jueves, 15 de agosto de 2019

Tránsito

Un apócrifo del siglo VI, relativo a la vida y milagros de Santiago, el hijo de Zebedeo, sostiene que a este shaliah se le encomendó la evangelización de Hispania y, de hecho pareciera –según la tradición- la tarea le vino bien. Nadie duda ahora que dicha península no tenga por patrono a dicho apóstol en gentil agradecimiento por la tarea realizada. El asunto va más allá, pues aun en vida de María, el mentado apóstol introdujo en dichas tierras el amor filial por la madre del Redentor, al punto que aún se mantiene bajo la advocación de “Virgen del Pilar” sustentada en la promesa de que de mantenerse dicha efigie se aseguraría fieles devotos cristianos en las tierras de Isabel La Católica. 

Es justamente ese relato nominado “Historia y hechos del apóstol Santiago el Mayor”, con algunos agregados de copistas del S. XI o XII, el que sostiene que, en esos primeros días de la evangelización, ante la ausencia de telégrafos, correo electrónico o wasap -y tal como era forma de comunicarse en aquellos días- la Madre del Señor se le apareció en sueños al hijo de Zebedeo para pedirle regresara prontamente a la Judea natal. No me queda claro si le hizo saber las razones de la petición del regreso, pero los entendidos en las tradiciones mariológicas, afirman que la llamada respondía al hecho de que prontamente María abandonaría este mundo terrenal y, quería despedirse de aquellos que asumieron la tarea de proclamar la Buena Nueva por el mundo. No obstante la exposición de mis dudas, hay alta probabilidad de que esa era la razón y que efectivamente le fuera comunicada, puesto en los evangelios anónimos del siglo III y IV, cuando se habla de los días últimos de María, se precisa que ella le pidió a su Hijo le permitiera la dicha de ver a los discipulos por última vez. Se cuenta, por ejemplo, que al discípulo amado, a Juan, el llamado se le hizo por a través de una nube, que llegó hasta Éfeso para comunicarle la noticia. 

Es evidente que nuestra Santa Madre Iglesia, por detrás de las leyendas, descubrió una verdad insoslayable: los cristianos le tenía cariño a María y, reconoce que desde el siglo II ya se hablaba del “Tránsito de María”; empero es en los siglos IV en adelante que la literatura le dio forma a esas distintas tradiciones, posibilitando un sinnúmero de leyendas que van desde la transportación “nímbica”, la revitalización de los apóstoles fallecidos para su presencia en el acto de la dormición, la curación de cualquier tipo de enfermedad con el solo hecho de tocar la casa mariana así como el ceremonial “litúrgico” realizado en el acto mismo. En el Valle de Cedrón –o también llamado de Josafat- se erige una construcción a la que la piedad popular la denomina “Sepulcro de la Virgen”, donde dicen se depositó su cuerpo y, que luego de un particular acompañamiento de músicas angelicales por espacio de tres días, se produjo el milagro de su remisión al paraíso. La verdad por detrás de la leyenda tiene substancia teológica y, por tanto se sustenta en un discurso relativo a la fe: Si Dios preservó desde la eternidad a María con el don de la inmaculada concepción, entonces ¿Qué sentido tiene que deba sujetarse a la más grave consecuencia del pecado de Adán? ¿Por qué la muerte tendría que cantar victoria sobre ella si justamente está por encima del pecado en razón a su pureza psicosomática? La veneración de la dormición y de la asunción de María, no obstante, más allá de las disquisiciones teologales, siempre tuvo acogida en la piedad popular y el arte es un buen espejo en el que se refleja tal virtud: La Dormición de María en la iglesia de la Stma. Trinidad de Sopoçani (a. 1265), por ejemplo, expone que el autor cuando menos conoció tres tradiciones distintas: la de los apócrifos Libro de San Juan Evangelista (llamado el Pseudo Juan el Teólogo, datable hacia el siglo IV), el Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica (fechable hacia inicios del siglo VII) y el mucho más tardío y ecléctico Libro del Pseudo José de Arimatea (del siglo XIII). 

A diferencia de los apócrifos relativos a Yeshuá, la Iglesia siempre fue condescendiente con aquellos en los que se ventila la vida de María, al punto que, permite que sean fuente de inspiración para obras ornamentales en edificios de culto oficial, como el mosaico de la Dormición de la Madre de Dios en el Monasterio de Dafné (a. 1080), o los frescos o mosaicos del Monasterio de Hocios Lukas en Fócida, Grecia (a. 1040) y que no hacen más que evidenciar una vieja tradición cristiana, en particular de las iglesias bizantinas, en la que se asumía como una “particular” verdad de fe tales escenas, agregándoles la condición de hechos de piedad personal y/o popular, aunque no oficial. 

La Constitución Apostólica ““Munificentissimus Deus” (1/11/1950) reconoce los reparos eclesiales, pero a la vez recoge –antes que desde la literatura popular- desde las enseñanzas de la liturgia, las expresiones devocionales del Santo Rosario, la homilética de los santos padres, la doctrina de los teólogos escolásticos, la enseñanza de varones piadosos y/o la catequética de los doctores de la Iglesia que “la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto» de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos”, para finalmente anunciar: que es “dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”

Quiero creer, en simbiótica combinación de mitología popular y magisterio eclesial, que María si murió, puesto que no puede errar la piedad popular cuando la representa yaciente en un sepulcro; empero –como anunciaba Juan Damasceno- esa acción solo puede explicarse desde el amor: "Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir”. Que ese amor, que le permitió al distraído Tomás, el mellizo, tu cinturón, me permita por tu gracia un trocito de tu manto maternal para cubrirme de este frío piurano, de este frío que va más allá de mis carnes...

Hoy celebramos tu festividad. Hoy estamos de fiesta. 

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