Relata Agustín de Hipona en su "Ciudad de Dios", que Esteban, mártir, contaba con numerosos devotos, muchos de ellos agradecidos de sus muy generosas intervenciones sobrenaturales que posibilitaron, por ejemplo, la conversión de un viejo incrédulo de nombre Marcial, que en las puertas de la muerte se convirtió a la religión cristiana, y repetía: “Cristo, recibe mi espíritu”, del mismo modo como cuando el mártir ofrecía su vida; pero también da cuenta de la restitución de la vista a una joven mujer, la devolución de la salud a un par de hombres que sufrían de gota, la revivificación de un niño que fue atropellado por unos bueyes, entre otros saltantes milagros. De algunos de éstos, dice el Doctor de la Gracia, fue testigo directo.
No se sabe mucho de la vida de Esteban, salvo aquellas puntuaciones de las que quiso hacernos partícipes el evangelista Lucas en su conocido Hechos de los Apóstoles. La tradición, sin embargo, añade algunos datos relacionados con su muerte: se indica que ésta habría ocurrido al año siguiente de la de Jesús, que su apedreamiento se efectuó en las afueras de Jerusalén, en proximidades de la denominada Puerta de Damasco. Allí, en la actualidad, se erige la basílica que lleva su nombre. El primer estudioso y copista de las vivencias de los primeros judíos mesiánicos, -o "nazarenos", como les llama en Hechos 24, 5- afirma que “unos hombres piadosos enterraron su cuerpo e hicieron gran duelo por él”, pero no da detalles del lugar de su martirio ni de su enterramiento. Es muy probable que se efectuara en el valle del Cedrón, que era el lugar común de enterramientos de aquellos días. Más tarde, un monje del siglo V, en el año 415, afirmó que en una aparición onírica le fue revelado el lugar de la muerte y la piedra con la que se logró su cometido, motivándose a partir de ese momento una gran devoción, de la que da cuenta Agustín en su póstumo libro "De civitas Dei", como queda anotado.
El maestro de Galilea, como bien sabemos dedicó su vida pública a la predicación de la instauración del reino de Dios en su natal Galilea y en la vecina Judea. Se dirigía a los suyos: a los hijos de Abraham. Empero también dedicó su predica - de modo excepcional y casi a regañadientes- a los extranjeros. Si no, recordemos aquella vez en que una mujer cananea le pedía a gritos que cure a su hija endemoniada y, el Maestro se hizo el desentendido, primero y, luego a solicitud de sus discípulos, espetó: “He sido enviado a pastorear a las ovejas perdidas del rebaño de Israel”, quedando obligado a intervenir a insistencia de la desesperada mujer, que, arrodillada a sus pies y, a voluntad, se comió el insulto velado que le lanzó el Maestro, retrucándole, humildemente: "los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de los amos". También se tiene noticia de aquella otra en la que sanó al moribundo sirviente del militar romano, que pidió la sanación sin necesidad de su presencia... y no hay más. Ese recelo del Carpintero de Nazareth por los gentiles, sin embargo, no impidió -más allá de la designación de los shaliajim de entre los varones de su originaria Galilea- que algunos extranjeros se sumaran como discípulos suyos, como parece ser el caso de Cornelio, el centurión romano que conjuntamente con su familia y algunos de sus hombres se convirtieron al judaísmo predicado por Pedro.
En ese pequeño mundo de apóstoles, discípulos y conversos, una de las discusiones primigenias se relaciona justamente con el hecho de si el reino de Dios comprendía o no a los gentiles, pues por un lado, conocían de los reparos del mismo Jesús en la atención a los extranjeros y, de otro la realidad de aquellos paganos que se habían sumado al “Camino” como se lee en las primeras líneas del capítulo nono del libro lucano. Éste también es una nominación del incipiente movimiento judío mesiánico nazareno. En estos resquemores de los tiempos primordiales, se produce la discusión sobre la atención de los pobres: si la predicación de Yeshuá hace distinciones según la nacionalidad de los discípulos ¿tienen preferencia de atención social las viudas judías respecto de aquellas provenientes de pueblos de lengua griega? Los shaliajim prefirieron no inmiscuirse en la discusión, y lavándose las manos, dispusieron que la misma comunidad sea la que resuelva controversia. A ese efecto, designaron a una comisión para que se encargara de la repartición de los bienes entre los pobres, viudas y huérfanos. Los nombrados fueron: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás. Aunque se reconoce la buena disposición de estos discípulos, parece que su labor no fue suficiente y, el problema se hizo más grande: Ya no se trataba solo de la proyección social de la comunidad sino también de materias de muy alta teología ¿El Dios de Yeshua necesita de un templo en el que habitar y, a la vez, se convierta en centro de peregrinación? ¿Es el templo de Jerusalén necesario para ser un judío piadoso?
El cuestionamiento no gustó a los judíos ortodoxos, incluyendo entre estos a los sumos sacerdotes sadoquitas, algunos fariseos del ala conservadora y a buen número de apóstoles... Tampoco gustó que Esteban en su manifestación de argumentos teológicos, expusiera casi al final –casi cuando empezaban a apedrearlo- que, en ese momento, tenía una visión sobrenatural: Los cielos abiertos en el que veía a Yeshua Ha'Mashiaj parado a la derecha de la gloria de Dios. Las piedras empezaron a llover hasta su muerte, empero el destino del este buen varón no fue suficiente para aliviar las iras judías. Tanto así, que un tal Saulo organiza el primer pogromo entre los vecinos de Jerusalén y, para reafirmar sus convicciones, pide cartas de autorización para presentarse en las sinagogas de las ciudades vecinas. Lo interesante es que Lucas dice: “Este fue el comienzo de una gran persecución contra la comunidad de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría”. Si la persecución era contra los discípulos de Yeshuá y éstos ante el peligro huyeron por otras provincias, ¿Por qué no les hicieron nada a los Shaliajim que se quedaron en Jerusalén? ¿Será que la iglesia primitiva aun hacía distinciones entre judíos y griegos, entre esclavos y libres? ¿Es posible que la ausencia de diferencias aun no era una convicción uniforme? ¿Porque los shaliajim no asumieron las exequias del mártir y, a contrario, las efectuaron unos desconocidos hombres piadosos?
La ciudad de Dios de Agustín ofrece la particular posición del autor relacionada con la distinción entre lo divino y lo terreno; empero Lucas lo resuelve con la visión de Pedro previa a su encuentro con Cornelio y la sucesión de acontecimientos relacionados con el denominado Concilio de Jerusalén. Parece que el sacrificio de Esteban, la valiente actuación de unos desconocidos hombres piadosos y la incertidumbre apostólica inicial no fue vana.
domingo, 15 de septiembre de 2019
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