Un sombrero negro, tipo fedora, le cubría las canas. Se había acostumbrado a llevarlo consigo, salvo que la ocasión ameritase una prenda distinta... O ninguna. Un hombre le invitó a pagar con sencillo y a que, por favor, avance entre los demás pasajeros. La ruta paseaba por toda la avenida Grau.
Desde hacía unas semanas, quizá seis, se le había dado por dejar crecer la barba... Avejentada. La media centuria dejaba huellas blancas. Sus pies se acomodaron frente a la primera fila de asientos, mientras con su mano izquierda se cogía del estribo superior que corre a lo largo de todo el vehículo.
A un lado, desde su hombro caía un bolso tipo morral en el que guardaba una libreta, un lapicero y su computadora personal. Era uno de esos clasicos que venden en Catacaos. Una adolescente, sentada en esas butacas de colores para las personas de derecho preferente, le miró -quizá con condescendencia- y con una voz amable le ofreció "señor, ¿quiere Ud. sentarse?"
La parada no estaba lejos, pero este momento, un día tenía que llegar... Y llegó. Y le sonreí amablemente... A la oferente y al minuto mismo en que ocurrió.
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