viernes, 10 de abril de 2020

Medios

La posición de Judas en la historia es la del traidor. Sin embargo, hay quienes sostienen que hay que dudar de la literalidad de los textos sagrados. Orígenes, por ejemplo, evalúa el hecho de la entrega del maestro y su señalamiento con un beso, desde el resultado de dicho acto: No hay nada de reprochable en la acción porque finalmente, sin ésta no hubiera sido posible la resurrección, que a su vez permite la salvación del género humano. Juan Crisóstomo, por su parte, evalúa el mismo hecho, pero desde la intención del autor: La acción es reprensible por la avaricia y la mezquindad que la inspira, puesto que el afán era el de conseguir para sí un dinero de mala forma.
El problema, en términos kantianos, se plantea desde la justificación del fin sin importar los instrumentos para alcanzarlos. En el mundo kantiano, el beso de judas es una acción malévola por sí misma: materializa la desatención del imperativo categórico fundamental: No hacer aquello que no quieres que hagan contigo; empero desde de la perspectiva maquiavélica, no importa el modo si finalmente se logra un resultado positivo: los que se anuncian cristianos han logrado –por la muerte y resurrección de Jesús, causada con el acto de la traición- la posibilidad del alcanzar el cielo.
En los últimos días, la discusión social se reduce a eso. Se ha abierto una brecha imperceptible, en la que es posible amparar una acción siempre que se pueda mostrar –cuando menos en apariencia- que la misma es loable, socialmente admisible y colectivamente benéfica, sin importar que los medios sean también adecuados, razonables y semejantes con el fin pretendido. La delincuencia es el pan de cada día: el modo de evitarla es matando a quienes se dedican a ella. Y desde los medios de comunicación se anuncia la poca importancia de un delincuente (presunto) muerto frente a aquel otro (héroe) que le dispara. Si el hecho va así, entonces empecemos por alargar nuestras armas en cada hueco, esquina, chingana donde sabemos se reúnen los delincuentes. Si algún inocente muere, queda justificada dicha muerte en la serenidad colectiva que supone la seguridad ciudadana, producida por la muerte de aquellos otros que sí lo eran. Bentham sonríe con fruición: las acciones de los individuos se califican por el mayor placer y beneficio que posibilitan al mayor número de integrantes de la sociedad.
La acción de Judas, por tanto, ya no es tan mala: nos permitió la alegría de la resurrección. De hecho no lo sería tanta, sin tal beso traidor. Déjennos cantar, como en cuaresma: “Oh feliz culpa que mereciste tan exceso redentor”; déjennos anunciar cívicamente: “Acabemos con la delincuencia, no importa el modo”. Y… ¿Dónde queda la prédica pauliana: “No te dejes vencer por el mal. A contrario, vence al mal a fuerza de bien”?. Tal parece que estamos perdiendo los principios mínimos irreductibles: parece se esconden debajo del miedo que nos provoca vivir en colectividad. O, lo que es peor, solicitamos se apliquen selectivamente.
Después de todo, ya no sé si debo reprocharle algo a Judas. A lo mejor tendría que darle las gracias… y ponerle una velita. El hombre, parece, se merece un "like".

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Miedo

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