lunes, 27 de julio de 2015

La problemática de los alimentos: el omiso al cumplimiento de un deber judicial (V)

Después de la nota “Vino don Humberto” de Beto Ortiz, de las preguntas de Silvana Gallo y de las sugerencias de Sadith Aponte conviene escriba algo más del tema de los omisos a los deberes alimentarios. ¿Es necesario hacer pagar tan alto precio: pérdida de la libertad, a quienes no son padres responsables? He dicho en otra oportunidad que, los habitantes de los presidios deben su estadía a la formación familiar y, que sospechaba que, los marcas, carteristas, los asaltantes en mancha, y similares llevaban en sí graves desamores con sus papás. De hecho, de los, quien sabe cuántos, beneficios penitenciarios tramitados en mi despacho, en ningún caso la asistenta social ha referido haberse entrevistado con el padre del sentenciado, siempre es con la madre, la hermana, el hermano, la esposa. La larga cola en los días de visitas es siempre de mujeres. Si hay algún varón, es algún pequeño que viene a visitar a su papá “en su nuevo trabajo” ¿Por qué no hay varones en esas colas? La virilidad peneana no alcanza para tanto.

Beto Ortiz dice en su relato, que ese día se llevó 40 historias pérdidas de hijos con sus padres. Y aunque nos parezca tonto, los hijos si se dan cuenta de si “su” padre efectivamente está atento a sus necesidades. La madre puede “no hablar mal” de él, pero si el niño advierte que ésta acude a los tribunales y reniega de los jueces y secretarios por la tardía justicia, prontamente también advertirá que el causante último de tanto mal a su progenitora, es su contraparte. Y de seguro, lo odia y, ese odio se convierte en resentimiento social que prontamente se desborda en delitos; primero juveniles, luego en el desbocamiento que termina en la reclusión canera. Así, obligar a que un padre sea responsable es evitar que en algunos años las cárceles tengan menos habitantes.

No hay nada nuevo en la expresión “La cárcel no resocializa a nadie”, pero también es cierto que “nadie quiere terminar en ella”. Si esto es así, el derecho deberá aprovecha ese miedo para hacer que el comportamiento de los omisos a la asistencia familiar se reconduzca hacía mejores expresiones de conducta social. El asunto es que, en nuestro medio, adeudar los alimentos a los hijos no se ve mal. Esta socialmente admitido, porque se presume que el no pagar es una forma de vengarse de “lo mala mujer” que fue la pareja demandante. No se pone el lente en los hijos, sino en su representante. Lamentablemente, los más dañados son los pequeños. El padre no se va preso porque omitir los alimentos no es cosa grave, pero el hijo asumiendo una rebeldía no reconducida y originada en esa omisión terminará pagando lo que el padre no quiso hacer.   

El costo no es alto, pues es mejor amenazar gravemente al padre que luego tener que condenar a cárcel a los hijos. De hecho, aquellos no sólo le deben a uno. Le deben a varios y, en muchos casos, en distintas familias. La propuesta no pretende que los omisos vayan presos, sino que, ofreciéndoles alternativas distintas a la cárcel estas sean efectivas respecto de la intención de salvaguardar los alimentos de los hijos. Si miramos el tipo penal, el legislador impone hasta tres años de pena privativa de libertad y alternativamente prestación de servicio comunitario que se suma a la obligación de pagar las pensiones. La pregunta es ¿pagará las pensiones si le ponemos prestación de servicio comunitario?  ¿Ir a barrer calles o limpiar oficinas públicas es suficientemente constrictivo para conseguir que pague las pensiones? Es más, ni siquiera se tiene suficientes unidades receptoras en la región y la Oficina de tratamiento y penas limitativas de derecho del INPE no tiene suficiente logística para atender el asunto. Entonces, el único recurso es hacer que el temor a la pena privativa sea de tal gravedad que el acusado efectivamente pague sus adeudos alimentarios. No se les impone la cárcel: se les restringe las posibilidades de seguir adeudando bajo amenaza de ir presos. ¿Y eso está mal? ¿Contribuye al hacinamiento carcelario? No. La elección es siempre del sentenciado, aunque uno de los extremos de la alternativa es extremadamente conminatorio.

“El imputado no tiene dinero” es la justificación más escuchada. Es más, se le agrega el hecho de que “como tiene un nuevo compromiso y otros hijos, entonces no puede cumplir con los primeros”. Si el acusado sabe que irá preso, por el discriminador cariño que le tiene a los otros hijos, prestará el dinero al hermano, al tío, a la madre, a la suegra actual, al prestamista del barrio, pero pagará. En nuestra experiencia, son muy pocos aquellos que desinteresadamente prefieren la cárcel a que pagar. De hecho, luego de la experiencia de sufrirla, dos o tres días, durmiendo por docenas en espacios que sólo fueron diseñados para dos o tres, entonces, el desinterés de estar allí se pierde y, cuando el juez superior señala fecha para la audiencia, ya tienen el dinero para pagar el adeudo. Entonces ¿se trata de que efectivamente no tienen dinero? O ¿es que se trata de desinterés por tener lo suficiente?

El acusado estando frente a las puertas de la cárcel paga hasta el 25% mensual a un prestamista. La imposición de un interés moratorio del 0.83% mensual por el dinero adeudado haciendo una media a partir de la ocurrencia en el sistema financiero no es una arbitrariedad, más si el derecho civil reconoce la posibilidad de que pueda cobrarse el mismo. Tampoco se trata de una afectación a la literalidad de la reparación civil solicitada por el Ministerio Público, pues finalmente, al tiempo en que se formuló la acusación el daño era de una determinada magnitud, pero si el adeudo se prolonga en el tiempo, entonces el interés moratorio también acrecienta. La indemnización al tiempo de la sentencia no es más que una actualización de la mora por el incumplimiento alimentario.

Felices fiestas a todos.


jueves, 23 de julio de 2015

La problemática de los alimentos: el omiso al cumplimiento de un deber judicial (IV)

¿Cuánto cuesta, en dinero un juicio de omisión a la asistencia familiar? En realidad no hay estudios concretos de lo que cuesta un proceso penal en el Perú; empero hay quienes dicen que una audiencia no realizada, una que dura tres minutos, porque no se logra instalar, cuesta más de dos mil soles. Tal monto viene deducido del número de personas que participan: juez, fiscal, abogado defensor, secretarios, asistentes, notificadores, gestores de administración e incluye costos materiales: luz, agua, infraestructura. Una audiencia que no se instala cuesta esa cantidad de dinero.
Una audiencia de juicio oral de omisión a la asistencia familiar dura aproximadamente una hora. Así que, asumamos ese costo. ¿Por qué debemos los peruanos padecer ese precio si el padre irresponsable sabe que –luego de todo el procedimiento que se ha explicado en las entregas anteriores- finalmente va a ser condenado porque se constata que efectivamente no ha cumplido su obligación alimentaria? Tranquilamente podríamos multiplicar ese precio por tres: la audiencia de aplicación de oportunidad y la audiencia de control de acusación, son otras dos que se han realizado para llegar hasta la sentencia final. Y podrían ser más audiencias: si el acusado pese a sentencia, no cumple con alguno de los tres pagos concedidos, requerida de una audiencia de revocación, de similar costo.  En pocas palabras, que el acusado pague la liquidación de alimentos –cualquiera fuera el monto adeudado- le exige al Estado una inversión a pérdida.

El acusado, por su parte también hace su evaluación de costos: Si lo que debe no lo paga ante el juez de paz y, tampoco lo hace en la audiencia de aplicación de principio de oportunidad es porque ese costo le es ventajoso. Si se tiene en cuenta que, la liquidación, esa que llega a manos del fiscal, es de x cantidad y seis o siete meses después, que es lo que se demora para llegar al juez de juzgamiento, no ha aumentado ni siquiera el 10% de ese adeudo, entonces, sigue siendo ventajoso.  La madre, por lo demás, sufre los costos de ambas contrapartes. En primer término porque, si bien el Ministerio Público la representa, en los hechos, poco hace por resarcir los daños que ésta padece. No tiene un abogado que acelere el proceso y, ese es un costo “no resarcible”: el tiempo.

En realidad si lo es. La obligación del imputado es pagar dinero.  Y el dinero tiene un precio. Si alguno tiene una tarjeta y compra –cualquier cosa- a cuotas, en cada oportunidad, la empresa le cobra un interés. Las personas que tenemos la posibilidad de acceder a créditos bancarios sabemos que, la tasa de interés fluctúa entre el 9% y 13% anual. Depende de la entidad bancaria y de la fiabilidad del cliente. ¿Por qué el acusado no paga ese mismo interés? Es más, si el cliente se retrasa una o dos cuotas, en las subsiguientes advertirá que su adeudo ha crecido latamente. Entonces ¿Por qué el Ministerio Público pide tan poquita cosa por los adeudos alimentarios? Vayamos más allá. Si la madre de la criatura desatendida, tiene necesidad de dinero y no tiene acceso al sistema crediticio, acude al mercado paralelo. Un préstamo en el sistema callejero supone el pago de interés mensual de hasta el 25%. Los mismos acusados, cuando son aprehendidos, prefieren pagar esos costos antes que ir presos. Nuevamente ¿Por qué no imponer reparaciones civiles que incluyan un interés del 10% anual contabilizado desde el término de la liquidación? Quizá tendríamos que precisarlo: al 0.8% al mes. ¿En alguna oportunidad el interés podrá superar el 50% del monto primigenio adeudado? Sí, pero la culpa es del propio inculpado que no pagó a tiempo. Imaginemos un préstamo al banco y que por durante un año no se paga ¿De cuánto será la deuda al año siguiente? ¿Le pagas al banco pero no quieres pagar a favor de tus propios hijos?

Sigamos en el tema: ¿En cuántas cuotas debe pagar el adeudo cuando se tiene una sentencia penal condenatoria? La mayor de las veces, y me incluyo, consideramos que la reparación civil debe pagarse de acuerdo a las posibilidades del sentenciado. Lo cierto es que no debe ser así. Atiéndase, en primer término, que mientras que el acusado juega con los tiempos y logra que la liquidación entre a juicio oral con siete meses de diferencia, a la par ya está corriendo otros plazos en el proceso de alimentos que, de seguro, motivarán otra liquidación y, así el proceso penal se convierte en una especie de ruleta rusa, de puerta giratoria, de circulo vicioso, en el que el padre irresponsable juega a fin de tener medianamente satisfecha a la madre y a los órganos jurisdiccionales. En segundo término, debe atenderse a la experiencia: si el acusado sabe, como ocurren en nuestro juzgado, que si no paga el 75% del monto adeudado, se va a ir a Rio Seco, entonces está dispuesto a solicitar el aplazamiento de su juicio 24 horas más a fin de conseguir el dinero y pagar efectivamente. Si la condición para la suspensión de la ejecución de la pena es el pago de ese porcentaje ¿ante el riesgo de perder la libertad no pagarían hasta el 100%? Si el acusado sabe que, se le exigirá del pago del total en un solo chasquido de dedos ¿le quedarán ganas de seguir atrasándose?

Regresemos al asunto de los costos ¿Por qué llegar hasta juicio oral un proceso que podría terminar con alguna de las salidas alternativas previas? El acusado sabe que el Estado no le cobrará costas. La justicia penal es gratuita mientras se efectúa el proceso, pero una vez que éste termina y hay un vencido, como en todo proceso, corresponda que asuma los costos de la pretensión litigiosa. El art. 497 del Código Procesal Penal, claramente señala: “Las costas están a cargo del vencido” y agrega que sólo por excepción se le eximirá de dicho pago.

Pues bien, hagamos que la justicia le cueste a quienes deben soportarla.





martes, 21 de julio de 2015

La problemática de los alimentos: el omiso al cumplimiento de un deber judicial (III)

Si como queda dicho, las políticas estatales –en materia civil- han sido poco fructuosas y si, el problema de las pensiones deriva en la comisión del delito de omisión a la asistencia familiar; entonces, corresponde que, los jueces penales asuman la responsabilidad de “apagar la luz” en el asunto. La imposición de penas debe “convencer” al acusado de que es mejor cumplir con la responsabilidad de pagar las pensiones alimenticias a las que está obligado.

El derecho penal ofrece, en mi entendimiento, las herramientas necesarias. La intención del legislador es asegurar la “asistencia, auxilio y socorro que merecen sus hijos”, entonces la pena a imponerse no debe ser mezquina con dicha intención. La privativa de libertad no es un simple efecto de la comisión del delito. El Código Penal establece que, si la privativa de libertad a imponerse es de “corta duración” (menor a cuatro años), corresponderá evaluar si  puede ser reemplazada por una medida alternativa, siendo dos las más importantes y utilizadas: la suspensión de la ejecución de la pena y la reserva de fallo condenatorio. Estas suponen que el juez califica, en primer término, la conducta delictiva y la pena merecida: las condiciones de realización del delito, las agravantes y atenuantes que se presentan y establece una pena concreta: tal cantidad de meses o de años (por debajo de cuatro años, a fin de que califique como de corta duración), y, en segundo lugar, evalúa, la personalidad del agente para verificar una proyección positiva de su comportamiento futuro.  Logradas ambas condiciones, entonces podrá aplicar alguna de las medidas alternativas señaladas.

La diferencia entre la reserva de fallo y la suspensión de la ejecución de la pena es de grado, pero a la vez, genera distintos efectos. En ambos casos, el juez tiene obligación de definir la pena que el acusado merece y, para el primer caso luego de esa evaluación, el juez advierte la pena pero no la impone. No hay una condena. La parte resolutiva se limita a indicar: “Se impone a fulanito una reserva de fallo condenatorio” En el segundo caso, la pena se dicta en la parte resolutiva, pero a la vez se suspende su ejecución: “Se impone a fulanito xx años de pena privativa de libertad suspendida en su ejecución por el periodo de…” Los efectos son diferentes: en el primer caso no se genera antecedentes, en el segundo sí. El efecto es una condición importante que debe relacionarse con las condiciones personales del acusado. Si tenemos a un citadino, con estudios superiores, estamos seguros que le interesará más no tener antecedentes, por tanto es más factible imponerle una reserva de fallo condenatorio; pero si nos encontramos ante uno de aquellos que tiene cara de “mejor mi libertad, antes que la cárcel”, la posibilidad de imponerse la suspensión de la pena es mayor. A veces, no es muy fácil deducir, desde las condiciones mismas del sujeto, que medida alternativa imponer. De hecho, el juez no conoce al acusado sino en el momento mismo del juicio oral y, en el caso de la omisión a la asistencia familiar, el juicio no dura más de una hora. ¿Podrá el juez en tan corto tiempo acertar  respecto de la personalidad del agente?  Es evidente que no. Debe confiar en la información que ofrece el fiscal y que ofrece su propio abogado defensor, con lo que, esa proyección positiva de comportamiento puede verse torcida  por la poca información que las partes y que el propio imputado aporta. En consecuencia, hay necesidad de recurrir a otros recursos, que sean objetivos en la definición de ese comportamiento de futuro.

El baremo, para nosotros, es el pago de los alimentos adeudados. Si al tiempo del juicio el acusado ha cumplido con pagar la totalidad de lo adeudado, entonces le imponemos una reserva de fallo condenatorio; si sólo alcanza a pagar el 75%, se le concede una suspensión de ejecución de la pena. Si el pago es inferior a ese porcentaje, se impone la privativa de libertad a rajatabla. En ambos casos, queda pagos pendientes aún: los intereses generados por la demora, en el primero y; en el segundo, además de los intereses, el 25% restante. Los intereses –siempre desde nuestra consideración- se calculan al 10% de cada año de adeudo. Si la liquidación es de enero a junio de 2010, entonces tenemos que deberá pagar 10% por cada uno de los cinco años trascurridos hasta la fecha (si hoy fuera el juicio). Sumados los intereses (indemnización) y el adeudo pendiente (restitución), el monto deberá pagarse en los tres meses siguientes, con la advertencia (regla de conducta) de que si se retrasa en esas cuotas, la suspensión de la pena o la reserva de fallo se revocan y se hace pena privativa de libertad efectiva.

Aun cuando no queda establecido en la sentencia, corresponde que, el sentenciado al finalizar la audiencia sepa no solo lo que antes hemos explicado, sino que, si ocurriera que vuelve a cometer delito de incumplimiento de pago de alimentos, en esa oportunidad futura  ya no se le aplicarán medidas alternativas, sino que la pena será efectiva, independientemente del pago del adeudo. En ese caso, no se trata de adelantamiento de decisión sino de una advertencia del criterio jurisdiccional adoptado, que además, es una exigencia legal. La comisión de otro(s) delito(s), dentro del plazo de cinco años permite que el acusado sea calificado de reincidente o de habitual y, a la vez, imposibilita la aplicación de medidas alternativas tal como reza el art. 57 inc. 3 del Código Penal. Incluso posibilita la agravación del marco punitivo desde las que elegir para el siguiente delito.

La única posibilidad de que el acusado “aprenda” que tiene que cumplir con sus obligación es sabiendo que está en la parte más oscura del túnel. Que el mínimo retraso significa la pérdida de libertad. Quizá deberíamos ajustar las tuercas un poco más. Lo explicaremos mañana.


lunes, 20 de julio de 2015

La problemática de los alimentos: el omiso al cumplimiento de un deber judicial (II)

El asunto de los padres que incumplen con pagar la pensión alimentaria de sus hijos, se convierte en problema penal, en el momento en que el juez de paz dispone que se remitan copias de la liquidación al Ministerio Público. Y esa remisión de copias puede repetirse, tantas veces como se efectúen liquidaciones de pensiones atrasadas. Es decir, que un padre irresponsable puede tener una, dos o más procesos de omisión a la asistencia familiar, que corren de modo paralelo y al mismo tiempo.
El Estado no parece tener una política pública eficiente sobre la materia. El REDAM (registro de deudores alimentarios morosos) apenas tiene anotados a 2421 padres irresponsables y parece ser insuficiente. En un país de treinta millones de habitantes, el número antes indicado es bastante exiguo. Casi que, pareciera que el problema no es tal. Si atendemos que, en nuestro Juzgado Penal Unipersonal de Chulucanas tenemos 150 órdenes de conducción compulsiva por el delito de omisión a la asistencia familiar, entonces tenemos que el 6% de ese total nacional están en Chulucanas, cuestión que no parece razonable. En realidad no todos los deudores morosos están anotados en el registro.
La intención del registro no es solo tener una base de datos, sino que ésta pueda correlacionarse con la central de riesgo de la Superintendencia de Banca y Seguros, con la del Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo así como la información de Registros Públicos a efectos de que sea atendida al tiempo de contrataciones laborales, relaciones comerciales con entidades financieras o compras y ventas de bienes inscribibles. En la práctica, la mayoría de omisos son trabajadores eventuales: por lo menos es lo que declaran al momento de presentarse en juicio y, en el caso de que tuvieran un trabajo dependiente, al empleador le importa poco que su trabajador sea un padre responsable.  Lo que más le puede molestar a aquel es que su dependiente esté pidiendo permisos para acudir a citatorios judiciales. Incluso se han visto casos en los que, con el ánimo de congraciarse con el irresponsable, lo saca de planillas y le paga mediante simples recibos a fin de no tener que hacer los descuentos judiciales o tener que responder la correspondencia que el juzgado le pueda hacer llegar.  Al empleador le incomoda tener que hacer descuentos judiciales, anotarlos en planilla y luego tener que enviar a alguien a dar cuenta de dichos depósitos ante el juez. Son costos labores que no está en disposición de soportar. En ese afán, lo hace aparecer como no-trabajador o lo despide de modo real. ¿Es la intención del REDAM dejar sin trabajo a aquel que justamente tiene obligación de ganar dinero para pagar los alimentos?
Atendido el hecho de que la mayoría de los acusados por el delito de omisión a la asistencia familiar son padres con trabajos eventuales o independientes, poco le interesa estar o no registrados en alguna base de datos, pues lo más que pretenden es justamente no dejar huellas de sus ingresos dinerarios para que no sean usados a favor de su respectiva prole. Así, la mayor cantidad de actividades comerciales –dígase compras de electrodomésticos en tiendas- se efectuarán a través de terceras personas: hermanos o la nueva pareja. No suelen tener inscrita ninguna propiedad, con lo que se hace ocioso pedir información a la SUNARP respecto de bienes inscritos a nombre del fulano. Si los hubiera, se registran a nombre de otros hijos, de la esposa o de la madre. Muy pocas veces aparecen a nombre de hermanos, por el mayor riesgo de que sean embargados por el mismo fin pero para cubrir obligaciones ajenas.  Las demandantes pretenden el pago de los alimentos de sus hijos antes que aquellos pierdan sus trabajos o vean recortadas sus opciones laborales. Bueno, también hay excepciones.
Que un moroso en el pago de los alimentos sea anotado en el registro exige un procedimiento adicional. El art. 4 del D.S 002-2007 JUS señala que, para que se efectúe el registro en el REDAM se requiere la parte beneficiada lo solicite, previa verificación de algunas exigencias mínimas: que exista sentencia o acuerdo conciliatorio con calidad de cosa juzgada y que se adeude, cuando menos, tres meses. La solicitud debe ponerse en conocimiento del deudor y, con su contestación o no, el juez dispone la procedencia del registro para cuyo efecto corresponde ofrezca información precisa sobre la materia. Si el asunto exige intervención de la demandante, a esta le supone un costo, aunque sea de tiempo, sin dejar de decir –o de repetir- que no le interesa menguar las posibilidades laborales del padre de sus hijos. En realidad, a la interesada en los alimentos, no parece convenirle dicha anotación.
Esta información no es relevante para el tema del delito de omisión a la asistencia familiar. Es más, cuando el juez de paz remite copias al Ministerio Público ni siquiera le advierte si el alimentista negligente ha sido o no registrado en el REDAM. No es relevante.  Al Ministerio Público le interesa cuando menos: a) la resolución judicial que aprueba la liquidación de la deuda y, b) Que aparezca la constancia de que el acusado fue notificado con la liquidación y/o la aprobación de la liquidación. Con esos documentos empieza el proceso de omisión a la asistencia familiar. Luego del “procedimiento penal” y si la pretensión de la sanción penal es asegurar tutela a los menores que tienen relación filial con el acusado, entonces, corresponde que la judicatura no solo asegure una sanción, sino que por su intermedio “regularice” las omisiones que motivaron la intervención punitiva estatal. Así, cuando el juez penal debe sentenciar no sólo debe asegurar si es que la pena privativa de libertad corresponde a la conducta omisiva, sino si efectivamente permitirá el sancionado como el cumplimiento del deber de asistencia, auxilio y socorro que merecen sus hijos. Por lo pronto, sigue pendiente las preguntas de la primera entrega.


domingo, 19 de julio de 2015

La problemática de los alimentos: el omiso al cumplimiento de un deber judicial (I)

Las personas estamos en constante conflicto. Con nosotros mismos, con los demás. Es posible que no nos pongamos de acuerdo con nuestro socio empresarial en como dividir las ganancias de la empresa, en sí la divisoria de terrenos con nuestro vecino es efectivamente la que aparece en el plano, etc. Acudimos al juez para que defina quién tiene la razón. Que los padres de un niño no se pongan de acuerdo en cuanto dinero es necesario para que hijo asegure su bienestar, es moneda común. La mayor carga de los juzgados de paz letrado es la de alimentos. El proceso de alimentos es uno de los más largos que se pueda imaginar: dura hasta que el “guagua” cumpla la mayoría de edad o, incluso más: hasta que termine los estudios superiores si es que los cursa satisfactoriamente. La definición judicial de alimentos puede dar lugar a otros procesos: aumento o disminución de la pensión de alimentos, variación de modo de concederla, extinción del deber de cumplirla, etc. Aquí, los nombres son lo de menos, salvo para el “difícil” proceso de omisión a la asistencia familiar.

La omisión a la asistencia familiar es un delito. Nace de la desobediencia del obligado al cumplimiento de los alimentos y tiene pena de cárcel de hasta 3 años. Sin embargo, para que el simple conflicto de definir la cuantía de los alimentos se convierta en delito, se requiere que el asunto se haya complicado más de lo necesario. Y entre que se define la cuantía y se dicta una sentencia condenatoria penal, el incumplidor ha tenido largas posibilidades de no agravar su situación. El punto de partida es la sentencia del juez de paz: Allí se le ha ordenar que debe cumplir con pagar una determinada cantidad de dinero en cada mes. Si el padre (o la madre demandada) cumple de modo fiel su obligación, el problema acabó. Esa sentencia es la primera notificación que se le hace de la obligación.

Nuestra ciudad está plaga de sinvergüenzas. Se olvidan de la sentencia y tiempo después el juez le envía una propuesta de liquidación de adeudos. No es otra cosa que, el número de meses impagos por el monto mensual a pagar, que se pone a consideración para que el “angelito” ofrezca alguna solución a la demora o advierta de algún error en la multiplicación o sumatoria. Si el "papá” no dice nada, entonces, el juez aprueba la liquidación anterior y le da tres o cinco días para que pague, bajo amenaza de “remitir copias al Ministerio Público”. Es la tercera oportunidad. Vencidos los días de gracia, el juez cumple la advertencia. Es el momento en que la deuda civil “se convierte” en delito.

El fiscal, bajo la ficción de duda respecto de lo que ha realizado el juez de paz, cita al “jovencito”, no solo para conocerlo, sino también para ofrecerle otra oportunidad. Entonces, en ese momento, si es que el sospechoso así lo quiere, firman un “acuerdo” en el que se compromete a pagar la deuda en cómodas cuotas, pero luego de un par de meses se olvida de la amenaza. La advertencia es: “si no pagas te acuso del delito de omisión a la asistencia familiar”. Al incumplimiento, el asunto va al juez (penal) de investigación preparatoria, en el que de seguro volverá a solicitar otra oportunidad, pero esta vez puede que ese acuerdo quede plasmado en una sentencia, en la que la propuesta es “si no cumples con pagar, te vas a la cárcel”. El acusado, sabe bien que tiene derecho a un juicio contradictorio, imparcial y, sabe que tiene tiempo adicional para incumplir. Así que, se juega la quinta oportunidad: que “su caso” pase con el juez (penal) de juzgamiento. Ya con fecha para el juicio oral, el acusado “fuerza” una sexta oportunidad: no se presenta en juicio, con lo que no sólo genera demora en la “solución” de su caso sino que motiva que la disposición de órdenes de conducción compulsiva y su juzgamiento queda condicionado a que se presente voluntariamente (que son las menos de las veces) o a que sea aprehendido por la autoridad policial. Lograda su captura, y a sabiendas de que ha llegado al final del túnel y de que ya no quedan “ventanas procesales”, pone cara de buenito y dice “Sr. Juez si Ud. me manda preso ¿Quién va a pagar los alimentos de “mi” hijito?” El abogado no se queda atrás: “Sr. Juez si Ud. envía a mi patrocinado al penal no hace más que contribuir con un alumno más en la “Universidad del delito”, pues bien sabemos que la cárcel no resocializa a nadie”. O sea, la culpa del incumplimiento ya no la tiene el padre de la criatura sino el juez de la causa.

Debemos sumar que, en el asunto juega como tribuna la madrecita del acusado, la madre de sus otros hijos y los otros hijos mismos, que se presentan como público, que “se chocan” en el pasillo con el juez, que piden piedad y misericordia para el que no tuvo ni clemencia ni compasión con sus hijos primeros, para el que supuestamente no tiene trabajo y además, es responsable de esa mamá que se presenta con muletas y que mira desde el último asiento con cara de “no sea malito”.

El juez penal, luego de oír a las partes debe sentenciar ¿Corresponde mandarlo a la cárcel o es que debemos buscarle una salida alternativa dado que es un delito que no genera conmoción social? Las penas que son menores a los cuatro años pueden ser reemplazadas por medidas alternativas: la suspensión de la ejecución de la pena y la reserva de fallo condenatorio. Así, el juez tiene tres opciones: a) mandarlo a Rio Seco, b) Condenarlo a prisión pero suspender el cumplimiento de esa pena, c) Reservarle el dictado de la pena misma. ¿Cómo aplicar cada una de esas opciones? Lo veremos en la siguiente entrega.

Galeno

El hombre caminaba con el sol en la cara.  No era muy pesado, apenas había amanecido y, recorría la Panamericana de sur a norte. El sol le daba en la cara, pero apenas se inmutaba de él. Hablaba consigo mismo de sus proyectos comunes con el autor de sus días. Caminó, quizá una hora desde que se despidió del hombre que le entregó la soga que jalaba…

Sería quizá las ocho de la mañana... O quizá, el minutero ya habría sobrepasado la mitad de la esfera del reloj… quien sabe. Llevaba en la mano una soga de cabuya y, del otro lado de ésta, le acompañaba una yegua, vieja, percudida por los años, harto panzona y tambien muy huesosa. Salió de la pista y se metió unos metros en diagonal, hacia una vieja casucha. “Buenos días, papá”, dijo mientras sonreía con sus dientes grandes y sus largas patillas… “Le tengo un regalo”. El viejecito, que ya lo había visto venir, advertido por los alegres ladridos de los perros, lo esperaba en el quicio de la puerta, debajo de una breve extensión de calaminas… salió del breve corredor,  se acercó a la bestia, acarició sus crines, y sonreía… La felicidad le embargaba pero apenas se notaba. “Habrá que alimentarla porque está preñada y también muy flaca”.

Los dos hombres conversaron sobre el cuidado del animal, quien había sido el propietario anterior, las razones de la venta, el beneficio de la compra y hasta de algo de la biografía de su anterior dueño, incluidos el número de hijos y lo bien que le había ido en la vida...“Años que no lo veo a ese hombre, ha de estar viejo como yo”, remató el anciano. El año había sido bueno y, en ese espacio circundante al Cerro Pelao, todavía había pastos, secos pero suficientes para alimentar a otro animal más. Habría que conseguir algarroba para asegurar que la cría nazca en buen estado. Las algarroberas todavía guardaban algo de lo que se recogió en el verano.

Un chiquillo, nieto del mayor y sobrino de recién llegado, presente en la escena, recibió un mandado: “échale agua en la fuente –ha de estar de sed- y amarrala en la sombra”. Cumplida la tarea, dejó al animal bajo un pequeño bosque de algarrobos en las proximidades. También estaba muy alegre por el animal; al fin de cuentas, él también se sentía su dueño. Éste, pese a su pastoril oficio, nunca había tenido un “caballo” como herramienta de trabajo. No recordaba haber montado uno y, en todo caso, su memoria le llevaba a aquella vez en que el tío Augusto lo subió a las ancas del suyo para darle un paseo por la quebrada… también recordaba aquella foto en la que aparecía –muy pequeño todavía- montado en una mula del tío José Escobar… no recordaba la escena, pero tenía la foto. Le gustaba la idea de montar la yegua y ya soñaba con hacerlo, pero le advirtieron que, ya no era prudente porque faltaba pocas semanas para el parir…

Quién sabe si alguna vez el abuelo tuvo caballos entre sus recuas. Los que le habían oído contar la historia de su vida, sabían que vivió por muchos sitios, que su manada de cabras le había permitido vivir durante tantos años y criar a muchos hijos, incluso a los hijos de su padre, que cuando el abuelo era adulto, se le había dado por seguir preñando a mozas que podrían ser, muy bien, sus hijas o mujeres de sus hijos. Había arriado piaras de burros en las montañas llevando mercaderías de granos hacia el Ecuador, se había encargado de alguna mula de carga en esa labor, pero no había más… No se le había oído contar alguna hazaña montando algún caballo. Los chiquillos que le acompañábamos en aquellos días, a lo más, habíamos podido ver entre sus propiedades hasta tres burros a la vez, muchas cabras, algunas ovejas y varios perros. También había gallinas –para los huevos del desayuno- y un gallo, para asegurarse sonoros kikirikikies en las madrugadas.  Sería, para la gavilla de nietos y de bisnietos, el primer cuadrúpedo noble, entre tantos animales.

Minutos después, se abrió la puerta del corral y las cabras salieron en busca de alimento, sería llevadas primero hacia la quebrada –para que tomen agua- y luego las pastarían por los arenales cercanos… No quiso acompañar al viejo en la tarea. Se ofreció en hacer limpieza de los corrales de las cabras, pero la intención era otra: quedarse cerca del animal recién llegado, mirarlo, acercarle algo de alimento… mirarlo otra vez… soñar con el potrillo que nacería, con cabalgar encima de ella… Quién sabe si ese animal tuvo un nombre, pero esa tarde, tres o cuatro chiquillos llegaron animados por la curiosidad… se ofrecieron al abuelo en llegar todos los días para ayudar en la alimentación, llevarla a la quebrada para darle de tomar, juntarle paja seca o traer algarroba… en fin lo que fuera necesario. Hasta para la confección de los aperos… “Ah muchachitos estos… en quince días hablamos. A ver si les quedan ganas. La emoción les gana… jajajaja”.

Efectivamente, la contentura y la emoción se fue apagando con los días. El alimentar el animal se convirtió en carga y costó algunas lágrimas y reniegos. Pero una tarde, uno de los chiquillos le dijo al abuelo que el animal estaba intranquilo y, que tenía un líquido por entre las verijas… El abuelo, se acercó al animal pero minimizó la noticia y, mando al par de churres amarrar los burros hacia el otro extremo del pampón. No dijo más, y como ya se acercaba la noche, les invitó un poco de café y unos panes tiesos con un poco de chancaca. Luego les contó una historia de aquellas que siempre repetía y que a la vez, siempre gustaba, invitándolos a dormir, porque el día siguiente habría trabajo. Y efectivamente lo hubo… Antes del amanecer, los perros ladraban hacia el lado del animal… ladraban alborozados...

En la vida no todo es trabajo y, en todo caso, este siempre tiene sus recompensas. Las primeras luces del alba nos mostraron –y con la ayuda de una linterna- un pequeño y endeble potrillo, que aprendía a sostenerse por si mismo… caminaba apoyándose entre las patas de la madre, buscaba sus ubres y ésta la empujaba con la cabeza, invitándolo a caminar por si mismo… Había nacido el esperado…  El abuelo revisó que todo estuviera bien. Cogió al pequeño potrillo, examinó sus patas y la ruptura del cordón umbilical… le hecho un poco de grasa, para auyentar las moscas y, le dio una palmada obligándolo a correr. Sonreía. Sus dientes pequeños mostraban su alegría. “Todo está bien. Habrá que cuidarlo y en algunos días sabremos si tenemos un miembro nuevo en la familia". Horas después, el animal se atrevía a correr alborozado con el ladrido de los perros. Era el primer potrillo y decidimos que tenga un nombre.  No sé como ni porque, ni quien lo propuso pero convinimos -sin mayores requiebros- que “Galeno” sea su nombre. Una madrugada de junio nació.

sábado, 18 de julio de 2015

DesastrE

Era un poco menos del mediodía de ese día. El sol era tan ardiente que era mejor cobijarse bajo alguno de los algarrobos que adornan el campo universitario udepino… apenas habíamos empezado el año académico… quizá no se habría aún inaugurado, pero alli estábamos: sentados en ese par de algarrobos que se asentaban a pocos metros de la puerta de entrada a la biblioteca. Era el tercer lunes de marzo de 1998. Conversabamos sin mayores preocupaciones; casi, que todavía nos saludamos contando nuestras vivencias vacacionales… de pronto un murmullo que salía desde el interior de la biblioteca nos invadió… mirábamos desconcertados que un buen número de sus ocasionales inquilinos salían con caras de preocupación… la noticia llegó antes que la pequeña mancha juvenil: “El punte Bolognesi se ha caído” dijo uno… “Hablas huevadas” replicó alguno de los nuestros, mientras que otros incrédulos, lanzaban preguntas que pretendían desvirtuar la realidad: se sabía que era hora punta, que era tiempo de vuelta a casa de los escolares, del descanso de media jornada, de los colectivos línea roja en su mejor momento… Y la intranquilidad hizo de nuestros pechos su asiento… se tomó un poco de agua de lluvia y sonreía…

Una alumna de ingeniería, mientras caminaba hacia el estacionamiento, confirmó la noticia. Radio Programas del Perú lo había anunciado y, en el cielo un par de helicópteros militares se veían a lo lejos. Nos subimos en nuestra Honda CT-70, una pequeña motito, y enrumbamos hacia el punto central de la curiosidad, de la noticia. La gente, en medio del camino, en los semáforos no solo conversaba del hecho sino que mostraban su preocupación por sus familiares: aquellos que se dedican al mototaxi; por sus hijos, todavía escolares, que debían cruzar el río a esas horas. Los teléfonos públicos tenían colas de personas que deseosas e intranquilas esperaban su turno para llamar… Muy pocos, en esos días, tenían telefonía móvil. El tráfico era difícil, pero en una moto pequeña, mi amigo y yo, pronto pudimos atravesar con cierta rapidez la Sánchez Cerro, seguimos por la Cuzco, hasta llegar a la Plaza de Armas… La gente se miraba entre sí y conversaban con angustia, se les notaba en sus gestos, en sus movimientos de manos... pudimos estacionarnos al lado de Correos de Perú… y corrimos hacia la orilla del río veleidoso. La gente estaba adosada sobre el muro de contención y otros, como moscas, se adherían a las barandas de los extremos del llamado Puente Viejo… de lo que quedaba de ellas, pues días atrás también se había caído. También habían gentes en lo que había quedado del Bolognesi… la policía y los bomberos hacía lo imposible por sacar a la gente que aun trepada en el concreto, oteaba las aguas en busca de sobrevivientes. Desde las intesección Moquegua con Tacna las calles estaban cerrados, los ululares de las sirenas y el ruido de los helicópteros, así como unos botecitos a motor hacía las búsqueda por las inmediaciones, surcaban las aguas, varios hombres valerosos peleaban con las aguas, atados a cuerdas y en inflables –conseguidos en una llantería vecina… No había mucho que hacer… mirar y elevar plegarias por si hubiera un dios desocupado que se encargue de ellas.

Éramos alumnos de derecho y alguna vez habíamos entrado a las instalaciones del Poder Judicial. En esta oportunidad, conocimos el último piso. Allí sobre sillas viejas nos elevamos para mirar mejor las dolosas escenas: se había caído la parte media del puente, justo poco antes del medio día. Un hombre viejo, sentenció: “Y pensar que cuando tenía 20 años fui ayudante en la construcción de ese puente…” Relató que fue construido en el año 1968 y que ahora, a sus 51 años de vida, lo veía morir… A todos nos dolía su derrumbe pero más que se hubiera llevado consigo a una combi llena de pasajeros…Contó acongojado, aunque sin muchos oyentes, que la empresa constructora era “Woodman y Mohme Contratistas Asociados” y que trabajó para ellos, ya en la parte final “cuando se construían…” No terminó de decir lo que quiso… porque todos exclamábamos vivas de alegría, uno de los balseros había sacado a una niña… otros hombres jalaban una cuerda.

Las gentes que se habían quedado en el mismo puente, aun con el temor de que pudiera derrumbarse lo que de él quedaban, señalaban los lugares donde podían estar los vehículos caídos… De hecho, los curiosos tempraneros decían que un tico se había ido como botecito y que lograron sacar al chofer y dos pasajeros con vida… finalmente, luego de varios metros el vehículo fue tragado por las aguas. Con el transcurso de las horas, la esperanza se ahogaba en las turbias aguas del río loco… se llevaba 20 vidas y, las gentes empezaron a buscarlas en su orillas en las partes más bajas del cauce… algunos caminaron hasta el puente Independencia… la gentes volvieron a sus actividades, llegó la noche, el nuevo día amaneció…  Una mujer, acompañada de los suyos caminaba por las orillas, su hijo no había sido hallado… Un manto de luto cubría la ciudad.  La muerte le hizo compañia a la intranquilidad colectiva...

Un angel en la entrada norte del viaducto nos recuerda tan nefasto día.

Identidad

Se encontraron en su pueblo. Habían regresado a las casas maternas por el fin de semana largo. Cada quien por su lado, pero allí se encontraron. En realidad, no habría nada de extraño en ese casual encuentro si no fuera por los acontecimientos de esa noche. No obstante la fecha se ha perdido, quizá hayan pasado diecinueve, veinte o veintiún años… Lo único que se sabe es que sus protagonistas ya tenían documentos de identidad –libreta electoral, se llamaba en esos días- y también licencia de conducir -brevete, en el lenguaje de la época-.

Habían estudiado la educación básica en los mismos centros educativos, pero no tuvieron ocasión de hacerse amigos en sus días infantiles o de adolescencia. Se hicieron patas cuando uno de los dos hacía los primeros años de la universidad mientras que el otro egresaba de ella… Fue en los tiempos de la universidad cuando se hicieron amigos; quizá con ocasión de haber sido inquilinos de la misma mujer que arrendaba cuartos a jóvenes universitarios. Aún con todo, la diferencia cronológica entre ellos, apenas llega a algo más de once meses. Once meses y doce días, para ser exactos. Sobre eso, tan seguro como de que existe un Dios en los cielos…

 Si. Les une el mismo terruño originario, las mismas escuelas, la misma universidad ¿Qué hacía la diferencia del encuentro de ese día? Era un domingo. “Un domingo cualquiera” (parafraseando parte de una esperanzadora publicidad televisiva) en el que el atardecer apenas se había perdido en el horizonte donde el sol se había echado para descansar en medio de las aguas marinas. Allí se encontraron, en medio de la Panamericana, esa larga y extensa cinta vehicular que conduce a todos lados. Luego de saludarse, uno preguntó:  “¿Te vas a Piura? Umhh… sí, pero más tarde, en alguno de los buses de Tumbes… –Estoy en carro y salgo en media hora, aviso ahh. – Ah ya, vamos pe. Eso fue lo relevante de esa “conversa”.  Luego, de hacer lo necesario en el tiempo más breve, salieron en el auto del mayor de ellos. De alguna huevada conversarían, porque no hay recuerdos de nada de lo que pudiera haber sido el tema de conversación. Se han hecho las averiguaciones y nadie da información que sea útil… ¡Qué más da!  En uno de los siguientes poblados, el conductor ingresó por algunas de las calles que no eran necesarias para la ruta que pretendían hacer… “Vamos a ver que hay un baile”, dijo, como mejor justificación. Efectivamente, había una fiesta popular en la Plaza Mayor. Luego de buscar el mejor lugar para mirar, una chica se acercó y saludó al conductor nocturno. Miraron un rato el baile, mientras que los tres conversaban animadamente… No. En realidad, el interesado conversaba con ella y el otro hacía de campana. ¿Campana? Campana quien sabe de qué, pues finalmente estaban en medio de una plaza llena de gente, de personas de todas las layas, bailando gozosamente, entrados en copas, algunos… Un pata le invitó al “campana” un vaso de cerveza, diciéndole reconocerle de un concurso de matemática escolar que se había celebrado cuatro o cinco años antes. Así parecía ser: algunos años antes, los mejores alumnos de la provincia se habían reunido para ver quién era más rápido en resolver los problemas que un desconocido –en aquellos días- Coveñas Naquiche, proponía como necesarios para los alumnos del cuarto y quinto de secundaría.  El muchacho aceptó el convite, se tomó un vaso de cerveza y prontamente se escabulló apurado entre el gentío. No estaba para acompañar a quien ya llevaba varias cervezas en el buche… Quizá pasaron 20 minutos y decidieron partir. El destino final todavía estaba a dos horas de camino.

No se sabe cómo ni el por qué, pero la amiga de esa noche se convirtió también en pasajera.  – “¿Sabes manejar?” preguntó  el conductor. “Si”, le contestó el inquirido, y, sin más, cambiaron los asientos. Para ser honestos, dejó de ser el copiloto y se convirtió en “chofer de limosina”… Nunca antes había manejado, pero por el bien de todos, era mejor que así lo hiciera. Cruzaron varios otros poblados, cuando de pronto, en la distancia, desde una parte alta de la carretera, divisaron varias luces de colores: Dos o tres camionetas policiales tenían detenidos a dos o tres autos y a un enorme tráiler, cargado de cañas de Guayaquil.  “Puta madre… nos jodimos”  se dijeron entre sí. La distancia no era mucha y detener el auto -digo la limosina- para cambiar de conductor sería la mayor evidencia de la falta. El muchacho nunca en su corta existencia había manejado autos, por lo menos, no en carreteras abiertas y, en consecuencia, nunca un policía le había pedido documentos… ¡Carajo!.

Los amigos son los amigos… tampoco es que debían exponerse a que condujera el vehículo quien pretendía “juguetear” con la acompañante… Era preferible que se dedicara a una sola cosa, mientras que el otro tomaba el timón con las dos manos. Era lo mejor… cincuenta mil días después, cuenta uno de los protagonistas, era lo más conveniente. El inconveniente es que nadie pensó que un domingo a las diez de la noche, hubiera un operativo policial en medio de esa desolada carretera. Intentaron pasar a velocidad media, casi sin mirar a los costados. El silbato policial se dejó oír y un policía hizo señal para que estacionaran… “¿Huimos?” –“No huevón… para no más. Enciende los intermitentes de estacionamiento… El botón rojo.”, fue la breve conversación en los pocos segundos posibles y con voz entre dientes, mientras por encima del hombro le alcanzaba su identidad y su licencia de conducir… Medio temeroso, el aprendiz de conductor cogió los documentos y se estacionó delante del camión. Las luces altas del mismo les daban en la espalda e iluminaba lo que por delante del camino había, exponiendo contra la berma las siluetas de sus cabezas y de su propio vehículo.  El policía, mientras se sacaba el kepí, pidió, casi sin hablar, los documentos…  Bajó el vidrio y, con temor entregó los dos carnés y, mientras que, la autoridad miraba con detenimiento, dijo de modo imperativo: “tarjeta de propiedad”. Mientras el muchacho tembloroso la buscaba en la cajuela, el policía preguntó que a donde iban… “Un ratito”, le dieron como respuesta, mientras trémulo entregaba el documento solicitado: “Somos universitarios y mañana empiezan los exámenes finales…” El policía volvió a mirar los documentos con detenimiento… los golpeó contra su mano y dijo: “Son hermanos… bueno… sigan no más. Cuidado con la llovizna que puede empeorar”.

El novato –como pudo- puso “primera”  y salió con el motor medio tartamudeando, pero salió... Luego de unos metros, reían a carcajadas por el susto, era una risa nerviosa en la que se confundía también la felicidad… Las luces del carguero posterior impidieron que el policía viera con claridad si coincidían la cara del conductor con la foto de los documentos presentados y… “los hermanos” a los que hizo referencia,  no eran los que iban detrás (es más seguro de que se diera cuenta de que no…) Hacía mención a los datos consignados en la tarjeta del conductor y a la licencia de conducir del supuesto conductor. Rieron durante todo el tiempo que faltaba del camino. La llovizna les acompañó hasta sus casas.

La proximidad al destino era inminente. “Ya carajo, maneja tú” dijo el inexperto conductor.  Unos minutos después se apeaba en la casa donde era inquilino. “Nos vemos pata”, le dijeron como despedida... "Duerma que mañana hay exámenes", contestó… medio en broma, medio en serio. 

¿Dormiría el fulano? Esa es la interrogante.

negoCIOS

Tocaron la puerta. La mujer saludo con cierto afecto “Comadrita, como está?” Luego de las palabras primeras y de la presentación del desconocido acompañante, la visitante expuso la intención de la visita: quería un préstamo para el compañero. Lo presentó como un hombre “estudiado”, con un nombre entre sus colegas, y “de entera confianza”: a ella puntualmente le pagaba cada mes, los desayunos y almuerzo que le servía. Y remató: “Es de buen diente ah… pero paga bien, puntualito, eso sí. Hay que reconocer lo que es”. No dijo más.

El hombre habló con soltura. Se sentó en una de las sillas del comedor mostrando exceso de confianza y expuso que había sido enviado a trabajar por un par de años en el lugar... Hizo referencia a las recientes lluvias y remató: “ahora hay que aprovechar para hacer sembríos”. Explicó que necesitaba el dinero para una urgencia de su hijo, para pagar una operación de apendicitis y ofreció  que en tres semanas devolvería el dinero, pero que para no perjudicarla con los intereses, el pagaría todo el dinero, incluido “el servicio”, en treinta días. La usurera, con cierta desconfianza, replicó ¿Y porque no va al banco? Él contestó con rapidez: “Tengo crédito, pero demorará unos siete u ocho días para que madure. Ud. sabe como son esas cosas y necesito el dinero con urgencia. Mi mujer solo espera que le deposite en su cuenta para poder hacer la operación. Si gusta me acompaña y Ud. verifica el depósito”. La mujer le creyó y le entregó treinta mil soles. - “Comadrita Ud. es testigo y garante. No se olvide”.  – “Jajaja. No se preocupe comadre. Acá el señor es de confianza”.

Cumplidos los treinta, la mujer espero ansiosa que el deudor  toque la puerta para el pago de lo pactado. No llegó así que le timbró a uno de tantos celulares que solía andar en sus bolsillos. Le pidió no olvidara su compromiso y que le esperaba por la noche. “De ese dinerito le doy de comer a los míos” le dijo, para convérsele de su necesidad. Efectivamente el hombre, se apareció esa noche, para pagar alguna parte de los intereses pactados. El mostró algunos billetes, pero a la prestamista no le agradó el asunto. No era lo convenido. Con la seriedad de ella, conversaron para “repactar” el contrato. El hombre, se dio cuenta de su molestia, así que sacó de su relojera una sortija de oro y se la ofreció como  arras de su buena voluntad, mientras le decía: “Mire Ud. si no le traigo el dinero mañana a las 12 del medio día, quédese con la prenda como pago de los intereses. Vale mucho más que lo que ahora debo. Para mi tiene un gran valor, pues fue de mi finado abuelo. Él me crió… así que le tengo aprecio  a esa prendita”.  Era una sortija de oro macizo y la había  “incautado” a un delincuente al que acusó de haberle robado las joyas a unos viejecitos que vivían en las afueras de ciudad.  En realidad parte de aquel robo, pero él, furtivamente, se la quedó para sí. Quizá pesaría unos 12 gramos… Era oro del bueno. La mujer sonrió y, conocedora de sus menesteres, se la metió entre su pecho, asegurándola con la tira del sujetador.

El hombre no cumplió su promesa. Quince días después volvió a la casa de la mujer, con un pequeño paquete envuelto en un sobre manila, de esos de color amarillo, algo ajado por el uso, pero todavía en buen estado. Le dijo: “Tengo el dinero para devolverle, incluso para pagarle dos meses de intereses y para recuperar la sortija que le dejé”, entreabrió el sobre y dejó ver el fajo de billetes: eran dólares americanos. Y volvió a la carga: “Pero vengo a proponer un negocio mejor: Hay un hombrecito que me vende una parcela y quiere ochenta mil soles. Me falta cuarenta mil. ¿Podrá prestármelos y en dos meses le devuelvo todo el dinero?” La mujer se asustó. “Noooo. No tengo ese dinero. Ud. tiene prácticamente todo mi capital… ¿De dónde le presto ingeniero?” Y replicó: “Pero Ud. podrá hacer algún préstamo en alguna entidad financiera. De seguro con el título de su casa hasta algo más de lo que necesito le podrá dar. En tres meses Ud. ha devuelto ese dinero y ha acrecentado su capital casi en el cincuenta por ciento”. Le metió letra y la mujer cayó redondita. Siete días después, la mujer le entregaba, en la puerta de la entidad financiera, el dinero del sobre –que se lo había quedado durante esos días en custodia- y el dinero que la Caja Municipal le había prestado.

Un mes después, la policía la abordó cuando salió de comprar algunos recados para la preparación de su almuerzo. “Señora”, le dijo el uniformado “hay una denuncia contra Ud. por estafa en la comisaría y también por venta de de drogas… acompáñeme, quizá con su declaración todo quede zanjado”.  Pidió unos minutos para apagar la cocina y, salió sin presagiar su futuro. Entró en la comisaría y otro policía de gesto adusto interrogaba a un sujeto de malas fachas: ¿Quién te vende la droga Mocarrito? Preguntó.  El acusado contesto “No sé el nombre de la mujer, pero vive en la calle tal, cuadra tal, casa de tales características… Dicen que también presta plata”. La mujer oyó y se sorprendió de lo oído. Identificaba, la calle, el número de la cuadra y hasta las características de la casa: ¡Era la suya! Lo miró asustada y esperó. El policía que amigablemente la había conducido desde su casa hasta la institución pública cambió de un solo trazo de gestó y le espetó: “¿Conoce Ud. al hombre que está allí?” La mujer, asustada, negó con la cabeza, mientras que miraba el perfil del declarante. “No”, dijo finalmente con voz tímida.  Con gesto adusto, el policía le indicó que había graves denuncias en su contra, que le había hecho seguimiento de hacía algunas semanas, que había movimientos sospechosos en su casa, que personas la sindicaban como distribuidora de drogas y que se dedicaba al “blanqueo de dinero” y le remató: “Ud. es viuda. Su casa está siempre puestecita, he visto que sus muebles están en buen estado, su ropa es de buena calidad y no tiene trabajo estable ¿De donde saca Ud. el dinero?”. La mujer solo esbozo una sonrisa miedosa y murmuró: “De mis negocitos…” –“Esta complicado su asunto”, retrucó. De su cajón sacó un código penal de pasta azul y fingió leer: “Por tráfico ilícito de drogas hasta 35 años de pena privativa de libertad”. Mientras se paraba, masculló: “Espere un rato, el Comisario le va a interrogar”.

Luego de unos minutos… una voz le habló: “Doña Chepa, que hace aquí”. La mujer regresó la mirada con temor y en el instante siguiente se convirtió en esperanza. “Ingeniero, me dicen que vendo drogas pero Ud. sabe que no. Conoce a alguien que me ayude”. Era su deudor. Se sonrió con malicia y le señaló: “Soy abogado… déjeme que se puede hacer”. Caminó unos pasos y habló con el policía que la custodiaba. Este cogió del escritorio un folder lleno de papeles y se los entregó. El hombre le hizo una seña y se metió en otra oficina.  Luego de varios minutos, en realidad, más de media hora, salió, con cara de angustia, de preocupación: “¿Vende droga? ¿Sabe Ud. que es el delito de lavado de activos? El expediente policial está complicado y las penas son altas…. Yo no soy ingeniero. Soy fiscal… haré todo lo posible por ayudarla. Ahorita la van a detener. Está complicado”. Todo eso, sin apartarse de su cara de angustia y preocupación. La mujer pasó al calabozo y éste recomendó: “trátenla bien ah”. Igual, el calabozo era una inmundicia, los olores fecales se confundían con las soeces rimas garabateadas en las paredes. Un hediondo colchón se acurrucaba en la esquina más oscura. La mujer sólo podía sacar su nariz por los espacios libres de la reja.

Tres horas después la sacaron del humillante calabozo. El fiscal le dijo: “Los delitos son graves y pueden ir hasta con 35 años de prisión. No puedo hacer nada…” La mujer sollozante le rogó por sus hijos, por el amor de su madre, por la amistad de ambos. “En nombre de esa amistad, es que debo atender a los que han hecho la investigación, son seis policías y el Comisario los que firman las actas… habrá que darles una buena propina. Debe ser muy buena, ah… porque los delitos son muy graves. Y eso que no está el asunto de la usura. Eso de prestar plata con intereses también es delito… Pero no se preocupe. Eso no va a salir”.  Se volvió a ir y regresó: “Dice el hombre que son diez mil soles…” La mujer agravó su gesto de preocupación y sin importarle continuó “…por cada uno”.  Un lamento se oyó en la pequeña sala: “Doctor no tengo ese dinero… Ud. sabe que no lo tengo….” –“Así son las cosas, señora. A veces se gana, a veces se pierde”; replicó. La mujer, no tenía alma, había sido ahogada en lágrimas, pero aquel hombrecito le dio una salida: “Mire… le debo yo ochenta mil verdad… Yo me encargo de pagar a los policías, quedan diez. Esos me los dejo por mi negociación. Le parece?” No lo podía creer, la mujer sabía que todo estaba perdido... Y pensó  ¿si llamo a un abogado? Y adivinándole sus pensamientos, bondadoso él, le recomendó: “Ni piense en abogados porque le cobrarán un poco menos pero igual Ud. perderá la libertad. O mi propuesta o su libertad”.

Cinco horas después de haber dejado su casa, la mujer aceptó el nuevo pacto. El hombre no le debía nada y ella alcanzaba su libertad. La mujer aún sigue pagándole a la Caja Municipal el precio de su libertad. El hombrecito aquel, sigue siendo "operador" de la justicia. Nunca hubo denuncia por el hecho.

Preso

Apenas unos rayos de luna atravesaban la floresta del macupillo. Era el escondite perfecto y, perfecta eternidad era los diez minutos primeros de las diez de la noche, en que ambos se encontraban. El macupillo era el escondite de los hijos de ella, de los hijos y de los amiguitos de sus hijos. Entre sus ramas había baldes, tapas de ollas, carritos de madera y otras chucherías infantiles… Ese mundo se apagaba a las cinco de la tarde. Los niños volvían a sus casas a las tareas domésticas y escolares. Florecía nuevamente, cada miércoles después de la  hora 22, en medio de la obscuridad, por a través del cri-cri de los grillos y del chirrido de otros insectos nocturnos… Estos no existían en la hora de los amantes.

“Abrázame apasionadamente con tus brazos fuertes” le dijo la mujer a su mudo acompañante. El hombre, casi de rodillas, en la misma posición en que ella estaba, cogió su cuello con ambas manos y la besó delicadamente. Y mientras un beso húmedo recorría su garganta, le susurró: “Un día de estos, te vendrás conmigo”. Ella no contestó, cogió su mano y con el brazo de su amante rodeo su propia cintura, invitándolo a aprisionarla. Casi como un lamento calladamente anunció: “siempre seré tu prisionera”. El sonrió. Solo confirmó lo que sabía.

Un par de hombres pasaban cerca de allí. Uno de ellos, con oído de tísico, oyó los requiebres y paró en seco su andar. El otro imitó su actuar. Se acercó sigiloso y alumbró con su linterna la cara de los amantes cuasi desnudos. “Le diré a tu marido, Maruja”, amenazó y siguió su camino. Ella reconoció la voz, pero no dijo nada. Se puso su ropa y regresó a su casa. El vecino que le acompañaba, solo sonrió y pensó con el corazón: “Ahora viene mi venganza… Ella se encargará de todo. Te arrepentirás de haber metido tu linterna donde no debías”. Se despidieron bastante preocupados y, mientras un beso con mordida alcanzaba la comisura de los labios de la mujer, solo le dijo: “Será mejor no vernos por un tiempo”. Ella replicó: “Si. Es lo mejor”.

La mujer cubrió los cuerpos dormidos de sus hijos y se echó junto a su marido… le dio un beso de buenas noches y, mientras se acurrucaba rumiaba como evitarse el problemón. Dos minutos después, salía de su cama. Un ruido extraño en el corral le preocupó… “Espera Toño, creo que la puerta de corral de las palomas se ha quedado abierta… no sea que el gato haga daño”. Salió de la habitación y, media hora después regresó llorosa, agitada, con las ropas medio arrancadas… “Toñooo… donde has estado…” El hombre medio adormitado… se le levantó y al ver su mujer en ese estado gritó, mientras se tiraba de la cama: “¿Qué pasó?” Minutos después, una denuncia por agresión sexual se anotaba en los cuadernos policiales… “Mientras forcejeaba con él pode tocar una zona aspera de su cuerpo… medio rugosa y peluda, como un lunar. No podría decir quien fue. No se veía”, se leía por alguna de las líneas de las tres páginas que contenían la lamentosa declaración de la mujer. El médico del lugar, en ausencia de un forense, dejó constancia en su certificado médico, que la mujer presentaba dos equimosis en cada brazos y un moretón en la parte interna del muslo izquierdo. También dejó constancia de su melena enterrada y su lábil estado emocional. También se indicó en el documento que, “por pudor, propio de las víctimas de este tipo de agresiones, no se le hizo el correspondiente hisopado vaginal”.

Un año después, el ocasional testigo de la escena amatoria de los furtivos amantes, esos que aprovechaban del escondrijo de los niños para sentir mutuamente sus pieles,  se sentaba en el banquillo de los acusados, bajo la imputación de violación sexual agravada. Un certificado médico legal señalaba que, presentaba a la altura del abdomen un lunar de particulares características: El, en su declaración judicial, anunció lo que sus ojos vieron a la luz de su linterna en la breve fracción de su alumbrado: “Maruja estaba con un hombre medio arrodillados, abrazados uno del otro, pero solo pudo reconocerle a ella, por que justamente, la luz le dio en la cara”. Del hombre sólo pudo decir, que parecía más joven que ella, que era de cabello lacio y que “no regresó a mirar cuando lo alumbró” y que apenas sólo dijo “puta madre”, cuando los descubrió. El final de su declaración judicial, lloroso dijo: “Maldita la hora en la que me acerqué a ese macupillo”. Dijo que iba acompañado de su amigo quien pudiera ser testigo parcial de lo que vio, pero éste nunca se presentó en la audiencia.

Maruja casi que pidió permiso medio llorosa para declarar que fue vejada en ese lugar, lanzada por un hombre contra el suelo, sin poder reconocerlo físicamente, porque en la obscuridad no se veía nada y solo escuchaba su voz: “Ahora te voy a poner a gozar, negra” y otras groserías, que “solo de pensarlas me hacen agua los ojos” dijo. El fiscal preguntó y ella, casi no queriendo, volvió a mencionar el lunar rugoso. No hubo más. Se leyeron los certificados médicos. El penal de Rio Seco pronto tuvo un nuevo inquilino, enviado por seis años… “Maldita la hora en la que me acerqué a ese macupillo”, volvió a enunciar el acusado, al momento en que traspasaba el quicio del portón negro que, socarronamente, les anuncia a los transeúntes: “Bienvenidos” con letras verdes y sombreados rojos.

Un año y medio después, la Maruja vuelve a encontrarse con su amante, cada miércoles a las diez de la noche, por diez minutos a la luz de la luna bajo ese mismo macupillo… Debe tener más cuidado. Sus hijos han crecido y puede que tenga problemas. Esta noche, la primera después de esa larga ausencia, en medio de la noche obscura, calladamente le dice: “Abrázame apasionadamente con tus brazos fuertes… hazme gemir como sólo tú sabes… haz que me estremezca de placer”.

Calavera

Miraba hacia el techo. Miraba entre las ondas del eternit la respuesta a la pregunta formulada por el Rubio: “¿Cuáles son los restos humanos más antiguos del Perú?”  Una breve pausa… “Lo hemos estudiado antes de ayer”, anunció en forma de amenaza. En la pizarra verde, aun se podía advertir los rezagos de lo que pretendía ser una cueva, con la que se había ilustrado la lección. Claro él no dibujaba nada, salvo las letras del abecedario que se conjugaban entre sí y de varios colores para resaltar las ideas principales, que se anotaban débilmente en el cemento verde de una de las paredes del salón… Los otros párvulos miraban temerosos ante el riesgo de ser llamados para cualquier pregunta que pudiera ocurrírsele al profe.

Al inicio del año, además, de alguna de las tablas de multiplicar que se anotaba en uno de los extremos, se dibujaba sobre líneas horizontales un utópico horario que nunca se cumplía. Se anunciaba las horas de matemáticas, lenguaje, ciencias sociales, ciencias naturales,  religión y educación física. Nunca se cumplía. El profe hacía clases según sus particulares evaluaciones. Si tenía problemas con los números prefería insistir con éstos a costa de sacrificar las ciencias sociales o la religión y, si se trataba de reforzar el uso de las mayúsculas, la aplicación de las tildes y la distinción entre la coma y el punto y coma, la hora de religión pagaba pato… El bullicio solo tenía carta libre en la hora de educación física de los viernes… Unos 10 o 15 minutos de ejercicios contra el resto de tiempo detrás de una pelota o evitándola si se trataba de impedir un gol del equipo contrario… pero ese día no hubo pelota, ni shorts, ni nada… hubo palos…

¿Cómo se llamó el enviado por el ejército chileno para entrevistarse con Francisco Bolognesi en el morro de Arica? Juana La Loca, que así le llamábamos al más inquieto de todos, miraba con miedo la mano del profe que se apoyaba en el borde de relieve inferior de la pizarra…. Si allí donde se acomodan las tizas y la mota… también.  “Ya…-como ofreciendo una fácil oportunidad- dime el nombre de un héroe de la batalla de Arica”, retrucó el profesor al temeroso silencio del alumno… “¿Grau?” Dijo con temor. El profe abrió sus ojos achinados y con el puño hizo un gesto de amenaza y casi con impaciencia le dijo: “párate en la esquina. Coge tu cuaderno y repasa”. Miró su registro, leyó los nombres y miraba notas. Volvió con un nombre y, el chiquillo avanzaba lentamente desde los últimos asientos del salón para pararse frente a la pizarra. El profe de espaldas a todos y mientras escribía una ecuación, le dijo “hallar el valor de x. Fácil”.  Le entregó la tiza al chiquillo, mientras este miraba el ejercicio plasmado… No había mucho, pero lo poco, parecía difícil…. “rápido”, remató.  Volvió a su registro y llamó al siguiente candidato… mientras levantando la mano de presente, el profe sin mirarlo le preguntó “¿La Covadonga era un navío peruano o chileno?” Un breve bullicio entre los preguntados anunciaban que la respuesta era “facilita”… “Silencio…. Ya viene su turno, Olivos”.

Así, esa tarde preguntó desde los estados de la materia, los modos de reproducción de los peces, el ciclo del agua, las parábolas de Jesús, ejemplos de palabras esdrújulas, la diferencia entre el verbo y el sustantivo, la función de los artículos y hasta de qué color era el caballo blanco de Alfonso Ugarte… Hubo tiempo para preguntar quién fue la esposa de Túpac Amaru y donde se hallaban las ruinas de Sacsayhuamán, enunciar la frase completa de San Martín cuando proclamaba la independencia y los motivos que originaron los colores de nuestra bandera. Hubo pocas respuestas acertadas, y el grupito de los parados, con sus cuadernos de borrador en mano, repasaban en la esquina próxima a la puerta… El hombre estaba colorado de ira, de rabia,  de impotencia contenida bajo sus resaltadas venas de la garganta… Gritoneaba a cada quien. Elogiaba a los que respondían y los mandaba a sus respectivos asientos… “Ya ven… este muchacho todo es azul…” decía mientras se traquilizaba brevemente.  “Y con Uds. ¿qué hago con Uds?”, dijo mientras nos miraba. Alguno se atrevió, valientemente, a decir: “pa mañana profesor”. Volvió su rostro: “Queeee…. Para hoy lo que es de hoy. Han tenido buen rato para repasar. Dejen sus cuadernos en el suelo”.

Fue llamando uno a uno… El primero de todos pudo saber lo que era la paciencia y también aprender que los conceptos, aun a fuerza, entran. Aún no olvida que, el hombre de Lauricocha representa una de las más antiguas formas de socialización humana en nuestro suelo patrio. No fue fácil, antes de ésta hubo otras preguntas que la adornaron referidas a las pinturas rupestres de Toquepala y los restos humanos hallados en cuevas de la sierra sureña. El hombre, cogió un paralelepípedo de madera que se acomodaba junto a las tizas de la pizarra y enrojeció nuestras palmas de las manos: fueron cuatro tabletazos, que nos hicieron recordar que lo que Ricardo Palma contaba en una de sus tantas tradiciones no requería de un Chávez de la Rosa, sino de un profe enfundado detrás de unos lentes gruesos, mostrando en el antebrazo un águila con las extendidas, que parecía volar mientras dejaba caer desde lo más alto en las enrojecidas manos de sus pupilos y con la mayor fuerza posible, ese madero que apodábamos “La Calavera”. Una camisa manga larga, arremangada para “la facilidad”, unos pantalones acampanados imponían autoridad y, enmendaba con violencia, en los pequeños las anomalías que de grandes pudieran ser muy difíciles de enmendar.

Su rojez cada vez era mayor… no podía ser mayor. Uno que otro respondió alguna pregunta y se libró buenamente de La Calavera. Chavaná pegó su alaridos como otras tantas veces, Juana La Loca brincó de un extremo a otro, Guerrerito, como buen estoico, bufó su dolor y miró con rabia amenazadora al profesor… Un “¿quieres más?” lo volvía a su realidad…  Esa tarde, nuestras manos fueron testigos adoloridos de un duro aprendizaje.

Esa tarde aprendimos, que el éxito en la vida es de los que están preparados para pleitearla. 

Alfil

¿Sabes de ajedrez? ¿Has visto guerrear a un alfil en medio del cuadricular conflicto? Nunca he jugado ajedrez, pero me gusta esa figura. Dicen que juega en diagonal y no puede saltar por sobre ninguna pieza. Las vence a todas tomando su lugar.
En el ajedrez del incipiente medioevo, la partida representa una batalla, por eso los personajes que pleitean son siempre guerreros: el rey, comandante general del ejército; la dama, que en aquellos días era el mantri o consejero real; mientras que, el alfil representa a un soldado de mando medio; que a su vez ofrece protección a los peones o soldados rasos.  Una visión romántica del medioevo intermedio, convirtió al “consejero real”, en “La Dama”. El rey no pleitea por nada: pleiteaba por su dama, aunque en el tablero, ésta siempre le ofrece la mayor protección posible… como en la vida de todos los días.
El alfil, pieza de gozne entre el mundo real y el de los plebeyos; miraba con aspiración, en sus días iniciales, la posición del consejero real; empero cuando éste le dio su sitio a la dama real, entonces, la miraba con deseo… envidiaba al rey.  Aprendió a recorrer el tablero, blandiendo su espada, ofreciendo protección a sus subordinados; pero a la vez, pretendiendo que ella se fijara en él… deseando olvide el turbante rematado en cruz y, piense en los colmillos de elefante que lo distinguían…
Las guerras dejaron el campo de batalla y se hicieron incruentas, aunque no por eso, dejaron de ser duras. La diplomacia y el derecho se convirtieron en el nuevo campo de batalla. No se requería de todos los combatientes en el momento de luchar, pero sí que cada quien efectuará tarea en el espacio oportuno y en el tiempo adecuado… aunque estos no siempre fueran sucesivos. De hecho, el proceso jurídico es siempre una batalla, dos contendores con aspiraciones contrapuestas, muchos colaboradores, incluso con sus respectivas pretensiones. Es más, en algunas ocasiones, el rey es desplazado por alguna otra figura como protagonista principal.
La dama estaba en riesgo y batallaba sin cesar por la pretensión de no ser reemplazada por la nada. La idea era no morir y, en la peor de las circunstancias, pleitear en la mejor de las batallas y morir a sabiendas de que se dejó la piel por evitarlo. Esa mañana no llegó a la reunión pactada y un par de días después, herida, merodeo la Sala de los Pares, sin aproximarse. Sus iguales todos, sin saber murmuraban: pleitea por ella misma, sin anunciar nada. Alguno se aproximó para preguntar por su ausencia. Su mudez no ayudaba. Hubo quienes, conocida la noticia, regalaron sentidos cortejos y ocurridos consejos para el mejor pleitear… Los mensajes y los mensajeros –y cualquier otro instrumento que permitiera la transmisión de aquellos- se convirtieron también en piezas incondicionales de ese ajedrez: valía la jurisprudencia, algún antecedente, la revisión de los hechos, otra revisión para buscar resquicios, hubo que escribir pliegos de argumentaciones y conversar con otros entendidos en este tipo de problemas... Esta vez, miró a quien estuvo en la disposición de jugar de alfil, a otro igual que ella, pero que reconociendo su integridad, se disponía a tomar el puesto de jugar en diagonal, de recorrer el tablero en dicha posición. Había revisar la táctica empleada hasta ese momento y que reestructurar la estrategia a partir de nuevos objetivos. Los alfílicos pensamientos e ideas eran de ella, y ella se convirtió en idílica Dulcinea.
¿Dulcinea? ¿Es que los cuentos de caballería también sirven? ¿Qué hace aquí el Quijote de la Mancha discurriendo en sus disparatados recuerdos? Pues no tiene poco que hacer. De hecho, la pelea era quijotesca... El contrincante, una especie de molino de viento, al que muchos, de la misma laya le deben la muerte, esa que equivale al abandono de la función dentro del juego ajedrecístico, por cosas mayores o a veces, hasta sinrazón… solo bastaba que el Consejo de Guerra, requiriera a alguno que debiera morir, con razones de fundamento o, a veces, por el puro instinto de matar, por purito hecho del sádico disfrute en el morir del otro, aun cuando fuera evidente la falacia de la causa. Dulcinea era, pues, ella, la que se ponía en riesgo… Al alfil solo le bastaba saber su voluntad y verificar si tenía argumento. Entonces, ahora, era La Dama «virtuosa, emperatriz de La Mancha, de sin par y sin igual belleza», como describía Cervantes a la “Dulce Ana”, aquella que inspirara el nombre ficticio de Aldonza Lorenzo. Esa misma descripción hacía el Alfil de La Dama a quien servía.
Negado para los discursos, usaba el lenguaje de otros para decir aquello, que por sus mismas fuerzas no podía. Ella parecía saberlo. En los momentos difíciles así parecía expresarlo. O ¿quién sabe? Quizá el alfil expone razones que no tiene y pretende objetivos para los que su vida no alcanza. La Dama sigue perteneciendo al mundo del idilio, aquel donde Dulcinea del Toboso es real y el Quijote, un sujeto soñador de pretensiones vanas. En el mundo de los hechos, ese que importa al derecho,  ella sigue siendo La Dama y, el Alfil ha guardado su espada. Su pluma está escondida y su argumento olvidado, se encuentra a la espera de oportunidades en las que deba exponer razones que justifiquen su desempeño en el complicado y trebejista tablero del proceso.
El tablero es el mismo, la dama siempre tiene a un rey que la proteja, el alfil solo es una pieza valiosa en los diagonales, las torres que sostienen la muralla se sustentan en el derecho mismo que sostiene a la pretensión y al tablero mismo, pero el resultado de este juego, aún es incierto, sigue siendo un misterio… como misteriosas son las palpitaciones que impulsan este cuento que no sé, “a cuento de qué, viene”.

Nunca he jugado ajedrez.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...