Hay una calcomanía, pegatina, adhesivo, que suele estar en los vehículos automotores. Es una elipse de fondo rojo con un delgado filo azul donde aparecen tres letras STP. Es un logotipo, que desde mis vivencias, siempre estuvo ligado a los lubricantes para carros. De hecho, había una pegatina sobre el parabrisas del Rambler 330, verde, en el que, de vez en cuando, me paseaban en mis días de infantitud.
jueves, 28 de noviembre de 2024
STP
lunes, 25 de noviembre de 2024
Maestra
miércoles, 20 de noviembre de 2024
Muñeca
Conversaba, hace un par de días con Dn. Fernando Panta, hombre viceño, hecho de arena y mar, con hartos atardeceres sobre sus escasos cabellos canos. Me daba noticia de sus días mozos, en los que retaceaba su tiempo de pescador y su afición por el futbol... De los días en que los viceños y unionenses se enfrentaban representados por once gentes dispuestas a todo por el gol.... jóvenes que eran naturales de sus respectivos distritos. El futbol era pura pasión por el terruño.
domingo, 3 de noviembre de 2024
Dolores
“¡Eres bien huevona, ¿no?!” Las mujeres de alrededor se sonrieron con gusto. “Me dices que te condenaron por vender droga en tu casa, que te dieron la oportunidad de una pena chiquita, de ir a firmar cada mes con reglas de conducta y, ¿Qué por ‹facilidad› te fuiste a vivir con tu comadre que también se dedica a la venta de droga?” La mujer puso cara de perro reñido… “¡Así fue…! Yo solita me jodí”. El hombre le sonrió con piedad… Y con chanza le dijo: “Te daría un abrazo… pero ¿y si me siembras un quetito…? ¿Qué hago?” Sonrió ella, porque ella misma, decía en su relato que, en esta vez, no le encontraron nada, pero que en las actas policiales siempre les ponen cosas de más.. que en el cuarto de su comadre si había de la buena, ‹de moño rojo› y otras cositas. Para su mal, la comadre, ese día de la intervención, no estaba. Andaba de fiestera por, no sé qué, caserío de Sechura. Se rieron y, otra mujer se adueñó del imaginario micrófono.
“Señor juez estoy aquí, porque le quiñé la
cara a mi marido”. Lo decía con esa voz
cantarina que, ahora no puedo dibujar con letras, pero que suena bonito en el
oído de los piuranos. Lo decía mientras sus puños se los acercaba repetidamente
a la cara. El interlocutor, le retrucó “¿Le
quiñaste…? ¿Con el cortaúñas? ¿Con el cuchillo? ¿Cómo fue? Ella, se limitó
a un “Noooooo…. Ya estuviera condenada a
35 años”. Y mientras lo decía, miró compasiva a otra reclusa, una
jovencita que se encontraba a unas sillas de sí. La buena moza aludida se avergonzó. Y
continuó sin miedo: “Le pegué a mi marido
con estas manos. Él es grandazo, de su vuelo –mientras con la quijada señalaba
al que la escuchaba- grandazo… aah… pero es ‹manolarga› el facineroso… Y ese día,
se me metió el demonio… Le dí… carajo… hasta que me dolieron los nudillos. Yo
estaba… -hizo gesto de copa con su pulgar e índice derecho- medio tomadita,
pero él estaba más… Y llegó pidiendo comida, como sí hubiera dejado algo para ‹elquecomer›….
Y me dio un manazo… Carajo… no sé de donde me salieron fuerzas… Quedó privado…
Mi cuñada llamo a la policía… Y ya luego, yo estoy aquí. Me faltan tres días
para irme, con redención de la pena por haber trabajado…” El hombre aplaudió: “Regalémosle un aplauso a Seberdina… que se
va en tres días”. Todas se sumaron en algarabía. “¿Alguna quiere decirle algunas palabras?” Una muchacha, por sus
formas, colombiana, le habló bonito: “Ojalá,
algún día pueda yo ir a Campanas, a tu pueblo, y espero no encontrar a ese
hombre en tu casa. Te quiero mucho”. Volvimos a aplaudir. La colombiana,
sin embargo, aprovechó la oportunidad: “Mi
mamá (se refería a Seberdina) ha estado aquí como un año, pero ¿Por qué? El hombre
le pegó y ella se defendió y, no era la primera vez… ¡Ud. es juez ¿no?! ¿No hay
el derecho a la legitima defensa? Ella no tenía que estar aquí. Él, en cambio,
sí; pero está libre…. Como si nada”. Y la efervescencia de la indignación
parecía contagiarse en sus almas.
Eran algo cuarenta mujeres. Ese día recibieron la visita de los alumnos
de la UPAO, del curso de Práctica Jurídica II. La idea era ofrecerles una
charla sobre “beneficios penitenciarios”. Los alumnos se habían preparado para
eso; más el aprendizaje fue nuestro. Ellas sabían poco de derechos -al menos de los que pretendíamos discursear- pero de la
dureza de la vida eran maestras. Unas, con sus pequeñitos –unos de dos, otros de tres
años- intentaban comportarse para escuchar a las demás y, luego alcanzar una
bolsita en la que como regalo se les entregaba algunos útiles de aseo: pasta
dental, papel higiénico, jabón, toallas higiénicas…. En algunas hasta jabón de
ropa. Y el asunto empezó con “¿Alguna
sabe que son los beneficios penitenciarios”? y luego siguieron más
preguntas ¿Qué otros beneficios conocen? ¿Qué
derechos da la liberación condicional? Y en ese tamizaje de saberes no podía
evitarse los ayes y lamentos: “Yo he
cumplido con todo. Y el juez no me ha dado solo porque dice que no confía en mí”
Y otra, sin necesidad de autorización “es
que los jueces son malos” y, otra: “¿Malos?
Malos, no. Corruptos… págales y vas a ver”.
Y desde los beneficios penitenciarios, de la ausencia de un asesor
jurídico que les permita formar sus expedientes o de la falta de un psicólogo
que les ofrezca consejería y, de la escasa presencia de un cura para que les
preste consejería espiritual, pasamos a los más negro de la justicia: la
corrupción. La mujer se ganó el oído de todos: “Mi familia le ha pagado a mi abogado diez mil soles, porque dice que
con eso me va a sacar. Así me ofreció, porque con ese dinero iba a comer el
fiscal, el secretario del juez y el juez… Me dijo que en tres meses era libre y
ya van como ocho. Casi que alcanzo el año. ¿Será que como me pidió doce mil y
solo le he dado diez… quien sabe…?” El hombre solo le dijo: “Ojalá pronto alcances tu libertad. Estoy
seguro que tus hijos la merecen. Ellos estarán muy contentos de tenerte consigo;
pero, si por tal dinero te ofrecieron libertad, sin que tu hayas visto siquiera
la luz del sol en tan largo tiempo lo más probable es que te hayan engañado…
¿No dices que tu abogado ya no te contesta las llamadas y que has tenido que
recurrir a la defensa pública? No niego la opción de jueces corruptos, pero a
veces nos dejamos ganar por las ansias de libertad que queremos conseguirla a
cualquier precio… y justamente por cosas fáciles nos encontramos aquí: querer
pasar droga al penal en una botella de gaseosa, vender droga en cantidades
pequeñas para decir que somos consumidores, por no pagar los alimentos de
nuestros hijos, creer que podemos envenenar al marido sin que nos descubran”.
Eran mil historias y todas ellas merecedoras de alguna gracia jurídica,
de la indulgente mirada de la justicia, de alguna migaja de beneficio
penitenciario. Allí había una mujer de pelo corto, estaba parada al filo de una
puerta y, espetó: “Ud me ha puesto doce
años de cárcel por nada… Yo soy fulana de tal”. Y le replicamos “Uy… sí. Tu cara me parece conocida… ¿Hace
seis meses fue eso?” La mujer había llegado –al parecer- a sabiendas de que el
juez que la había condenado estaba allí. Sacó su sentencia y leyó: “La traza del pelo recortado como de varón
es un indicador coincidente con la descripción que efectúa la agraviada, a la
que le robaron su cartera, documentos personales y su celular”. Y luego de
conversar –casi públicamente- de las razones de la sentencia, ella no se sentía
convencida de su culpabilidad pero aceptaba que había poco que hacer con tantas
pruebas en el expediente. Se limitaba, al “pero
son pruebas prefabricadas”: el celular no era de la agraviada, lo puso el
policía, era un celular inservible; el arma encontrada era una de juguete y, el
conductor de la moto nunca fue intervenido, porque era un datero de los polis…
Al final, entre reclamos, risas e inconveniencias, la conversación con esta
mujer terminó con un “gracias por
escucharme” y, un “te pido disculpas
por tanto dolor”. Y entre risas: “pero
son doce añazos, la primaria y la secundaria completa… De vez en cuando, como
ahora, visítenos”. El hombre ofreció regresar y, una dijo: “pero regrese como civil, solo como abogado…
para que asuma mi caso”. La de pelo corto reafirmo: “Sí. Para que me tramite la revisión en la Corte Suprema”.
Los alumnos por su parte… también asumían los dolores de aquellas
mujeres y, desde sus cortas experiencias estudiantiles se dieron cuenta que, en
tan pequeño espacio hecho de ladrillos se pueden esconder tan grandes dolores en
las almas, que basta un oído atento para que el alivio se contente
satisfactoriamente. Ese día, el profesor fue el alumno y los alumnos, otra vez
alumnos, de historias que les afirman sus preferencias por el derecho… la
voluntad de alcanzar justicia para sus causas.
martes, 29 de octubre de 2024
Duende
Un amigo pone en el wasap una música hecha, entre otras cosas, de silbidos y, pregunta si la recordamos... La verdad es que no me suena ni me truena... Ni en pelea de perros, dirían algunos. La pregunta, sin embargo, me lleva a los duendes de los montes.
Allí, arriba en los cerros de Cerro Pelau, allí teníamos pequeños espacios en los que guarecernos del sol. De ramas de algarrobo y de tallos de otras layas de vegetales, hacíamos sombras bajo las que descansar o, permanecer en el juego mientras hacíamos de vigías para que las cabras no sobrepasen los límites del pastoreo... De cuando en vez, pegamos unos gritos o silbidos... invitábamos a los perros a ladrar, para que alguna cabra andariega no saliera del cuadro en el que pretendíamos mantener el orden del pastoreo.
domingo, 18 de agosto de 2024
Palmadita
lunes, 22 de julio de 2024
Apóstola
sábado, 6 de julio de 2024
Dulce
viernes, 28 de junio de 2024
Despedida
Las ajadas pieles de la mujer acentuaban la oscuridad de su color. Su carácter huraño y la acidez de sus formas se habían diluido con los años. ¿Quién sabe cuantos llevaba a cuestas?! Hasta la memoria le era huidiza... Solo quedaban algunos chispazos que, "de cuando en vez", la ponían en la realidad, aun cuando ésta pudiera retrasarse en algunas cosas. "Hoy estamos sábado, ¿no?" dijo en forma de pregunta, pero en realidad quería afirmar que no se equivocaba. "No mamá. Estamos domingo. Domingo..." Ella completó: "¿Domingo 14?". Ahora su afán era congraciarse con su interlocutora.
La hija en cambio tenía otros apuros distintos del tiempo. En realidad, se relacionaban, más, con el futuro. "¿Ya tienes todo listo? Zapatos, medias, calzoncillos, camisa y pantalón.... No te olvides del pañuelo", le decía al adolescente, mientras en un maletín de triple fondo -de aquellos que mediante un sistema de cierres generan mayor espacio en profundidad- acomodaba las cosas del hijo: ropas, cosas de limpieza personal, correa... perfume, detergente, shampoo... todo iba allí. Algunas de esas cosas para estrenar. Y mientras acomodaba, le decía: "A donde vas, de seguro vas a tener un ropero o un casillero... por favor que tu ropa siempre esté acomodada... no importa que pueda estar sucia, pero acomodada donde corresponda". Mis recuerdos se van en el jabón liquido -que era la primera vez que lo conocía- y en algunos pares de medias de "seda china", que se había comprado en Huaquillas, Ecuador.
La otra mujer, la de los años viejos, miraba por encima de un ventanal. Uno que hacía de conexión entre "la casa" y la casa de barro. Miraba... quizá no entendía... puede que a lo mejor entendiera solo un poco... No sé porqué, pero siempre la recuerdo con un cuchillo en la mano... Era uno al que siempre tenía que sacarle filo... renegaba por ese asunto, pero tampoco quería abandonarlo. Era como su juguete... Era un cuchillo cacha de madera aunque enfundado en un plástico logrado de un trozo de manguera de jardín. Se notaba las líneas azules y negras de que se había adornado, en otros tiempos, el plástico de que estaba hecho. La radio, en cambio, ajena a la escena, nos regalaba una melodía triste: "amor hecho de canto y de lamento, de ensueño, de dolor y grito mudo; amor que deja el corazón desnudo, para mostrar el por qué del sentimiento". O quizá, suponía lo que debajo de esas tareas se escondía.
"Recuerda que vas a estudiar. No te han pedido nada pero... es mejor que lleves lapiceros, un par de cuadernos, lápices... Hay un folder debajo de la caja de ropa... ponlo en tu maletín". El apremio era harto. "¿Tienes la carta de presentación?". Mientras la mujer acomodaba las cosas, no dejaba de pensar en lo que tenía que acomodarse en la mochila de mano del muchacho. "Ya má... ya... tranquilÍizate", solo se limitaba a decirle. En el bolso de mano se escondía los útiles escritorio, un acta de nacimiento, acomodada en una bolsa trasparente y ajustada con una costura de máquina de coser, un documento de presentación y, la constancia de término de los estudios secundarios. No había alcanzado ni los diecisiete como para pensar en libreta militar... En todo caso, en aquellos días, bien podía ser sujeto de leva.
La mujer vieja apenas podía saber de que iba el asunto, hasta que un rayo de luz le iluminó los recuerdos inmediatos "¿Te vas a Lima?... Tan chiquito ¿y ya te vas?" y, a línea seguida, respondí: "No mamá Delmira. Me voy a Piura. Me voy a estudiar". Ella se encogió del hombros: "¿Y cuando dejarás de estudiar?" me refutó... Se volteó y alejó sus pasos. El cuchillo se quedó en el marco del ventanal. Sus pasos se alejaron sin decir nada... regresó después de unos minutos y volvió a acomodar su cuerpo sobre el mismo ventanal.
"Allá en Piura hay fotocopiadoras", dijo la otra mujer, la de menos años. "Saca una copia de tu partida y llévala siempre contigo". Y las recomendaciones iban hasta de como cruzar la calle, como tomar los cubiertos, tender la cama al levantarse... ¡las luces de los semáforos! jajaja fue una clase entera. Y la clase venia bien. Allí, en ese pueblito aledaño al mar, apenas la única pistas asfaltada era la Panamericana y, la peor forma de tráfico ocurría los fines de semana, frente a la comisaria cuando los buses interprovinciales se detenían para que los pasajeros nuevos aborden y, uno que otro, para que los choferes puedan tomar sus alimentos en alguno de los restaurantes. Los vehículos eran contados y las mototaxis, inexistentes. No había necesidad de instrumentos de control vehicular. ¡Los pasajes déjalos a la mano, por favor! ¡No quiero renegar en la madruga! Se escuchó.
Luego de los acomodos, todo quedó listo. La emoción, el miedo, la intranquilidad regalaba una tensa calma. Todo estaba preparado. Solo faltaba esperar que llegase la madrugada. Un par de boletos desglosables, arrancados de un talonario y llenados a mano afirmaban que la salida del bus era a las "tres a.m". "¿Vas a comer?" preguntó la madre. Un "no", rotundo, se hizo sentir en el espacio. La ansiedad de no quedarse dormido, de no olvida nada de importancia, de las pocas cinco horas para descansar había hecho del hambre una nada en el buche del chiquillo... Y apareció la mujer, la de años cansados, la que se acomodaba de curiosa sobre la ventana: "no tienes hambre y yo tampoco, pero mañana seguro que si lo tendrás: extendió su brazo por el ventanal y, hasta se hizo de puntillas para acortar lo más posible la distancia y, en un pequeño mantelito blanco, me alcanzó un par de gofios... "Esos te aliviarán el hambre", pero ya será para mañana". Y a modo de reproche, remató: "Ojalá que cuando vuelvas, yo todavía esté". Se dio la vuelta y se fue.
La vida nos regaló varios silenciosos encuentros más...
martes, 25 de junio de 2024
Verano
jueves, 6 de junio de 2024
Frescura
martes, 4 de junio de 2024
Sorpresa
viernes, 10 de mayo de 2024
Maquinaciones
“Me limpio las tripas con esas leyes” grito el rey. “Estos son mis territorios y aquí mando yo, después del señor Jesucristo”, masculló al final con afán de serenarse. El embajador, venido desde Orvieto, temió por su vida. Se sabía de las malas cóleras y de la rabiosa irascibilidad del rey Dn. Pedro III y ya las noticias de que le había cortado el pescuezo a Dn. Fernando Sánchez de Castro, algunos años antes, era de conocimiento de todas las embajadas, incluso, en la corte papal. El emisario, a ese momento, no sólo renegaba en sus adentros de haber aceptado la encomienda, sino que, además, se reprochaba: “Si fue capaz de ahogar a su hermano, y de degollarlo, después; en mi caso puede que la cosa sea peor. ¡Vaya la hora en que se me ocurre venir!”.
Y es que la
muerte de Fernando Sánchez de manos del infante Pedro, se parecía a la de Abel
desde las manos de Caín. Ambos eran infantes. Su padre el rey Jaime I, alias el
Conquistador, se encontraba en el trono y, había puesto sus esperanzas en el
primero: le había encomendado algunas tareas de negociaciones con varios
señores feudales de la España medieval, le encargó su propia defensa en el
viaje a Tierra Santa para participar en la cruzada de 1269, lo envió con
facultades diplomáticas con el rey Manfredo de Sicilia para adelantársele a
Alfonso X de Castilla en sus afanes de alianzas internacionales y posibles
extensiones comerciales. En cambio, al infante Pedro las tareas le fueron
otras: de mayores riesgos. Era el "policía" del reino. Se le encargó apagar
los tumultos, evitar las reyertas y poner el “estate quieto” a quien
pretenda generar inestabilidad en la monarquía de su padre. Su fama, por tanto,
era de la un guerrero despiadado y carente de empatía para con los demás. Sin perjuicio, ambos hijos,
pretendían el mejor querer de su padre, que, a su vez, vería la luz a la
repartición del reino... Con la muerte de Fernando, la luz solo fue para Pedro.
La
comunidad judía, por su lado, estaba muy bien asentada en Aragón. Así había sido antes, con
Jaime I; así lo era ahora, con Pedro III. Algunos miembros notables de la misma
actuaban como funcionarios de la corona y/o como asesores privados del rey. Un
mandamiento talmúdico dispone que los judíos le deben fidelidad a los reyes –y por
tanto a las leyes civiles- de los territorios en los que habitan. Se habían
ganado sus posiciones desde la afirmación de su fidelidad monárquica; empero sería
huera si no produce frutos para la corona. Tres eran las manzanas: los médicos judíos eran los mejores de esos días (pregúntenle a Sancho
I de León); su dispersión por el mundo, los hacía políglotas, así que, si se
necesitaba un traductor, los judíos eran muy buenos en esos menesteres: los que
conocían la lengua árabe, valían doblemente y, la tercera tarea, era la de las
finanzas. Eran excelentes en la contabilidad y también en las triquiñuelas
legales para acrecentar los patrimonios. Yusef Ravaia, el judío inspector de
cuentas, cobros y pagos de la Corona de Aragón, ingresó a la sala con paso
firme, se acercó al rey y al oído le dijo: “Aquiétese. No ponga en riesgo las
cuentas de la corona y, menos, las suyas propias”. “Gazmoño gálico”, replicó el
rey, insultando calladamente al papa Martín IV… Sus cóleras habían disminuido.
Otro hombre, judío por sus ropas, portaba un libro en el que, en escritura
hebrea –expuesta así para esconder la información acumulada- anotaba las
cuentas del reino. Le mostró un par de líneas y, con un gesto de negación, le
hizo saber que no era necesario pelearse con el embajador papal. En todo caso,
le aconsejó, era mejor enviar a emisarios propios para negociar los términos
del vasajalle solicitado.
Mientras
Pedro III había alcanzado el trono de Aragón en 1276; Martín IV era papa desde
apenas unos meses antes; desde marzo de 1281, cuando finalmente se logró “consenso”
entre los cardenales italianos y franceses para alcanzar su elección apostólica.
En realidad, este buen hombre había logrado el puesto desde las maquinaciones,
triquiñuelas y malas artes alcanzadas por el rey Carlos de Anjou, quien mandó a
apresar a dos cardenales italianos para adquirir mayoría. El nuevo papa, por
tanto, se convirtió en… no sé si marioneta… en un gran aliado del rey galo. El conclave para la elección de Martín se
realizó en Viterbo, distante a unos 80 km de Roma. Conviene decir que éste no llegó
a Roma. Nunca puso los pies allí en la sede romana. Prefirió hacer juramento y asunción del cargo
desde el castillo de Orvieto. Esta era una ciudad poderosa, económica y
militarmente. Su aliada era Florencia, por lo que había poco que temer entre
sus muros y castillos. Es más, los túneles subterráneos de la ciudad –aún bajo
ataque de sus enemigos- le daban no sólo la seguridad de huir, sino también la de
permanecer –si así lo elegía- sin mayores riesgos. Bajo la losa pétrea en que
se erige la ciudad, había otra, oculta y con sus propias seguridades, trampas y
acondicionamientos. Martin IV, por su origen, era francés, natural de Tours,
y por sus formas, nunca llegó a ser cabeza de la iglesia de Roma, al menos no, materialmente.
Regresemos…
Los emisarios papales regresaron sin haber conseguido mucho. Advertían que,
Pedro III ni siquiera se había inmutado; empero pudieron anotar información que
sería relevante para lo que vendría después, para decisiones futuras de la
corona papal, pero por sobre ellas, para decisiones del rey Carlos I de Anjou…
todas ellas relacionadas con el dominio y señorío del mar Mediterráneo. Y aquí viene
bien otras historias, que se relacionan con ‹privilegios› y ‹lengualarga›, que aparecen
en este muro. De ellas resalto dos ideas: Jaime I, padre de Pedro III, fue
excomulgado por el papa Inocencio IV y, para su readmisión en la Iglesia,
sujetó sus reinos a vasallaje en el año de 1246 y; la segunda, cuando Pedro III
juró su coronación como rey de Aragón en noviembre de 1276 “olvidó” varios
asuntos protocolares, entre ellos, jurar el vasallaje en favor del papa y otras
obligaciones en favor de distintos señores de esos terruños. La oferta aragonesa,
por tanto, de enviar a sus embajadores nunca se cumplió, al menos no, con las
intenciones de negociar subordinaciones. De otro lado, Carlos de Anjou y Martín
IV se convertirán en sus enemigos, en la piedra en el zapato para sus
pretensiones expansionistas.
Vayamos a
otros valles… Manfredo de Sicilia, al que hemos mencionado antes, por asuntos
que no viene a cuento explicar, fungió de rey de Sicilia desde el año 1254;
empero el papa Inocencio IV (uno que estuvo antes de nuestro Martin IV) solicitó que la isla debía sujetarse a la autoridad
papal y la solicitud fue denegada. Así que, le declaró la guerra a Manfredo y, con la
ayuda del tal Carlos I de Anjou le dieron muerte al mentado rey siciliano en el
1266 y, al verdadero heredero del trono , un tal Conradino, en el
1268. Estas muertes traerían
consecuencias en los intereses de la corona aragonesa... Luego de la visita del
embajador papal a las tierras de Aragón, dos días después, cuando Pedro III
departía con sus asesores; uno de ellos, le recordó que Constanza, su esposa,
las veces que correspondía al protocolo y, desde la muerte de Manfredo se hacía
llamar “reina de Sicilia”, asunto que no era baladí; dado que era hija de aquel
y, como tal, le correspondía la corona. El judío, asesor de sus personales
asuntos, concluyó: “Si Dios está con Ud. ¿Qué importa la voluntad de un papa
espurio?”. Una embajada, al día siguiente, se dirigía hacia Orvieto para pedir
autorización papal para una cruzada contra Túnez. El rey aragonés ponía en
marcha su maquinaria y sus mejores tretas para reclamar al menor costo,
aun por la fuerza, la corona de Sicilia. Contra la voluntad del papa o de
cualquier rey galo que intente ser inoportuno.
Y todo en nombre de la cristiandad.
![]() |
Rostro de Pedro III, reconstruido con IA |
https://core.ac.uk/download/pdf/38983014.pdf
miércoles, 8 de mayo de 2024
Privilegios
El siglo XIII estaba
en su atardecer y, los catalanes habían logrado que el rey Pedro III de Aragón,
también conocido como Pedro, el Grande, reconociera derechos en favor de los
señores principales, de distintas naturalezas. Se vio precisado de reconocer derechos
y privilegios en favor de los señores feudales y de los señores obispos y, de
alguna forma institucionalizó formas muy específicas de organización política.
En particular, de una institución que ahora denominamos “parlamento”. El asunto
vino así…
En estos menesteres
siempre se hace necesario explicar temas de la parentela…. Allí vamos. Este
Pedro III es hijo de Jaime I, el Conquistador… ¿Lo recuerdan? ¿Si? Es ese rey que fue engendrado con engaños,
cuando los nobles aragoneses le metieron harto vino por el buche a Pedro II,
abuelo de nuestro personaje y luego lo encamaron con su propia esposa para
asegurar un heredero… ¿Ya? Bueno, los invito a leer “marrullerías”, para que se
entienda los parentescos. El asunto es que Dn Jaime I, el padre, tenía el título
de “Conde de Barcelona”, que no era poca cosa y, en cuanto rey de Aragón, le
posibilitaba algunos privilegios frente a los señores principales de Cataluña: aseguraba
prestaciones y contraprestaciones en las que las obediencias y vasallajes
dependían de circunstancias protocolares, por las que cualquier defecto, o “quítame
esta paja” podía convertirse en pretexto para empezar una revuelta.
Don Jaime, en su
crónica “Libro de los hechos del rey Jaime” da detalles de la forma como consigue los territorios de Mallorca y de
Valencia a favor de la corona de Aragón. Esta tarea militar, que al final
concluye con la capitulación y rendición del rey musulmán en 1238, se vio
empañada por los desencuentros intestinos de los propios “ricohombres”
aragoneses, que dueños y señores de varias ciudades se disputaban,
bandoleramente, pedazos de tierra y la fidelidad de los siervos de la gleba.
Tal era el desorden que amargamente, Jaime, el Conquistador, cuenta: “Y
señalamos fecha a los ricohombres, al maestre del Temple, del Hospital, al de
Uclés y al de Calatrava que estaban en nuestras tierras, para que se nos
uniesen en Teruel, a la entrada de mayo. Pero, al día fijado para que acudiesen
a Teruel, los que habían recibido la orden no vinieron».
La fidelidad y buenas
relaciones mantenidas por Jaime I con los señores de Barcelona se puso en
riesgo cuando aquel se vio precisado de dividir su reino entre sus varios
hijos. El hombre fue muy prolífico… por
las puras no le apodaron “el Conquistador”. Muchos señores vieron mermadas sus
seguridades y, con mayor razón cuando se dieron cuenta que el heredero de la
corona de Aragón era Pedro III. Éste había construido su fama a punta de espada,
flechas y alabardas para sometimiento de la aristocracia frente a la realeza. Con
ello, la inquietud se convirtió en protesta y las protestas en levantamientos. Pedro
III se obliga a convocar a las Cortes de Barcelona para el reconocimiento de
privilegios existentes y la dación de otros nuevos. De hecho, de tiempo de su
padre era la prioridad concedida a las naves mercantiles catalanas, la exención
del impuesto a las mercaderías, el reconocimiento de las corporaciones de
mercaderes, entre otros. Se anotan en Las Ordenaciones de la Ribera y, que- en
buena cuenta- es un código de derecho marítimo.
Los valencianos, pese a su anexión con Aragón, siempre fueron una
piedra en el zapato. Pedro III andaba urgido de monedas para financiar su
campaña pacificadora, así que exigió a los catalanes apuren el pago del
impuesto del bovaje. ¡Para que hizo eso! Los catalanes afilaron sus machetes,
digo sus espadas. El impuesto del bovaje, –y en el entendimiento de los señores
de esos días- era una concesión graciosa que, además, requería la convocatoria
de los hombres principales a cortes para realizar su cumplimiento. Así que, se
negaron. El rey Pedro III encarceló a algunos varones de buen apellido, pero el
asunto no cesó. Cataluña mantuvo la zozobra.
Con las protestas en el cuello, Pedro III convoca a cortes y, éstas se
celebran en Barcelona en 1283 y da pie al documento Recognoverunt Proceres
que se convierte en la aceptación y reconocimiento de los usos y privilegios jurados
por reyes anteriores y en la dación de nuevas cartas de franquezas en beneficio
de los barceloneses. Entre otras, se reconoce la ciudadanía a todo aquel que
hubiere vivido en la ciudad por más de un año y, respecto de las cortes mismas,
se afirma que el rey se obligaba a realizar Corte General una vez al año, con el
objeto de tratar de buena forma los asuntos relacionados con el estado y la
reforma de la tierra y de los impuestos. El propio rey establecía: "si
nosotros y nuestros sucesores queremos hacer una constitución o estatuto en
Cataluña, los someteremos a la aprobación y al consentimiento de los prelados,
barones, caballeros y de los ciudadanos...".
Pedro III, el Grande |
Con las cosas así, se van sentando las bases para la prosperidad de la
ciudad condal de Barcelona, escenario que hará de la vida ficcional de Arnau
Estanyol una que puede leerse en la novela “La catedral del mar”, que recrea a
la Catuluña del siglo siguiente.
lunes, 6 de mayo de 2024
Mundano
El siglo X de la España medieval es un marisma de formas políticas… reinos, condados, comarcas, merindades, taifas, honores, villas, etc., eran algunos de los nombres que, la verdad, ofrecen "mareos de cabeza". Y allí se jugaban las mejores formas de vasallaje. Cada señor feudal miraba por sus intereses militares, económicos y… espirituales. El mapa político se modificaba año a año... ¡Qué digo…! ¡los cambios se podían ver cada seis meses! La temporada primavera-verano no era una de modas, como en nuestros días, eran tiempos de enfrentamientos, saqueos, reubicaciones de poblados… eran espacios para nuevas viudedades y de huérfanos con que llenar las calles de mendigos; tiempo adecuado para reactivar las tareas de los panteoneros y de nuevas fidelidades políticas y de juegos diplomáticos aditamentados con fuertes dosis de espionajes.
El apodo de “mundano” para Sisnando II, no es nuestro. A contrario, ya lo llevaba consigo en los días en que jugaba su partidito en medio de la creación del buen dios. Un cronista de sus días, decía de él: “nimium secularis et potens era”, que en español, precisa: “Era poderoso y demasiado terrenal”, que en el idioma de nuestro cada día supone: “era muy, pero muy político a que allegado a las liturgias y protocolos religiosos”. Y no se me entienda mal ni tampoco piénsese lo peor de él: el poder religioso, en esos días, -ahora también- era parte del binomio conformado con el poder político: reyes, condes y duques tenían capacidad jurídica para nombrar a clérigos y demases y éstos -a su vez- sucedían el puesto eclesiástico a algún sobrino –hogaño, saltan las diferencias-.... Si a estos días haces la ruta de Santiago de Compostela hay una parada particular: el “Monasterio de Santa María de Sobrado”, una construcción religiosa románica fundada por el mundano Sisnando II, la que serviría, además, como muralla y parapeto ante las invasiones vikingas. Convenga decir, a modo de afirmación, que Sisnando es un obispo.
Ummmhhh... Habrá que contarse lo que no se quería. Sancho I de León, apodado “el gordo” era muy mal hadado a las artes militares. Era más bien de actividades protocolares y de encuentros sociales, amigo de la buena mesa y de los vinos mejores… de allí su apodo. Ese buen señor intentó hacerse del poder pleiteándoselo con su primo Ordoño III. El asunto es que no logró sacar ni su espada. La huida fue una buena forma para guardar la vida y esperar mejores tiempos. De hecho, su tiempo llegó a la muerte de Ordoño III y tomó las riendas del poder leonés, pero tan solo por un par de años entre el 956 y el 958. Los principales leoneses no lo querían… despreciaban su gordura y su falta de experticia política, así que, llegó un nuevo rey Ordoño IV. El obispo Sisnando conocía mejor el tablero geopolítico y puso todas sus fichas a favor del golpe de Estado. Don Sancho tuvo que huir por segunda vez.
Y una nueva aclaración se hace necesaria: Sisnando no es que odiara al rey Sancho Panza, perdón al buen Sancho, “el gordo”; es que simplemente, éste no se acomodaba en el juego político de la reconquista, de la permanente guerra sostenida contra los musulmanes y, la inquietud permanente de las invasiones vikingas que se realizaban cada cierto tiempo en las costas del norte y noreste de la península ibérica. Sisnando, conocedor de esos riesgos, con la autorización y, muy probablemente, con la subvención económica del rey Dn. Sancho amuralló y reforzó la ciudad de Compostela… Lamentablemente, las políticas expansionistas o de reconquista del rey Sancho no le fueron favorables y, prontamente, perdió todos los auxilios políticos, militares, sociales y… hasta religiosos. Nuestro personaje, sin embargo no midió el futuro. Su bola de cristal estuvo opaca: Ordoño IV, “el malo”, tampoco tuvo mucho tiempo para reinar. Murió en el 960 y, los historiadores convienen en reconocer que el apodo de “el malo” no viene de su mal genio o la irascibilidad de su carácter, si no que, deriva, dicen unos, de su flácido temperamento y, otros, de sus pésimas condiciones de salud. Don Sancho I volvió a reinar y, ahora tenía ánimos de vengarse y, es probable que, la promoción y valeduría de Sisnando de Iria a favor del rey muerto merecían un muy grave castigo para recordación de las venideras gentes leonesas.
Muerto Ordoño IV, el malo, regresa al poder Sancho I, el gordo, como ya dijimos. Y en esta vez, su reinado alcanzó el triple de tiempo que en la primera oportunidad. Eso no significa que lo quisieron mejor: él solo era dueño de la pelota, otros jugaban con las fichas de su ajedrez. Sisnando es encarcelado, pero tan pronto vea la muerte nuestro papujito rey, él recuperará la libertad y, agrupadas sus huestes y ataviado como un guerrero, con su camisola de cuero, su espada y su escudo de madera asaltó el palacio episcopal de Santiago de Campostela, sacó en pocas ropas al obispo Rosendo, lo montó –maniatado- en una mula y lo encaminó hacia el monasterio de Celanova. Otro chismociento de esos días, que afirma haber estado presente en la escena, dice que el obispo Rosendo, levantó las dos manos e hizo una cruz en el aire, mientras anunciaba: “Si con una espada me atacas, con una espada morirás”. Sus ojos echaban fuego y sus palabras eran brasas ardientes.
A otra cosa... Si desde el sur, los reinos cristianos tenían que cuidarse de las avanzadas musulmanas; desde el norte, el purísimo mar era la página en que se anotaba el riesgo de los bárbaros noruegos. Así, en la cuaresma de 968, cuando el obispo Sisnando se preparaba para las celebraciones de los sagrados misterios de la pasión de Cristo, fue alertado de que Gunderedo, rey vikingo, ingresaba con cien naves militares por las costas cantábricas. Nuestro secular obispo lo esperó en las cercanías del rio Louro y le hizo frente. Una flecha mandó a mejor vida a nuestro mitrado guerrero... Dicen los cronistas, que llevaba las de ganar, que Gunderedo ya iba en retirada... la muerte del estratega, sin embargo, hizo mella en el alma de sus vasallos y, desbandados éstos, las tierras de Santiago fueron noruegas por unos buenos meses.
Buenos días.
miércoles, 24 de abril de 2024
Muladí
Conviene decir que, en los inicios los años 710, los distintos grupos godos y francos esparcidos en la península peleaban entre sí, por el poder. Un tal Rodrigo, rey visigodo, discutía el poder con un tal Witiza y, éste pide ayuda a Musa ibn Nusair, militar musulmán. Éste, aprovechando la división interna de los visigodos, invade la península y, en nueve años, se apoderó de casi toda el área, excepto Asturias, que es la parte norte de la península. Hacía en 730, el estado musulmán de El Andalús, que así se le llamaba, alcanza su mayor extensión en la geografía hispana, pero no estaba exento de problemas. No solo era que, los conquistados se levantaban constantemente, sino que además, se conformaba por gentes, clasificadas desde distintos conceptos: religión, posición social, origen étnico, que posibilitan reconocer bereberes, sirios, árabes, moros, esclavos que pleiteaban entre sí por tener mejores posiciones en la repartición del poder…. Descansemos de Don Omar.
En el 899, por influencia de los mozárabes, Omar instala en su fortaleza a un obispo. Éste logra su conversión y toma el nombre de Samuel. Su afán, en realidad, era político: alcanzar el reconocimiento de su poder entre los cristianos y, por tanto, conseguir una alianza con los asturianos. Ésta proyección, lamentablemente le restó créditos en el mundo rebelde musulmán y, en poco tiempo su declive se hizo notorio. Muere en el 917 y le sucede su hijo, quien mantiene la fortaleza y hegemonía por diez años más. En el 928, Abdarramán III se presentó en Bobastro, se deshizo de las fortificaciones e incluso la mezquita y las iglesias, ordenando la exhumación del cuerpo de Omar y de su hijo Yafar. Tomó prisionera a su hija Argenta y cargó con ellos hacia Córdoba.
Hoy, como formas de olvidar se escriben autobiografías y se publicitan de tal forma que parecieran verdades absolutas. El arte se presta para esos propósitos. En estos días, por ejemplo, una película expone la biografía de una persona dedicada a la televisión, al entretenimiento. La película expone su vida, la semblanza que él quiere que la gente tenga de sí... Una especie de plantación de recuerdos y, para su lamento, ha conseguido lo contrario. La gente, convive con el protagonista, y se ha encargado de recordarle de modo distinto pasajes de su propia historia... Lo mismo para aquel otro, político, muerto por su propia mano, de quien sus seguidores también exponen su vida fílmica para enarbolar una historia que lo dulcifique.
La propuesta de Abdarramán III era llevar el cuerpo del difunto -también llevaba los de sus dos hijos, uno muerto recientemente- a Córdoba, la capital del emirato, para una ceremonia fúnebre conveniente al nombre del rebelde; empero el propósito era evitar el culto y cercanía del cadáver con sus posibles seguidores y leales. En Córdova, a contra de la promesa, y alegando que Omar al convertirse en Samuel había traicionado los deberes con la religión del profeta Mahoma, de modo cínico y haciendo alegoría a la deshonra que supone la muerte de cruz, desnudó las pocas carnes huesosas que quedaban, y las amarró en una cruz, para recordarles a todos, que en el Islam la traición religiosa se paga con el nombre y el honor. Dice el cronista "para amonestación de espectadores y satisfacción de los musulmanes". La idea, por contraproducente que parezca, era hacer olvidar de la memoria de los viandantes la existencia de un señor llamado Omar Ibn Hafsún, que cristianizado por su voluntad, tomó el nombre de Samuel de Babastro, el Pelayo de sur. Los suyos, preferían llamarle "el señor de la gran nariz".
miércoles, 17 de abril de 2024
Amantes
“Intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos buscaban sus pechos antes que las hojas de los libros”. Así empieza uno de los párrafos de la autobiografía de Abelardo. En ella, cuenta su vida y la versión personal de uno de los amores prohibidos y secretos mejor revelados de la historia. Hoy, pese a las prohibiciones de proximidad de antaño, el cuerpo del amante yace por los días que le restan a este mundo al lado de Eloisa, su amada, la hija de la abadesa de Fontevraud. ¿Dónde? En el cementerio de Peré Lachaise, en París. A estos días, más que un centro fúnebre es un centro de recreo. Cuarenta hectáreas de tumbas, arquitecturas fúnebres, árboles enormes anidados de pájaros cantores, reptiles y gatos cimarrones, lo convierten en atracción turística. Las tumbas de Abelardo y Eloísa, son destino de los contemporáneos corazones enamorados, en los que nuevos amantes, pública o de modo furtivo, regeneran arquetípicas formas de juramento del amar inacabable.
El muchacho
la conoció mocita. Y ella era, digamos, conocida. Era la sobrina de un canónigo
de la Catedral de Nuestra Señora de Paris. En realidad, para aquellos primeros
tiempos del S. XII, que una mujer supiese leer y escribir era noticia; más
todavía, si su entendimiento se recreaba en lenguas extrañas, dígase griego,
latín clásico y hebreo. Su alma exponía devoción fiel a las letras y las filosofías y
sus manos procreaban algunas canciones en instrumentos musicales. Su poesía…
era inspiración para el filósofo Abelardo. Con tan brillosos pergaminos, la noticia
se resalta a doble luz. La muchacha desayunaba letras, al medio día conversaba
con Tertuliano, con Cicerón, con Séneca…
Afirman los que por esos días vagabundeaban en París, que bien podía dar
clases de cualquiera de las materias correspondientes a las artes liberales del
Trivium. Lastimosamente, la humanidad no ha heredado sus canciones, pero el
solo hecho de su renuncia al matrimonio en favor de la erudición nos da cuenta
de su valía emocional. Decíamos, que Abelardo la conoció muy jovencísima y,
tendenciosamente –provocado por su sapiencia- la enamora y la hace suya.
Piénsese en la forma de las más carnales posibles y, con ello, el amor libre
proclamado por la joven resaltaba la amistad de los amantes, a que las
obligaciones de los esposos.
El hombre –que
le sobrepasaba en 22 años- luego de azarosa vida, tan pronto se vio liberado de
la corporeidad mortal cuando ya le pesaban algo más de sesenta años y, con
tantos enemigos religiosos de por medio, su cuerpo fue depositado en el
convento del Paráclito. Éste fue fundado por el mismo Abelardo hacia el 1120,
cuando contaba con 41 años aproximadamente. En realidad, lo funda como una
especie de escuela en la que instruía a sus propios discípulos respecto de
temas de lógica y filosofía. Desde allí se enfrentó a otros profesores, como el
muy afamado Bernardo de Claraval, el célebre autor de la frase “Hay quienes buscan el conocimiento por el
conocimiento mismo, eso es curiosidad; pero aquellos que lo buscan para el
reconocimiento público no dejan de ser simples vanidosos. Aquel que pone su
conocimiento al servicio de los demás, ese es el hombre ideal”. Bernardo en
sus puyas intelectuales con nuestro afamado amante, le acusó, algunos años
después, de herejía. Así, Abelardo se ve obligado de abandonar la Abadía del
Paráclito y, en su lugar dejó a Eloísa y fundan, en ese mismo espacio, la
primera rama monástica benedictina propia de mujeres, con el objetivo
fundamental de propiciar el conocimiento filosófico y la música vocal culta
entre sus consagradas.
Decía antes,
que Eloísa renunció al matrimonio en preferencia del amor libre. Lo hizo solo
en parte. “No hay pecado en la lujuria, si ésta es hija del amor” cantaba.
Sin embargo, la muchacha se guardó para sí una pequeña dosis de toxicidad… Y eso
que en esos tiempos no había wasap. Allí les va su propia confesión: “Hace buen tiempo que la casualidad me trajo una carta que a un amigo
tuyo encaminabas. Luego que reconocí tu letra, la abrí, disculpando mi
satisfacción el exclusivo derecho que en mi lisonja creo tener a cuanto a ti
pertenece o de ti sale”. Promotora del amor libre, pero con vocación de inspectora de cartas. Retomemos… Abelardo y Eloísa se casaron a exigencia del tío
Fulberto, el canónigo protector de la muchacha… Se casaron, valga decir, con
anuencia de Abelardo y un respingado “si así lo quieres” de Eloísa. Fue un
matrimonio a escondidas y no viene a cuento contar porqué. Aunque quizá si… La
Eloísa le había adelantado prenda a Abelardo y como producto de esos
yacimientos había nacido Astrolabio, un bebé que fue cuidado por su tía
Denisse, hermana del filósofo y, que más tarde también se haría religioso como
lo fueron sus padres y sus abuelos. Sin embargo, parece que la celebración no
satisfizo suficientemente al Dn. Fulberto que, un tiempito después, valiéndose
de las manos de cuatro canallas, mandó a que se metieran en los aposentos de
los matrimoniados y le malograran, a punta de navaja, la masculinidad del buen
Abelardo… Astrolabio se vio condenado a no tener hermanos y, los amantes a
realizar vidas separadas: Eloísa hizo voto en el monasterio de Argenteuil,
mientras que Abelardo se escondió en la abadía de San Denisse.
Cuentan,
con tufillo de historicidad, que el Abelardo era tan buen polemista que, tuvo
varias acusaciones de herejía y, por tal obligado a defenderse y/o a sujetarse
a sanciones como la prohibición de enseñar y/o realizar retractaciones. La
escasa producción intelectual conocida se debe a que también se le obligó a
quemar sus propios libros, con el extendido mandato de que quienes pudieran
tener copias de los mismos también los destinen a la hoguera, bajo amenaza de
acusación similar. Habrá que reconocer que algunos de sus discípulos le
hicieron quite a la prohibición y, a este tiempo lo poco que se conoce es
gracias a ellos. En los últimos tiempos de su vida, se dedicó a la penitencia y
al silencio en el monasterio de San Marcelo, bajo la mirada atenta de la abadía
de Cluny. A su muerte, su esposa Eloisa, la abadesa de El Paraclito, recibió y
dio sepultura al consabido amante en la capilla del lugar. Unos años más tarde,
ella –a su propia petición- hizo que sus restos sean enterrados junto a Pedro Abelardo,
el más romántico de los filósofos medievales. Un par de esculturas de cuerpos
yacientes, con las manos juntas y de factura medieval, representan a los que se
esconden al interior de las tumbas.
En su
segunda carta, el afamado le decía a ella: “Eloisa,
te amo más que nunca, y voy a descubrirte mi corazón. He ocultado mi pasión después
de mi retiro. Al mundo por vanidad y a ti, por compasión. Te quería curar con
mi fingida indiferencia y excusarte las crueles amarguras de un amor sin
esperanza”. Ella en cambio, no disimuló las inquinas del amor: “Si, Abelardo. Cien veces y otras tantas. Oh
Abelardo, ¡mi bien! Pero ¿Qué digo? ¿Y en esta soledad tan tierno nombre, me
atrevo a pronunciar y aún a escribirlo? Perdona Dios benigno. A tus altares
inmenso Dios, me postro y sacrifico. Tu ley, tu ley terrible me prohíbe escribir
al esposo más querido”.
El monasterio
del Paráclito albergó a religiosas hasta finales del siglo XVII. En la
actualidad es de propiedad de la familia
Walckenaer, quienes intentan preservar las piezas arquitectónicas que las
guerras y las inclemencias temporales han permitido subsistir. Algunas de sus
salas son usadas como museos temporales en los que se rememora el amor de
Abelardo y Eloísa. La privacidad del monumento, solo permite visitas los días 21
de abril y 16 de mayo de cada año. Probablemente, el traslado de la propiedad
sea la causa del traslado de las tumbas al cementerio de Peré Lachaise, como señalamos al inicio.
Ya está… Si alguien está interesado en visitar las
dichosas tumbas y leer la oración fúnebre de Eloísa en favor del buen Abelardo,
me avisa y armamos el viaje.
Miedo
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