El siglo X de la España medieval es un marisma de formas políticas… reinos, condados, comarcas, merindades, taifas, honores, villas, etc., eran algunos de los nombres que, la verdad, ofrecen "mareos de cabeza". Y allí se jugaban las mejores formas de vasallaje. Cada señor feudal miraba por sus intereses militares, económicos y… espirituales. El mapa político se modificaba año a año... ¡Qué digo…! ¡los cambios se podían ver cada seis meses! La temporada primavera-verano no era una de modas, como en nuestros días, eran tiempos de enfrentamientos, saqueos, reubicaciones de poblados… eran espacios para nuevas viudedades y de huérfanos con que llenar las calles de mendigos; tiempo adecuado para reactivar las tareas de los panteoneros y de nuevas fidelidades políticas y de juegos diplomáticos aditamentados con fuertes dosis de espionajes.
El apodo de “mundano” para Sisnando II, no es nuestro. A contrario, ya lo llevaba consigo en los días en que jugaba su partidito en medio de la creación del buen dios. Un cronista de sus días, decía de él: “nimium secularis et potens era”, que en español, precisa: “Era poderoso y demasiado terrenal”, que en el idioma de nuestro cada día supone: “era muy, pero muy político a que allegado a las liturgias y protocolos religiosos”. Y no se me entienda mal ni tampoco piénsese lo peor de él: el poder religioso, en esos días, -ahora también- era parte del binomio conformado con el poder político: reyes, condes y duques tenían capacidad jurídica para nombrar a clérigos y demases y éstos -a su vez- sucedían el puesto eclesiástico a algún sobrino –hogaño, saltan las diferencias-.... Si a estos días haces la ruta de Santiago de Compostela hay una parada particular: el “Monasterio de Santa María de Sobrado”, una construcción religiosa románica fundada por el mundano Sisnando II, la que serviría, además, como muralla y parapeto ante las invasiones vikingas. Convenga decir, a modo de afirmación, que Sisnando es un obispo.
Ummmhhh... Habrá que contarse lo que no se quería. Sancho I de León, apodado “el gordo” era muy mal hadado a las artes militares. Era más bien de actividades protocolares y de encuentros sociales, amigo de la buena mesa y de los vinos mejores… de allí su apodo. Ese buen señor intentó hacerse del poder pleiteándoselo con su primo Ordoño III. El asunto es que no logró sacar ni su espada. La huida fue una buena forma para guardar la vida y esperar mejores tiempos. De hecho, su tiempo llegó a la muerte de Ordoño III y tomó las riendas del poder leonés, pero tan solo por un par de años entre el 956 y el 958. Los principales leoneses no lo querían… despreciaban su gordura y su falta de experticia política, así que, llegó un nuevo rey Ordoño IV. El obispo Sisnando conocía mejor el tablero geopolítico y puso todas sus fichas a favor del golpe de Estado. Don Sancho tuvo que huir por segunda vez.
Y una nueva aclaración se hace necesaria: Sisnando no es que odiara al rey Sancho Panza, perdón al buen Sancho, “el gordo”; es que simplemente, éste no se acomodaba en el juego político de la reconquista, de la permanente guerra sostenida contra los musulmanes y, la inquietud permanente de las invasiones vikingas que se realizaban cada cierto tiempo en las costas del norte y noreste de la península ibérica. Sisnando, conocedor de esos riesgos, con la autorización y, muy probablemente, con la subvención económica del rey Dn. Sancho amuralló y reforzó la ciudad de Compostela… Lamentablemente, las políticas expansionistas o de reconquista del rey Sancho no le fueron favorables y, prontamente, perdió todos los auxilios políticos, militares, sociales y… hasta religiosos. Nuestro personaje, sin embargo no midió el futuro. Su bola de cristal estuvo opaca: Ordoño IV, “el malo”, tampoco tuvo mucho tiempo para reinar. Murió en el 960 y, los historiadores convienen en reconocer que el apodo de “el malo” no viene de su mal genio o la irascibilidad de su carácter, si no que, deriva, dicen unos, de su flácido temperamento y, otros, de sus pésimas condiciones de salud. Don Sancho I volvió a reinar y, ahora tenía ánimos de vengarse y, es probable que, la promoción y valeduría de Sisnando de Iria a favor del rey muerto merecían un muy grave castigo para recordación de las venideras gentes leonesas.
Muerto Ordoño IV, el malo, regresa al poder Sancho I, el gordo, como ya dijimos. Y en esta vez, su reinado alcanzó el triple de tiempo que en la primera oportunidad. Eso no significa que lo quisieron mejor: él solo era dueño de la pelota, otros jugaban con las fichas de su ajedrez. Sisnando es encarcelado, pero tan pronto vea la muerte nuestro papujito rey, él recuperará la libertad y, agrupadas sus huestes y ataviado como un guerrero, con su camisola de cuero, su espada y su escudo de madera asaltó el palacio episcopal de Santiago de Campostela, sacó en pocas ropas al obispo Rosendo, lo montó –maniatado- en una mula y lo encaminó hacia el monasterio de Celanova. Otro chismociento de esos días, que afirma haber estado presente en la escena, dice que el obispo Rosendo, levantó las dos manos e hizo una cruz en el aire, mientras anunciaba: “Si con una espada me atacas, con una espada morirás”. Sus ojos echaban fuego y sus palabras eran brasas ardientes.
A otra cosa... Si desde el sur, los reinos cristianos tenían que cuidarse de las avanzadas musulmanas; desde el norte, el purísimo mar era la página en que se anotaba el riesgo de los bárbaros noruegos. Así, en la cuaresma de 968, cuando el obispo Sisnando se preparaba para las celebraciones de los sagrados misterios de la pasión de Cristo, fue alertado de que Gunderedo, rey vikingo, ingresaba con cien naves militares por las costas cantábricas. Nuestro secular obispo lo esperó en las cercanías del rio Louro y le hizo frente. Una flecha mandó a mejor vida a nuestro mitrado guerrero... Dicen los cronistas, que llevaba las de ganar, que Gunderedo ya iba en retirada... la muerte del estratega, sin embargo, hizo mella en el alma de sus vasallos y, desbandados éstos, las tierras de Santiago fueron noruegas por unos buenos meses.
Buenos días.
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