martes, 24 de diciembre de 2019

Celebración

Faltaban pocas semanas para la celebración de la boda, pero su embarazo ya se hacía notorio.  Quizá no tanto para un ojo pipiolo, pero si para alguien que ya hubiera presenciado alguno. La muchacha, aunque inexperta en las artes amatorias, hizo lo que el sentido común le recomendaba: un cinto de tela del ancho de una mano había ajustado su vientre por algunos días, con el afán de ocultar el crecimiento abdominal a los ojos de la gente. Se hacía necesario, al menos, hasta la realización de la nissuin, la ceremonia de la boda misma, que culminaba con la suscripción de la kethubah o contrato nupcial.
Las reglas sociales obligaban a que, durante los esponsales, los novios estuvieran apartados, casi sin verse, sin perjuicio de que por a través de los amigos o familiares pudieran alcanzarse, uno al otro, mensajes y/o regalos. El asunto del embarazo, sin embargo, no podía ser tratado por a través de terceros.  El día de la boda había llegado. En el alfeizar de la ventana más alta, tres lámparas de aceite mostraban el camino; Yusef, en la distancia, guiado por la triple luz y acompañado de los suyos se aproximaba llevando consigo el contrato a firmarse y, las nuevas ropas: las de mujer casada así como algunos detalles con los que pretendía agradar a su amada. La mujer rompió el protocolo: pidió hablar a solas con su novio para precisar algunas consideraciones propias la nueva vida. En realidad, no quería sorprenderlo y, en voz calmada y en el silencio de la noche –ese que se había logrado desde la sorpresa del llamamiento al secreto de los novios- le hizo saber de su preñez, de su condición de embarazada. Y no lo pudo explicar, solo se limitó a decirle: “Pero Yusef, si así te parece, es mejor que ahora no terminemos con la ceremonia…”. El hombre, intentó mirar a través de obscuridad de la noche que le permitía la ventana y, sopló sobre una de las lámparas que le sirvieron de faro. La pequeña llama no se apagó. Lo intentó en segunda vez y tampoco pudo. Siguió el tercer intento en el segundo candelero y, aunque pareció que la lucecita se perdía, resurgió fulminante.  Y así, hasta siete veces que se intentó con la tercera mecha. El hombre se sentía defraudado, pero a la vez, leyó en esa precisa circunstancia, la posibilidad de un designio divino. Volvió, sus pasos hacia la mujer, que lloraba en silencio y preguntó casi con sentimiento de culpabilidad: “¿Puedo saber quién es el autor?”. La muchacha, entre sollozos, se limitó a una corta expresión: “Yo no he conocido varón. No sé qué más decir”.
El hombre le limpió el rostro y, le pidió una sonrisa. El devolvió el gesto con unas palabras, que terminaron en un “nos casaremos. Serás mi esposa y no se diga más”. Una amiga de Miriam llamó a la puerta e ingreso al espacio de los novios, mientras Yusef aprovechaba para alejarse, luego de una señal de amor: golpeaba con delicadeza su pecho –a la altura del corazón- mientras sus ojos se perdían tiernamente en las lágrimas de ella- y, al volverse regaló a los restantes una sonrisa con el ánimo de asegurarles  tranquilidad. En su pecho, sin embargo, bullían otras inquietudes. Había tenido sueños recurrentes y extraños de aquella vez en que frente a los padres de la moza se celebró la ceremonia familiar del kidushín, momento en que hizo saber sus pretensiones matrimoniales y éstas le fueron aceptadas. En alguno de esos sueños se veía, aún con el sol por salir, en el camino de Hebrón con destino a la casa del viejo Zacarias, y aunque la escena le producía insomnio, en el sueño mismo no temía a nada. En otra apariencia onírica se veía acompañado de sus otros hijos –los más pequeños- Jacobo y Simón, juntamente con su futura esposa, iluminados por la luna, en las afueras de los territorios hebreos e intentando comunicarse con gentes de extraño hablar… No sabía que pensar, o mejor: tenía arremolinado el seso; pero se esforzó un poco  y le sonrió a sus amigos e hizo una seña para que le aproximen la jupá. Acomodado  debajo de ésta se dirigió hacia la habitación de la novia, para tomarla de la mano y acogerla bajo el techo de lino, como analogía de nuevo hogar que en ese momento empezaba… Y mientras la llevaba del brazo, sonrientes ambos de felicidad, decidió que sus sueños no eran más que una señal del cielo semejante a aquella de la que había sido testigo, ahora con los ojos abiertos, cuando ninguna de las luces de las linternas de aceite se apagó pese a sus reiterados intentos.
Sus cuatro amigos del taller en el que trabajaban portaban la jupá, mientras que detrás de esta se acomodaban los padres de Miriam: Ana y Joaquin, también estaban los suyos propios: Jacobo y Abdit. Entre el vestido de ésta, se perdían en intranquilos  jugueteos  los pequeños Jacobo y Simón, mientras que José y Judas, también hermanos de los pequeños –aunque con más edad- intentaban contenerlos.  Un “vivan los novios” y la algarabía de los acompañantes que alumbraban el camino hasta el altar, en la que le esperaban para las siete bendiciones. El bullicio solo pudo encontrar límite ante las solemnes palabras del celebrante: “Baruj atáh adonai, eloheinu melej ha-olam...” (Bendito Eres Tú Adonay Nuestro Dios, Rey del Universo…) .
Concluido el rito religioso con la lectura  de la kethubah o contrato nupcial, los novios se abrazaron entre sí, susurrándose mutuamente su amor desde los versos del rey Salomón. Ella le anunció: “Soy una rosa de Sarón / una azucena de los valles”, mientras que en réplica Yusef pregonó: “Toda tú eres bella, amada mía / no hay en ti defecto alguno. Desciende del Líbano conmigo / novia mía. Desciende del Líbano conmigo”. Los amigos y familiares se sumaron a los abrazos. Ana, desde una esquina, agradecía al Dios de los cielos y le ofrecía sus lágrimas, que eran de felicidad.
Hoy se cumplen los nueve meses desde aquel día en que Miriam recibió la visita de aquel extraño personaje, ese que le trajo un mensaje del Altisimo. Hoy, se cumple, también, cuatro meses y algunos días de la lectura de la Kethubáh. Yusef tiene el cuidado de sus pequeños; Miriam se encuentra en los inicios del trabajo de parto de su unigénito. 

sábado, 14 de diciembre de 2019

Sol

Era una vieja deidad que se había adaptado a las fiestas agrarias, pero también a las necesidades políticas y a las modas religiosas. El sol, como en buen número de culturas antiguas, era venerado como un dios. Roma no fue ajena y, le ofreció representaciones como un auriga, le construyó templos, perennizó su importancia en la impresión de monedas, algunos emperadores, como Heliogábalo, se designaron sacerdotes de ésta deidad. Es muy probable que los sabinos fueran sus primeros adoradores, pues en ciudades como Amiternum, se han encontrado vestigios de su atención. En la literatura de Ovidio y Horacio se reconoce la importancia cultural de la divinidad y, el conocimiento colectivo de su representación: un carro tirado por caballos.

El asunto es que pese a su importancia, no parece que su culto hubiera permanecido incólume a lo largo del tiempo. De hecho, en el segundo siglo de nuestra era, en el Circo Máximo había un templo de adoración y, allí mismo muchas carreras de caballos le eran dedicadas al tiempo de la celebración de su festividad. Es más, se le reconocía como la divinidad protectora de los corredores de caballos. En ese espacio se apreciaba el obelisco Flaminio de Seti I y Ramsés II, en cuya inscripción se reconocía su dedicatoria al sol. El Coloso de Nerón, una estatua de 30 metros de altura, representaba al mismo Nerón en la advocación del dios; empero, Vespasiano –a la muerte de su hacedor- le cambió la cabeza para agregarle una corona de rayos a fin de no dejar duda de que era la representación misma de la divinidad y lo nomina “Colosus solis”.

En el siglo III, se asocia la divinidad solar ya no solo con los triunfos lúdicos de las carreras, sino también con las victorias imperiales. Es el tiempo en que las religiones orientales influyen no solo en la religión romana sino también en la política de Estado: el Sol Invictus adquiere simbología de perennidad y victoria vinculada a los emperadores como una forma de ideología, en la que además se introducían parte de los ritos, instrumentos y representaciones de la deidad solar siria de El-Gabal. En el templo se custodiaba un meteorito negro de forma cónica que representaba al dios sol. El calendario de Filócalo, del año 354, reconoce distintas festividades a lo largo del año: una el 28 de agosto (Sol y Luna), otra entre el 18 y 22 de octubre (Sol) y una última, el 25 de diciembre el Sol Invicti. Esta advocación alcanzó culto, templo, colegio pontificial y festividades propias, incluyendo juegos circenses. La fenomenología cósmica, expone que la luz del sol comienza a crecer en presencia tras el solsticio de invierno, a partir del día 21, llegando a su cenit el 25 de diciembre y, los sacerdotes de dicha divinidad, pregonaban por todo el imperio el “renacimiento del sol” en grandes festivales. Las celebraciones podían durar hasta siete días.

El asunto es que, el citado Calendario de Filócalo, además de información de cónsules, papas, mártires, planetas, fiestas religiosas da un dato importante: el natalicio de Cristo se celebra el 25 de diciembre. ¿Cómo es que se llegó a establecer esa fecha? El Edicto de Tolerancia de Nicomedia, del año 311, suscrito por Galerio reconocía la libertad de culto a los cristianos, la opción de reconstituir sus iglesias y la posibilidad de encomendar la salud del emperador y la del imperio; siempre que no se atente contra el orden público. Dos años más tarde, con el Edicto de Milán se devolvió a los cristianos sus antiguos lugares de reunión y culto, así como otras propiedades que habían sido confiscadas por las autoridades romanas y vendidas a particulares. La libertad de aquellos que la había perdido por la fe les fue restituida y, sobre todo, se le permitió al cristianismo un estatus de legitimidad, de similar naturaleza a la que tenía la propia religión romana, incluyendo, la posibilidad de competir con la organización propia del Sol Invictus.

A estos días, las comunidades cristianas ya conocían las cartas paulinas y los evangelios. Lucas es el autor del tercer evangelio y, dicen los estudiosos del tema, que lo escribió entre los años 70 y 80, con la finalidad de expone una “historia” ubicada en el tiempo y el espacio; una especie de biografía dedicada a revelar la buena noticia a los paganos. Le interesa, por tanto, la evangelización, pero a la vez exponer el sentido profético de los libros del antiguo testamento. De hecho, el “Benedictus” es justamente, la exposición profética de los tiempos mesiánicos y, en él se resalta “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios / nos visitará el Sol que nace de lo alto”. ¿Es este sol que viene de lo alto es un “mejor sol” que el que adoran los romanos”? Es posible que desde la extrapolación de este texto, la Iglesia primitiva se haya permitido identificar al sol invicto de los romanos con el Sol que viene de lo alto. Una forma, simpática de evangelizar a los no judíos, desde la asimilación de las festividades del paganismo. De hecho, la representación de Jesús, como un sol invencible, que guía su propio carro de caballos aparece en el techo de la tumba del Papa Julio I, en la Basílica de San Pedro. Los arqueólogos datan dicho mosaico en el siglo III, de nuestra era.

Así, el sol había dejado de ser una deidad para convertirse en el símbolo, en la representación del verdadero Dios, ese que se anuncia como el Alfa y el Omega, como “el sol cuando resplandece con toda su fuerza”. Desde esta afirmación ya se hace más fácil deducir porque el natalicio de Jesús se anuncia en la liturgia cada 25 de diciembre, aunque en la realidad tal anuncio sea improbable. Al fin, es más importante reconocer que "en Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres", como lo predica el shaliah Johanan, en las primeras lineas del último evangelio.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Beguinas

A los lados del rio Dijle, en Lovaina, aparece un pequeño pueblo del que su arquitectura nos traslada a la mismísima edad media. Es una sucesión de calles, plazas, jardines y parques, con decenas de casas y “conventos” propios de finales del S. XII e inicios del siguiente. Algún entendido dice haber encontrado una inscripción en las paredes de la iglesia que señalan la fecha de partida hacia el 1234. Este pequeño pueblo se asienta en una extensión de aproximadamente 3 ha que comprende una decena de calles, unas 100 construcciones que abarcan 300 viviendas y; a este tiempo, se conforma como residencia para estudiantes y docentes de la Universidad de Lovaina.

Cuando empezó a erigirse este pequeño reducto arquitectónico fue el albergue de mujeres que decidieron libremente apartarse del mundo para dedicarse fundamentalmente a tres tareas: la oración y vida ascética, el cuidado de los enfermos y a la confección de manualidades, en particular a las confecciones textiles. Tenían su propia estructura organizativa y, preferían no sujetarse a los mandatos de la jerarquía eclesiástica de modo oficial, aunque, de seguro, requerían la asistencia pastoral de algún clérigo. Es altamente probable, que hasta el obispo hubiere visitado dichas instalaciones. No eran mujeres consagradas –religiosas o monjas como ahora les llamamos- y por tanto no se sujetaban a los ritos canónicos que obligaban a los votos de pobreza, castidad y obediencia; empero se sujetaban a sus propias reglas en las que era fundamental vivir de cara a Dios, sin sujetarse a los bienes de este mundo como los pajarillos del campo que no se preocupan de que comer o que vestir, por lo que si alguna riqueza, predio o dinero poseían se ponía a disposición de todas para el disfrute común. El acceso de varones estaba prohibida, por lo que la promesa de vivir imitando al María, la madre del Salvador, era una exigencia a la que se sometían con estimación. Claro, si alguna cambiaba de parecer respecto de qué hacer con su vida, tenía la libertad de abandonar, en el momento que fuera conveniente.

Un buen número de estas mujeres pertenecían a las clases altas: esposas del funcionarios o diplomáticos que preferían vivir con otra familia, viudas o huérfanas solteras que preferían la soledad a que atadas a un infeliz matrimonio, etc. A compás de la religiosidad de esos días preferían dedicar sus tiempos libres a la vida contemplativa al modo como se hacía en las órdenes religiosas femeninas. Sus dineros podían solventar a aquellas otras que no pudiera pagar su estadía. No todas podían dedicarse a la oración, en tanto que a Dios no solo se llega por la contemplación, sino también a través del trabajo, entonces se permitió las labores de manualidades y, luego la atención de los enfermos. Los mejores vestidos de las gentes nobles es probable que se confeccionaran en dichos talleres. También elaboraban indumentaria eclesiástica y los ornamentos sagrados. Las ropas propias de los enfermos eran de sus hechuras. Para evitar el desapego a la finalidad última: la proximidad con Dios, por la oración o por el trabajo, los varones estaban excluidos, salvo el clérigo para la misa diaria o la confesión semanal. A estas comunidades de mujeres se les conoce con el nombre “beguinaje” y las mujeres que las conforman se le llama “beguinas”.

Esta comunidad de mujeres de Lovaina se mantuvo hasta iniciado el siglo XVIII, tiempo en el que en medio de los conflictos civiles, dichas construcciones fueron confiscadas. Esta es probablemente, la comunidad de beguinas más exitosa, que se conoce en Europa, toda vez que el movimiento se extendió por todo el mundo conocido de aquellos días, aunque no tuvo el suficiente éxito en otros territorios, donde el oído de la Iglesia era perspicaz y atento. El asunto controversial era la escrituración de sus experiencias místicas y personales. En sus publicaciones se dejaba entrever que no había necesidad de mediación entre la persona y Dios, que no se requería de una lengua oficial en la que se pudiera traducir tales ejercicios espirituales. Expresiones de extasiado amor permitieron versos como el que sigue: “Teólogos y otros clérigos / no tendréis el entendimiento / por claro que sea vuestro ingenio / a no ser que procedáis humildemente / y que amor y fe juntas / os hagan superar la razón, /pues son ellas las damas de la casa”. No gustaron tanto a la jerarquía, es así que el papa Clemente V en 1312, en el Concilio de Vienne bajo el argumento de que su modo de vida y su prédica desatiende las enseñanzas de la Iglesia entonces debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios, empero,​ en 1321, otro papa, Juan XXII se apartó de lo ordenado por el citado concilio y permitió que las beguinas continuaran con su estilo de vida, pues tenía razones para sustentar que "habían enmendado sus formas".

En ese mundillo medieval, en el que místicas, trovadores, eclesiásticos y herejes parecen confundirse, el beguinaje se convirtió en una alternativa de vida religiosa dentro de la misma sociedad, al punto que hoy se reconoce el valor espiritual de los escritos de muchas de ellas, como los de Hadewijch de Amberes. Lamentablemente, las experiencias contadas por Marguerite Porete, en París, fueron condenadas y le costó la vida en medio de una hoguera, en la que prefirió padecer a que negar el valor de su misticismo. Es probable, que hoy esos escritos superen largamente el índice de la condenación, pero también es cierto que en el caso de la tal Margarita, el papado de Avignon no eran más que monigote en medio de la política religiosa de Felipe IV de Francia, quien en alguna oportunidad, en medio del conflicto Iglesia-Estado, cogió un par de bulas papales e hizo con ellas un rulo. Dígase de otro modo, desobedeció al obispo de Roma sin reparo.

Para buena suerte de las beguinas de la comunidad de Lovaina, el extenso brazo tanto de papa como de aquel reyecito no alcanzaba tanto como para llegar a los países bajos. Es solo mi parecer.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Lazaro

Puso sus pies en polvorosa. Cogió apenas un par de trastes, dio aviso a sus hermanas y marchó de Jerusalén. El tal Saulo ese, se había regocigado con la sangre de Esteban, incluso se negaba a que el enterramiento de aquel se efectúe en el Valle del Cedrón. Si no fuera porque aquellos hombres piadosos que limpiaron su cuerpo, tenían relaciones comerciales con las familias del Sumo Sacerdote y en particular con algunos saduceos notables, el cuerpo de aquel santo varón hubiera sido pasto de las aves de rapiña. Esas negociaciones duraron varias horas y, entre esas conversaciones estuvo Lazaro, aquel que fue revivificado por el renegado Yeshuá.

En esas horas, uno de los cuñados de Caifás, un tal Eleazar, les amenazó: “Y como sigan anunciando a ese nazareno como hijo de Dios o siquiera se les ocurra continuar con la cantaleta de la llegada de su reino, el asedio seguirá y deberán sujetarse a la ley de nuestro tribunal conforme a la tradición de nuestra patriarca Moisés”. Los hombres asintieron con fingida humidad, y mientras se retiraban, uno de los secretarios de Eleazar apartó a Lázaro y sin reparos le preguntó: “¿Es cierto que hace un poco más de un año el tal Yeshua te sacó de la tumba el día que te sepultaron? Teófilo, el hermano de Eleazar, se rió de buena gana y exclamó en son de burla: “¿Que viste al otro lado de la muerte? ¿obscuridad? ¿Negrura? No hay nada! Ya lo anunció nuestro padre Sadoc, desde los tiempos del Rey David: ¡No hay vida después de ésta! No causes problemas, o serás tú el siguiente en ver la mentadita gloria de Yavéh…” Y, ambos hermanos, junto con los otros dos o tres lacayos que les acompañaban, le mandaron irse, mientras se burlaban.

Lazaro salió tembroroso. Los otros seguidores de “El Camino” que le esperaban en la “explanada de los peregrinos”, en las afueras del templo, preguntaron con inquietud, pero él prefirió el silencio. Lazaro siempre escogió el sigilo. Era el discípulo del silencio. Alguna vez, Tomás, el mellizo, le había hecho una pregunta semejante ¿Qué se siente estar muerto? Pero él se guardaba para sí esa experiencia que a todos les parecía extraordinaria, insólita, portentosa. En su interior solo le producía sentimientos de… ¿cómo decirlo? ¿algarabía? ¿regocijo? ¿agradecimiento? No tenía palabras para describir lo que ocurrió aquella vez. Sólo le resonaba vagamente –como un recuerdo que se pierde en la distancia- la voz quebrada de Yeshuá, que le lloraba a sus pies. E inmediatamente, cree con certidumbre, que era una voz serena, -y sus recuerdos se hacen nítidos- que le hablaba con brío: “Lázaro, amigo mio: ¡Ven!!No te ha llegado la hora!” Tan pronto esas palabras hallaban eco en el espacio, él sentía una especie de energía que se asomaba en todo su cuerpo y que le revitalizaba….

Ahora tenía miedo. Los hijos de Anás, le habían amenazado. Sabía que él podía permanecer en cautela, pero también era consciente de que Martha no podría contenerse: se regocijaba contando la vez en que el Maestro le volvió la vida, que lo sacó de la sepultura, de la fiesta que vino después de ese hecho… Y ella lo anunciaba a los cuatro vientos como prefiguración de la pronta venida de Yeshuá Hamashiaj, del Mesías largamente esperado, el de la liberación prometida. Es más, la había escuchado discutir con uno de los hijos de Gamaliel, anunciándole el error de los saduceos cuando se atrevían a negar la vida futura. A Martha siempre le faltaba tiempo para contar sus experiencias con el Resucitado, contaba hasta de lo que no había visto… Sonreía, aunque con temor, al imaginarla discutiendo sobre las preferencias del Maestro para con él mismo y el shaliaj “amado”, aquel de quien algunos decían que “que no conocería la muerte hasta que Aquel vuelva por entre las nubes".

A pesar de la alegría que le producía anunciar los predicamentos de “El Camino”, de reunirse con los Shaliajim y los demás seguidores en la naciente comunidad mesiánica nazarena, ahora le producía temor tanto las amenazas de los hijos de Anás, hombres con grandes influencias, como también las indagaciones que hacía el tal Saulo de Tarso, de quien se decía ya había llegado por los distintos poblados cercanos… Betania, apenas estaba a poco más de una hora de camino. No quería ser el próximo apedreado y tampoco le gustaba la idea de que Martha o María padezcan ese suplicio… El tiempo era corto y la necesidad de mantenerse a salvo apremiaba.

Apenas pudo coger un par de trastes y, llevar a rastras a sus hermanas. Tomó el camino de Jamnia y, mientras se dirigía hacia la costa, solo pensaba: ¿Cómo es que el Maestro se le ocurrió levantarme desde la tumba? ¿Por qué no tengo recuerdos de esa otra vida? ¿Qué ocurre en realidad cuando nos vamos a la Casa de Padre? A pesar de la trascendencia de esas cuestiones, tenía mayor preocupación en dar explicaciones a sus hermanas respecto de las amenazas padecidas, en convencerlas de la necesidad de buscar un nuevo lugar donde vivir, una nueva sinanoga en la que –sin el riesgo de las influencias del Sanedrin- puedan anunciar el mensaje vivo del Resucitado. Solo había que confiar en la promesa del Señor, de tener la certeza de que nada ocurre sin que lo permita el Padre que está en los cielos. Era tiempo de nuevos campos, menos pedregosos, en los que sembrar la buena nueva. Confiaba que Jamnia y sus alrededores le permitieran el ciento por uno.

Y pensaba ¿Que cosa quiere el Maestro de mi? Mil cosas revoloteban en su testa y el silencio era imprescindible para su atento corazón. 

viernes, 18 de octubre de 2019

Anatema

Es lebe Luther, Es lebe Luther"!,  gritaban las gentes a su paso. La pequeña carreta en la que apenas se acomodaban los cuatro hombres, se hacía espacio en los agrietados caminos que le conducían a Worms. Por delante, un par de jinetes le abría paso con un estandarte real, que hacía gala de los colores imperiales y le aseguraba que no fuera capturado por ningún agente papal y, menos por alguna autoridad civil o de cualquier otra laya. Sin perjuicio de ello, los hombres llevaban, entre los documentos que consideraban necesarios, aquel que le fuera remitido por el mismo Carlos V y que tenía fecha 06 de marzo de 1521. Era una invitación para la Dieta de Worms y, a la vez, un salvo conducto.
En algunas iglesias, catedralicias o parroquiales, se habían quemado los libros anatemas, pero eran muchas más las gentes que exponían su adhesión al peregrino. En su paso por Leipzig, Weimar, Erfurt, Gotha, Eisenach, Frankfurt y Oppenheim, las gentes no solo les ofrecían comida y techo, sino que además hacían un alto a sus labores para acercárseles, en particular a él y escucharlo. Las gentes a viva voz anunciaban su presencia y, los labriegos abandonaba sus herramientas para acercarse, los niños, las mujeres se acomodaban de mejor forma para oir sus prédicas. Anunciaba la vuelta a la pobreza evangélica y denunciaba la ostentación de los príncipes eclesiales, los tributos a los que se veían expuestas las gentes y el engaño que suponía las indulgencias a favor de los muertos cuando por detrás de cualquier promesa estaba la generosidad de la misericordia divina. Anunciaba ardorosamente: “Toda vez que las obras a nadie justifican, sino que el hombre ha de ser ya justo antes de realizarlas, queda claramente demostrado que sólo la fe, por pura gracia divina, en virtud de Cristo y su palabra, justifica a la persona suficientemente y la salva”.
No perdía ocasión para saludar a las autoridades, a los señores principales, e incluso a los eclesíasticos. De hecho, peticionaba –en aquellos sitios- donde encontraba copias clavadas en las puertas o muros públicos de la bula Decet Romanum Pontificem, desatenderla porque “una vez que el obispo de Roma dejó de ser obispo para tornarse en tirano me ha hecho invulnerable a todos sus decretos; estoy convencido de que ni él, ni siquiera un concilio general, tiene la potestad de establecer nuevos dogmas... Ninguno que esté por fuera de las Sagradas Escrituras”  Y denunciaba que el Papa no tenía facultades legislativas por lo que ningún cristiano le debe obediencia: “Son lobos y pretenden aparecer como pastores; son anticristos y anhelan que se les rinda culto de pleitesía como si fueran Cristo”. Las gentes no hacían más que adherirse… Gentes se sumaban en caravana de compañía para asegurarse que llegaran con bien a la siguiente ciudad y, mientras caminaba aprendían cantos que el mismo hereje les enseñaba: “Castillo fuerte es nuestro Dios / defensa y buen escudo, / Con su poder nos librará / en todo trance agudo”.
Se sentía fortalecido. Sabía que sus ideas habían calado hondo y, advertía que no se trataba ya de solo ideas relacionadas con el dogma, sino que estaban más allá de lo puramente  religioso y alcanzan la esfera misma de la civilidad:  ¿Acaso no era cierto que la protección que le ofrecía Federico III respondía al interés del mismo principe por vender su propias indulgencias en favor de la construcción de su propia iglesia en Wittemberg? ¿No es que acaso los principes y señores alemanes también veían disminuidas sus arcas y hasta su propia autoridad con las disposiciones que venían en forma de bulas eclesiásticas? ¿Porque vale más la vida de un sacerdote que la de un labrador? ¿De dónde proviene la diferencia tan grande entre cristianos iguales?  Su fortaleza venía de las masas, que no solo le anunciaban larga vida, sino que además eufóricas gritaban: ¡Buntschuh! ¡Buntschuh! (Sandalia), como expresión de adhesión a su causa, con la firme intención de concurrir al enfrentamiento si fuera necesario. De hecho, muchos fieles cristianos, arrancaban los comunicados eclesiales de condena y en su lugar dejaban anotados dibujos y textos de ironía que, ponían en entre dicho la autoridad, eclesiástica o civil, que ordenaba la pegatina…  A las gentes les daba igual… Martín Lutero se había ganado a las masas alemanas, pero también a sus príncipes y señores.
El 17 de abril de 1521, en horas de la tarde, luego de las conversaciones entre los representantes de la Iglesia, de los príncipes germánicos y hasta del propio  hereje convocado, éste fue llevado por entre unos pasillos escondidos hacia la gran sala donde los más importantes eran el emperador Carlos, los electores Federico de Sajonia, Joaquín de Brandeburgo, Luis del Rhin y los arzobispos Alberto de Maguncia, Reinhart de Tréveris y Hermann de Colonia. Le acompañaban siete discípulos que le abrían paso por entre el casi millar de curiosos que se hallaban en la sala. Su rostro, dicen unos, era de miedo y su actitud corporal de reverencia; otros afirman que sus expresiones eran de arrogancia. El secretario de la dieta dio cuenta de su presencia y, luego de las protocolares presentaciones se le advirtió al acusado, tanto en latín –idioma propio de las relaciones diplomáticas- como en alemán –idioma nacional-, que debería responder a dos preguntas: 1. ¿Es Ud. autor de estos libros? 2. ¿Afirma y mantiene el contenido de los mismos? Así empezaba el juicio a Martín Lutero… Mientras tanto, el representante papal, escribía: “Toda Alemania está completamente sublevada. Nueve décimas partes levantan el grito de guerra de Lutero. La otra décima parte -que es indiferente a Lutero-  anuncian “muerte a la curia romana””.
El incendio había alcanzado sus flamas más altas... Estaba al rojo vivo. 

sábado, 5 de octubre de 2019

Culpa

"¿Conoces Talara? Anduve por esa zona ya hace varios años…. Recuerdos, carajo… pero la patria es la patria”, dijo el hombre en su incipiente ebriedad, luego pidió una fuente de agua, se levantó y la llevó a las afueras de la sala donde estábamos, acomodó una silla que había en el corredor y, puso sobre ella la palangana, cogió toda el agua que pudo con ambas manos y se la echó en la cabeza… Apoyando sus manos contra los filos del asiento, veía como el agua chorrea desde sus escasos cabellos y se volvía a depositar en el cuenco de aluminio que la sostenía… “Carajo”, volvió a decir. “He de vivir con esa culpa…” dijo, como pretendiendo completar una frase que se ahogó en su boca.

Volvió a vaciar otro poco de agua sobre su cabeza y repitió el ritual… se apoyaba sobre la silla para complacerse en ver caer el agua desde su testa… Levantó el cuerpo y, con decisión dijo: “No me den de tomar… Sirva doña Chana un buen sudau de cabrillón y regáleme una vianda de agua… De esta que se destila en el cántaro de piedra”. Conocía bien la casa donde estaban… solía beberse allí sus buenos “bebes” de chicha desde hacía ya varios años... Ahora peinaba los sesenta y, desde sus tiempos mozos, siempre le había gustado de la sazón de las Ipanaqué… “Que buena sazón… Esas manos hacen delicias para nuestras bocas”, había dicho alguna vez, en clara  adulación de los platos que se preparaban en ese chicherio…

Decir “chicherio”, era eso: un decir. Así empezó, hacía ya un poco más de cuarenta años, cuando solo era un algarrobo choposo  en medio de una pampa desolada, a la que llegó para ofrecer comidita para los peones de las parcelas vecinas. Allí, llegaba con sus latas “capri” llenas de chicha espumosa y clarito dulzón, además de sus ollas de arroz y demás aderezos para las caballas, tollos y cachemas que, fresquitas se escurrían desde los ganchos que había acondicionado en una de las ramas de ese árbol que la cobijaba… Luego ya, puso unos guayaquiles y unas esteras en las que guardaba sus ollas y los aperos del par de jumentos que le servían de transporte… De a poquitos, de estera en estera y de ladrillo en ladrillo se había conseguido esa casita de amplio patio posterior, de la que ahora ya se anunciaban como administradoras las hermanas “Ipanaqué.” Y esto también era un decir, porque las dos hermanas propietarias del negocio habían heredado el nombre desde los tiempos de su abuela Juana Ipanaqué. Luego atendió el negocio su única hija Ludomira y, ahora, las nietas Juana Rosa y Benita… Estas, como bien se ha de comprender, ya no llevaban el “Ipanaqué” en el nombre, y pocos sabían sus verdaderos apellidos, pero, -como digo- la sazón se había heredado y perfeccionado con el tiempo, y ese establecimiento seguía anunciando, ahora, en el quicio de la puerta, la nominación: “La Ipanaqué”… como desde hacía más de cuarenta años, cuando solo había un algarrobo que les daba sombra y que no necesitaba letrero porque era lo único que había es ese pedazo de desierto. El algarrobo aun se mantenía firme en la parte de atrás de la casa, exponiéndose como un viejo leño que en tiempos de lluvia reverdece… Ya había vecinos y hasta una calle hecha de adoquines.

El hombre había visto el crecimiento de ese restaurante, la sucesión familiar de sus conductoras y, con cierta holgura solía regresar a ese espacio… Este que lo recibió aquella vez cuando alcanzó la baja de su servicio militar, que le obligó a abandonar  las instalaciones del Grupo Aéreo Nro. 11, de Talara en diciembre del 78. Había cerrado una etapa de su vida y, aquí bajo de un algarrobo junto con un par de promociones que pasaban hacia Tumbes, se comieron un buen ceviche en señal de despedida. Ahora, luego de aprovechar su picante sudau de cabrillón, recompuesto brevemente del alcohol, inició su confesión: “No recuerdo el día, pero fue unas semanitas antes de salir de La Base, el Teniente Soleras, -que era mi superior- nos mandó a llama al sargento Ulquizar y a mí... También a un par de cabos. Se había corrido el chisme de que los calabozos tenían detenidos a unos chilenos--- Decían que los habían sorprendido tomando fotos a la base… Nos llamaron y el comandante nos habló: que habíamos sido elegidos por nuestras virtudes y que la patria nos necesitaba. Teníamos  “capturado al enemigo”, pero era necesario que hablara... El sargento Ulquizar era un desgraciau… era un hombre malo, maldito… Gozaba con el dolor ajeno y, si había sangre, más. Así que sacamos a uno de los detenidos, de apellido Urdand, y lo llevamos por el lado de Verdun, no había más que abrojos, piedras filosas y oscuridá. El solo caminar descalzo hacía que el hombre llorara, mientras anunciaba que solo era el conductor y que no sabía nada…. Y mientras lo sosteníamos, el Ulquizar lo puñeteaba, le metía alcohol por las heridas… El hombre gritaba, pero ¿Quién habría de escuchar por esos descampados? Como cinco horas, padeciendo tortura… El teniente le soltó un tiro muy cerca de las orejas y, lo amenazó con enterrarlo por esas quebradas… Se quebró… “Tengo una hijita”, murmuró… casi que ni se le entendía…  “¿Quien es tu contacto?” Le volvíamos a preguntar… El hombre era carne molida y sanguinolenta y hasta los nudillos de las manos dolían de tanto golpe: todo le sangraba: la cara, las muñecas, los brazos.. las plantas de los pies eran carne viva… La amenaza de cortarle los gemelos, lo hizo reaccionar y solo dijo una palabra: “Julio… Julio Vargas.. No sé más”. Lo subimos en el jeep del Comandante y, regresamos, directito, a la sanidad, pa que lo rearmaran… Era solo una masa de carne que respiraba.

Tomó un buen sorbo de chicha y, continuó: “Nunca más supe de aquel hombre. Un par de días después pregunté a un médico sobre si vivía. Se limitó a sonreírme: “Tranquilo sargento, no hay ningún herido en la sanidad. No sé de qué me habla” y continuó sus pasos leyendo unas hojas médicas.   Unas semanas después, tres o cuatro, cuando pedí reengancharme se negó el pedido por extemporáneo y, finalmente, salí de la Fuerza Aerea, con el grado de Sargento 1ro.  No volví a saber de ninguno de aquellos que estuvimos en esa noche, pero la recomendación fue que nunca dijéramos nada, por qué eso nunca pasó… Lo cierto es que, por cuarenta años siempre me he hecho la misma pregunta: ¿Deberé responder por la vida de un semejante? Por eso vengo aquí, cada cierto tiempo para matar esa culpa, para salvar esa duda. ¿Acaso una niña no volvió a ver a su padre por mi proceder? Ya tengo mis buenos años y, los recuerdos no se borran.

“Ña Chana, tráigase otra cerveza por favor… Ojalá solo sea una pesadilla”

lunes, 30 de septiembre de 2019

Olvidos

Reíamos… ¿Cómo es que se te ocurren esas historias?, me preguntaste… Y luego intentabas pronunciar de modo correcto una palabra en idioma extraño: “Damnatio memoriae”. Reíamos por los varios intentos.

Olvidar como pérdida de los recuerdos, en una acción involuntaria y natural… Es probable no recuerdes aquella veces que caminábamos por los jardines del San Juan de Dios buscando caracoles, que hayas arrinconado en algún lugar oscuro de la memoria tus primeros esfuerzos por aprender las tablas de multiplicar o aquellas otras veces que pintabas las paredes... Es, como te digo, un asunto de la naturaleza: olvidamos aquello que no tiene importancia. De hecho, ahora mismo ya no recuerdas que comiste en el almuerzo el sábado pasado, los tipos de alimentos que te enseñó la maestra cuando estabas en segundo grado en el curso de ciencias. Olvidamos las cosas como un proceso natural.

La deliberada intención de olvidar es una cosa distinta…. Los adultos la intentamos por distintas razones y de diferentes formas: la enamorada le ha terminado la relación a un joven y, éste para olvidarla no tiene mejor idea que romper la foto que solía llevar en su billetera; el esposo abandonó a la esposa y ésta borra todas las fotos del facebook en las que aparece, el pueblo advierte que su alcalde ha sido un corrupto de gran calaña y decide romper los vidrios de la municipalidad, hasta le mete fuego, la asociación de padres de familia es estafada y  prefiere dar por perdidos los libros generando uno nuevo con nuevas cuentas… Hacemos cosas con el ánimo de olvidar. Y, dicen los especialistas en psicología del testimonio que si es posible… De por allí viene eso de que “un clavo saca a otro clavo”, pero ya te lo explicaré en otra historia.

En nuestros tiempos, las “damnatio memoriae” como condena de la memoria o pretensión de olvido intencional colectivo, materializada en la reescritura de la historia, quema de documentos, ruptura de monumentos, reelaboración de placas recordatorias -en el modo como lo efectuaba los romanos o tal como se pretendió en el juicio del cadáver- ya no se estila. De hecho, como te contaba, el papa Formoso es más conocido que aquel que decretó su olvido y, lo mismo respecto de Nerón. De éste se conoce más, que del mismo Senado que lo declaró “enemigo del Estado” y que varios de sus sucesores que iban por el imperio intentado borrar su existencia. Por lo menos, en la memoria de las gentes su recuerdo tiene mayor latencia.

En realidad, creo que si existe la damnatio memorie. Siempre intentamos borrar cosas de nuestra historia común. En nuestro país ocurrió hace algunos años… hace 19 años, en noviembre el Sr. Alberto Fujimori, luego del descubrimiento de muy graves actos de corrupción realizados en su gobierno, aprovechando su estadía en un país asiático renunció a la Presidencia del Estado Peruano. El Congreso no le aceptó la renuncia y, por el contrario, dispuso su destitución por incapacidad moral.  Una cosa parecida a la que le ocurrió a Nerón… El asunto es que, desde agosto de 2001, se discutió vigorosamente si correspondía dejar sin efecto los actos políticos realizados por un presidente incapaz… En un país pobre como el nuestro pretender destruir obras públicas se convertía en un despropósito, tan grave –o más- como los actos de corrupción que se denunciaron y que dieron lugar a hasta cinco sentencias condenatorias contra el mencionado Fujimori.

En la discusión de aquellos años, el Congreso debatía desconocer su condición de presidente peruano, en razón de que –en los primeros momentos, en medio del fervor popular hastiado de tanta podredumbre moral- se dudaba de sí el citado era o no peruano. Con el tiempo se llegó a la certeza de que tenía doble nacionalidad.  Otro de los aspectos políticos de la discusión caía sobre sí correspondía mantener la vigencia de la Constitución Política de 1993 -promulgada por el defenestrado presidente- o sí era necesario “reavivar” la constitución anterior, la de 1979. Luego de muy largas discusiones, el Congreso de la República aprobó la Ley 27600 en la que se indicó: “Suprímase la firma de Alberto Fujimori Fujimori del texto de la Constitución Política del Estado de 1993”. Luego de esto, los debates sobre la modificación total de la constitución...  Discusión que reaparece cada cierto tiempo.

Como podrás advertir, hija mia, la “damnatio memoriae” ha tomado otro cariz, se aparece de formas distintas, pero –sinceramente- no logra su finalidad última: el olvido del facineroso, del tirano, del corrupto. En todo caso, y sólo con el ánimo de salvar su intención: expone una escondida forma de romper relación entre la sociedad que condena y el condenado. Es un amañado desligamiento entre la colectividad social que descubre los ilícitos y el autor de los mismos. Formas parecidas de intentar el olvido se materializan en las palabras que utilizamos para estigmatizar a aquellos que son distintos… ¿Recuerdas la historia que leíamos de ese par de muchachos que cambiaron sus nombres solo con la intención de que nadie se diera cuenta de que uno de ellos era judío? En esa pequeña novela, como bien sabes, los cristianos estaban prohibidos de juntarse con los judíos solo por el prejuicio, tonto, de corresponder a religiones distintas… Nada más que por pensar distinto.  En nuestra vida diaria destinamos a la nada a aquellos que han cometido delitos: los enviamos al penal, a la cárcel, les privamos de libertad no sólo porque queremos castigarlos, sino también porque cuanto más lejos estén las cárceles de la ciudad, es más fácil olvidarse de que existen… En algún tiempo, por ejemplo, aquellas personas que se suicidaban, que voluntariamente se quitaban la vida, no podían ser enterrados en los cementerios como cualquier otra persona que muriera de muerte natural o por un accidente. Se obligaba a meterlos en fosas comunes; que son grandes espacios donde va a dar los desconocidos, vagabundos o aquellos que no pueden ser identificados. Es una forma de olvidarlos.

Pequeña… hay cosas que parece que han sido superadas pero, en realidad, no. Las repetimos y no nos damos cuenta. La hacemos revivir de distinto modo y, eso va aparejado con aquello en lo que creemos como sociedad, como masa humana, como colectivo nacional. El problema de los venezolanos en nuestras calles, para mencionar otro ejemplo, es un viejo problema que parece hemos olvidado…

Y a propósito de olvidos colectivos… En estos días en España se discute si los restos del dictador Francisco Franco deben permanecer enterrados en un lugar o llevados a otro… Otra forma de pretender el olvido, de intentar cerrar capítulos de la historia colectiva desatendiendo otros capítulos supuestamente olvidados.

A veces pretendemos curar nuestras heridas del pasado intentando olvidar lo vivido… A veces, el remedio resulta peor que la enfermedad. Cosas que no permiten sonreír...

lunes, 23 de septiembre de 2019

Nerón

¿Recuerdas Martín aquella historia que te conté sobre la damnatio memorie? Hombre… esa que exigió el juicio contra un cadáver.  Ya bueno, empezaré por el comienzo con el ánimo de terminar con otra historia semejante. Aquella vez, mientras nos bebíamos unas cervezas en el restaurante que tanto me gusta por su ligereza en el estilo y sus ceviches siempre bien aderezados, conversábamos de las veces en el que los hombres han intentado el olvido de la historia respecto de la vida de otros o la indiferencia respecto de determinados sucesos y lo único que se consigue es justamente lo contrario. La damnatio memoriae es una figura de ficción juridica en la que en lugar de confeccionar una placa de recordación, se ordena la destrucción de todo aquello que pudiera llevar al recuerdo de una persona.
La condena del olvido la inventaron los romanos y; cuando el Senado así la declaraba “ipso pucho”, el ejército o los esclavos hacían trizas todo aquello que pudiera suponer la recordación de su legado: imágenes, obras cívicas, inscripciones, monumentos, etc. Vino a cuento aquella vez, en razón del juicio de un cadáver, cuando un papa de innoble recordación hizo desenterrar los huesos del papa Formoso, a los que vistió y sentó en un trono para su juzgamiento por otros obispos que se prestaron para la chanza. El papa Formoso es –ahora- mejor recordado que aquel que pretendió su olvido… A propósito, el nefasto papa Esteban VI murió ahorcado unas semanas después del simulado juicio de Formoso.
Entremos en materia… A Nerón le pasó lo mismo. Si preguntas quien es Nerón, es posible que te digan que fue el terror de los cristianos, que era un “jijuepucta” que mando a matar a su madre, que era un sádico que encontraba placer en el olor de la carne quemada de sus enemigos políticos a los mandaba a marcar con fuego, que ordenó el incendio de Roma, que sus excentricidades llevaron a la quiebra al imperio. Se dirán muchas cosas. Algunas son leyenda; otras, la exacerbación de verdades medianas y unas cuantas, psicosociales generados a los días de su muerte. Solo para entretenerte: ¿Sabías que los judíos mesiánicos nazarenos –nombre real de esos días de los seguidores de Jesús- con posterioridad a su muerte utilizaban al susodicho para asustar a sus hijos cuando no querían comer? “Apúrate con la sopa, que allí viene Nerón”. Esa pequeña letanía de la vida cotidiana, contribuyó a su recordación.
Claro… Tampoco seamos necios. Nerón era un criminal: mandó a matar a su hermano, a su mujer y a su madre, para asegurarse el poder. Su gobierno era propio de un tirano y él mismo prefería proyectar una personalidad extrovertida: se anunciaba como eximio poeta y flamante declamador… por eso en sus casi 14 años de reinado se construyeron coliseos, templos y teatros. Afirman los que saben, que la Roma actual debe agradecer su urbanismo al tal Nerón, que –como es de entenderse- inició su reconstrucción después del incendio.  El Senado no le creyó mucho  y antes de su muerte lo declaró “Enemigo público de Roma”. El hombre se vio obligado a huir, primero, y después, al forzoso suicidio. En la película de Ben Hur, una mujer le ayuda en sus últimos momentos. En la realidad, quien le presta favor ante la muerte fue su secretario Epafrodito. Domiciano ordenó el retiro de cualquier anotación, retrato o escultura que pudiera remitir a la recordación del “pellejo” de Nerón.
Tan pronto murió, empezó la leyenda. En medio de pueblo llano, Nerón había sido un buen emperador… tenía sus seguidores ¿Y cómo no? Claro… les regaló pan y circo. El mismo, en muchas ocasiones participaba de las carreras de caballos para deleite de las masas. Así que, prontamente se extendió la leyenda de que no había muerto…. Es más, en las provincias orientales griegas, aún en la posibilidad de su muerte, se anunciaba su resurrección, su regreso. La historia anota que Nerón viajó en varias oportunidades por esas tierras para participar en las competencias y era muy popular, no sólo porque era un notable auriga (corredor) sino porque en sus participaciones, el vino alcanzaba incluso para buen número de espectadores…  No faltó quien dijera que no había muerto y, que pasaría sus días por esas tierras, deleitando a la fanaticada con su veloz carro de caballos. En algunas ciudades helenas se presentaba un muchacho, de quien se dice tenía mucho parecido con Nerón, que declamaba sus versos y tocaba la lira como sólo él sabía hacerlo… Tenía algunos seguidores y, eso fue suficiente para que también se diera por cierto que estaba vivo. Algunos lo anunciaban alegando que no había muerto, que no se suicidó y, otros –me parece los que más- predicaban que había resucitado… Ilusos…
Martín… si la pensamos mejor, cualquiera de las dos situaciones tiene algún fundamento. ¿Cómo no pensar que no hubiera muerto y que su muerte había sido fingida si –desde sus excentricidad- había convencido al Senado mismo que la muerte de su madre no era un asesinato sino el ejercicio de la legítima defensa? Si había podido falsificar otras dos muertes adicionales –la de su hermano y de su esposa- ¿Cómo no pensar que pudiera haber matado a otro y ponerlo en su lugar? Quizá puede que dudes del tema de la resurrección, pero es igual de plausible… Recuerda que Nerón era un dios romano. Se le rendía culto como tal. De hecho en el Coliseo Máximo había una escultura con su rostro, en la que se tenía su imagen bajo la advocación del “dios sol”… La pregunta ¿Qué tan difícil le sería resucitar si finalmente era un “dios”? ¿Por qué tendría que ser imposible si algunos judíos también decían que su maestro había resucitado al tercer día?
Así va el asunto… A Nerón quisieron borrarlo de la historia pero fue insuficiente con mandar a destruir sus retratos y todo aquello que tuviera su nombre… Y la última ¿Sabes que en su tumba, por buen tiempo, hubo un par de centinelas resguardando por si ocurriera aquello que la gente esperaba? Mucha, mucha gente le dejaba flores, velas…. Algunos hasta de clamaban, sin desfachatez, sus poemas y pedían su intercesión ante los dioses; otros exigían su regreso: las carreras de caballos no eran las mismas sin él. Ello dio lugar a la leyenda de su tumba.
Aahhh... Pero esa... Esa te la cuento con un ceviche… Habla, ¿vas?

domingo, 15 de septiembre de 2019

Mártir

Relata Agustín de Hipona en su "Ciudad de Dios", que Esteban, mártir, contaba con numerosos devotos, muchos de ellos agradecidos de sus muy generosas intervenciones sobrenaturales que posibilitaron, por ejemplo, la conversión de un viejo incrédulo de nombre Marcial, que en las puertas de la muerte se convirtió a la religión cristiana, y repetía: “Cristo, recibe mi espíritu”, del mismo modo como cuando el mártir ofrecía su vida; pero también da cuenta de la restitución de la vista a una joven mujer, la devolución de la salud a un par de hombres que sufrían de gota, la revivificación de un niño que fue atropellado por unos bueyes, entre otros saltantes milagros. De algunos de éstos, dice el Doctor de la Gracia, fue testigo directo.

No se sabe mucho de la vida de Esteban, salvo aquellas puntuaciones de las que quiso hacernos partícipes el evangelista Lucas en su conocido Hechos de los Apóstoles. La tradición, sin embargo, añade algunos datos relacionados con su muerte: se indica que ésta habría ocurrido al año siguiente de la de Jesús, que su apedreamiento se efectuó en las afueras de Jerusalén, en proximidades de la denominada Puerta de Damasco. Allí, en la actualidad, se erige la basílica que lleva su nombre. El primer estudioso y copista de las vivencias de los primeros judíos mesiánicos, -o "nazarenos", como les llama en Hechos 24, 5- afirma que “unos hombres piadosos enterraron su cuerpo e hicieron gran duelo por él”, pero no da detalles del lugar de su martirio ni de su enterramiento. Es muy probable que se efectuara en el valle del Cedrón, que era el lugar común de enterramientos de aquellos días. Más tarde, un monje del siglo V, en el año 415, afirmó que en una aparición onírica le fue revelado el lugar de la muerte y la piedra con la que se logró su cometido, motivándose a partir de ese momento una gran devoción, de la que da cuenta Agustín en su póstumo libro "De civitas Dei", como queda anotado.

El maestro de Galilea, como bien sabemos dedicó su vida pública a la predicación de la instauración del reino de Dios en su natal Galilea y en la vecina Judea. Se dirigía a los suyos: a los hijos de Abraham. Empero también dedicó su predica - de modo excepcional y casi a regañadientes- a los extranjeros. Si no, recordemos aquella vez en que una mujer cananea le pedía a gritos que cure a su hija endemoniada y, el Maestro se hizo el desentendido, primero y, luego a solicitud de sus discípulos, espetó: “He sido enviado a pastorear a las ovejas perdidas del rebaño de Israel”, quedando obligado a intervenir a insistencia de la desesperada mujer, que, arrodillada a sus pies y, a voluntad, se comió el insulto velado que le lanzó el Maestro, retrucándole, humildemente: "los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de los amos". También se tiene noticia de aquella otra en la que sanó al moribundo sirviente del militar romano, que pidió la sanación sin necesidad de su presencia... y no hay más. Ese recelo del Carpintero de Nazareth por los gentiles, sin embargo, no impidió -más allá de la designación de los shaliajim de entre los varones de su originaria Galilea- que algunos extranjeros se sumaran como discípulos suyos, como parece ser el caso de Cornelio, el centurión romano que conjuntamente con su familia y algunos de sus hombres se convirtieron al judaísmo predicado por Pedro.

En ese pequeño mundo de apóstoles, discípulos y conversos, una de las discusiones primigenias se relaciona justamente con el hecho de si el reino de Dios comprendía o no a los gentiles, pues por un lado, conocían de los reparos del mismo Jesús en la atención a los extranjeros y, de otro la realidad de aquellos paganos que se habían sumado al “Camino” como se lee en las primeras líneas del capítulo nono del libro lucano. Éste también es una nominación del incipiente movimiento judío mesiánico nazareno. En estos resquemores de los tiempos primordiales, se produce la discusión sobre la atención de los pobres: si la predicación de Yeshuá hace distinciones según la nacionalidad de los discípulos ¿tienen preferencia de atención social las viudas judías respecto de aquellas provenientes de pueblos de lengua griega? Los shaliajim prefirieron no inmiscuirse en la discusión, y lavándose las manos,  dispusieron que la misma comunidad sea la que resuelva controversia. A ese efecto, designaron a una comisión para que se encargara de la repartición de los bienes entre los pobres, viudas y huérfanos. Los nombrados fueron: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás. Aunque se reconoce la buena disposición de estos discípulos, parece que su labor no fue suficiente y, el problema se hizo más grande: Ya no se trataba solo de la proyección social de la comunidad sino también de materias de muy alta teología ¿El Dios de Yeshua necesita de un templo en el que habitar y, a la vez, se convierta en centro de peregrinación? ¿Es el templo de Jerusalén necesario para ser un judío piadoso?

El cuestionamiento no gustó a los judíos ortodoxos, incluyendo entre estos a los sumos sacerdotes sadoquitas, algunos fariseos del ala conservadora y a buen número de apóstoles... Tampoco gustó que Esteban en su manifestación de argumentos teológicos, expusiera casi al final –casi cuando empezaban a apedrearlo- que, en ese momento, tenía una visión sobrenatural: Los cielos abiertos en el que veía a Yeshua Ha'Mashiaj parado a la derecha de la gloria de Dios. Las piedras empezaron a llover hasta su muerte, empero el destino del este buen varón no fue suficiente para aliviar las iras judías. Tanto así, que un tal Saulo organiza el primer pogromo entre los vecinos de Jerusalén y, para reafirmar sus convicciones, pide cartas de autorización para presentarse en las sinagogas de las ciudades vecinas. Lo interesante es que Lucas dice: “Este fue el comienzo de una gran persecución contra la comunidad de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría”. Si la persecución era contra los discípulos de Yeshuá y éstos ante el peligro huyeron por otras provincias, ¿Por qué no les hicieron nada a los Shaliajim que se quedaron en Jerusalén? ¿Será que la iglesia primitiva aun hacía distinciones entre judíos y griegos, entre esclavos y libres? ¿Es posible que la ausencia de diferencias aun no era una convicción uniforme? ¿Porque los shaliajim no asumieron las exequias del mártir y, a contrario, las efectuaron unos desconocidos hombres piadosos?

La ciudad de Dios de Agustín ofrece la particular posición del autor relacionada con la distinción entre lo divino y lo terreno; empero Lucas lo resuelve con la visión de Pedro previa a su encuentro con Cornelio y la sucesión de acontecimientos relacionados con el denominado Concilio de Jerusalén. Parece que el sacrificio de Esteban, la valiente actuación de unos desconocidos hombres piadosos y la incertidumbre apostólica inicial no fue vana.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Lengualarga

- ¿Has visto el video del perro que se come las entrañas del violador? ¡Corre en las redes! Mientras leo el mensaje, suena nuevamente el timbre del wasap, haciendo anotación de la llegada de un video. - ¡Ojalá ese fuera el castigo para los depravados, violadores y degenerados! Las imágenes me remiten a una vieja historia que se escribe en las memorias y crónicas de la península ibérica del S. XIII.

Dn. Jaime I, Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgel y Señor de Montpellier, en los días de su mayor gloria gozó de los fueros que el derecho y el poder le permitían. Rodeado de una aristocracia nobiliaria que le cubría las espaldas, casó por necesidad de política y diplomacia con Dñ. Violante de Hungría, hacia 1235. Con ella logró dos hijos y la mujer le pidió unas específicas jurisdicciones para el futuro reinado de sus vástagos. El silencio del soberano no hizo más que motivar el encaprichamiento de su consorte: alcanzar que sus hijos fueran nominados reyes en desmedro de Alfonso, hijo mayor de Jaime I. Este hijo era fruto de un matrimonio que fue anulado canónicamente… tema que, por ahora, no viene a cuento.

La mujer era de tan embravuconado carácter que, la sucesión regia se convirtió en un grave problema conyugal. Afirman los “chismocientos” de la época que envió cartas consultivas y secretas al gran sabio judío catalán Mosé Ben Nahmán -Nahmánides- para saber su opinión, lo conversó también con su principal trujamán, el judío Jahudá de la Cavallería, asesor financiero, traductor  y negociador  comercial con los árabes  y principal de la Sección Árabe de la Cancillería; empero, fiel a su condición de rey cristiano,  el “problema” también fue materia de conversación con el dominico Berenguer de Castellbisbal, confesor personal del rey y futuro mitrado de Gerona. Dicen, los que estuvieron allí, que a éste le confió el modo como es que pretendía repartir los territorios en los que regirían sus distintos hijos. Entiéndase, además, que el tal Berenguer, en su condición de confesor también le conocía sus cochinaditas.

La reina Violante de Hungría pasó a mejor vida en 1251 y, libre de tan grave atadura el rey aceptó en matrimonio a Teresa Gil de Vidaure. En realidad no se casaron, pero para los efectos, la sociedad así lo asumió. Las malas lenguas sostienen que, la citada Teresita siempre fue el amor de su vida, que incluso antes de tomar el matrimonio del que era viudo ya había tenido sus encontronazos con aquella. Los avezados dicen más… que estos choques y fugas ocurrían cada vez que la tal Violante dejaba de hablarle y, los arrumacos eran tan fuertes que los hijos de Teresa, Jaime de Jérica y Pedro de Ayerbe, nacieron en 1238 y 1240, respectivamente. Y si de escapadas se dice algo, habría que indicar que pareciera que también tuvo algún amorío con una tal Aurembiaix de Urgel, de cuya relación, algunas casas nobles temían lo peor: que se casara, lo que se convertiría en una inconveniencia diplomática. El asunto, por lo acontecido, no dio para tanto.  Al final de sus días, se cuentan sus amatorias relaciones con una tal Berenguela Alfonso.

Es altamente probable que esas bellaquerías y otras de carácter político y diplomático le hubieran sido reveladas al religioso  Berenguer de Castellbisbal… Al menos las que correspondieron a su tiempo. De éste se cuenta, además,  que era un enjundioso predicador, acompañante del rey en las batallas y, al que habría que agradecerle sus encendidas alocuciones y sus fervorosas proclamas al tiempo de las beligerancias, las que posibilitaban elevar los ánimos de los combatientes, permitiendo con ello, numerosas victorias. Así es que, el buen dominico conocía de cabo a rabo las cosillas reales, sea porque se las contaban, sea porque era testigo, voluntario o de necesidad, de las mismas. Y ese fue el motivo de su perdición: el monarca Jaime I advirtió que información de inestimable reserva llegaba a oídos de Papa Inocencio III, por lo que luego de una incisiva investigación, llegó a la conclusión que el soplón era su propio confesor y, decide, en atención a su pasada amistad, deportarlo de sus terruños. El sucesor de Pedro, con conocimiento -o sin él- de las innobles desavenencias del soberano con su consejero religioso, decide nombrar a éste obispo de Gerona, asunto que fue interpretado por el disgustado rey como la confirmación de sus temores: la mitra y el báculo solo podía responder al agradecimiento papal por las informaciones alcanzadas.

El disgusto real se acrecentó y mandó la captura del eclesiástico y, sin mediar trámite le cortó la lengua por correveidile, lengualarga e infidente. Para hacer saber su mortificación al Obispo de Roma, Dn. Jaime I de Aragón mandó una carta en la que le hacía saber los detalles: la grave traición de quien en otro tiempo había detentado muy alta autoridad y era tenido como “el más honrado entre los mayores” en el ámbito cortesano era la causa  de la amputación lingual. De modo preciso, la justificación era la nefasta “osadía de revelar cosas que le fueron descubiertas en el fuero de la penitencia” entro otras muchas y muy graves maquinaciones. Estas últimas no aparecen detalladas en los anales de la historia… por lo menos, hasta donde alcanza nuestra curiosidad.

Jaime I, con tamaña acción, no hizo más que granjearse el desafecto del vicario de Cristo y, motivó la ruptura de las relaciones diplomáticas con Roma; lo que a su vez, lo exponía frente a sus enemigos y adversarios como un “enemigo de la religión cristiana” y, con ello en blanco fácil de posibles invasiones por los cuatro puntos cardinales. De hecho, en aquellos días, la sanción canónica de excomunión  suponía la publicación de la decisión papal y, por tanto, se hacía de “público conocimiento”. Es así que el 05 de agosto de 1246, suscribe una carta en la que expone arrepentimiento, pide perdón, anuncia su sometimiento al juicio de la Iglesia y pide intervención de los legados pontificios. El 17 de octubre de ese mismo año, en Lérida, en el convento de Religiosos de San Francisco, frente a los comisionados papales Felipe, Obispo camerinense, y Fr. Desiderio de la Orden de los Menores, en nombre del “Señor Papa” le conceden el perdón y le obligan a que comprometa al cumplimiento de obras pías. Con ello quedó levantadas las censuras eclesiásticas y, “todo volvió a la normalidad”.

Luego de mirar por segunda vez, aquel video en el que un perro se come los "apendículos" sexuales de un hombre, me pregunto ¿No será que alguien tendrá que pedir perdón en los siguientes días?

Nuestra humanidad no puede caer tan bajo.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Vecindario

La mujer sacudió la media pared que ponía límite a su balcón. Renegaba de los vientos vespertinos del día anterior que no hacían más que levantar polvo y ensuciar ese pequeño espacio en el que su par de gemelas jugaban. Ya era la media mañana, y no demorarían las pequeñas en poner sus cajas de muñecas en ese pequeño espacio para armar sus casitas de ilusiones. Amaban ese pequeño pasillo porque a esas horas del día, no les alcanza el sol y, por el contrario, les permitía gozar de la breve brisa otoñal. Las intenciones infantiles obligaban a la mujer a limpiar ese espacio cada día. Hoy estaba de mal humor y renegaba con la naturaleza. 

Ese mal humor, no le hizo perder la perspicacia. Desde el saliente doméstico podía vislumbrar la extensión de toda su calle. Y no había nada nuevo en ella… La tiendita de su comadre Santi, ya tenía a las vecinas de todos los días haciendo las compras para el almuerzo… “Doña Santi, no sea malita, un kilito de arroz y ajos… apúntelo”, logró escuchar. El automóvil de Dn. Hermenegildo ya no estaba en la orillas de la calle y, pensó que probablemente le había salido algún “cachuelito” por la ciudad… No obstante, le pareció extraño la presencia de un muchacho desgarbado que apoyado en un poste de luz se escondía del sol, pero también de las miradas de la gente enfundado en una polera harto gris de suciedad, cuya capucha apenas dejaba ver algo de su boca y sus ralos bigotes, mientras le daba unas pitadas a su cigarro. Era la cuarta vez en menos de una semana y probablemente la décima en los últimos quince días Su aspecto desgarbado, sus zapatillas raídas y el percudido blue jean que le acompañaban no hacían más que generarle temores. “Faltara que ahora los fumones estén buscando otros lugares donde hacer sus cochinadas… ¿Qué la casa abandonada y el parquecito de la iglesia ya no son suficientes?” Y mientras barría y sacudía, se preguntó con mayor preocupación: “No será que andan buscando nuevos clientes? Ay carajo… mis muchachos…” 

Tarareaba una canción mientras que esos preocupados pensamientos le disipaban el mal humor contra la naturaleza… Bajo las escaleras y, aún con el sacudidor en mano, con un miedo que le estrujaba el corazón, salió a la calle, con la intención de increpar al vago… éste ya no estaba. El poste de luz estaba tan solo, como siempre había estado desde aquella vez en que lo instalaron. En la acera de al frente, un par de jóvenes –de unos treinta años- salían de una casa de clásicos enlucidos de cemento, en la que alquilaban habitaciones para jóvenes estudiantes. Desde su viudedad, la Sra. Gasbe, había decidido alquilar las cinco habitaciones de dormitorio que ninguno de sus hijos ya habitaba, justamente por vivir fuera de la ciudad. Estos dos muchachos, de apariencia desenfadada y bien vestidos, se enfundaron sus lentes oscuros, subieron, cada quien, en sus respectivas motos y se alejaron haciendo sonar exageradamente los motores de sus vehículos… Una vecina que iba de regreso con sus compras del almuerzo, habló sin mirar a nadie en particular: “Estos muchachos… que no se cansarán de esas bullas…”. La que había salido en busca del vago, le hizo la “conversa”: “Fíjese… Nuestra calle está cambiando”, dijo mientras apoyaba su escoba contra el suelo… La vecina le sonrió y en broma, mirando su instrumento, le dijo: “No hay nada como esas: vuelan bajito y no hacen ruido… ¿se le ha malogrado?” Ambas sonrieron de buena gana… Ella replicó: “Nada…. Viejita pero poderosa”. 

La casa de Dñ. Gasdaly Berríos Roncejo –Gasbe, para los vecinos- se ubicaba al frente de la suya. Juntamente, con las otras dos colindantes, eran las casas más antiguas, las más grandes, pero también exponían, a pesar sus vetustas fachadas, una elegancia que en tiempos pasados las habrían posicionado como lunares en medio de esa vecindad de casas construidas de a pocos, donde los ladrillos se dejaban ver y como mejor ornamento mostraban sus asoleados colores, de pigmentos al agua. La casa de Dñ. Gasbe mostraba mayor deterioro, pero aún con ello, su interior guardaba numerosas habitaciones con armarios de cedro, puertas enchapadas y chapas con manijas de aluminio. Una sobrina le ayudaba a la viejecita en la administración de esa antigua casa, además de hacer los quehaceres domésticos. La mujer ya no podía valerse por sí misma, pero era ella la que decidía si le alquilaba o no las habitaciones a los clientes que las pretendían. El buen porte, el uso del lenguaje y el tipo de ropas que usaban habían sido suficientes para confiar en ese par de muchachos que, decían dedicarse a la administración de dos bares nocturnos, muy “mentaditos” de la ciudad. Decían que, por el trabajo mismo, que se hacía desde las cinco de la tarde y hasta las tres de la madrugada –en algunas oportunidades- hasta minutos adicionales, con el ánimo de no molestar a la casera y menos a los otros inquilinos, preferían echar su cabeceadita en el trabajo hasta que sean las cinco de la mañana para poder llegar a sus habitaciones a descansar. 

Doña Gasbe reconocía la puntualidad en los pagos, la pulcritud de sus habitaciones –al menos es lo que había podido ver desde las rendijas de las ocasionales puertas entre-abiertas- también admiraba la jovialidad de los muchachos, su dedicación diaria al trabajo y, de añadido, la reserva con la que se conducían. Jamás habían llevado a ninguna muchacha ni habían introducido amigos en plan de francachela…. En alguna oportunidad en especial de fin de mes, sí que le había parecido haber escuchado ruidos como si hubiera alguien en las habitaciones, a pesar de saber que los muchachos no estaban. Su sobrina y acompañante, le decía que eran ideas suyas… “No hay nadie, los muchachos han salido…” 

En lo que se devolvía la madre de las gemelas hacia su casa, detuvo sus pasos para saludar a otra vecina de la otra cuadra y, entre las preocupaciones del “qué comer para el almuerzo” no pudo olvidar la figura del aquel vagabundo… “Eso no es todo. Me parece sospechoso –le dijo la interlocutora- ya desde hace más de una semana que hay un carro de esos que distribuyen envasados en las tiendas, que a éstas mismas horas se estaciona en la otra esquina –casi de interdiario- para acomodar sus mercaderías. Allí debajo del tamarindo del finado Chepe, allí se estaciona… hacen que cuentan, anotan en sus libretas… pero… ya resulta sospechoso, porque en una oportunidad cambiaban llantas y en otra, escuche decir que se habían quedado sin batería”. La mujer con gestos de elocuencia, hacía exposición de sus preocupaciones. “Ya uno no puede confiarse en nada… Puede que anden aguaitando las casas para ver donde robar” Y concluyó: “Si no son los drogadictos, son los amigos de lo ajeno… Hay que tener cuidado no más”. Finalmente, se despidieron y, la primera, adujo: “me voy… que mis gemelas, no demoran en echarme de menos”. Cada quien siguió sus pasos. 

A distancia de unos pocos pasos de su casa, pudo advertir en la lejanía el acercamiento de la camioneta de ventas, pero le parecía que venía como huyendo… Desde el otro lado, le pareció sentir el rugido de una de las motos que momentos antes había visto partir. Y, en menos de lo que suena el cri-cri de un grillo, la cuadra se vio inmersa en una tumultuosa presencia vehicular: la camionetita de ventas, la moto del vecino inquilino, un par de patrulleros y hasta una camioneta del serenazgo. De entre un pequeño corredor, salió el vago con un arma en la mano mientras apuntaba al motorizado gritándole: “Policía: tirate al suelo… tirate al suelo”. Varios otros descendieron, y vestidos de civil, reconducían a las clientas de la tienda vecina: “apuren señoras… esta es una intervención policial”, mientras que una mujer de aspecto rudo, se abalanzaba contra el muchacho de la moto… “pendejo… caíste… Te cagaste”, mientras que aquel, solo murmuraba: “no sé de qué hablan…” La mujer, temerosa, apuró el paso, se metió en la casa, puso a buen recaudo a sus menores, exigiéndoles que no salgan de sus cuartos, mientras ella, desde detrás de la cortina, pudo ver cómo es que minutos después sacaban desde la casa de la viejita Gasbe, dos sacos llenos de plantas secas, un viejecito al que nadie conocía, ropas y un par de balanzas”. Amordazado y con las manos sujetas por detrás, el muchacho fue subido al vehículo policial, mientras que, ya prontos para la partida, apareció en la esquina la otra moto conducida por un policía vestido como tal, mientras de un taxi amarillo bajaba otro, que jalaba sin descaro al segundo de los inquilinos… 

Un policía, que parecía ser que conducía la operación, anunció a los curiosos: “Estos dos son traficantes de drogas y, el resto de personas son sus cómplices… La sobrina de Dñ. Gasbe también fue conducida a la comisaria, mientras que la mayorcita, la dueña de la casa, fue recomendada a una de sus vecinas. Sus más de 70 años, su condición de inválida y sus limitaciones visuales recomendaban que era mejor no sujetarla a los ajetreos policiales. Con la confianza ofrecida por el policía, la mujer volvió a salir de su casa y, con su hermana, aquella que vivía a un par de casas, comentaba: “Ya me parecía extraña la presencia de ese vago… Ya decía yo, algo va a ocurrir en este día”. Luego de algunos minutos, las ocasionales testigos y los chismosos habituales se recogían hacia sus casas. Dñ. Gasbe era ayudada para entrar a su casa y, sollozando decía no comprender que había pasado; mientras que en la otra acera, la mujer entró en la preocupación de que era hora de dar de comer a sus gemelas. 

“Las cosas que se ven en estos días”, pensó, mientras cerraba la puerta de su casa.

viernes, 23 de agosto de 2019

Disturbios

Eran tiempos muy difíciles. Las convulsiones sociales derivadas de una guerra religiosa no declarada tenían en vilo a las autoridades civiles, religiosas y políticas –en primer término- pero también a los notables de aquellos días, dígase comerciantes, mercaderes, militares, intelectuales, filósofos… teólogos. La magnificencia de la imperial Alejandría y, la universal sapiencia de su biblioteca corrían grave peligro…

La vieja biblioteca de Ptolomeo I, no solo ya había superado las seis centurias, sino que además había podido resurgir desde sus propias cenizas después del incendio de la soldadesca de Julio César, pero también había sobrevivido a los desmanes y saqueos en tiempos de Aureliano y Dioclesiano. No obstante, los últimos estertores vendrían después. El 380 de nuestra era, Teodosio firma el Edicto de Tesalónica en el que dispone la universalidad de la religión de Pedro, precisando, respecto de aquellos otros que prefieren otras formas de cristianismos: “los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía (…) y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial”. Con ello se dio lugar a la gran persecución de los herejes, en particular de los seguidores de Arrio, que antes que confesar la fe trinitaria ortodoxa, anunciaban que el hijo de Dios no compartía la misma naturaleza de Dios Padre, con lo que –en el mejor de los casos- habría que reconocerle, al hijo de María, la condición de “divinidad subordinada”.

A finales del siglo IV, Arrio había pasado a mejor vida, pero sus discípulos se contaban por miles y muchos de estos habitaban en la misma Alejandría… Es más, eran asiduos ratones de biblioteca y/o copistas de textos, incluso productores de los mismos. De hecho, su doctrina –dicen los entendidos- era propalada no sólo por eclesiásticos sino también por emperadores. En las dilatadas provincias germánicas e itálicas, por ejemplo, el arrianismo recién fue desterrado en las postrimerías del siglo VI…. Regresemos a los tiempos de las disquisiciones cristológicas, el siglo IV en la ciudad de Alejandro Magno… el Edicto de Tesalónica generó, además del reconocimiento estatal de la religión del judío de Nazaret, mortandad entre los herederos de su prédica. Se peleaban a muerte por un asunto de pura disputa intelectual, de entera disquisición teológica: ¿Es Dios o no, el judío crucificado, aquel que murió en tiempos de Tiberio?

Alejandría, era uno de los centros de la intelectualidad de aquellos días y, allí se ofrecieron los más porfiados debates… Cartas de eruditos, primados, teólogos cruzaban los caminos de Roma, Cesarea, Jerusalén, Antioquia, Esmirna… El asunto era difícil para aquellos entendidos en filosofías y textos de la fe, incluso después de Concilio de Nicea; al punto que hubo emperadores, como Constancio II, hijo de Constantino, que concedió sedes eclesiales de importancia a declarados obispos arrianos. El emperador Valente también tenía su corazoncito a favor de las tesis del consabido hereje. El problema se desbordó cuando esas altas teologías se arrellanaron en el populorum, en el sentido común de las gentes del cada día. En la vida cotidiana, la de los hombres comunes, decirle a otro, “arriano”, no solo suponía un insulto, una injuria; le ponía en riesgo la vida, lo hacía postulante del más allá… Es así, que esa disputa intelectual tomó las calles y, a la turba que no sabía –igual que ahora- de razones, sólo le bastaban las consignas: maten y mataban; saqueen y lo que logren es suyo, y obedecían; quemen y quemaban.

Diez o doce años después del Edicto de Tesalónica, el Patriarca Teófilo de Alejandría peticionó al emperador ordene la prohibición de los cultos paganos y, Teodosio accedió, con lo que los cristianos radicales y exaltados no solo se encargaron de destruir templos e imágenes de dioses inexistentes, sino que además se preocuparon porque los textos en los que se contenían sus ritos y liturgias desaparecieran bajo el ardor del fuego... Y de los templos pasaron a la biblioteca. Dice Sócrates de Constantinopla, historiador de esos días: “Luego saqueó el Serapeum que también mostró lleno de supersticiones extravagantes, e hizo arrastrar el falo de Príapo por el foro. Así acabaron esos disturbios”. El Serapeum era lo que todavía quedaba de la vieja biblioteca alejandrina.

En realidad, la cuarta centuria fue un tiempo de grandes revueltas. El contenido de la fe se encontraba en formación y no sólo era Arrio quien discutía las proposiciones del credo, sino que había otros que discutían asuntos relativos la doble naturaleza de Cristo ¿Si como dicen los nicenos Jesús es Dios, entonces ¿Cómo es que puede ser hombre a la vez? Y, si teniendo ambas naturalezas, entonces ¿puede decirse que María es madre de Dios? ¿Con certeza se puede predicarse que una criatura finita y contingente sea madre del Eterno, de aquel que no tiene principio ni fin? Como se advierte, fue el tiempo de las grandes discusiones teológicas, pero también de las persecuciones de aquellos que pensaban diferente o –para ser precisos- de los que creían distinto. El asunto de la responsabilidad de la muerte de Jesús también fue otro tema. La Iglesia, recientemente reconocida como religión oficial del Imperio, ¿tendría el valor de seguir predicando que fueron los romanos quienes mataron a Jesús? El discurso fue cambiando… los creyentes también. La prédica de Pedro y Pablo se había extendido más allá de los territorios semitas y florecía en los ámbitos geopolíticos de la cultura helenística y del imperio romano. Los judíos se convirtieron en el blanco perfecto…

En la primera década del siglo siguiente, las peroratas del Patricarca Cirilo de Alejandria daría pie al acoso, instigación y persecución de los hijos de Abraham, que creyendo en el Dios del Sinai, le ponían reparos a la mesianidad del nazareno. Una noche de aquellas, bajo los fervores de la prédica del pastor, los fieles decidieron tomar las sinagogas, apresar a los sacerdotes y apropiarse de los bienes de los judíos: era necesario convertirlos y, si se requería de la fuerza, pues que así sea. Al fin de cuentas, ellos fueron los responsable de la muerte del Redentor. El asunto fue de tal brutalidad que hasta al mismo representante político del imperio en dicha jurisdicción le causó arcadas. Orestes, que así se llamaba, puso la queja respectiva ante el emperador y, con ello se hizo enemigo de la religión… Cirilo lo acusó de “arriano” y pidió su cabeza. En su buena suerte, Teodosio II, el emperador desestimó la acusación. Lamentablemente, a la turba no le satisfizo y los enfrentamientos continuaron. En esas guerras de religión, además de las muertes de herejes y deportación de judíos, encontró la muerte una mujer, de quien se dice es la primera matemática del mundo y la última protectora de la Biblioteca de Alejandría o, al menos de sus ruinas, dadas las revueltas religiosas de esos días. A ella se le atribuye la defensa del derecho a pensar, incluso de pensar erróneamente. Decía que aún bajo esa circunstancia es mejor a que no tener el derecho de pensar.

Su muerte causó grave oprobio al tal Cirilo. Aún hoy se lamenta esa inútil muerte.

domingo, 18 de agosto de 2019

BIcicleta

La tenue luz del alumbrado público, en las noches de aquellos días, apenas alcanzaba para alumbrar el camino. Las gentes del pueblo, en realidad no la necesitaban. Conocían sus calles al revés y al derecho, al punto que, aquél febril alumbrado, anunciado desde los postes de cañas de Guayaquil que se apostaban en cada esquina, solo permitían reconocer las siluetas de los viandantes a una distancia no mayor de cincuenta metros. Las voces de los caminantes eran el mejor elemento de identificación.

Ese anochecer, los chiquillos del colegio se había reunido en la plaza principal para preparar el emplazamiento de las representaciones de distintos grados y secciones estudiantiles que se tenía proyectada para un próximo recorrido nocturno, en que cada alumno con una antorcha en la mano, expondría frente a un tribunal su imaginación y habilidad para formar figuras a partir de bijamas de laurel, alambres, sorbetes, papeles de colores.

Los alumnos se habían dado maña para convencer a doña Lola, profesora promotora de la actividad, de la necesidad de un emplazamiento previo en el lugar, en hora semejante a la pretendida como oficial, para asegurar que el espacio asignado sea suficiente para el número de alumnos participantes. El ensayo no sería de noche, pero al menos, la hora era muy próxima para alcanzar la obscuridad; sumándose a ello que no todos los alumnos tenían carta pase, tendría que añadirse la presencia ocasional de los “paracaidistas”, pícaros, callejeros y palomillas… esos bullangueros núbiles que hacía que cualquier cosas adquiera sentido travieso e infantil.

Cada quien llegó a la hora pactada. Bueno… más o menos a la hora pactada. Las cinco y treinta de la tarde fue la mejor lograda. Y si a ello le sumamos, los minutos de tolerancia, de seguro que esos ejercicios previos, verían su final justo antes de que el sol cierre sus ojos y las farolas nocturnas regalen su tenue luz. El cálculo fue preciso. Lalo, engominó su todavía frondosa cabellera, acomodó sus lentes sobre su nariz aguileña y, frente a un espejo, acomodó su copete. Era preciso disimular la amplitud de su frente y las incipientes entradas que anunciaban desde aquellos años su, ahora, reconocida calvicie. “Maaa… ya vuelvo”, anunció desde la puerta de su casa, mientras montaba la bicicleta choppera de su hermano. El golpeteo metálico del timbre de resortes anunciaba su llegada. Anuncio que se hacía innecesario porque la rectitud de la calle y la claridad todavía existente había permitido avistar su llegada desde más de 300 metros…. Dejó caer su bicicleta sobre un árbol de la plaza y corrió hacía el lugar que la profesora le señalaba como su lugar de ubicación… “Apúrese alumno, que debemos terminar antes que anochezca”, anunció; mientras miraba si las luces públicas aún se mantenían apagadas. Un par de minutos después, un par de profesores colaboradores, obligaban al grupo a marchar a lo largo de la terrosa pista haciéndoles simular que entre sus manos portaban un mástil de madera en cuya parte superior se adosaría una luz de vela envuelta en una maqueta semi trasparente.

La bicicleta quedó allí, de junto al árbol, y, mientras todos se preocupaban por desplazarse adecuadamente, habría otro (u otros) que tenían pérfidas intenciones… En realidad, no había nada planificado, pero el diablito que va dentro de uno, advirtió a uno de los “miranda” ocasionales: “¿Y si le escondes la bicicleta a Lalo?... De seguro, entre los curiosos encontrarás algún buen cómplice…” Retozonas intenciones que verían la luz, una vez que la obscuridad acabara con los últimos rayos del sol… No se diría más. Lalo, como “primera antorcha” pasaría primero ante la mesa del jurado, haría el saludo respectivo y, desde esa posición, tenía como consigna dirigir a todos los demás, por lo menos a los de su grado, para finalmente, volver a saludar y salir del escenario… El ensayo se repitió hasta cinco veces y, cuando, se anunció el “rompan filas”, las tenues luces solares todavía eran suficientes para encontrar su bicicleta. El asunto era que ya no estaba allí.

Sus primeros pensamientos le anunciaban su ruina personal. Se cogió la cabeza y, mientras miraba hacia todos lados, sin querer, desacomodó su peinado. El “rompan filas” hizo que en un dos por tres el lugar quedara deshabitado. Un par de chiquillas de su edad, acompañadas de otros dos churritos “de brazos” -que probablemente vivían al frente del lugar- jugaban en una de banquetas de madera de la plaza. Se acercó, temeroso para hablarle a la mayor de edad, a la que estaba más cerca de él: “¿No has visto una bicicleta… la bicicleta de mi hermano?”. La muchacha, con una sonrisa pícara, le dijo que no… Las lágrimas casi que se le asomaban, pero no era tiempo de llorar, no frente a aquella… Ella, por su parte, se dio cuenta del grave problema y, solo para aliviarle el alma, retomó la palabra para decirle “pero yo he visto quien se la ha llevado”. Una pausa adicional y, la muchacha agregó: “Te digo, solo si me haces la tarea de matemáticas que es para mañana”. Un hálito de esperanza le alivió el alma. Con la cabeza dijo que si, mientras que su voz, casi en automático, dejaba oír: “Lo que quieras… ¿dónde está? Dime, dime…” La chiquilla salió corriendo y, volvió en menos de lo que canta un gallo: “Aquí tienes mi cuaderno… primero la tarea”, le dijo, ahora, con gesto decidido a no decir nada más… Lalo miró el cuaderno y, refutó: “Por favor, mi hermano me va a matar”. Ella, le hacía el gesto de entregarle el cuaderno.

No hubo más. Esa incipiente noche Lalo resolvía un buen número de ecuaciones sentado en una banca pública a la luz tenue de una farola, con la esperanza de información que le permita evitarse una tanda de bijamazos… Se había atascado en problema que se enunciaba: “La expresión algebraica en una sucesión es 7n + 2 ¿cuál es el vigésimo término de la sucesión?”. Y mientras su cerebro bullía en el ánimo de salvar el escollo, parecía que sus oídos, “de cuando en vez” le hacían saber las carcajadas de niños que corrían unos detrás de otro, mientras el timbre de la bicicleta parecía pedir auxilio, parecía gritar a voz en cuello: “Lalo, ¡Dónde estás!” Unos minutos más tarde, unos perfiles infantiles cruzaban la Panamericana: una bicicleta era la alegría de esos desconocidos. Eran siluetas que no podían esconderse de la menesterosa luz que se descolgaba de los guayaquiles públicos. Sus ojos no lo engañaban.

Buenas noches…

jueves, 15 de agosto de 2019

Tránsito

Un apócrifo del siglo VI, relativo a la vida y milagros de Santiago, el hijo de Zebedeo, sostiene que a este shaliah se le encomendó la evangelización de Hispania y, de hecho pareciera –según la tradición- la tarea le vino bien. Nadie duda ahora que dicha península no tenga por patrono a dicho apóstol en gentil agradecimiento por la tarea realizada. El asunto va más allá, pues aun en vida de María, el mentado apóstol introdujo en dichas tierras el amor filial por la madre del Redentor, al punto que aún se mantiene bajo la advocación de “Virgen del Pilar” sustentada en la promesa de que de mantenerse dicha efigie se aseguraría fieles devotos cristianos en las tierras de Isabel La Católica. 

Es justamente ese relato nominado “Historia y hechos del apóstol Santiago el Mayor”, con algunos agregados de copistas del S. XI o XII, el que sostiene que, en esos primeros días de la evangelización, ante la ausencia de telégrafos, correo electrónico o wasap -y tal como era forma de comunicarse en aquellos días- la Madre del Señor se le apareció en sueños al hijo de Zebedeo para pedirle regresara prontamente a la Judea natal. No me queda claro si le hizo saber las razones de la petición del regreso, pero los entendidos en las tradiciones mariológicas, afirman que la llamada respondía al hecho de que prontamente María abandonaría este mundo terrenal y, quería despedirse de aquellos que asumieron la tarea de proclamar la Buena Nueva por el mundo. No obstante la exposición de mis dudas, hay alta probabilidad de que esa era la razón y que efectivamente le fuera comunicada, puesto en los evangelios anónimos del siglo III y IV, cuando se habla de los días últimos de María, se precisa que ella le pidió a su Hijo le permitiera la dicha de ver a los discipulos por última vez. Se cuenta, por ejemplo, que al discípulo amado, a Juan, el llamado se le hizo por a través de una nube, que llegó hasta Éfeso para comunicarle la noticia. 

Es evidente que nuestra Santa Madre Iglesia, por detrás de las leyendas, descubrió una verdad insoslayable: los cristianos le tenía cariño a María y, reconoce que desde el siglo II ya se hablaba del “Tránsito de María”; empero es en los siglos IV en adelante que la literatura le dio forma a esas distintas tradiciones, posibilitando un sinnúmero de leyendas que van desde la transportación “nímbica”, la revitalización de los apóstoles fallecidos para su presencia en el acto de la dormición, la curación de cualquier tipo de enfermedad con el solo hecho de tocar la casa mariana así como el ceremonial “litúrgico” realizado en el acto mismo. En el Valle de Cedrón –o también llamado de Josafat- se erige una construcción a la que la piedad popular la denomina “Sepulcro de la Virgen”, donde dicen se depositó su cuerpo y, que luego de un particular acompañamiento de músicas angelicales por espacio de tres días, se produjo el milagro de su remisión al paraíso. La verdad por detrás de la leyenda tiene substancia teológica y, por tanto se sustenta en un discurso relativo a la fe: Si Dios preservó desde la eternidad a María con el don de la inmaculada concepción, entonces ¿Qué sentido tiene que deba sujetarse a la más grave consecuencia del pecado de Adán? ¿Por qué la muerte tendría que cantar victoria sobre ella si justamente está por encima del pecado en razón a su pureza psicosomática? La veneración de la dormición y de la asunción de María, no obstante, más allá de las disquisiciones teologales, siempre tuvo acogida en la piedad popular y el arte es un buen espejo en el que se refleja tal virtud: La Dormición de María en la iglesia de la Stma. Trinidad de Sopoçani (a. 1265), por ejemplo, expone que el autor cuando menos conoció tres tradiciones distintas: la de los apócrifos Libro de San Juan Evangelista (llamado el Pseudo Juan el Teólogo, datable hacia el siglo IV), el Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica (fechable hacia inicios del siglo VII) y el mucho más tardío y ecléctico Libro del Pseudo José de Arimatea (del siglo XIII). 

A diferencia de los apócrifos relativos a Yeshuá, la Iglesia siempre fue condescendiente con aquellos en los que se ventila la vida de María, al punto que, permite que sean fuente de inspiración para obras ornamentales en edificios de culto oficial, como el mosaico de la Dormición de la Madre de Dios en el Monasterio de Dafné (a. 1080), o los frescos o mosaicos del Monasterio de Hocios Lukas en Fócida, Grecia (a. 1040) y que no hacen más que evidenciar una vieja tradición cristiana, en particular de las iglesias bizantinas, en la que se asumía como una “particular” verdad de fe tales escenas, agregándoles la condición de hechos de piedad personal y/o popular, aunque no oficial. 

La Constitución Apostólica ““Munificentissimus Deus” (1/11/1950) reconoce los reparos eclesiales, pero a la vez recoge –antes que desde la literatura popular- desde las enseñanzas de la liturgia, las expresiones devocionales del Santo Rosario, la homilética de los santos padres, la doctrina de los teólogos escolásticos, la enseñanza de varones piadosos y/o la catequética de los doctores de la Iglesia que “la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto» de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos”, para finalmente anunciar: que es “dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”

Quiero creer, en simbiótica combinación de mitología popular y magisterio eclesial, que María si murió, puesto que no puede errar la piedad popular cuando la representa yaciente en un sepulcro; empero –como anunciaba Juan Damasceno- esa acción solo puede explicarse desde el amor: "Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir”. Que ese amor, que le permitió al distraído Tomás, el mellizo, tu cinturón, me permita por tu gracia un trocito de tu manto maternal para cubrirme de este frío piurano, de este frío que va más allá de mis carnes...

Hoy celebramos tu festividad. Hoy estamos de fiesta. 

jueves, 25 de julio de 2019

Regreso

Se vio obligado de regresar a Jerusalén.  Así cuentan unos muy tardíos apócrifos: una aparición de Miriam en sueños… Si, de la madre del Señor, le reclamaba allí, en la tierra de la crucifixión.  Se vio obligado a regresar de Salduie -o también llamada Caesaraugusta-, nombres antiguos de la actual Zaragoza, y tomar el camino de la tierra de sus padres. Había conseguido ya la conversión de las gentes vecinas de Gibrantar, donde se alzaba un viejo templo en favor de Heracles, del que además esos viejos peñascos tomaban en nombre de “Columnas de Hércules”. Se había paseado por Carthago y, la predicación le había sido favorable. A ese tiempo ya tenía sus propios discípulos, pero correspondía sean aceptados por la comunidad judío-mesiánica de Jerusalén.
El sueño le decía más. La madre del Señor le reclamaba y, empezó a dudar de si la tarea había sido bien hecha o sí había algo que arreglar. Un viejo discípulo, entendido en los trabajos de madera, ante las delicadas descripciones de esa ignota mujer elaboró una pequeña estatua de cuerpo entero de ella. La encomendó a la pequeña y reciente formada comunidad hasta su vuelta y, partió en compañía de algunos de sus discípulos principales. En el camino, recordó los días primeros, los días de la llamada. Contó de aquella mañana cuando el Maestro caminaba junto al mar de Galilea explicando en pequeños cuentos  la ley de Moisés. La hacía más fácil al entendimiento y agradable a la voluntad para su observancia. Recordó, con una sonrisa, la invitación que le hizo Pedro para dejar el trabajo de pescadores y adentrarse en otras tareas… desconocidas, para esos días, pero reconfortantes después de ese duro caminar por los bosques hispánicos y el extenso Mare Nostrum… “Que inmenso mar es este frente al pequeño mar de Galilea y, qué imponentes puertos -que parecen gigantes- frente a mi pequeña Betsaida”, exclamó.
Cuenta Marcos, que aquella vez, no solo se sumó Santiago sino que henchido de impetu, también lo hizo su hermano Juan; mientras que Zebedeo –el padre de éstos- despotricaba contra ese predicador que había llegado para alborotarle la vida a todos…. “Carajo… Como si sólo de hablar se viviera”, renegaba. Y mientras refunfuñaba, no dejaba de remendar las redes y limpiar sus trastos de pescador, tareas que en otros días eran de sus hijos. Yoshua, para distinguirlos por su genio, medio perverso con el que se acompañaban, prefería llamarles “hijos del trueno” o, a veces, también les decía “relámpagos de fuego”. Y es que, tan pronto se levantaba algún tumulto o les llegaba noticias de enfrentamientos con alguna guardia o legión romana, no hacían más que imaginarse peleando contra el invasor… Tenían el ánimo peleonero a flor de piel. Si no hubiera sido por su madre Salomé, -que tanto amaba a Yoshúa- era probable que éste los hubiera mandado a rodar… Tantos cuidados le había ofrecido aquella mujer, que el buen predicador ya había notado que en más de una oportunidad aquella dejaba de comer por enviarles algún pescado salpreso o bien aditamentado; sea que estuvieran predicando en la playa o que, se encontraran en algún poblado vecino. Tanto llegaron a quererse que tuvo el descaro de pedirle, que cuando el día llegue, ese cuando se instaure el reino de Dios, mínimamente, acomode a sus hijos en los principales puestos… al menos a su derecha y/o a su izquierda. “Claro, pues”, dijo la buena Salomé, en el remate de su petición.  El nazareno, se limitó a sonreír y, retozó: “No sabes lo que pides mujer… Mi reino no es de este mundo y el trance para llegar no es como cruzar el mar en bote… Nos esperan cosas difíciles”. Nadie le entendió.
La cara de Santiago cambió de expresión cuando recordó aquella vez en que  pudo ser testigo junto con Pedro y  Juan de cómo el maestro conversó con Elias y Moisés y, en las que emocionados por la grata experiencia prefirieron ofrecerse como menestral de la madera y constructores de casas para levantar una para cada uno. ¡Cómo si conocieran el trabajo de la madera o de lo que se necesitara para hacer una casa! Se sintieron tan llenos de Dios, que casi no sabían lo que decían. La emoción estaba más allá de lo que podían comprender… Se sintieron desbordados del don divino como desbordados de miedo se sintieron aquella vez en que juntamente con otros discípulos, fueron testigos presenciales de las angustias del Señor cuando llegaron a apresarlo. “Y pensar que Pedro sacó un cuchillo y quiso enfrentarse a la guardia pretoriana… Se notaba que el maestro también tenía miedo; pero sobrepuesto, le pidió a Pedro que se tranquilizara… que todo estaría bien”. Escondió su cara entre su pecho, para reconocer que aquella vez, tanto era el miedo que lo abandonaron.
Ahora regresaba con el ánimo calmado, con la tranquilidad de haber anunciado fielmente el reino de Dios prometido. De hecho, sus hijos, estos discípulos suyos que le acompañaban, expresaban la voluntad de conversar con aquellos otros que caminaron con el Señor, de conocer a Pedro, el Tirapiedras; a Juan, el otro hijo del trueno; a Santiago, el hermano de Señor; a Tomás, el gemelo; a Martha y María, las hermanas del revitalizado Lazaro;  a la misma Salomé, de quien su maestro contaba hacía los mejores pescados fritos de toda Betsaida.
Lo que no sabían los viajeros es que, además de ver a sus amigos, prontamente subiría al trono Herodes Agripa I y, les haría difíciles las cosas, como lo ha relatado Lucas en la primera historia de las comunidades judeo-mesiánicas. Quizá era el tiempo de atender el camino difícil que el Señor les anunció cuando pedían la diestra y la siniestra del trono del Gran Rey. Les esperaban días de tormenta.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...