Miraba hacia el techo. Miraba entre las ondas del eternit la respuesta a la
pregunta formulada por el Rubio: “¿Cuáles son los restos humanos más antiguos
del Perú?” Una breve pausa… “Lo hemos estudiado antes de ayer”, anunció
en forma de amenaza. En la pizarra verde, aun se podía advertir los rezagos de
lo que pretendía ser una cueva, con la que se había ilustrado la lección. Claro
él no dibujaba nada, salvo las letras del abecedario que se conjugaban entre sí
y de varios colores para resaltar las ideas principales, que se anotaban
débilmente en el cemento verde de una de las paredes del salón… Los otros
párvulos miraban temerosos ante el riesgo de ser llamados para cualquier
pregunta que pudiera ocurrírsele al profe.
Al inicio del año, además, de alguna de las tablas de multiplicar que se
anotaba en uno de los extremos, se dibujaba sobre líneas horizontales un
utópico horario que nunca se cumplía. Se anunciaba las horas de matemáticas,
lenguaje, ciencias sociales, ciencias naturales, religión y educación
física. Nunca se cumplía. El profe hacía clases según sus particulares
evaluaciones. Si tenía problemas con los números prefería insistir con éstos a
costa de sacrificar las ciencias sociales o la religión y, si se trataba de
reforzar el uso de las mayúsculas, la aplicación de las tildes y la distinción
entre la coma y el punto y coma, la hora de religión pagaba pato… El bullicio
solo tenía carta libre en la hora de educación física de los viernes… Unos 10 o
15 minutos de ejercicios contra el resto de tiempo detrás de una pelota o
evitándola si se trataba de impedir un gol del equipo contrario… pero ese día
no hubo pelota, ni shorts, ni nada… hubo palos…
¿Cómo se llamó el enviado por el ejército chileno para entrevistarse con
Francisco Bolognesi en el morro de Arica? Juana La Loca, que así le llamábamos
al más inquieto de todos, miraba con miedo la mano del profe que se apoyaba en
el borde de relieve inferior de la pizarra…. Si allí donde se acomodan las
tizas y la mota… también. “Ya…-como ofreciendo una fácil oportunidad-
dime el nombre de un héroe de la batalla de Arica”, retrucó el profesor al
temeroso silencio del alumno… “¿Grau?” Dijo con temor. El profe abrió sus ojos
achinados y con el puño hizo un gesto de amenaza y casi con impaciencia le
dijo: “párate en la esquina. Coge tu cuaderno y repasa”. Miró su registro, leyó
los nombres y miraba notas. Volvió con un nombre y, el chiquillo avanzaba
lentamente desde los últimos asientos del salón para pararse frente a la
pizarra. El profe de espaldas a todos y mientras escribía una ecuación, le dijo
“hallar el valor de x. Fácil”. Le entregó la tiza al chiquillo, mientras
este miraba el ejercicio plasmado… No había mucho, pero lo poco, parecía
difícil…. “rápido”, remató. Volvió a su registro y llamó al siguiente
candidato… mientras levantando la mano de presente, el profe sin mirarlo le
preguntó “¿La Covadonga era un navío peruano o chileno?” Un breve bullicio
entre los preguntados anunciaban que la respuesta era “facilita”… “Silencio….
Ya viene su turno, Olivos”.
Así, esa tarde preguntó desde los estados de la materia, los modos de
reproducción de los peces, el ciclo del agua, las parábolas de Jesús, ejemplos
de palabras esdrújulas, la diferencia entre el verbo y el sustantivo, la
función de los artículos y hasta de qué color era el caballo blanco de Alfonso
Ugarte… Hubo tiempo para preguntar quién fue la esposa de Túpac Amaru y donde
se hallaban las ruinas de Sacsayhuamán, enunciar la frase completa de San
Martín cuando proclamaba la independencia y los motivos que originaron los
colores de nuestra bandera. Hubo pocas respuestas acertadas, y el grupito de
los parados, con sus cuadernos de borrador en mano, repasaban en la esquina
próxima a la puerta… El hombre estaba colorado de ira, de rabia, de
impotencia contenida bajo sus resaltadas venas de la garganta… Gritoneaba a
cada quien. Elogiaba a los que respondían y los mandaba a sus respectivos
asientos… “Ya ven… este muchacho todo es azul…” decía mientras se traquilizaba
brevemente. “Y con Uds. ¿qué hago con Uds?”, dijo mientras nos miraba.
Alguno se atrevió, valientemente, a decir: “pa mañana profesor”. Volvió su
rostro: “Queeee…. Para hoy lo que es de hoy. Han tenido buen rato para repasar.
Dejen sus cuadernos en el suelo”.
Fue llamando uno a uno… El primero de todos pudo saber lo que era la
paciencia y también aprender que los conceptos, aun a fuerza, entran. Aún no
olvida que, el hombre de Lauricocha representa una de las más antiguas formas
de socialización humana en nuestro suelo patrio. No fue fácil, antes de ésta
hubo otras preguntas que la adornaron referidas a las pinturas rupestres de
Toquepala y los restos humanos hallados en cuevas de la sierra sureña. El
hombre, cogió un paralelepípedo de madera que se acomodaba junto a las tizas de
la pizarra y enrojeció nuestras palmas de las manos: fueron cuatro tabletazos,
que nos hicieron recordar que lo que Ricardo Palma contaba en una de sus tantas
tradiciones no requería de un Chávez de la Rosa, sino de un profe enfundado
detrás de unos lentes gruesos, mostrando en el antebrazo un águila con las
extendidas, que parecía volar mientras dejaba caer desde lo más alto en las
enrojecidas manos de sus pupilos y con la mayor fuerza posible, ese madero que
apodábamos “La Calavera”. Una camisa manga larga, arremangada para “la
facilidad”, unos pantalones acampanados imponían autoridad y, enmendaba con
violencia, en los pequeños las anomalías que de grandes pudieran ser muy
difíciles de enmendar.
Su rojez cada vez era mayor… no podía ser mayor. Uno que otro respondió
alguna pregunta y se libró buenamente de La Calavera. Chavaná pegó su alaridos
como otras tantas veces, Juana La Loca brincó de un extremo a otro, Guerrerito,
como buen estoico, bufó su dolor y miró con rabia amenazadora al profesor… Un
“¿quieres más?” lo volvía a su realidad… Esa tarde, nuestras manos fueron
testigos adoloridos de un duro aprendizaje.
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