sábado, 18 de julio de 2015

Preso

Apenas unos rayos de luna atravesaban la floresta del macupillo. Era el escondite perfecto y, perfecta eternidad era los diez minutos primeros de las diez de la noche, en que ambos se encontraban. El macupillo era el escondite de los hijos de ella, de los hijos y de los amiguitos de sus hijos. Entre sus ramas había baldes, tapas de ollas, carritos de madera y otras chucherías infantiles… Ese mundo se apagaba a las cinco de la tarde. Los niños volvían a sus casas a las tareas domésticas y escolares. Florecía nuevamente, cada miércoles después de la  hora 22, en medio de la obscuridad, por a través del cri-cri de los grillos y del chirrido de otros insectos nocturnos… Estos no existían en la hora de los amantes.

“Abrázame apasionadamente con tus brazos fuertes” le dijo la mujer a su mudo acompañante. El hombre, casi de rodillas, en la misma posición en que ella estaba, cogió su cuello con ambas manos y la besó delicadamente. Y mientras un beso húmedo recorría su garganta, le susurró: “Un día de estos, te vendrás conmigo”. Ella no contestó, cogió su mano y con el brazo de su amante rodeo su propia cintura, invitándolo a aprisionarla. Casi como un lamento calladamente anunció: “siempre seré tu prisionera”. El sonrió. Solo confirmó lo que sabía.

Un par de hombres pasaban cerca de allí. Uno de ellos, con oído de tísico, oyó los requiebres y paró en seco su andar. El otro imitó su actuar. Se acercó sigiloso y alumbró con su linterna la cara de los amantes cuasi desnudos. “Le diré a tu marido, Maruja”, amenazó y siguió su camino. Ella reconoció la voz, pero no dijo nada. Se puso su ropa y regresó a su casa. El vecino que le acompañaba, solo sonrió y pensó con el corazón: “Ahora viene mi venganza… Ella se encargará de todo. Te arrepentirás de haber metido tu linterna donde no debías”. Se despidieron bastante preocupados y, mientras un beso con mordida alcanzaba la comisura de los labios de la mujer, solo le dijo: “Será mejor no vernos por un tiempo”. Ella replicó: “Si. Es lo mejor”.

La mujer cubrió los cuerpos dormidos de sus hijos y se echó junto a su marido… le dio un beso de buenas noches y, mientras se acurrucaba rumiaba como evitarse el problemón. Dos minutos después, salía de su cama. Un ruido extraño en el corral le preocupó… “Espera Toño, creo que la puerta de corral de las palomas se ha quedado abierta… no sea que el gato haga daño”. Salió de la habitación y, media hora después regresó llorosa, agitada, con las ropas medio arrancadas… “Toñooo… donde has estado…” El hombre medio adormitado… se le levantó y al ver su mujer en ese estado gritó, mientras se tiraba de la cama: “¿Qué pasó?” Minutos después, una denuncia por agresión sexual se anotaba en los cuadernos policiales… “Mientras forcejeaba con él pode tocar una zona aspera de su cuerpo… medio rugosa y peluda, como un lunar. No podría decir quien fue. No se veía”, se leía por alguna de las líneas de las tres páginas que contenían la lamentosa declaración de la mujer. El médico del lugar, en ausencia de un forense, dejó constancia en su certificado médico, que la mujer presentaba dos equimosis en cada brazos y un moretón en la parte interna del muslo izquierdo. También dejó constancia de su melena enterrada y su lábil estado emocional. También se indicó en el documento que, “por pudor, propio de las víctimas de este tipo de agresiones, no se le hizo el correspondiente hisopado vaginal”.

Un año después, el ocasional testigo de la escena amatoria de los furtivos amantes, esos que aprovechaban del escondrijo de los niños para sentir mutuamente sus pieles,  se sentaba en el banquillo de los acusados, bajo la imputación de violación sexual agravada. Un certificado médico legal señalaba que, presentaba a la altura del abdomen un lunar de particulares características: El, en su declaración judicial, anunció lo que sus ojos vieron a la luz de su linterna en la breve fracción de su alumbrado: “Maruja estaba con un hombre medio arrodillados, abrazados uno del otro, pero solo pudo reconocerle a ella, por que justamente, la luz le dio en la cara”. Del hombre sólo pudo decir, que parecía más joven que ella, que era de cabello lacio y que “no regresó a mirar cuando lo alumbró” y que apenas sólo dijo “puta madre”, cuando los descubrió. El final de su declaración judicial, lloroso dijo: “Maldita la hora en la que me acerqué a ese macupillo”. Dijo que iba acompañado de su amigo quien pudiera ser testigo parcial de lo que vio, pero éste nunca se presentó en la audiencia.

Maruja casi que pidió permiso medio llorosa para declarar que fue vejada en ese lugar, lanzada por un hombre contra el suelo, sin poder reconocerlo físicamente, porque en la obscuridad no se veía nada y solo escuchaba su voz: “Ahora te voy a poner a gozar, negra” y otras groserías, que “solo de pensarlas me hacen agua los ojos” dijo. El fiscal preguntó y ella, casi no queriendo, volvió a mencionar el lunar rugoso. No hubo más. Se leyeron los certificados médicos. El penal de Rio Seco pronto tuvo un nuevo inquilino, enviado por seis años… “Maldita la hora en la que me acerqué a ese macupillo”, volvió a enunciar el acusado, al momento en que traspasaba el quicio del portón negro que, socarronamente, les anuncia a los transeúntes: “Bienvenidos” con letras verdes y sombreados rojos.

Un año y medio después, la Maruja vuelve a encontrarse con su amante, cada miércoles a las diez de la noche, por diez minutos a la luz de la luna bajo ese mismo macupillo… Debe tener más cuidado. Sus hijos han crecido y puede que tenga problemas. Esta noche, la primera después de esa larga ausencia, en medio de la noche obscura, calladamente le dice: “Abrázame apasionadamente con tus brazos fuertes… hazme gemir como sólo tú sabes… haz que me estremezca de placer”.

No hay comentarios:

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...