viernes, 10 de mayo de 2024

Maquinaciones

 “Me limpio las tripas con esas disposiciones” grito el rey. “Este es mi reino y aquí mando yo, después del señor Jesucristo”, masculló al final con afán de serenarse. El embajador, venido desde Orvieto, temió por su vida. Se sabía de las malas cóleras y de la rabiosa irascibilidad del rey Dn. Pedro III y ya las noticias de que le había cortado el pescuezo a Dn. Fernando Sánchez de Castro, algunos años antes, era de conocimiento de todas las embajadas, incluso, en la corte papal. El emisario, a ese momento, no sólo renegaba en sus adentros de haber aceptado la encomienda, sino que, además, se reprochaba: “Si fue capaz de ahogar a su hermano, y de degollarlo, después; en mi caso puede que la cosa sea peor. ¡Vaya la hora en que se me ocurre venir!”.

Y es que la muerte de Fernando Sánchez de manos del infante Pedro, se parecía a la de Abel desde las manos de Caín. Ambos eran infantes. Su padre el rey Jaime I, alias el Conquistador, se encontraba en el trono y, había puesto sus esperanzas en el primero: le había encomendado algunas tareas de negociaciones con varios señores feudales de la España medieval, le encargó su propia defensa en el viaje a Tierra Santa para participar en la cruzada de 1269, lo envió con facultades diplomáticas con el rey Manfredo de Sicilia para adelantársele a Alfonso X de Castilla en sus afanes de alianzas internacionales y posibles extensiones comerciales. En cambio, al infante Pedro las tareas le fueron otras: de mayores riesgos. Era el "policía" del reino. Se le encargó  apagar los tumultos, evitar las reyertas y poner el “estate quieto” a quien pretenda generar inestabilidad en la monarquía de su padre. Su fama, por tanto, era de la un guerrero despiadado y carente de empatía para con los demás.  Sin perjuicio, ambos hijos, pretendían el mejor querer de su padre, que, a su vez, vería la luz a la repartición del reino... Con la muerte de Fernando, la luz solo fue para Pedro.

La comunidad judía, por su lado, estaba muy bien asentada en Aragón. Así había sido antes, con Jaime I; así lo era ahora, con Pedro III. Algunos miembros notables de la misma actuaban como funcionarios de la corona y/o como asesores privados del rey. Un mandamiento talmúdico dispone que los judíos le deben fidelidad a los reyes –y por tanto a las leyes civiles- de los territorios en los que habitan. Se habían ganado sus posiciones desde la afirmación de su fidelidad monárquica; empero sería huera si no produce frutos para la corona. Tres eran las manzanas: los médicos judíos eran los mejores de esos días (pregúntenle a Sancho I de León); su dispersión por el mundo, los hacía políglotas, así que, si se necesitaba un traductor, los judíos eran muy buenos en esos menesteres: los que conocían la lengua árabe, valían doblemente y, la tercera tarea, era la de las finanzas. Eran excelentes en la contabilidad y también en las triquiñuelas legales para acrecentar los patrimonios. Yusef Ravaia, el judío inspector de cuentas, cobros y pagos de la Corona de Aragón, ingresó a la sala con paso firme, se acercó al rey y al oído le dijo: “Aquiétese. No ponga en riesgo las cuentas de la corona y, menos, las suyas propias”. “Gazmoño gálico”, replicó el rey, insultando calladamente al papa Martín IV… Sus cóleras habían disminuido. Otro hombre, judío por sus ropas, portaba un libro en el que, en escritura hebrea –expuesta así para esconder la información acumulada- anotaba las cuentas del reino. Le mostró un par de líneas y, con un gesto de negación, le hizo saber que no era necesario pelearse con el embajador papal. En todo caso, le aconsejó, era mejor enviar a emisarios propios para negociar los términos del vasajalle solicitado.

Mientras Pedro III había alcanzado el trono de Aragón en 1276; Martín IV era papa desde apenas unos meses antes; desde marzo de 1281, cuando finalmente se logró “consenso” entre los cardenales italianos y franceses para alcanzar su elección apostólica. En realidad, este buen hombre había logrado el puesto desde las maquinaciones, triquiñuelas y malas artes alcanzadas por el rey Carlos de Anjou, quien mandó a apresar a dos cardenales italianos para adquirir mayoría. El nuevo papa, por tanto, se convirtió en… no sé si marioneta… en un gran aliado del rey galo.  El conclave para la elección de Martín se realizó en Viterbo, distante a unos 80 km de Roma. Conviene decir que éste no llegó a Roma. Nunca puso los pies allí en la sede romana. Prefirió hacer juramento y asunción del cargo desde el castillo de Orvieto. Esta era una ciudad poderosa, económica y militarmente. Su aliada era Florencia, por lo que había poco que temer entre sus muros y castillos. Es más, los túneles subterráneos de la ciudad –aún bajo ataque de sus enemigos- le daban no sólo la seguridad de huir, sino también la de permanecer –si así lo elegía- sin mayores riesgos. Bajo la losa pétrea en que se erige la ciudad, había otra, oculta y con sus propias seguridades, trampas y acondicionamientos. Martin IV, por su origen, era francés, natural de Tours, y por sus formas, nunca llegó a ser cabeza de la iglesia de Roma, al menos no, materialmente.

Regresemos… Los emisarios papales regresaron sin haber conseguido mucho. Advertían que, Pedro III ni siquiera se había inmutado; empero pudieron anotar información que sería relevante para lo que vendría después, para decisiones futuras de la corona papal, pero por sobre ellas, para decisiones del rey Carlos I de Anjou… todas ellas relacionadas con el dominio y señorío del mar Mediterráneo. Y aquí viene bien otras historias, que se relacionan con privilegios y lengualarga, que aparecen en este muro. De ellas resalto dos ideas: Jaime I, padre de Pedro III, fue excomulgado por el papa Inocencio IV y, para su readmisión en la Iglesia, sujetó sus reinos a vasallaje en el año de 1246 y; la segunda, cuando Pedro III juró su coronación como rey de Aragón en noviembre de 1276 “olvidó” varios asuntos protocolares, entre ellos, jurar el vasallaje en favor del papa y otras obligaciones en favor de distintos señores de esos terruños. La oferta aragonesa, por tanto, de enviar a sus embajadores nunca se cumplió, al menos no, con las intenciones de negociar subordinaciones. De otro lado, Carlos de Anjou y Martín IV se convertirán en sus enemigos, en la piedra en el zapato para sus pretensiones expansionistas.

Vayamos a otros valles… Manfredo de Sicilia, al que hemos mencionado antes, por asuntos que no viene a cuento explicar, fungió de rey de Sicilia desde el año 1254; empero el papa Inocencio IV (uno que estuvo antes de nuestro Martin IV) solicitó que la isla debía sujetarse a la autoridad papal y la solicitud fue denegada. Así que, le declaró la guerra a Manfredo y, con la ayuda del tal Carlos I de Anjou le dieron muerte al mentado rey siciliano en el 1266 y, al verdadero heredero del trono , un tal Conradino, en el 1268. Estas muertes traerían consecuencias en los intereses de la corona aragonesa... Luego de la visita del embajador papal a las tierras de Aragón, dos días después, cuando Pedro III departía con sus asesores; uno de ellos, le recordó que Constanza, su esposa, las veces que correspondía al protocolo y, desde la muerte de Manfredo se hacía llamar “reina de Sicilia”, asunto que no era baladí; dado que era hija de aquel y, como tal, le correspondía la corona. El judío, asesor de sus personales asuntos, concluyó: “Si Dios está con Ud. ¿Qué importa la voluntad de un papa espurio?”. Una embajada, al día siguiente, se dirigía hacia Orvieto para pedir autorización papal para una cruzada contra Túnez. El rey aragonés ponía en marcha su maquinaria y sus mejores tretas para reclamar al menor costo, aun por la fuerza, la corona de Sicilia. Contra la voluntad del papa o de cualquier rey galo que intente ser inoportuno.

Y todo en nombre de la cristiandad.

Rostro de Pedro III, reconstruido con IA


 

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miércoles, 8 de mayo de 2024

Privilegios


El siglo XIII estaba en su atardecer y, los catalanes habían logrado que el rey Pedro III de Aragón, también conocido como Pedro, el Grande, reconociera derechos en favor de los señores principales, de distintas naturalezas. Se vio precisado de reconocer derechos y privilegios en favor de los señores feudales y de los señores obispos y, de alguna forma institucionalizó formas muy específicas de organización política. En particular, de una institución que ahora denominamos “parlamento”. El asunto vino así… 

En estos menesteres siempre se hace necesario explicar temas de la parentela…. Allí vamos. Este Pedro III es hijo de Jaime I, el Conquistador… ¿Lo recuerdan? ¿Si?  Es ese rey que fue engendrado con engaños, cuando los nobles aragoneses le metieron harto vino por el buche a Pedro II, abuelo de nuestro personaje y luego lo encamaron con su propia esposa para asegurar un heredero… ¿Ya? Bueno, los invito a leer “marrullerías”, para que se entienda los parentescos. El asunto es que Dn Jaime I, el padre, tenía el título de “Conde de Barcelona”, que no era poca cosa y, en cuanto rey de Aragón, le posibilitaba algunos privilegios frente a los señores principales de Cataluña: aseguraba prestaciones y contraprestaciones en las que las obediencias y vasallajes dependían de circunstancias protocolares, por las que cualquier defecto, o “quítame esta paja” podía convertirse en pretexto para empezar una revuelta.

Don Jaime, en su crónica “Libro de los hechos del rey Jaime” da detalles de la forma como consigue los territorios de Mallorca y de Valencia a favor de la corona de Aragón. Esta tarea militar, que al final concluye con la capitulación y rendición del rey musulmán en 1238, se vio empañada por los desencuentros intestinos de los propios “ricohombres” aragoneses, que dueños y señores de varias ciudades se disputaban, bandoleramente, pedazos de tierra y la fidelidad de los siervos de la gleba. Tal era el desorden que amargamente, Jaime, el Conquistador, cuenta: “Y señalamos fecha a los ricohombres, al maestre del Temple, del Hospital, al de Uclés y al de Calatrava que estaban en nuestras tierras, para que se nos uniesen en Teruel, a la entrada de mayo. Pero, al día fijado para que acudiesen a Teruel, los que habían recibido la orden no vinieron».

La fidelidad y buenas relaciones mantenidas por Jaime I con los señores de Barcelona se puso en riesgo cuando aquel se vio precisado de dividir su reino entre sus varios hijos.  El hombre fue muy prolífico… por las puras no le apodaron “el Conquistador”. Muchos señores vieron mermadas sus seguridades y, con mayor razón cuando se dieron cuenta que el heredero de la corona de Aragón era Pedro III. Éste había construido su fama a punta de espada, flechas y alabardas para sometimiento de la aristocracia frente a la realeza. Con ello, la inquietud se convirtió en protesta y las protestas en levantamientos. Pedro III se obliga a convocar a las Cortes de Barcelona para el reconocimiento de privilegios existentes y la dación de otros nuevos. De hecho, de tiempo de su padre era la prioridad concedida a las naves mercantiles catalanas, la exención del impuesto a las mercaderías, el reconocimiento de las corporaciones de mercaderes, entre otros. Se anotan en Las Ordenaciones de la Ribera y, que- en buena cuenta- es un código de derecho marítimo.   

Los valencianos, pese a su anexión con Aragón, siempre fueron una piedra en el zapato. Pedro III andaba urgido de monedas para financiar su campaña pacificadora, así que exigió a los catalanes apuren el pago del impuesto del bovaje. ¡Para que hizo eso! Los catalanes afilaron sus machetes, digo sus espadas. El impuesto del bovaje, –y en el entendimiento de los señores de esos días- era una concesión graciosa que, además, requería la convocatoria de los hombres principales a cortes para realizar su cumplimiento. Así que, se negaron. El rey Pedro III encarceló a algunos varones de buen apellido, pero el asunto no cesó. Cataluña mantuvo la zozobra.

Con las protestas en el cuello, Pedro III convoca a cortes y, éstas se celebran en Barcelona en 1283 y da pie al documento Recognoverunt Proceres que se convierte en la aceptación y reconocimiento de los usos y privilegios jurados por reyes anteriores y en la dación de nuevas cartas de franquezas en beneficio de los barceloneses. Entre otras, se reconoce la ciudadanía a todo aquel que hubiere vivido en la ciudad por más de un año y, respecto de las cortes mismas, se afirma que el rey se obligaba a realizar Corte General una vez al año, con el objeto de tratar de buena forma los asuntos relacionados con el estado y la reforma de la tierra y de los impuestos. El propio rey establecía: "si nosotros y nuestros sucesores queremos hacer una constitución o estatuto en Cataluña, los someteremos a la aprobación y al consentimiento de los prelados, barones, caballeros y de los ciudadanos...".

Pedro III, el Grande

En otras palabras: “Yo soy rey, pero Uds. mandan”. Allí aparecen formas legislativas que aún existen, aunque sus nombres nos sean extraños: Si la propuesta legislativa venía del rey y quedaba aprobada, tomaba el nombre de “constituciones”; si el proyecto nacía de los estamentos de la nobleza o el eclesiástico o de los representantes urbanos, la norma adquiría el nombre de “capítulos de Cortes”. Viene bien reconocer que, el rey quedaba impedido de crear nuevos impuestos o de ampliar los ya existentes. Si una guerra exigía dineros adicionales, las contribuciones de los nobles respondían a su propia providencia y voluntad antes que a una obligación.

Con las cosas así, se van sentando las bases para la prosperidad de la ciudad condal de Barcelona, escenario que hará de la vida ficcional de Arnau Estanyol una que puede leerse en la novela “La catedral del mar”, que recrea a la Catuluña del siglo siguiente.

 

 

lunes, 6 de mayo de 2024

Mundano

Corría el último mes del año del Señor de 966 y, el rey Don Sancho I de León, pasaba a mejor vida… envenenado. Las pompas fúnebres, que duraron sus buenos días, se convirtieron en la ocasión perfecta para que, Sisnando, el mundano, escape de la cárcel, lugar al que había sido confinado por el rey, recientemente difunto. No me alcanza la curiosidad, todavía, para contarles las razones de la desgracia de haber perdido la libertad, pero es muy probable que se deba a alguna traición.

El siglo X de la España medieval es un marisma de formas políticas… reinos, condados, comarcas, merindades, taifas, honores, villas, etc., eran algunos de los nombres que, la verdad, ofrecen "mareos de cabeza". Y allí se jugaban las mejores formas de vasallaje. Cada señor feudal miraba por sus intereses militares, económicos y… espirituales. El mapa político se modificaba año a año... ¡Qué digo…! ¡los cambios se podían ver cada seis meses! La temporada primavera-verano no era una de modas, como en nuestros días, eran tiempos de enfrentamientos, saqueos, reubicaciones de poblados… eran espacios para nuevas viudedades y de huérfanos con que llenar las calles de mendigos; tiempo adecuado para reactivar las tareas de los panteoneros y de nuevas fidelidades políticas y de juegos diplomáticos aditamentados con fuertes dosis de espionajes.

El apodo de “mundano” para Sisnando II, no es nuestro. A contrario, ya lo llevaba consigo en los días en que jugaba su partidito en medio de la creación del buen dios. Un cronista de sus días, decía de él: “nimium secularis et potens era”, que en español, precisa: “Era poderoso y demasiado terrenal”, que en el idioma de nuestro cada día supone: “era muy, pero muy político a que allegado a las liturgias y protocolos religiosos”.  Y no se me entienda mal ni tampoco piénsese lo peor de él: el poder religioso, en esos días, -ahora también- era parte del binomio conformado con el poder político: reyes, condes y duques tenían capacidad jurídica para nombrar a clérigos y demases y éstos -a su vez- sucedían el puesto eclesiástico a algún sobrino –hogaño, saltan las diferencias-.... Si a estos días haces la ruta de Santiago de Compostela hay una parada particular: el “Monasterio de Santa María de Sobrado”, una construcción religiosa románica fundada por el mundano Sisnando II, la que serviría, además, como muralla y parapeto ante las invasiones vikingas. Convenga decir, a modo de afirmación, que Sisnando es un obispo.



Ummmhhh... Habrá que contarse lo que no se quería. Sancho I de León, apodado “el gordo” era muy mal hadado a las artes militares. Era más bien de actividades protocolares y de encuentros sociales, amigo de la buena mesa y de los vinos mejores… de allí su apodo. Ese buen señor intentó hacerse del poder pleiteándoselo con su primo Ordoño III. El asunto es que no logró sacar ni su espada. La huida fue una buena forma para guardar la vida y esperar mejores tiempos. De hecho, su tiempo llegó a la muerte de Ordoño III y tomó las riendas del poder leonés, pero tan solo por un par de años entre el 956 y el 958. Los principales leoneses no lo querían… despreciaban su gordura y su falta de experticia política, así que, llegó un nuevo rey Ordoño IV. El obispo Sisnando conocía mejor el tablero geopolítico y puso todas sus fichas a favor del golpe de Estado. Don Sancho tuvo que huir por segunda vez.

Y una nueva aclaración se hace necesaria: Sisnando no es que odiara al rey Sancho Panza, perdón al buen Sancho, “el gordo”; es que simplemente, éste no se acomodaba en el juego político de la reconquista, de la permanente guerra sostenida contra los musulmanes y, la inquietud permanente de las invasiones vikingas que se realizaban cada cierto tiempo en las costas del norte y noreste de la península ibérica. Sisnando, conocedor de esos riesgos, con la autorización y, muy probablemente, con la subvención económica del rey Dn. Sancho amuralló y reforzó la ciudad de Compostela… Lamentablemente, las políticas expansionistas o de reconquista del rey Sancho no le fueron favorables y, prontamente, perdió todos los auxilios políticos, militares, sociales y… hasta religiosos.  Nuestro personaje, sin embargo no midió el futuro. Su bola de cristal estuvo opaca: Ordoño IV, “el malo”, tampoco tuvo mucho tiempo para reinar. Murió en el 960 y, los historiadores convienen en reconocer que el apodo de “el malo” no viene de su mal genio o la irascibilidad de su carácter, si no que, deriva, dicen unos, de su flácido temperamento y, otros, de sus pésimas condiciones de salud.  Don Sancho I volvió a reinar y, ahora tenía ánimos de vengarse y, es probable que, la promoción y valeduría de Sisnando de Iria a favor del rey muerto merecían un muy grave castigo para recordación de las venideras gentes leonesas.

Muerto Ordoño IV, el malo, regresa al poder Sancho I, el gordo, como ya dijimos. Y en esta vez, su reinado alcanzó el triple de tiempo que en la primera oportunidad. Eso no significa que lo quisieron mejor: él solo era dueño de la pelota, otros jugaban con las fichas de su ajedrez. Sisnando es encarcelado, pero tan pronto vea la muerte nuestro papujito rey, él recuperará la libertad y, agrupadas sus huestes y ataviado como un guerrero, con su camisola de cuero, su espada y su escudo de madera asaltó el palacio episcopal de Santiago de Campostela, sacó en pocas ropas al obispo Rosendo, lo montó –maniatado- en una mula y lo encaminó hacia el monasterio de Celanova. Otro chismociento de esos días, que afirma haber estado presente en la escena, dice que el obispo Rosendo, levantó las dos manos e hizo una cruz en el aire, mientras anunciaba: “Si con una espada me atacas, con una espada morirás”. Sus ojos echaban fuego y sus palabras eran brasas ardientes.

A otra cosa... Si desde el sur, los reinos cristianos tenían que cuidarse de las avanzadas musulmanas; desde el norte, el purísimo mar era la página en que se anotaba el riesgo de los bárbaros noruegos. Así, en la cuaresma de 968, cuando el obispo Sisnando se preparaba para las celebraciones de los sagrados misterios de la pasión de Cristo, fue alertado de que Gunderedo, rey vikingo, ingresaba con cien naves militares por las costas cantábricas. Nuestro secular obispo lo esperó en las cercanías del rio Louro y le hizo frente. Una flecha mandó a mejor vida a nuestro mitrado guerrero... Dicen los cronistas, que llevaba las de ganar, que Gunderedo ya iba en retirada...  la muerte del estratega, sin embargo, hizo mella en el alma de sus vasallos y, desbandados éstos, las tierras de Santiago fueron noruegas por unos buenos meses.

Buenos días.


miércoles, 24 de abril de 2024

Muladí

¿Recuerdan algún caso de damnatio memoriae? Ummmh… Hemos contado historias relacionadas con esa institución política.  La “damnatio memoriae” o –en español—“condena de la memoria” supone un acto o varias actuaciones destinadas a conseguir que la colectividad olvide a un personaje específico de la historia. Si la expresión original está en latín, entonces, conviene pensar que la institución es propia del derecho romano. La verdad, no sé si es un invento romano, pero sí que la utilizaron y con harta frecuencia y nosotros la hemos heredado.

Don Omar, descendiente de Hafsún, está casi olvidado y hay quienes lo recuerdan por el castigo post mortem, recibido para ejemplo y remedio de conductas de otros. Omar nació hacia el año 850 en territorios hispánicos; en lo que era y actualmente es Málaga, en un pequeño espacio denominado Parauta. Si la pequeña localidad sigue existiendo… pregúntenle a “San Google”. El asunto es que nació allí, en ese espacio que se llama, en el sol de hoy, España. En aquellos días la península ibérica era un sancochado de reinos y de gobernanzas, de obediencias y de rebeldías. Por allí anduvo Omar. Y dicen de él, en estos días, unos, que es un héroe, con el agregado de que defendió a la religión católica; otros, que era un forajido, un guerrillero, un asaltante de caminos. Un tercer grupo, afirma que nadie se acordaría de él si no fuera por lo que le “sucedió” a diez años de su muerte. Para el caso… el epíteto lo pone el lector.

Ahora mismo, nuestros políticos utilizan la damnatio memoriae con dolo o con ignorancia deliberada. Para muestra: el alcalde de estreno –con un par de meses en el cargo- inaugura una obra que se inició en la gestión anterior, se pega un discurseo a favor de su trabajo sin siquiera mencionar al alcalde que gestionó y ejecutó la obra aunque no pudo concluirla. La placa conmemorativa de seguro olvidará decir el nombre del edil anterior. Es una asolapada forma de negar la importancia del funcionario antecesor, de borrarlo de la memoria de la sociedad.

Conviene decir que, en los inicios los años 710, los distintos grupos godos y francos esparcidos en la península peleaban entre sí, por el poder. Un tal Rodrigo, rey visigodo, discutía el poder con un tal Witiza y, éste pide ayuda a Musa ibn Nusair, militar musulmán. Éste, aprovechando la división interna de los visigodos, invade la península y, en nueve años, se apoderó de casi toda el área, excepto Asturias, que es la parte norte de la península. Hacía en 730, el estado musulmán de El Andalús, que así se le llamaba, alcanza su mayor extensión en la geografía hispana, pero no estaba exento de problemas. No solo era que, los conquistados se levantaban constantemente, sino que además, se conformaba por gentes, clasificadas desde distintos conceptos: religión, posición social, origen étnico, que posibilitan reconocer bereberes, sirios, árabes, moros, esclavos que pleiteaban entre sí por tener mejores posiciones en la repartición del poder…. Descansemos de Don Omar.

El olvido político es una deliberada intención de olvidar... Los adultos la intentamos por distintas razones y de diferentes formas: la enamorada le ha terminado la relación a un joven y, éste para olvidarla no tiene mejor idea que romper la foto que solía llevar en su billetera, el pueblo advierte que su alcalde ha sido un corrupto de gran calaña y decide romper los vidrios de la municipalidad, hasta le mete fuego, la asociación de padres de familia es estafada y  prefiere dar por perdidos los libros generando uno nuevo con nuevas cuentas… Hacemos cosas con el ánimo de olvidar. Y, dicen los especialistas en psicología del testimonio que si es posible… De por allí viene eso de que “un clavo saca a otro clavo”.

Los antecedentes familiares de Omar nos conducen a una vieja y acomodada familia de origen hispano-godo que, a la llegada de los musulmanes se convirtió –posiblemente para no perder su posición social- a la religión de Alá, lo que permite ubicar a nuestro protagonista como un “muladí”, nombre que se le da a aquellos cristianos que se convierte al islam. Los mozárabes, en cambio, eran aquellos hispano-godos que mantienen la religión cristiana pero que se aculturan entre los musulmanes. Joven todavía, al estilo Robin Hood, mata a un berebere, pastor de los ganados de su abuelo, porque lo encontró robándole algunas de las cabezas de ganado. Perseguido por la justicia, se hace cimarrón y, se establece en las ruinas de un antiguo castillo abandonado: Bobastro. Prontamente y, sin mucha necesidad de ayuda, se aseguró con varios mozárabes, muladíes, cristianos, bereberes, esclavos… todos, descontentos con la clase dominante. Sus huestes se mantuvieron rebeldes por casi 40 años, sin que los emires cordobeses pudieran alcanzarlo. Es más, sus milicias eran de tan grave valentía que el emirato de Córdoba lo reconoció como gobernador de Málaga y Granada.

Hay fórmulas de olvido muy específicas. Nerón, por ejemplo fue un emperador odiado y querido. El senado y las clases altas celebraron su muerte. De hecho se habla de una conspiración para su muerte y hasta de sobornos a la guardia personal. Los esclavos, la plebe y quienes vivían a expensas del arte y de los juegos, lamentaron su ausencia. De hecho, tanta era su popularidad, que como en nuestros días se dice respecto de un ex presidente muerto, en los tiempos de aquel aparecieron en las lejanías del imperio, historias de que el hombre estaba vivo, incluso, personas -aprovechando su parecido- se presentaban en los teatros o en los juegos para fingir que eran el fenecido emperador. Bueno… El asunto es que, a su muerte por disposición del Senado se ordenó el arrancamiento de su nombre de aquellas obras públicas que él hubiera conseguido y, los emperadores sucesivos, desde esa autorización, mandaron que en las estatuas publicas que llevaban la representación de su rostro, esa parte de la escultura sea cambiada por otra que sea más aparente con los rasgos faciales del gobernante de turno. Su tumba, la de Nerón, motivó otras leyendas. Tengo pendiente, algunas historias sobre el particular.

En el 899, por influencia de los mozárabes, Omar instala en su fortaleza a un obispo. Éste logra su conversión y toma el nombre de Samuel. Su afán, en realidad, era político: alcanzar el reconocimiento de su poder entre los cristianos y, por tanto, conseguir una alianza con los asturianos. Ésta proyección, lamentablemente le restó créditos en el mundo rebelde musulmán y, en poco tiempo su declive se hizo notorio. Muere en el 917 y le sucede su hijo, quien mantiene la fortaleza y hegemonía por diez años más. En el 928, Abdarramán III se presentó en Bobastro, se deshizo de las fortificaciones e incluso la mezquita y las iglesias, ordenando la exhumación del cuerpo de Omar y de su hijo Yafar. Tomó prisionera a su hija Argenta y cargó con ellos hacia Córdoba.

Hoy, como formas de olvidar se escriben autobiografías y se publicitan de tal forma que parecieran verdades absolutas. El arte se presta para esos propósitos. En estos días, por ejemplo, una película expone la biografía de una persona dedicada a la televisión, al entretenimiento. La película expone su vida, la semblanza que él quiere que la gente tenga de sí... Una especie de plantación de recuerdos y, para su lamento, ha conseguido lo contrario. La gente, convive con el protagonista, y se ha encargado de recordarle de modo distinto pasajes de su propia historia... Lo mismo para aquel otro, político, muerto por su propia mano, de quien sus seguidores también exponen su vida fílmica para enarbolar una historia que lo dulcifique. 

La propuesta de Abdarramán III era llevar el cuerpo del difunto -también llevaba los de sus dos hijos, uno muerto recientemente- a Córdoba, la capital del emirato, para una ceremonia fúnebre conveniente al nombre del rebelde; empero el propósito era evitar el culto y cercanía del cadáver con sus posibles seguidores y leales. En Córdova, a contra de la promesa, y alegando que Omar al convertirse en Samuel había traicionado los deberes con la religión del profeta Mahoma, de modo cínico y haciendo alegoría a la deshonra que supone la muerte de cruz, desnudó las pocas carnes huesosas que quedaban, y las amarró en una cruz, para recordarles a todos, que en el Islam la traición religiosa se paga con el nombre y el honor. Dice el cronista "para amonestación de espectadores y satisfacción de los musulmanes". La idea, por contraproducente que parezca, era hacer olvidar de la memoria de los viandantes la existencia de un señor llamado Omar Ibn Hafsún, que cristianizado por su voluntad, tomó el nombre de Samuel de Babastro, el Pelayo de sur. Los suyos, preferían llamarle "el señor de la gran nariz".

miércoles, 17 de abril de 2024

Amantes

“Intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos buscaban sus pechos antes que las hojas de los libros”. Así empieza uno de los párrafos de la autobiografía de Abelardo. En ella, cuenta su vida y la versión personal de uno de los amores prohibidos y secretos mejor revelados de la historia. Hoy, pese a las prohibiciones de proximidad de antaño, el cuerpo del amante yace por los días que le restan a este mundo al lado de Eloisa, su amada, la hija de la abadesa de Fontevraud. ¿Dónde? En el cementerio de Peré Lachaise, en París. A estos días, más que un centro fúnebre es un centro de recreo. Cuarenta hectáreas de tumbas, arquitecturas fúnebres, árboles enormes anidados de pájaros cantores, reptiles y gatos cimarrones, lo convierten en atracción turística. Las tumbas de Abelardo y Eloísa, son destino de los contemporáneos corazones enamorados, en los que nuevos amantes, pública o de modo furtivo, regeneran arquetípicas formas de juramento del amar inacabable.

El muchacho la conoció mocita. Y ella era, digamos, conocida. Era la sobrina de un canónigo de la Catedral de Nuestra Señora de Paris. En realidad, para aquellos primeros tiempos del S. XII, que una mujer supiese leer y escribir era noticia; más todavía, si su entendimiento se recreaba en lenguas extrañas, dígase griego, latín clásico y hebreo. Su alma exponía devoción fiel a las letras y las filosofías y sus manos procreaban algunas canciones en instrumentos musicales. Su poesía… era inspiración para el filósofo Abelardo. Con tan brillosos pergaminos, la noticia se resalta a doble luz. La muchacha desayunaba letras, al medio día conversaba con Tertuliano, con Cicerón, con Séneca…   Afirman los que por esos días vagabundeaban en París, que bien podía dar clases de cualquiera de las materias correspondientes a las artes liberales del Trivium. Lastimosamente, la humanidad no ha heredado sus canciones, pero el solo hecho de su renuncia al matrimonio en favor de la erudición nos da cuenta de su valía emocional. Decíamos, que Abelardo la conoció muy jovencísima y, tendenciosamente –provocado por su sapiencia- la enamora y la hace suya. Piénsese en la forma de las más carnales posibles y, con ello, el amor libre proclamado por la joven resaltaba la amistad de los amantes, a que las obligaciones de los esposos.

El hombre –que le sobrepasaba en 22 años- luego de azarosa vida, tan pronto se vio liberado de la corporeidad mortal cuando ya le pesaban algo más de sesenta años y, con tantos enemigos religiosos de por medio, su cuerpo fue depositado en el convento del Paráclito. Éste fue fundado por el mismo Abelardo hacia el 1120, cuando contaba con 41 años aproximadamente. En realidad, lo funda como una especie de escuela en la que instruía a sus propios discípulos respecto de temas de lógica y filosofía. Desde allí se enfrentó a otros profesores, como el muy afamado Bernardo de Claraval, el célebre autor de la frase “Hay quienes buscan el conocimiento por el conocimiento mismo, eso es curiosidad; pero aquellos que lo buscan para el reconocimiento público no dejan de ser simples vanidosos. Aquel que pone su conocimiento al servicio de los demás, ese es el hombre ideal”. Bernardo en sus puyas intelectuales con nuestro afamado amante, le acusó, algunos años después, de herejía. Así, Abelardo se ve obligado de abandonar la Abadía del Paráclito y, en su lugar dejó a Eloísa y fundan, en ese mismo espacio, la primera rama monástica benedictina propia de mujeres, con el objetivo fundamental de propiciar el conocimiento filosófico y la música vocal culta entre sus consagradas.

Decía antes, que Eloísa renunció al matrimonio en preferencia del amor libre. Lo hizo solo en parte.  “No hay pecado en la lujuria, si ésta es hija del amor” cantaba. Sin embargo, la muchacha se guardó para sí una pequeña dosis de toxicidad… Y eso que en esos tiempos no había wasap. Allí les va su propia confesión: “Hace buen tiempo que la casualidad me trajo una carta que a un amigo tuyo encaminabas. Luego que reconocí tu letra, la abrí, disculpando mi satisfacción el exclusivo derecho que en mi lisonja creo tener a cuanto a ti pertenece o de ti sale”. Promotora del amor libre, pero con vocación de inspectora de cartas. Retomemos… Abelardo y Eloísa se casaron a exigencia del tío Fulberto, el canónigo protector de la muchacha… Se casaron, valga decir, con anuencia de Abelardo y un respingado “si así lo quieres” de Eloísa. Fue un matrimonio a escondidas y no viene a cuento contar porqué. Aunque quizá si… La Eloísa le había adelantado prenda a Abelardo y como producto de esos yacimientos había nacido Astrolabio, un bebé que fue cuidado por su tía Denisse, hermana del filósofo y, que más tarde también se haría religioso como lo fueron sus padres y sus abuelos. Sin embargo, parece que la celebración no satisfizo suficientemente al Dn. Fulberto que, un tiempito después, valiéndose de las manos de cuatro canallas, mandó a que se metieran en los aposentos de los matrimoniados y le malograran, a punta de navaja, la masculinidad del buen Abelardo… Astrolabio se vio condenado a no tener hermanos y, los amantes a realizar vidas separadas: Eloísa hizo voto en el monasterio de Argenteuil, mientras que Abelardo se escondió en la abadía de San Denisse.

Cuentan, con tufillo de historicidad, que el Abelardo era tan buen polemista que, tuvo varias acusaciones de herejía y, por tal obligado a defenderse y/o a sujetarse a sanciones como la prohibición de enseñar y/o realizar retractaciones. La escasa producción intelectual conocida se debe a que también se le obligó a quemar sus propios libros, con el extendido mandato de que quienes pudieran tener copias de los mismos también los destinen a la hoguera, bajo amenaza de acusación similar. Habrá que reconocer que algunos de sus discípulos le hicieron quite a la prohibición y, a este tiempo lo poco que se conoce es gracias a ellos. En los últimos tiempos de su vida, se dedicó a la penitencia y al silencio en el monasterio de San Marcelo, bajo la mirada atenta de la abadía de Cluny. A su muerte, su esposa Eloisa, la abadesa de El Paraclito, recibió y dio sepultura al consabido amante en la capilla del lugar. Unos años más tarde, ella –a su propia petición- hizo que sus restos sean enterrados junto a Pedro Abelardo, el más romántico de los filósofos medievales. Un par de esculturas de cuerpos yacientes, con las manos juntas y de factura medieval, representan a los que se esconden al interior de las tumbas.

En su segunda carta, el afamado le decía a ella: “Eloisa, te amo más que nunca, y voy a descubrirte mi corazón. He ocultado mi pasión después de mi retiro. Al mundo por vanidad y a ti, por compasión. Te quería curar con mi fingida indiferencia y excusarte las crueles amarguras de un amor sin esperanza”. Ella en cambio, no disimuló las inquinas del amor: “Si, Abelardo. Cien veces y otras tantas. Oh Abelardo, ¡mi bien! Pero ¿Qué digo? ¿Y en esta soledad tan tierno nombre, me atrevo a pronunciar y aún a escribirlo? Perdona Dios benigno. A tus altares inmenso Dios, me postro y sacrifico. Tu ley, tu ley terrible me prohíbe escribir al esposo más querido”.

El monasterio del Paráclito albergó a religiosas hasta finales del siglo XVII. En la actualidad es de propiedad de la familia Walckenaer, quienes intentan preservar las piezas arquitectónicas que las guerras y las inclemencias temporales han permitido subsistir. Algunas de sus salas son usadas como museos temporales en los que se rememora el amor de Abelardo y Eloísa. La privacidad del monumento, solo permite visitas los días 21 de abril y 16 de mayo de cada año. Probablemente, el traslado de la propiedad sea la causa del traslado de las tumbas al cementerio de Peré Lachaise, como señalamos al inicio.

Ya está… Si alguien está interesado en visitar las dichosas tumbas y leer la oración fúnebre de Eloísa en favor del buen Abelardo, me avisa y armamos el viaje.

 

 

 

viernes, 12 de abril de 2024

Adioses

Notiano Rengué llamó a sus antiguos colaboradores para despedirse de ellos. Le dio a cada quien una palmada y su boca solo expedía palabras de agradecimiento que se tropezaban con otras que hacían relación de la lealtad.
No hubo más. La pequeña sala de debajo de la escalera fue testigo de una fría y triste despedida. Ni siquiera una chichita para brindar por el futuro, que de seguro siempre es augurador. Una mujer, desde la puerta del frente, con una taza de café en la mano, miraba desesperanzada la escena. Afuera, el sol del mediodía hacía destrozos, como todos los días. Nada nuevo bajo el sol.

Los invitó a continuar con sus tareas y a que se hagan con prontitud, sin desatender el esmero. "La Iglesia les agradece y como muestra, para hoy, les regala unos minutos. La jornada de hoy termina a la una" dijo, mientras les daba la espalda alejándose. Se volvió sobre sus talones y acentuó: "Para todos. Hoy las oficinas deben quedar libres. Vayan a sus casas y sorprendan a los suyos". Les guiñó los ojos y se palmoteo una pierna en invitación de abandonar la sala. "La salita de debajo de la escalera" como le llamaban.

Notiano bajó las escaleras y se acercó a la mujer que fue testigo del hecho. "Doctora, me llevo los mejores recuerdos. El tiempo ha sido corto pero su trabajo me conforta. Si la fidelidad al evangelio que ud. profesa fuera semejante en todos -siquiera en la mitad de los que se acaban de ir- está Iglesia mostraría un solo rostro semejante con la Iglesia que predicaba Pedro: fidelisima a Cristo, a pesar de las negaciones". "Gracias", retrucó la mujer. Una lágrima de lástima quiso atenuar el sol del mediodía. El sol siguió inmutable, no dejó de ser ardoroso.

Uno de sus secretarios personales se le aproximó. "Excelencia, todos se han ido salvo..." Le hizo una disimulada señal con los ojos indicándole a la mujer. "No te preocupes. Encárgate de que nada quede afuera... ¿Ya llegó el camión de la mudanza? Asegúrate que todo sea embarcado. La caja roja acomódala en mi valija personal". Le dio la mano al secretario y también a la mujer. De su bolsillo sacó un rosario argento, se lo entregó "me fue regalado por su santidad Juan Pablo II. Ahora es suyo. Me encomiendo en sus oraciones. Y estaré atento a sus novedades y comunicaciones. La reserva siempre será necesaria... La Iglesia también necesita sigilo. Y yo he puesto mi confianza en ud para que siga siendo yo después de mí. Ud me entiende".

Le dio la espalda y se alejó caminando hacia las escaleras. "Yo me voy, pero mi confianza se posa en aquellos que se quedan y, como Pablo confiaba en Timoteo, yo también lo hago con Uds. Que la virgen María, madre de la reconciliación, les acompañe." Habló en plural pero sabía que su público era selecto, particular, único. Subió a la segunda planta, miró por las persianas hacia la calle y se dio cuenta que el sol era cizañoso. "Sol de mierda" dijo para sus adentros mientras que su mano izquierda golpeaba encolerizado la mesita que tenía por delante. En la calle, Leicica de la Tirápica le mostraba a la estatua del santo Papa su nuevo rosario con un mudo gracias y una sonrisa que desapareció tan luego se dio cuenta de la hosquedad de la estrella amarilla. Caminó buscando la poca sombra que los edificios podía dejar. Aún con ello, las luces del sol seguian resplandorosas.
No hay nada nuevo bajo el sol.

martes, 9 de abril de 2024

Osamentas

En el monasterio de Alcobaza, en algún lugar perdido de la vieja Europa, en piedra noble se ha plasmado la efigie de Inés de Castro, reina de un reino perdido, que recibió los juramentos de fidelidad cuando ya de ella, solo quedaba su osamenta.

Cuentan los cronistas medievales, que en sus tiernos años hizo buenas migas con Costanza Manuel de Villena, que luego sería esposa del infante Pedro de Portugal. El asunto es que este veía con ojo malicioso a la amiga y, dicen los chismosos que se hicieron amantes. Constanza murió en los primeros días de 1349. Bueno, la muerte de esta buena mujer es incierta en la fecha: hay quienes afirman que murió en el 45 semanas después del nacimiento de hijo Fernando y, hay quienes sostienen que existen documentos de su puño y letra que la hacen viva en 1347. Un tercer grupo, mayoritario, de historiadores ponen la fecha en enero de 1349 cuando se encontraba puerperal de su hija María. Dejo tres hijos, aunque está última murió siendo muy pequeña.

Las fechas son importantes porque exponen la naturaleza de la relación de Inés de Castro y el futuro rey Pedro. Cuanto más tardía es la fecha de la muerte más posibilidades conceden al hecho de que Dñ Inés y Dn Pedro hubieran tenido una relación furtiva, que queda expuesta por la fecha de nacimiento de los hijos, producto de estos encontronazos. El primer hijo de Inés se llamó Alfonso y nació en 1346, Beatriz nació al año siguiente, Juan vio la luz de este mundo en 1349 y Dionisio, el cuarto de los hijos, fue alumbrado en 1354. Sea donde pongamos la fecha de la muerte de Constanza, allí pondremos el calificativo de estás criaturitas del Señor.

El asunto es que la relación del infante Pedro y la buenamoza de Inés no era del agrado del padre del primero, del rey Alfonso IV. Y no se trataba de fidelidades matrimoniales o de ejemplarios de virtudes cristianas. La materia fundamental era el cumplimiento de los acuerdos interreinos entre Castilla, Aragón y Portugal. Un chismociento de la época cuenta que Dn Alfonso se ufanaba de la poliamoriencia de su buen hijo, desde la presunción de que se trataba tan solo de una aventura con resultados inesperados. El gallo Pedro no era de la misma idea... A la muerte de Constanza decidió presentar en sociedad a la madre de sus hijos del segundo cuartel.

Y con ello se levantó la polvareda. El buen Pedro se negó a casarse con ninguna muchachona de ninguna casa real de la península... O era con Inés o no era con ninguna. En un día, desconocido, del año 1354 en alguna abadia recóndita, ambos se juraron amor para toda la vida; más los intereses políticos paternos hicieron que tal amor durará poco. Don Alfonso IV, en graves triquiñuelas políticas, ordenó su muerte y está fue ejecutada por tres caballeros portugueses: Álvaro Gonzales, Pedro Coello y Diego López. No viene a cuento los detalles, pero sí, dejar escrito que el despechado marido juró venganza y se levantó en armas contra su padre y, a la muerte de éste, Pedro I de Portugal se hizo del trono real en 1357.

Más allá de las muy manaturalosas formas de vengar la muerte de su esposa con la muerte de sus verdugos, conviene decir que el flamante rey logró anunciar y hacer reconocer socialmente aquel matrimonio escondido celebrado tres años antes. El asunto fue bien recibido... Al fin de cuentas era la voluntad del rey. En 1360 se realizaron todas actuaciones necesarias para el traslado de los restos de Dn Inés, desde Coimbra hasta el real monsterio de Alcozaba. Se confeccionaron dos tumbas, hechas de mármol, expuestos un par de cuerpos representativos de los propios de la reina muerta y de el mismo para cuando fuera el tiempo de su muerte. La leyenda cuenta que, en esa vez, volvió a hacer un juramento de amor por más allá de la muerte y, para que la fidelidad de sus súbditos quedará asegurada, hizo vestir las osamentas putrefactas con las mejores telas, la sentó en un trono de magnífica hechura y pidió a sus convidados a besar el anillo de la reina póstuma en señal de fidelidad real. Una reina de osamenta.

Maquinaciones

 “Me limpio las tripas con esas disposiciones” grito el rey. “Este es mi reino y aquí mando yo, después del señor Jesucristo”, masculló al f...