viernes, 3 de abril de 2020

falsaciones

Moriré con un amasijo de recuerdos en la mollera. Y serán un amasijo porque con cierta frecuencia me encuentro con el “alemán” en las esquinas de los parques… ¿No te ocurre que te viene a la cabeza el recuerdo de una tarea que obliga a llamar a alguien y resulta que no recuerdas el nombre de ese alguien? ¿O que le mandas un saludo cumpleañero virtual a la persona que ya celebró su fiesta cincuenta días antes? ¿O que llegas a un ambiente de tu casa y no recuerdas para habías ido? ¿No te ocurre? Bueno a mí, si… Es más, creo saber la fecha en la que advertí que terminaría mis dias con un buñuelo de testeras reminiscencias. Fue aquella vez que, en medio de un examen de algún curso de la maestría, luego de entregarlo, el docente de forma inmediata me advirtió que no había anotado mi nombre y, sin decirme nada me extendió la hoja señalándome el espacio en el que solo aparecía el punteado que suele graficarse para el llenado correspondiente. Era evidente que me pedía anote mi nombre… Mi memoria fue en ese momento, como la hoja que me entregaron al inicio: un cuadernillo en blanco. El hombre se dio cuenta y solo se sonrió con un tonito de burla.

Hoy tocó viernes de varones. La covid-19 ha obligado al aislamiento social y a la selección de transeúntes según los días de la semana. Hoy, coincidentemente me tocó ir a trabajar y, es el tiempo en que aprovecho para hacer compras de lo que se necesita. El mercado estaba lleno de varones haciendo compras…. Jajajaja. Naaaaaa!. En el mercado siempre hay varones comprando, pero hoy los memes saltaron por todas las pantallas… Eran memes de burla, pero que también exponen el mayor machismo del que estamos hechos ¿Cómo creen que mi pata Andrés no sabe la diferencia entre la papa blanca y la papa amarilla? De hecho, mi compadre Martín ha aprovechado el “viernes de machos” para salir de casa, para respirar otros aires. El asunto es que mientras Coco nos contaba que se había encontrado en el mercado con algunos de sus promociones, a la vez denunciaba que había algunas doñas que desconfiadas de sus maridos habían desacatado la orden de no salir. Y allí está el asunto: no nos hemos tomado en serio la enfermedad. Hemos superado varias crisis, pero no tenía noticia de ninguna como esta. Nuestros vecinos del norte la están pasando mal: varios cadáveres expuestos públicamente no son recogidos a tiempo ¿A eso queremos llegar?

En ese mercado donde Coco hizo sus compras esta mañana, allí hacía las mías. No sé si en esos tiempos ya existían estos bolsos “de politileno” azules o naranjas que ahora abundan, pero la autora de mis días había hecho uno y era de color amarillo. Mi papá trabajaba en una empresa petrolera y solía llevar a casa los “plastificados” en los que se empaqueta las maquinas que llegaba al taller. Eran unos “polietilenos” reforzados. En ellos podías pasar la lluvia sin que esta penetrara por ninguno de sus lados. Es más, luego de mojarse, prontamente volvían a estar secos. Bueno… con algunos de esos retazos mi mamá confeccionó uno y, fue asignado para las compras del mercado. Quizá sus dimensiones serían de cincuenta por cincuenta. El encargado de las compras era yo y, ella me enseñó a comprar. Había una tienda de granos en la que atendía un lejano pariente mío, un tal Beto Escobar. Las mujeres hacía cola para la atención: allí se compraba el arroz, el azúcar, la leche, el papel higiénico, las menestras, café en grano, el famoso té “Huyro”, entre otras cosas. No había bolsas como en estos días, sino que todo se empaquetaba en papel. Los granos se vaciaban en un pliego de papel de azúcar y, luego con una habilidad de maestro, el tendero hacía un atado que finalmente se acomodaba en los bolsos de las mujeres. Si la cantidad era mucha, cada clienta alcanzaba alguna galega de tela. Allí estaba yo… aburridísimo en el peor de los casos; pero si coincidíamos con algún otro churre, los sacos de arroz, de maíz, o de lo que fueran, se convertían en las montañas que debíamos escalar y, en las que matábamos el tiempo que suponía la espera.

El mercado era para las verduras y las carnes y, esa era mi tarea. La papa, la cebolla y las yucas siempre se compran primero: se acomodan al fondo de la talega. Luego vienen las frutas de semejante consistencia: las manzanas, por ejemplo. Para el final quedaban las alverjitas, los tomates, las lechugas y el culantro. Como colofón de todo, las carnes. El escaparate de Dn. Nico Machala siempre tenía gente. Por muy temprano que llegaras o por muy tarde que sea siempre había gente. Había que comprar un kilo de pulpa y medio kilo de hueso. Y para conseguirlo había que pleitear con las señoras: más de una me amenazó con dar las quejas a mi mamá por adelantarme en la atención o, por lo que fuera… En las pruebas del ensayo y el error aprendí a comprar. La primera vez, un par de tomates podridos –que terminaron en el buche de las gallinas- motivaron una puteada de padre y señor mío… “Y la próxima, te regresas para que te cambien los tomates”. En esos días, no se habían inventado los trimóviles, así que los dos kilómetros que separan a mi casa del mercado, los tenía que hacer en mis piececitos. Claro, en la ida no había problema; regresar a casa con un bolso de algo de entre 8 y 10 kilos si que hacían pesado el camino. En la segunda semana, tuve que volver con una yuca aguachenta, para que me la cambiaran… Dos kilometrazos, recorridos varias veces.

Decía al comienzo que, mi cabeza es un amasijo de recuerdos: en la puerta del mercado –del ya desaparecido viejo mercado- entrando a la mano derecha vendía una mujer, y su hijo era su ayudante. Ese muchacho era mayor y creo que me llevaba dos grados de ventaja. Era, además, policía escolar. El “Alberto Pallete” apenas alcanzaba, en esos días, los 500 alumnos, así que todos nos conocíamos, cuando menos de vista. Solía compadecerse de mí: “deja tu bolso aquí, y anda compra lo que te falta”. Luego, al término, ponía un par de escabeches sobre las compras y, con un “nos vemos en el colegio”, nos despedíamos. Creo que él heredó el puesto de ventas… En este amasijo de evocaciones, creo… me parece… tengo la impresión… de que su apellido era Farfán. No lo sé. Es solo una impresión, que puede ser falsa, como simulada puede ser la historia que ahora les cuento.

Buenas noches.

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