¿Sabes cuál es la diferencia entre un barbero, un cirujano y un médico? A estos días, pareciera que la diferencia no tiene motivos de discusión, pero hubo un tiempo que la diferencia entre cirujano y médico era tal grado, que los que se dedicaban a la medicina se sentían agraviados si es que alguien les pedía les realice una intervención quirúrgica; mientras que los barberos, además de dedicarse a la rasuración y corte de la pelambre corporal podían hacer flebotomías, extracciones dentarias y hasta atendían dislocaciones óseas. ¿Quieres saber de dónde viene el asunto?
La regla de oro de los hijos de San Benito, como sabemos es “ora et labora”. Esa les permitió distinguir entre los asuntos del mundo espiritual y aquellos otros correspondientes a nuestra mundanidad. Es así, que como parte de su formación incluyeron asuntos de medicina. En realidad, la situación en la que mundo se encontraba les obligó a esa tarea. Ubiquémonos en los últimos tiempos del Imperio Romano de occidente: en esos días las migraciones barbáricas no sólo suponían nuevos asentamientos humanos, sino que alcanzaban acciones de rapiña que ponían en riesgo los monumentos, las construcciones, las bibliotecas, el arte… El 24 de agosto de 410, Alarico saqueo Roma y, aunque no supuso mayores acciones de violencia, los hombres nobles y sus familias precautoriamente habían puesto a buen recaudo sus bienes, bibliotecas, joyas, etc. en lugares alejados, dígase casas de campo o centros conventuales o monasterios. Un escritor de la época, Paulo Osorio, sostiene que Alarico “había ordenado que si algunos se hubiesen refugiado en lugares sagrados (…) estos permanecieran incólumes y seguros”. Ese estado de inseguridad fue propio de la larga centuria correspondiente al siglo V.
Ante la constante acechanza de incendios y saqueos, los monasterios y centros religiosos se convirtieron en los focos de la cultura. En ellos se cultivó el ascetismo y la piedad rigurosa, pero también se continuó el ejercicio de las artes liberales heredadas de la cultura griega. Muchas gentes destinaron sus bienes a la constitución y/o mantenimiento de monasterios. Casiodoro Senator fue un político romano que, en los últimos tiempos de su vida fundó –bajo las reglas benedictinas- el monasterio de Vivarium en el que funcionaba una biblioteca y un hospital. En la primera se cuidaban los escritos que recogían las enseñanzas médicas de Alcmeón de Crotona, Hipócrates, Aristóteles, Galeno, entre otros; en el segundo, se aplicaban de mejor forma los conocimientos de medicina en la humanidad de los enfermos y heridos que allí se albergaban. Los monjes benedictinos se convirtieron, así, en los médicos de la temprana de la edad media. Las escuelas monásticas de los días de Carlomagno insistieron en que a las siete artes liberales se les añadiera la enseñanza de la medicina. Tal asignatura suponía la simple repetición –y en el mejor de los casos, reflexión- de la medicina de los antiguos, aunque tal conocimiento era útil, tanto así que el rey Enrique II de Baviera, en el siglo IX, fue operado para extraerle una piedra renal en el hospital del monasterio de Montecasino. El cronista que da cuenta de dicha intervención quirúrgica si bien lo califica como un milagro de San Benito, el hecho como acto médico ocurrió, al punto que se encuentra registrado en un bajo relieve que aparece en la catedral de Bamberg.
La actividad médica de los benedictinos no estuvo exenta de críticas, en razón al supuesto descuido del cuidado de las almas para dedicarse a la medicina, por lo que les fue prohibida tanto su estudio como su aplicación. Con el ánimo de no perder tales conocimientos los trasladaron a personas de su confianza. Los más próximos: los barberos. Éstos concurrían a los monasterios para el cuidado de cabello, confección de la tonsura, corte de barba y, a ellos se les confió las técnicas de las flebotomías, necesarias para las famosas sangrías que tenían como objeto el adecuado ajuste de los humores corporales, que –en el entendimiento de los antiguos- producía algunas enfermedades. El modo de coagulación de la sangre daba pie a diagnósticos y pronósticos específicos. Estos suponían que también se les confió la realización de dichos análisis a la vez que, debían conocer qué tipo de medicamentos –drogas, emplastos, dietas, purgantes, hierbas- eran necesarias para superar dichos males. Así mismo, se hicieron encargo de las intervenciones dentales. Los cirujanos por su parte, era gentes dedicadas al conocimiento empírico de la anatomía humana y, probablemente, desde la experimentación con cerdos, caballos, cabras, aprendieron a realizar incisiones de mediana complejidad: atenciones de hernias abdominales, cálculos renales, cataratas. En realidad, actuaban partir de sus experiencias, pero con el consejo y dirección de los médicos. El médico no realizaba intervenciones pero era quien poseía lo más valioso: el conocimiento y, para alcanzarlo era necesario acceder a la lengua de los académicos y a los libros de las más sofisticadas bibliotecas.
Esas diferencias motivaron la aglutinación de unos con el ánimo de evitar el surgimiento de otros. Los clérigos abandonaron la medicina; así que su práctica quedó en manos de los cirujanos y los barberos. Los primeros formaron sus gremios o hermandades con la finalidad de buscar la autorización que les permita acceder a la universidad y a la vez evitar que los barberos puedan acceder a mejores conocimientos. Abandonados los conocimientos de los antiguos, la mayor cantidad de médicos que hicieron frente a la peste negra a mediados del siglo XIV eran personas de buenas intenciones pero de un empirismo sin rigor científico, salvo raras excepciones. De allí que, los diagnósticos y pronósticos en más de una oportunidad suponía remedios que exigían actuaciones mágicas. Por poner un ejemplo, las escrófulas derivadas de la tuberculosis eran curadas con la imposición de manos por parte de rey, mientras que las enfermedades mentales se curaban con exorcismos o sustancias que exigían objetos inalcanzables: sangre de dragón, polvo de cuerno de unicornio, bilis de ranas de sexo específico, etc.
Como decimos, es preciso indicar que hubo algunos cirujanos muy valiosos como Guy de Chauliac –reconocido por las atenciones al papa Clemente VI en medio de la pandemia de la peste negra- cuyos sus conocimientos médicos pudieron ser alcanzados en razón a sus condición de canónigo. La medicina era una actividad complementaria a la teología, a la filosofía o la astronomía. Tendría que, llegar los últimos años del siglo XVI para que adquiera independencia y, se reconozca el oficio de barbero apartándolo de las propias de la medicina.
Una nota curiosa ¿Has visto la barra bailarina de blanco y rojo en las puertas de las barberías? Es una reminiscencia de sus antiguas tareas. Las sangrías tenía un procedimiento específico: el brazo del paciente se sujetaba a una picota de madera, se le forzaba con la intención de exponer las venas y, una vez logrado se hacía el corte. El poste, como se entenderá, quedaba lleno de sangre. Si, el barbero tenía muchos pacientes, entonces el poste podía permanecer ensangrentado. Para evitar el mal ánimo de los clientes, se le envolvían un manto blanco con intención de disimular las sangres. Ese poste bailarín de las barberías no es un simple adorno, tiene una larga historia de sangres…
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