que inciden en la comunidad, o porque se tiene o no convenios con determinadas instituciones colectivas o porque un determinado grupo de alumnos visita a un asentamiento humano en la fecha de aniversario de éste. La perspectiva comunitaria se evalúa ya en el cumplimiento de los cronogramas, en el respeto a los alumnos, en la exigencia a los profesores, en el pago de las remuneraciones y en el pago de las mensualidades por parte de los alumnos. Es la tarjeta de presentación de la universidad.
Aún cuando se anunciara al más destacado jurista nacional –o internacional- para ofrecer cátedra y, si no se tuviera claro el horario de su presentación, téngase la certeza que su presencia será un fiasco para todos: para el profesor por la frustración sentida, para el alumno: porque pierde una oportunidad, para la universidad, por la desorganización que evidencia.
El cultivo del saber universitario supone rigurosidad en la investigación y, ésta para que rinda los frutos esperados, debe ser planificada. Lo contrario, evidencia anarquía y desgobierno. Ojalá nuestras universidades enmienden el camino.

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