Era un poco menos del mediodía de ese día. El sol era tan ardiente que era
mejor cobijarse bajo alguno de los algarrobos que adornan el campo
universitario udepino… apenas habíamos empezado el año académico… quizá no se
habría aún inaugurado, pero alli estábamos: sentados en ese par de algarrobos
que se asentaban a pocos metros de la puerta de entrada a la biblioteca. Era el
tercer lunes de marzo de 1998. Conversabamos sin mayores preocupaciones; casi,
que todavía nos saludamos contando nuestras vivencias vacacionales… de pronto
un murmullo que salía desde el interior de la biblioteca nos invadió… mirábamos
desconcertados que un buen número de sus ocasionales inquilinos salían con
caras de preocupación… la noticia llegó antes que la pequeña mancha juvenil: “El
punte Bolognesi se ha caído” dijo uno… “Hablas huevadas” replicó alguno de los
nuestros, mientras que otros incrédulos, lanzaban preguntas que pretendían
desvirtuar la realidad: se sabía que era hora punta, que era tiempo de vuelta a
casa de los escolares, del descanso de media jornada, de los colectivos línea
roja en su mejor momento… Y la intranquilidad hizo de nuestros pechos su
asiento… se tomó un poco de agua de lluvia y sonreía…
Una alumna de ingeniería, mientras caminaba hacia el estacionamiento,
confirmó la noticia. Radio Programas del Perú lo había anunciado y, en el cielo
un par de helicópteros militares se veían a lo lejos. Nos subimos en nuestra
Honda CT-70, una pequeña motito, y enrumbamos hacia el punto central de la
curiosidad, de la noticia. La gente, en medio del camino, en los semáforos no
solo conversaba del hecho sino que mostraban su preocupación por sus
familiares: aquellos que se dedican al mototaxi; por sus hijos, todavía
escolares, que debían cruzar el río a esas horas. Los teléfonos públicos tenían
colas de personas que deseosas e intranquilas esperaban su turno para llamar…
Muy pocos, en esos días, tenían telefonía móvil. El tráfico era difícil, pero
en una moto pequeña, mi amigo y yo, pronto pudimos atravesar con cierta rapidez
la Sánchez Cerro, seguimos por la Cuzco, hasta llegar a la Plaza de Armas… La
gente se miraba entre sí y conversaban con angustia, se les notaba en sus
gestos, en sus movimientos de manos... pudimos estacionarnos al lado de Correos
de Perú… y corrimos hacia la orilla del río veleidoso. La gente estaba adosada
sobre el muro de contención y otros, como moscas, se adherían a las barandas de
los extremos del llamado Puente Viejo… de lo que quedaba de ellas, pues días
atrás también se había caído. También habían gentes en lo que había quedado del
Bolognesi… la policía y los bomberos hacía lo imposible por sacar a la gente
que aun trepada en el concreto, oteaba las aguas en busca de sobrevivientes.
Desde las intesección Moquegua con Tacna las calles estaban cerrados, los
ululares de las sirenas y el ruido de los helicópteros, así como unos botecitos
a motor hacía las búsqueda por las inmediaciones, surcaban las aguas, varios
hombres valerosos peleaban con las aguas, atados a cuerdas y en inflables
–conseguidos en una llantería vecina… No había mucho que hacer… mirar y elevar
plegarias por si hubiera un dios desocupado que se encargue de ellas.
Éramos alumnos de derecho y alguna vez habíamos entrado a las instalaciones
del Poder Judicial. En esta oportunidad, conocimos el último piso. Allí sobre
sillas viejas nos elevamos para mirar mejor las dolosas escenas: se había caído
la parte media del puente, justo poco antes del medio día. Un hombre viejo,
sentenció: “Y pensar que cuando tenía 20 años fui ayudante en la construcción
de ese puente…” Relató que fue construido en el año 1968 y que ahora, a sus 51
años de vida, lo veía morir… A todos nos dolía su derrumbe pero más que se
hubiera llevado consigo a una combi llena de pasajeros…Contó acongojado, aunque
sin muchos oyentes, que la empresa constructora era “Woodman y Mohme
Contratistas Asociados” y que trabajó para ellos, ya en la parte final “cuando
se construían…” No terminó de decir lo que quiso… porque todos exclamábamos
vivas de alegría, uno de los balseros había sacado a una niña… otros hombres
jalaban una cuerda.
Las gentes que se habían quedado en el mismo puente, aun con el temor de
que pudiera derrumbarse lo que de él quedaban, señalaban los lugares donde
podían estar los vehículos caídos… De hecho, los curiosos tempraneros decían
que un tico se había ido como botecito y que lograron sacar al chofer y dos
pasajeros con vida… finalmente, luego de varios metros el vehículo fue tragado
por las aguas. Con el transcurso de las horas, la esperanza se ahogaba en las
turbias aguas del río loco… se llevaba 20 vidas y, las gentes empezaron a
buscarlas en su orillas en las partes más bajas del cauce… algunos caminaron
hasta el puente Independencia… la gentes volvieron a sus actividades, llegó la
noche, el nuevo día amaneció… Una mujer, acompañada de los suyos caminaba
por las orillas, su hijo no había sido hallado… Un manto de luto cubría la
ciudad. La muerte le hizo compañia a la intranquilidad colectiva...
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