miércoles, 24 de abril de 2024

Muladí

¿Recuerdan algún caso de damnatio memoriae? Ummmh… Hemos contado historias relacionadas con esa institución política.  La “damnatio memoriae” o –en español—“condena de la memoria” supone un acto o varias actuaciones destinadas a conseguir que la colectividad olvide a un personaje específico de la historia. Si la expresión original está en latín, entonces, conviene pensar que la institución es propia del derecho romano. La verdad, no sé si es un invento romano, pero sí que la utilizaron y con harta frecuencia y nosotros la hemos heredado.

Don Omar, descendiente de Hafsún, está casi olvidado y hay quienes lo recuerdan por el castigo post mortem, recibido para ejemplo y remedio de conductas de otros. Omar nació hacia el año 850 en territorios hispánicos; en lo que era y actualmente es Málaga, en un pequeño espacio denominado Parauta. Si la pequeña localidad sigue existiendo… pregúntenle a “San Google”. El asunto es que nació allí, en ese espacio que se llama, en el sol de hoy, España. En aquellos días la península ibérica era un sancochado de reinos y de gobernanzas, de obediencias y de rebeldías. Por allí anduvo Omar. Y dicen de él, en estos días, unos, que es un héroe, con el agregado de que defendió a la religión católica; otros, que era un forajido, un guerrillero, un asaltante de caminos. Un tercer grupo, afirma que nadie se acordaría de él si no fuera por lo que le “sucedió” a diez años de su muerte. Para el caso… el epíteto lo pone el lector.

Ahora mismo, nuestros políticos utilizan la damnatio memoriae con dolo o con ignorancia deliberada. Para muestra: el alcalde de estreno –con un par de meses en el cargo- inaugura una obra que se inició en la gestión anterior, se pega un discurseo a favor de su trabajo sin siquiera mencionar al alcalde que gestionó y ejecutó la obra aunque no pudo concluirla. La placa conmemorativa de seguro olvidará decir el nombre del edil anterior. Es una asolapada forma de negar la importancia del funcionario antecesor, de borrarlo de la memoria de la sociedad.

Conviene decir que, en los inicios los años 710, los distintos grupos godos y francos esparcidos en la península peleaban entre sí, por el poder. Un tal Rodrigo, rey visigodo, discutía el poder con un tal Witiza y, éste pide ayuda a Musa ibn Nusair, militar musulmán. Éste, aprovechando la división interna de los visigodos, invade la península y, en nueve años, se apoderó de casi toda el área, excepto Asturias, que es la parte norte de la península. Hacía en 730, el estado musulmán de El Andalús, que así se le llamaba, alcanza su mayor extensión en la geografía hispana, pero no estaba exento de problemas. No solo era que, los conquistados se levantaban constantemente, sino que además, se conformaba por gentes, clasificadas desde distintos conceptos: religión, posición social, origen étnico, que posibilitan reconocer bereberes, sirios, árabes, moros, esclavos que pleiteaban entre sí por tener mejores posiciones en la repartición del poder…. Descansemos de Don Omar.

El olvido político es una deliberada intención de olvidar... Los adultos la intentamos por distintas razones y de diferentes formas: la enamorada le ha terminado la relación a un joven y, éste para olvidarla no tiene mejor idea que romper la foto que solía llevar en su billetera, el pueblo advierte que su alcalde ha sido un corrupto de gran calaña y decide romper los vidrios de la municipalidad, hasta le mete fuego, la asociación de padres de familia es estafada y  prefiere dar por perdidos los libros generando uno nuevo con nuevas cuentas… Hacemos cosas con el ánimo de olvidar. Y, dicen los especialistas en psicología del testimonio que si es posible… De por allí viene eso de que “un clavo saca a otro clavo”.

Los antecedentes familiares de Omar nos conducen a una vieja y acomodada familia de origen hispano-godo que, a la llegada de los musulmanes se convirtió –posiblemente para no perder su posición social- a la religión de Alá, lo que permite ubicar a nuestro protagonista como un “muladí”, nombre que se le da a aquellos cristianos que se convierte al islam. Los mozárabes, en cambio, eran aquellos hispano-godos que mantienen la religión cristiana pero que se aculturan entre los musulmanes. Joven todavía, al estilo Robin Hood, mata a un berebere, pastor de los ganados de su abuelo, porque lo encontró robándole algunas de las cabezas de ganado. Perseguido por la justicia, se hace cimarrón y, se establece en las ruinas de un antiguo castillo abandonado: Bobastro. Prontamente y, sin mucha necesidad de ayuda, se aseguró con varios mozárabes, muladíes, cristianos, bereberes, esclavos… todos, descontentos con la clase dominante. Sus huestes se mantuvieron rebeldes por casi 40 años, sin que los emires cordobeses pudieran alcanzarlo. Es más, sus milicias eran de tan grave valentía que el emirato de Córdoba lo reconoció como gobernador de Málaga y Granada.

Hay fórmulas de olvido muy específicas. Nerón, por ejemplo fue un emperador odiado y querido. El senado y las clases altas celebraron su muerte. De hecho se habla de una conspiración para su muerte y hasta de sobornos a la guardia personal. Los esclavos, la plebe y quienes vivían a expensas del arte y de los juegos, lamentaron su ausencia. De hecho, tanta era su popularidad, que como en nuestros días se dice respecto de un ex presidente muerto, en los tiempos de aquel aparecieron en las lejanías del imperio, historias de que el hombre estaba vivo, incluso, personas -aprovechando su parecido- se presentaban en los teatros o en los juegos para fingir que eran el fenecido emperador. Bueno… El asunto es que, a su muerte por disposición del Senado se ordenó el arrancamiento de su nombre de aquellas obras públicas que él hubiera conseguido y, los emperadores sucesivos, desde esa autorización, mandaron que en las estatuas publicas que llevaban la representación de su rostro, esa parte de la escultura sea cambiada por otra que sea más aparente con los rasgos faciales del gobernante de turno. Su tumba, la de Nerón, motivó otras leyendas. Tengo pendiente, algunas historias sobre el particular.

En el 899, por influencia de los mozárabes, Omar instala en su fortaleza a un obispo. Éste logra su conversión y toma el nombre de Samuel. Su afán, en realidad, era político: alcanzar el reconocimiento de su poder entre los cristianos y, por tanto, conseguir una alianza con los asturianos. Ésta proyección, lamentablemente le restó créditos en el mundo rebelde musulmán y, en poco tiempo su declive se hizo notorio. Muere en el 917 y le sucede su hijo, quien mantiene la fortaleza y hegemonía por diez años más. En el 928, Abdarramán III se presentó en Bobastro, se deshizo de las fortificaciones e incluso la mezquita y las iglesias, ordenando la exhumación del cuerpo de Omar y de su hijo Yafar. Tomó prisionera a su hija Argenta y cargó con ellos hacia Córdoba.

Hoy, como formas de olvidar se escriben autobiografías y se publicitan de tal forma que parecieran verdades absolutas. El arte se presta para esos propósitos. En estos días, por ejemplo, una película expone la biografía de una persona dedicada a la televisión, al entretenimiento. La película expone su vida, la semblanza que él quiere que la gente tenga de sí... Una especie de plantación de recuerdos y, para su lamento, ha conseguido lo contrario. La gente, convive con el protagonista, y se ha encargado de recordarle de modo distinto pasajes de su propia historia... Lo mismo para aquel otro, político, muerto por su propia mano, de quien sus seguidores también exponen su vida fílmica para enarbolar una historia que lo dulcifique. 

La propuesta de Abdarramán III era llevar el cuerpo del difunto -también llevaba los de sus dos hijos, uno muerto recientemente- a Córdoba, la capital del emirato, para una ceremonia fúnebre conveniente al nombre del rebelde; empero el propósito era evitar el culto y cercanía del cadáver con sus posibles seguidores y leales. En Córdova, a contra de la promesa, y alegando que Omar al convertirse en Samuel había traicionado los deberes con la religión del profeta Mahoma, de modo cínico y haciendo alegoría a la deshonra que supone la muerte de cruz, desnudó las pocas carnes huesosas que quedaban, y las amarró en una cruz, para recordarles a todos, que en el Islam la traición religiosa se paga con el nombre y el honor. Dice el cronista "para amonestación de espectadores y satisfacción de los musulmanes". La idea, por contraproducente que parezca, era hacer olvidar de la memoria de los viandantes la existencia de un señor llamado Omar Ibn Hafsún, que cristianizado por su voluntad, tomó el nombre de Samuel de Babastro, el Pelayo de sur. Los suyos, preferían llamarle "el señor de la gran nariz".

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