Era lunes. Quizá las seis y media o siete de la mañana. Y las primeras ganas de ir al baño son de muy difícil disimulo. En diagonal al Eppo había un pequeño restaurante "Mi Juanita". Aún conserva el nombre y está allí, en el mismo lugar. Quiso aparcar allí sus fluidos, pero no. Estaba cerrado. En la otra diagonal había un edificio en construcción. El muro de calaminas dejaban notar que ya faltaba poco para terminar la construcción. Un vigilante miraba desde una esquina... "Señor, me orino", dijo con toda la vergüenza del mundo, a modo de pedir permiso o de disculpas por lo que no dejó de hacer... El alivio de su vejiga era también la del reproche del vigía, pero ¿que importaba ya...? Al edificio le faltaba poco, aunque que no parecía que quisieran terminarlo. Allí funciona, ahora, la SUNAT.
A su vuelta, la mujer esperaba en la puerta del "Mi Juanita". Tomaron desayuno: un jugo de papaya para cada quien con un sanguche de quien sabe qué... Quizá de huevo o de palta. Sus recuerdos no llegan a tanto. Recibió los últimos consejos que pudiera recibir: "Obedece... El que obedece no deja espacio para el reproche". Luego de un rato -que no fue tanto- tomaron un taxi ¿Conoce la Avenida Chirichigno? ¿La cuadra 4? Es probable que el taxista dijera que si.
Después de unos minutos, se apeaban al frente de un edificio de dos pisos, largo, semejante a un gran colegio. Un par de palmeras de dátiles adornaban su pórtico, rematado en arco de medio punto. Un pórtico de doble hoja. La mujer tocó el timbre. Un hombre, quizá de 30 años abrió la puerta y sonriente dijo ¿Y tu quién eres? ¿De donde vienes? Pasamos a la sala y allí nos despedimos. Le dió abrazo, interminable... Es probable que la mujer se fuese llorando y él... ¿Él? Se esforzó para no hacerlo. El miedo era más... Aunque quizá era de miedo que quería llorar.
Han pasado casi 35 años. Era el verano de 1990.
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