sábado, 18 de julio de 2015

RÓDOPE

¿Has escuchado en tus tiempos infantiles la historia de Ródope? ¿Que no…? ¿Estás seguro? Por el contrario yo puedo apostarte que se la contaste a tus hijos. La oíste de tus padres y ahora, aquellos se la cuentan a tus nietos. Si… Es una historia de cuentos de hadas, de memorias de chiquititud.  Es la historia de… Bueno, Ródope  es el nombre verdadero de la heroína.

Cuenta el historiador griego Herodoto que, la muchacha era una esclava de un tal Jadmon de Samos y, de la que, por su belleza, otro hombre compró su libertad cuando su primer propietario andaba por tierras egipcias y aprovechándose de la belleza de su esclava la dedicaba a la prostitución en medio de las altas clases sociales. Caraxes, hijo de Escamandrónimo y hermano de la poetisa Safo, la compró por muy alto precio y le permitió la libertad. Aquella –libre de costumbres y poco entrenada a otras tareas- se dedicó a aquellos menesteres que en sus días previos le permitía a su dueño buenas cantidades de dinero. Ahora el dinero era para ella misma. Su belleza y sus libertinos usos corporales le garantizaron buenos caudales.

En la versión egipcia de la historia, la tal Ródope era una esclava, al igual que otras, las que aprovechándose de su número, obligaban a aquella a realizar mayores trabajos con el ánimo de castigarla por su beldad. Un día de tantos, cuando se hallaba en el río Nilo, mientras que lavaba ropas, uno de sus zapatos, que eran muy pequeños, fue robado por un halcón de caza de propiedad del faraón Amosis I. El ave de rapiña dejó caer el zapatito muy cerca de su amo y esté interpretó el asunto como un mensaje de Horus que le pedía ubique a su propietaria para desposarla. El zapato, aun cuando era de muy poca calidad, era gracioso, diminuto y consideró la autoridad que pocas mujeres podría tener tan delicado pie.

Dicen los faranduleros de aquellos días, los cronistas faraónicos y hasta los menos entendidos en menesteres cortesanos que, el gran fulano –embelesado con la prenda- recorrió en la barcaza real el largo y ancho de rio sagrado. Ubicó a algunas mujeres esclavas y compañeras de la dueña que lo reconocieron al instante e intentando ser sus dueñas no pudieran comprobarlo por los uñeros, callos y demás abscesos pedios. La dueña de aquel zapatito, por temor a sus compañeras, se escondió entre los juncos de la ribera pluvial pero fue descubierta. El faraón, advirtió el miedo de su rostro, por lo que, casi inadvertidamente quitó su neme de la cabeza, esa especie de tocado mitral que le acompañaba en las ocasiones especiales, levantó un poco el shendyt –la falda larga que cubría sus piernas y las cicatrices de la guerra- puso sus pies sobre la arena mojada del rio y, mandó a traer a la mujer que se escondía entre la vegetación natural.  No se equivocó en su obsesión: Era una mujer muy hermosa, distinta a las demás, el rosáceo de sus mejillas era equivalente al sonido de su nombre. Quedó encantado de su humildad y, la llevó consigo. El dueño de la esclava no pidió nada a cambio. Le satisfacía que una de sus siervas se convirtiera en esclava real. El hombre, en realidad la desposó y, su actuación como esposa real motivó la construcción de la Pirámide de Micerinos; tal como nos lo cuenta Plinio el Viejo (y también Claudio Eliano). Herodoto niega expresamente esa  historia.  

Como podemos advertir, tenemos dos versiones distintas, cada cual de cada distinguido historiador. El primero griego y contemporáneo de Pericles; el segundo romano y militar de Vespasiano. Entre uno y otro hay,  cuando menos, cuatrocientos años de diferencia y, lo más probable es que ninguno diga la verdad sin pretensión de ocultarla. Pues miremos más allá: En la historia de los fetiches sexuales… Si. En ésta… en la historia de los gustos sexuales de las personas,  se reconoce que la podolatría es el placer erótico de algunos hombres por los pies chiquititos de las damas, y que tiene su origen en la leyenda del zapatito perdido, aunque esta vez, proveniente de lejanas tierras como la China. Cuentan los curiosos que, todo empezó cuando nació la emperatriz Taki, pues los médicos advirtieron una malformación podálica que no puedo ser salvada. Su padre preocupado por ella misma y por su futuro, tomó por costumbre deformar los pies de la servidumbre femenina, motivando, con vendajes, la reducción de su crecimiento, circunstancia tortuosa que a muchos varones les causó gracia en lo logrado, dado que podía encontrar mujeres de pies muy menuditos, generando así una corriente de moda en la que, la mujer era más agraciada cuanto más pequeño fuera su pie. Los museos muestran que estos zapatitos de dama llegaban medir solo hasta quince centímetros. Ese gusto social prontamente llegó a Europa a modo de leyenda, y las versiones de La Cenicienta de Giambaptista Basile (1575-1632), Charles Perrault (1628-1703) y de los hermanos Grimm (1785-1863) no serían otra cosa que propaganda de una moda femenina que se metía por entre la literatura en los espacios cortesanos, aristocráticos y de los grandes mercaderes europeos de aquellos días. 

Ahora pues… cuando cantamos ese verso muy peruano que reza “Donde se duerme tus ojos chinitos, cariño bonito por donde andarás, siento que vienen tus pies chiquititos, cariño bonito cuando volverás” ¿le cantamos a alguna Cenicienta de nuestra vida? ¿o es que la emperatriz Taki anduvo por estas tierras? ¿Quizá el autor conoció a una Ródope encantada? Esta noche podrás contar nuevamente el cuento y poner algunos nombres que la historia recoge.


Que siga la jarana dominguera.

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