A los lados del rio Dijle, en Lovaina, aparece un pequeño pueblo del que su arquitectura nos traslada a la mismísima edad media. Es una sucesión de calles, plazas, jardines y parques, con decenas de casas y “conventos” propios de finales del S. XII e inicios del siguiente. Algún entendido dice haber encontrado una inscripción en las paredes de la iglesia que señalan la fecha de partida hacia el 1234. Este pequeño pueblo se asienta en una extensión de aproximadamente 3 ha que comprende una decena de calles, unas 100 construcciones que abarcan 300 viviendas y; a este tiempo, se conforma como residencia para estudiantes y docentes de la Universidad de Lovaina.
Cuando empezó a erigirse este pequeño reducto arquitectónico fue el albergue de mujeres que decidieron libremente apartarse del mundo para dedicarse fundamentalmente a tres tareas: la oración y vida ascética, el cuidado de los enfermos y a la confección de manualidades, en particular a las confecciones textiles. Tenían su propia estructura organizativa y, preferían no sujetarse a los mandatos de la jerarquía eclesiástica de modo oficial, aunque, de seguro, requerían la asistencia pastoral de algún clérigo. Es altamente probable, que hasta el obispo hubiere visitado dichas instalaciones. No eran mujeres consagradas –religiosas o monjas como ahora les llamamos- y por tanto no se sujetaban a los ritos canónicos que obligaban a los votos de pobreza, castidad y obediencia; empero se sujetaban a sus propias reglas en las que era fundamental vivir de cara a Dios, sin sujetarse a los bienes de este mundo como los pajarillos del campo que no se preocupan de que comer o que vestir, por lo que si alguna riqueza, predio o dinero poseían se ponía a disposición de todas para el disfrute común. El acceso de varones estaba prohibida, por lo que la promesa de vivir imitando al María, la madre del Salvador, era una exigencia a la que se sometían con estimación. Claro, si alguna cambiaba de parecer respecto de qué hacer con su vida, tenía la libertad de abandonar, en el momento que fuera conveniente.
Un buen número de estas mujeres pertenecían a las clases altas: esposas del funcionarios o diplomáticos que preferían vivir con otra familia, viudas o huérfanas solteras que preferían la soledad a que atadas a un infeliz matrimonio, etc. A compás de la religiosidad de esos días preferían dedicar sus tiempos libres a la vida contemplativa al modo como se hacía en las órdenes religiosas femeninas. Sus dineros podían solventar a aquellas otras que no pudiera pagar su estadía. No todas podían dedicarse a la oración, en tanto que a Dios no solo se llega por la contemplación, sino también a través del trabajo, entonces se permitió las labores de manualidades y, luego la atención de los enfermos. Los mejores vestidos de las gentes nobles es probable que se confeccionaran en dichos talleres. También elaboraban indumentaria eclesiástica y los ornamentos sagrados. Las ropas propias de los enfermos eran de sus hechuras. Para evitar el desapego a la finalidad última: la proximidad con Dios, por la oración o por el trabajo, los varones estaban excluidos, salvo el clérigo para la misa diaria o la confesión semanal. A estas comunidades de mujeres se les conoce con el nombre “beguinaje” y las mujeres que las conforman se le llama “beguinas”.
Esta comunidad de mujeres de Lovaina se mantuvo hasta iniciado el siglo XVIII, tiempo en el que en medio de los conflictos civiles, dichas construcciones fueron confiscadas. Esta es probablemente, la comunidad de beguinas más exitosa, que se conoce en Europa, toda vez que el movimiento se extendió por todo el mundo conocido de aquellos días, aunque no tuvo el suficiente éxito en otros territorios, donde el oído de la Iglesia era perspicaz y atento. El asunto controversial era la escrituración de sus experiencias místicas y personales. En sus publicaciones se dejaba entrever que no había necesidad de mediación entre la persona y Dios, que no se requería de una lengua oficial en la que se pudiera traducir tales ejercicios espirituales. Expresiones de extasiado amor permitieron versos como el que sigue: “Teólogos y otros clérigos / no tendréis el entendimiento / por claro que sea vuestro ingenio / a no ser que procedáis humildemente / y que amor y fe juntas / os hagan superar la razón, /pues son ellas las damas de la casa”. No gustaron tanto a la jerarquía, es así que el papa Clemente V en 1312, en el Concilio de Vienne bajo el argumento de que su modo de vida y su prédica desatiende las enseñanzas de la Iglesia entonces debe ser prohibido definitivamente y excluido de la Iglesia de Dios, empero, en 1321, otro papa, Juan XXII se apartó de lo ordenado por el citado concilio y permitió que las beguinas continuaran con su estilo de vida, pues tenía razones para sustentar que "habían enmendado sus formas".
En ese mundillo medieval, en el que místicas, trovadores, eclesiásticos y herejes parecen confundirse, el beguinaje se convirtió en una alternativa de vida religiosa dentro de la misma sociedad, al punto que hoy se reconoce el valor espiritual de los escritos de muchas de ellas, como los de Hadewijch de Amberes. Lamentablemente, las experiencias contadas por Marguerite Porete, en París, fueron condenadas y le costó la vida en medio de una hoguera, en la que prefirió padecer a que negar el valor de su misticismo. Es probable, que hoy esos escritos superen largamente el índice de la condenación, pero también es cierto que en el caso de la tal Margarita, el papado de Avignon no eran más que monigote en medio de la política religiosa de Felipe IV de Francia, quien en alguna oportunidad, en medio del conflicto Iglesia-Estado, cogió un par de bulas papales e hizo con ellas un rulo. Dígase de otro modo, desobedeció al obispo de Roma sin reparo.
Para buena suerte de las beguinas de la comunidad de Lovaina, el extenso brazo tanto de papa como de aquel reyecito no alcanzaba tanto como para llegar a los países bajos. Es solo mi parecer.
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