Hemos aprendido desde pequeños que la especie humana es la obra más importante de Dios. Todo lo demás existe para ella. El hombre es el centro de la creación. Se reconoce que la especie es imperfecta pero que está llamada a la trascendencia. Tiene ofrecido –luego de caminar por este valle de lágrimas- el goce perpetuo de la perfección en el cielo, donde no hay llanto ni dolor. Sin embargo, dada esa imperfección muy poco puede hacer para ganarlo. El cielo, es –en definitiva- una gracia de Dios. Los que van al cielo, es porque han sido alcanzados por la gracia de Dios. En ese extremo, dada nuestra imperfección, la religión nos reconoce unos muy buenos abogados. Los marianistas dicen, que no hay mejor intercesora que la virgen María para llegar al cielo… es más, representan el asunto, en oportunidades, como la mamá alcahueta que está dispuesta a menguar o disimular tus faltas con tal que tengas la oportunidad de llegar al cielo. Los otros intercesores son los santos y, estos se han distribuido según los oficios y profesiones. En el caso de los abogados, aparecen como tales el apóstol Tomás (el incrédulo), San Ivo, Tomás Moro, entre otros, mientras que los médicos se encomiendan a San Camilo. Hasta las ciudades y las instituciones se ponen al amparo de algún santo. La Policía Nacional de Perú está bajo la protección de Santa Rosa de Lima y nuestra ciudad de Piura, es custodiada por la flamígera espada del arcángel Miguel. Si. Los ángeles son también intercesores y, resaltan de entre estos, los ángeles custodios.
Desde muy pequeños vivimos ligados a formas de intercesión… Le rezamos al anochecer a nuestro ángel de la guarda y ponemos una estampita al lado de nuestra carpeta cuando corresponde resolver los exámenes escolares. Pedimos a nuestra mamá interceda por nosotros para que papá nos permita algún beneficio: propinas, permisos, paseos, etc.
Hemos crecido con la idea de que somos imperfectos y de que no nos merecemos lo que tenemos. Que necesitamos de otro para asegurar la licitud de lo merecido. Esa idea se traslada al ámbito de lo terreno y da lugar a la arbitrariedad. El gobernante, por un asunto de solidaridad, le concederá mejores beneficios a aquellos que considera como “suyos”, el juez decidirá en favor de aquellos que le son más cercanos, el alcalde preferirá obras para los vecinos de su calle… Y así sucesivamente. Hay quienes dicen, dentro de sus propias familias, “el preferido de mi mamá es menganito y el del abuelo, sutanino (y los demás hermanos avalan la versión). Ante esto, aparece la “tramitología” y en el ámbito común, la tramitología pública, con el ánimo de excluir la arbitrariedad de los asuntos que competen a todos. Y se imponen reglas objetivas para que los bienes y servicios estatales se administren asegurando que todos los ciudadanos sean tratados de forma igual al momento de la distribuir dichos bienes y servicios. Siendo que, además, la pereza suele ser compañera de la especie humana -dicen por incidencia del pecado original- y, por tanto de los servidores públicos, entonces, se imponen plazos, específicos tanto para el peticionante cuanto para el servidor público. Debemos atender las peticiones de los ciudadanos dentro de los plazos de la ley. Nuestras flojeras nos remiten a dejar las cosas para el último día de plazo. “Tengo diez días para expedir la sentencia de vista” dice el juez superior y establece su lectura de sentencia en el último día. Le vale madre, que de por medio está la libertad del acusado o si tiene o no carga procesal que le posibilita una actuación de mejor diligencia.
Pero claro, allí donde hay una necesidad hay, también, un intercesor: tengo problemas de salud, entonces le rezo al santo de mi devoción para que me haga el milagro. Tengo un trámite en el Ministerio de Transportes, entonces le hablo a mi ex compañero de carpeta universitaria, para que me vea el casito y lo acelere. ¿Quién no ha hecho eso? ¿Quién no le ha pedido alguna recomendación a algún conocido para determinado caso? Todos hacemos eso, hasta en la cola cuando vamos al pagar la luz o el agua: miramos si por delante hay algún conocido: nos aproximamos calladamente y le damos el dinero y el recibo. Le sonreímos al mesa de partes, para que nos atienda solícitamente. Si nos es posible la intercesión espiritual ¿Por qué no aceptarla en el ámbito terrenal? De hecho, recuerdo haber llamado alguna vez a algún amigo para decirle: “Fulano, ¿puedo poner tu nombre en la parte de recomendaciones de mi hoja de vida?” Recuerdo haberme ufanado en alguna entrevista de ser amigo de algún jurista destacado.
El asunto es ¿Cuándo el asunto se convierte en delito o en actuación socialmente inaceptable? Los audios de los últimos días exponen los niveles a los que pueden llegar esas actuaciones: empiezan como “ingenuas” recomendaciones (pidiendo la firma de convenios entre determinadas instituciones) para terminar en negociaciones en las que de por medio está la función pública (Ya está lo que me pediste, ahora cumple con tu parte). Nos hemos indignado, porque la “cosa pública” se ofrece calladamente y a postores que sin atender las reglas de la tramitología pública, se la brincan pagando o recibiendo favores, que no están dispuestos a ventilar públicamente: “Está mal que graben conversaciones privadas”, dijo uno de los involucrados. ¿Estamos dispuestos los (demás) funcionarios públicos a permitir la grabación de nuestras conversaciones cuando conversamos sobre los asuntos por las que somos contratados estatales?
Nos hemos quedamos paralizados, escandalizados y son pocas son las expresiones de rechazo. Nuestro silencio se viste de prudencia, pero también de temor. En realidad, nuestras conciencias nos delatan: intuimos lo que hay detrás, esas formas estructurales de relaciones sociales que nos permiten celebrar las criolladas o las vivezas de los niños, o los silencios cuando vemos que nuestro hermano se quedó con los vueltos y, no lo delatamos porque sabemos que los caramelos que comprará también endulzarán nuestros paladares. Celebramos esas formas sociales de relacionarnos, incluso en el ámbito espiritual: le permitimos patrones o santos intercesores a aquellos que hace mal. La virgen María, bajo la advocación mercedaria, Sarita Colonia y el Cautivo de Ayabaca no tienen la culpa de que socialmente les hallamos endilgado el cuidado de aquellos que le hacen daño a la sociedad.
Somos nosotros, como colectivo social, lo que hemos construido nuestras relaciones sociales a partir de esas definiciones defectuosas. Hay un asunto que pensar, hay decisiones personales que asumir.
P.D.- Que bueno que uno de los involucrados haya renunciado a la función pública. Esperamos que los otros también lo hagan. Qué bueno que se hayan dictado medidas cautelares disciplinarias en su contra y en contra de otros magistrados compañeros de aquel.
Valientes esos funcionarios y servidores del CNM, que se ha pronunciado por la necesidad de que se investigue prontamente y se sancione con rigurosidad.
Esperamos que las comisiones destinadas a la reorganización del sistema de justicia, tanto la del Poder Judicial como la del Poder Ejecutivo, se sienten a la mesa y, escuchando a los jueces, fiscales, profesores universitarios, doctrinarios, juristas, ciudadanía en general posibiliten un mejor futuro. Sin perjuicio de esa tarea, las decisiones siguen siendo personales.
Buenas noches.
(Noche de 14 de julio de 2018)
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