miércoles, 29 de abril de 2020

Anécdota

Era un sábado de aquellos en los que el grupo de mozalbetes diluían las preocupaciones académicas en litros de cualquier tipo de alcohol bebible. La gaseosa se convertía en un saborizante que permitía que los "salta pa atras", "los patito seco" y otras bebidas espirituosas remojaran las cansadas neuronas universitarias. El más pequeño de todos, aquél a quien fastidiaban por su cara y cuerpo de pre-adolescente ya no podía más... Su lengua se le trababa y casi que no se entendía lo que pretendía decir. Se quedó dormido en una silla a media madrugada.

Los demás, medio que lo acomodaron en una banca, y siguieron en el jolgorio... la estridencia musical, las voces chillonas de la mayoría, los bailes de esos días, los chistes y tonterías de juventud llenaron lo que quedó de la noche... el chiquillo seguía dormido, pero el sol ya amenazaba con salir y el dueño de "La Calesa" ya invitaba al retiro. Se le intentó despertar, pero seguía roncando, las cachetadas que se aguantó apenas las sentía; el sueño y él, eran la misma cosa. La pregunta llegó ¿Y que hacemos con este bulto? (o bultito para ser precisos). Las mototaxis en esos días todavía estaban permitidas de ingresar el centro de la ciudad, por lo que dos más altos del grupo, lo subieron en una de ellas y se dirigieron hacia la zona oeste de la ciudad. Una cuadra antes de su casa hicieron vanos intentos por despertarlo... nada. ¿Y ahora quien habla con sus viejos? -"Habla tú". -"No... tú que los conoces". Nadie quiso enfrentarse a la posible reprimenda que pudieran darles los papás del amigo que sufría en su cuerpo los estragos del alcohol. Bueno pues... "Que sea lo que Dios quiera", dijo el más alto.  (que tendría que ver Dios en ese asunto, pero bueno...)

Al llegar a la puerta de la casa, el miedo no se iba; por lo que con mucho cuidado bajaron al chiquillo y lo pararon sobre la puerta, haciendo que con sus flacuchas piernas guardara un delicado equilibrio... entre su cuerpo y el suelo se formaba un ángulo de más o menos setenta y cinco grados... Tocaron la puerta. Aún no amanecía pero por a través del vidrio notaron que una mujer se aproximaba y, en cuanto sintieron que estaba al pie de la puerta, salieron corriendo para alcanzar a la moto que les esperaba a unos cuantos metros con el motor encendido... Al abrirse la puerta de la casa.... puuuuuummm. Un golpe seco removió los cimientos... cayó como cochinada... La mujer solo atino a decir "Ay mi hijito... hijito de mis entrañas" (más borracho, el puta). La mujer se arrodilló para recogerlo y sólo pudo ver una moto que se alejaba... Sus acompañantes ni siquiera regresaron a mirar.

El lunes siguiente, ese chiquillo mostraba un moretón en la frente... La única señal visible de que aquel sábado anterior fue la noche en que se quedó dormido... en la puerta de su casa. "Buenos días" dijo y se sentó casi al final del salón.

domingo, 26 de abril de 2020

Estafa

Era una de las primeras prácticas que nos tomaban en la facultad. Habíamos superado los dos años de Estudios Generales y, nos tocaba evaluación de derecho penal 1 con Dña Viviana García. Si bien ya estabamos curtidos de dos años de evaluaciones, esas prácticas que ahora se vienen a mi memoria era particulares: Ya nos metían en el seso que debíamos pensar como "hombres de derecho" y la profesora había anunciado que tendríamos en la práctica nuestros primeros casos para resolver. Así, importaba la teoría pero también el razonamiento.  El problema era de un cargamento de azucar "morena" sobre el que se acusaba al vendedor de estafa... debíamos ingresar al aula con nuestro Código Penal.  Eran algo así como las tres de la tarde.

Al finalizar, en los pasillos, un esmirriado muchachito, de ojos rasgados y de corte de cabello tipo militar dijo que el caso se encuadraba en el art. 244 del Código Penal (¿concentración crediticia?)... Los demás, todos los demás, decía que el caso se tipificaba en el art. 196 del Código Penal. Ante la abrumadora mayoría se quedó callado, prefirió el silencio...  (probablemente pensaba en que había jalado la práctica).

Unos días después, cuando le entregaron su examen. La profesora hizo que se identificara... se puso de pie y le preguntó ¿No sabe acaso que desde el año 1991 tenemos un nuevo Código Penal? ¿Por qué ha resuelto el problema con el Código de 1924? El chinito en su apuro, había pedido en la biblioteca un Código Penal y le alcanzaron el último que quedaba en la estantería. La demanda de códigos había sido alta. Aprobó la práctica por sus argumentos.

Esa noche compró su código "Editorial Berrios" en la "Librería Universitaria", uno de los distintos estantes de ventas de "libros de toda laya" que se ubicaba donde ahora se encuentra el edificio del Ministerio Público.

"Mixión"

Se pulía el hombre en explicaciones. Era una voz medio callada y a la vez parsimoniosa. Apenas se escuchaba para cuando tomaba lista, condición que además, era necesaria para las intervenciones orales a las que nos tenía acostumbrados en las clases de HP1 y HP2. Tradúzcase: Historia del Perú 1 e Historia del Perú 2. Las referencias a De la Puente Candamo eran obligatorias para cuando se hablaba de la emancipación, empero si se trataba de temas prehispánicos, los textos de Del Dusto Duturburu se hacían indispensables. Cualquier pregunta podía saltar antes del inicio de clases y, cualquiera podía ser el llamado. El casi centenar de mozalbetes, con su silencio pretendían pasar desapercibidos, a fin de que no ser interrogados. Casi que inundaba la creencia de que el silencio del salón era suficiente para hacer invisible el “visto” de la asistencia en el registro estudiantil.

El hombrecito aquel, con su probable metro sesenta de estatura, enfundado –a veces en un saco marrón- y escondido detrás de unos lentes gruesos con marco oscuro, se hacía odiar con sus preguntas, pero a la vez, obligaba a estar atentos porque cualquier cosa –en la amenaza del docente- podía venir en las prácticas o en los exámenes. Allí, sentado desde su pupitre –muy pocas veces utilizaba la pizarra- con la ayuda de sus cuartillas, las dejaba pasar una tras otra, mientras pretendía que sus interlocutores reflexionaran consigo acerca de nuestro pasado histórico.

Algunos textos de los precursores nos hicieron malquerer a su antecesora, pero ahora vienen a mi memoria el "Elogio del excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui y Aldecoa” de Baquijano y Carrillo y algún otro fragmento de la “Carta a los Españoles Americanos” de Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. Posibilitaron esas prácticas de marcar con alternativas múltiples, en las que te podías encontrar con las posibilidades de solución siguientes, siendo solo una la correcta: 1. Solo a es verdadera, 2. Las respuestas b y d son falsas, 3. Todas son verdaderas, 4. Las respuesta a y c son correctas, 5. Ninguna es correcta. Eran en realidad, exámenes relacionados con la historia, pero fundamentalmente de comprensión de textos.

En alguna oportunidad, sin embargo, ante la calamidad de los resultados de las prácticas anteriores, prefirió una práctica de respuestas abiertas, con preguntas que probablemente no estaban en el cuaderno de apuntes, pero en los que la información anotada era materia prima para el tema. Una en la que preguntaba acerca de las fundaciones de las ciudades españolas en el virreinato peruano, que se relacionaba con una disertación del profesor Del Busto celebrada en el auditorio del CUM y, otras preguntas relacionada con el mestizaje y el origen del Perú como nación y la importancia del pensamiento de algún precursor independentista. Era como si hubiera llovido luego de una larga sequía… sequía de buenas notas, o al menos, de esperanza de buenas notas.

El día de la entrega de notas, iba llamando a cada uno para alcanzarle su hoja de respuestas. Solía doblar la esquina superior derecha para que los curiosos –dígase los de los primeros asientos- no pudieran ver la calificación. Hasta que llegó el turno de… Piedrita (es mejor así). Lo miró y sonrió con sorna “¿Qué es el mestizaje?”, le preguntó… El muchachito pretendía dar una respuesta, pero el profe le hizo una señal de silencio y, pasó a leer el contenido de la respuesta anotada en el papel: “Es el fruto de la «mixión» del indígenas y españoles”. Y continuó: “¿Es que acaso los naturales y los chapetones decidieron hacer la pis juntos? Esa palabra no existe y lo que Ud. quiere decir no lo ha dicho. Le soplaron mal o Ud. no supo escuchar”, remató. Le entregó su examen sin dejar de sonreir.

sábado, 11 de abril de 2020

Flagelantes

Oh señor, ordena al ángel vengador, que contenga su mano para que la tierra no quede desierta y pierdas a todos tus siervos. Te suplicamos humildemente, que apartes de nosotros la llama de tu ira”. Así rezaba la oración del papa Clemente VI frente a la peste negra. Era necesaria su pronunciación al inicio de cualquier acto litúrgico en cada iglesia catedralicia o conventual de la Europa medieval. Los apocalípticos de esos días, sin embargo, no se hicieron esperar. Al amparo de las exigencias de la ley mosaica, anunciaban con los textos sagrados en la mano: “Descargaré sobre Uds. mi espada, como castigo a la desatención de mi alianza. Y si pretenden esconderse en las ciudades, les enviaré la peste y serán entregados al enemigo”, (Lev. 26, 25). 

La fiebre, las hinchazones axilares y de otras partes del cuerpo, el aliento maloliente, las supuraciones fétidas y los esputos sanguinolentos no solo eran sinónimo de muerte, sino que también exponían la cercanía del fin del mundo. De hecho, se anunciaba la presencia del cuarto jinete: “le fue dada potestad sobre las cuatro partes de la tierra, para matar con espada, con hambre, con peste, y mediante fieras de la tierra” (Ap. 6, 8). El asunto no era nuevo, de hecho, un par de siglos antes dichos movimientos escatológicos ya se habían anunciado a partir de milenio vivido y las crisis que se afrontaron en aquellos días. 

Las órdenes mendicantes instaladas en el siglo XIV, en particular los hijos de Francisco de Asís, anunciaban la necesidad de la pobreza y la caridad como expresiones de la vuelta hacia Dios e impulsaban nuevas formas de piedad laica que posibilitara la reconducción de las conductas de los hombres. La conciencia social de pecado había llevado a desviaciones en las prácticas del perdón. Muchos abades era denunciados por recibir pingues beneficios de nobles, políticos y gentes adineradas sin importar el origen de sus ganancias; las indulgencias plenarias se concedían casi de favor, al punto que nuestro papa Clemente VI las concedió en alguna vez a cambio de diez chelines a cada una y, en justificación argumentó: “Un pontífice debe hacer felices a sus súbditos”. Los franciscanos, en cambio, insistían en la necesidad del reconocimiento de nuestra naturaleza pecadora, la expiación de las culpas, la obligación de la penitencia física, la devoción a la eucaristía y a la madre de Dios. En este contexto reaparecen los flagelantes: un movimiento popular que impulsaba la disciplina corporal como expresión material del arrepentimiento. Las cofradías de flagelantes prontamente se extendieron por todo el mundo cristiano conocido. 

La peste negra y sus perturbadoras y terroríficas consecuencias no hacían más que exponer la justificación para estas formas de piedad, en las que se exigía el arrepentimiento y el perdón para la próxima llegada de Cristo. Una tabla de piedra bajada del cielo en un altar de Jerusalén anunciaba el fin del mundo con fecha de ejecución inmediata: 10 de septiembre de 1349, dos días después de la conmemoración del nacimiento de María. Esta particular circunstancia, hacía que la Theotocos se convirtiera en la gran intercesora, al punto que –superada la fecha- a ella se le agradecía su buenos oficios en el cambio de planes del severo juez de la historia que –por misericordia- ofrecía una nueva oportunidad al género humano. No obstante, si bien no había nueva fecha, la salvación reciente no excluía que la nueva fecha sea cercana. ¿Cómo no dudar de la presencia del jinete de la muerte si a la fetidez misma de la enfermedad se sumaba la hediondez de los cadáveres que regados se exponían en las calles y en los atrios eclesiales? ¿En razón de que se podía negar el juicio final cuando ciudades quedaban diezmadas a consecuencia de la peste? 

Hombres vestidos de sayal, caminaban por las calles, a espalda descubierta, lacerándosela con látigos de tres puntas, que aseguraban la exposición de carnes al rojo vivo. Aún con el dolor, elevaban cantos a María o recitaban en tristísimas melodías el contenido del Miserere: “Ten piedad de mí, oh Dios, según tu misericordia: Conforme a la multitud de tu piedad borra mi iniquidad. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”. Las mujeres piadosas, recogían las sangres de los penitentes y con ellas lavaban sus propios rostros, en particular sus ojos y oídos, bajo la creencia de la santidad de esos líquidos corporales y con el afán de asegurar el perdón de sus culpas. No faltaban aquellos que, en medio de sus fatigas anunciaban visiones o, profetizaban malamente la extensión de la plaga. De ordinario, aseguraban que 33 días de caminatas por distintas ciudades, sujetándose a la flagelación, la abstención sexual y al ayuno serían suficientes para asegurar la vida, ésta o la futura. Los rituales podían variar según la región, pero era común que, en tanto cofradías de fieles, aseguraban en el camino cirios, estandartes, báculos, aceites sagrados que administraban, incluso, para aquellos vecinos que desearan la confesión de los pecados. En ocasiones, denunciaban los despropósitos del clero y se apartaban de sus recomendaciones. Más de uno negó la importancia del bautismo argumentando ¿Acaso no hay mejor formar de mostrar adhesión a las enseñanzas de Cristo que con la propia sangre, esa que brota del dolor y la expiación? ¿No es que acaso la sangre los flagelantes tenía más valor que la de los mártires si ellos la ofrecían al Señor de forma voluntaria? 

El asunto se había escapado de las manos. Los desórdenes no solo eran de religiosidad popular, sino que ponían en entre dicho los dogmas mismos de la Iglesia relativos al perdón de los pecados y a la administración de los demás sacramentos. El 20 de octubre de 1349, en la bula Inter sollicitudines, el papa Clemente VI condenó a los flagelantes declarándolos herejes. Desde ese momento se convirtieron en perseguidos, como sujetos de condenación eran aquellos que si quiera les ofrecieran un poco de comida o un vaso de agua. La desacreditación derivada del incumplimiento de sus escatológicas profecías hizo que, prontamente y con la ayuda de la fuerza pública, los flagelantes, como organización de religiosidad popular, pasaran a mejor vida. 

La oración de perdón del papa Clemente VI, sin embargo, siguió rezándose allí donde hubiera un creyente.

viernes, 10 de abril de 2020

Intercesión

Hemos aprendido desde pequeños que la especie humana es la obra más importante de Dios. Todo lo demás existe para ella. El hombre es el centro de la creación. Se reconoce que la especie es imperfecta pero que está llamada a la trascendencia. Tiene ofrecido –luego de caminar por este valle de lágrimas- el goce perpetuo de la perfección en el cielo, donde no hay llanto ni dolor. Sin embargo, dada esa imperfección muy poco puede hacer para ganarlo. El cielo, es –en definitiva- una gracia de Dios. Los que van al cielo, es porque han sido alcanzados por la gracia de Dios. En ese extremo, dada nuestra imperfección, la religión nos reconoce unos muy buenos abogados. Los marianistas dicen, que no hay mejor intercesora que la virgen María para llegar al cielo… es más, representan el asunto, en oportunidades, como la mamá alcahueta que está dispuesta a menguar o disimular tus faltas con tal que tengas la oportunidad de llegar al cielo. Los otros intercesores son los santos y, estos se han distribuido según los oficios y profesiones. En el caso de los abogados, aparecen como tales el apóstol Tomás (el incrédulo), San Ivo, Tomás Moro, entre otros, mientras que los médicos se encomiendan a San Camilo. Hasta las ciudades y las instituciones se ponen al amparo de algún santo. La Policía Nacional de Perú está bajo la protección de Santa Rosa de Lima y nuestra ciudad de Piura, es custodiada por la flamígera espada del arcángel Miguel. Si. Los ángeles son también intercesores y, resaltan de entre estos, los ángeles custodios.

Desde muy pequeños vivimos ligados a formas de intercesión… Le rezamos al anochecer a nuestro ángel de la guarda y ponemos una estampita al lado de nuestra carpeta cuando corresponde resolver los exámenes escolares. Pedimos a nuestra mamá interceda por nosotros para que papá nos permita algún beneficio: propinas, permisos, paseos, etc.

Hemos crecido con la idea de que somos imperfectos y de que no nos merecemos lo que tenemos. Que necesitamos de otro para asegurar la licitud de lo merecido. Esa idea se traslada al ámbito de lo terreno y da lugar a la arbitrariedad. El gobernante, por un asunto de solidaridad, le concederá mejores beneficios a aquellos que considera como “suyos”, el juez decidirá en favor de aquellos que le son más cercanos, el alcalde preferirá obras para los vecinos de su calle… Y así sucesivamente. Hay quienes dicen, dentro de sus propias familias, “el preferido de mi mamá es menganito y el del abuelo, sutanino (y los demás hermanos avalan la versión). Ante esto, aparece la “tramitología” y en el ámbito común, la tramitología pública, con el ánimo de excluir la arbitrariedad de los asuntos que competen a todos. Y se imponen reglas objetivas para que los bienes y servicios estatales se administren asegurando que todos los ciudadanos sean tratados de forma igual al momento de la distribuir dichos bienes y servicios. Siendo que, además, la pereza suele ser compañera de la especie humana -dicen por incidencia del pecado original- y, por tanto de los servidores públicos, entonces, se imponen plazos, específicos tanto para el peticionante cuanto para el servidor público. Debemos atender las peticiones de los ciudadanos dentro de los plazos de la ley. Nuestras flojeras nos remiten a dejar las cosas para el último día de plazo. “Tengo diez días para expedir la sentencia de vista” dice el juez superior y establece su lectura de sentencia en el último día. Le vale madre, que de por medio está la libertad del acusado o si tiene o no carga procesal que le posibilita una actuación de mejor diligencia.

Pero claro, allí donde hay una necesidad hay, también, un intercesor: tengo problemas de salud, entonces le rezo al santo de mi devoción para que me haga el milagro. Tengo un trámite en el Ministerio de Transportes, entonces le hablo a mi ex compañero de carpeta universitaria, para que me vea el casito y lo acelere. ¿Quién no ha hecho eso? ¿Quién no le ha pedido alguna recomendación a algún conocido para determinado caso? Todos hacemos eso, hasta en la cola cuando vamos al pagar la luz o el agua: miramos si por delante hay algún conocido: nos aproximamos calladamente y le damos el dinero y el recibo. Le sonreímos al mesa de partes, para que nos atienda solícitamente. Si nos es posible la intercesión espiritual ¿Por qué no aceptarla en el ámbito terrenal? De hecho, recuerdo haber llamado alguna vez a algún amigo para decirle: “Fulano, ¿puedo poner tu nombre en la parte de recomendaciones de mi hoja de vida?” Recuerdo haberme ufanado en alguna entrevista de ser amigo de algún jurista destacado.

El asunto es ¿Cuándo el asunto se convierte en delito o en actuación socialmente inaceptable? Los audios de los últimos días exponen los niveles a los que pueden llegar esas actuaciones: empiezan como “ingenuas” recomendaciones (pidiendo la firma de convenios entre determinadas instituciones) para terminar en negociaciones en las que de por medio está la función pública (Ya está lo que me pediste, ahora cumple con tu parte). Nos hemos indignado, porque la “cosa pública” se ofrece calladamente y a postores que sin atender las reglas de la tramitología pública, se la brincan pagando o recibiendo favores, que no están dispuestos a ventilar públicamente: “Está mal que graben conversaciones privadas”, dijo uno de los involucrados. ¿Estamos dispuestos los (demás) funcionarios públicos a permitir la grabación de nuestras conversaciones cuando conversamos sobre los asuntos por las que somos contratados estatales?

Nos hemos quedamos paralizados, escandalizados y son pocas son las expresiones de rechazo. Nuestro silencio se viste de prudencia, pero también de temor. En realidad, nuestras conciencias nos delatan: intuimos lo que hay detrás, esas formas estructurales de relaciones sociales que nos permiten celebrar las criolladas o las vivezas de los niños, o los silencios cuando vemos que nuestro hermano se quedó con los vueltos y, no lo delatamos porque sabemos que los caramelos que comprará también endulzarán nuestros paladares. Celebramos esas formas sociales de relacionarnos, incluso en el ámbito espiritual: le permitimos patrones o santos intercesores a aquellos que hace mal. La virgen María, bajo la advocación mercedaria, Sarita Colonia y el Cautivo de Ayabaca no tienen la culpa de que socialmente les hallamos endilgado el cuidado de aquellos que le hacen daño a la sociedad.

Somos nosotros, como colectivo social, lo que hemos construido nuestras relaciones sociales a partir de esas definiciones defectuosas. Hay un asunto que pensar, hay decisiones personales que asumir.


P.D.- Que bueno que uno de los involucrados haya renunciado a la función pública. Esperamos que los otros también lo hagan. Qué bueno que se hayan dictado medidas cautelares disciplinarias en su contra y en contra de otros magistrados compañeros de aquel.
Valientes esos funcionarios y servidores del CNM, que se ha pronunciado por la necesidad de que se investigue prontamente y se sancione con rigurosidad.
Esperamos que las comisiones destinadas a la reorganización del sistema de justicia, tanto la del Poder Judicial como la del Poder Ejecutivo, se sienten a la mesa y, escuchando a los jueces, fiscales, profesores universitarios, doctrinarios, juristas, ciudadanía en general posibiliten un mejor futuro. Sin perjuicio de esa tarea, las decisiones siguen siendo personales.
Buenas noches.
 (Noche de 14 de julio de 2018)

Medios

La posición de Judas en la historia es la del traidor. Sin embargo, hay quienes sostienen que hay que dudar de la literalidad de los textos sagrados. Orígenes, por ejemplo, evalúa el hecho de la entrega del maestro y su señalamiento con un beso, desde el resultado de dicho acto: No hay nada de reprochable en la acción porque finalmente, sin ésta no hubiera sido posible la resurrección, que a su vez permite la salvación del género humano. Juan Crisóstomo, por su parte, evalúa el mismo hecho, pero desde la intención del autor: La acción es reprensible por la avaricia y la mezquindad que la inspira, puesto que el afán era el de conseguir para sí un dinero de mala forma.
El problema, en términos kantianos, se plantea desde la justificación del fin sin importar los instrumentos para alcanzarlos. En el mundo kantiano, el beso de judas es una acción malévola por sí misma: materializa la desatención del imperativo categórico fundamental: No hacer aquello que no quieres que hagan contigo; empero desde de la perspectiva maquiavélica, no importa el modo si finalmente se logra un resultado positivo: los que se anuncian cristianos han logrado –por la muerte y resurrección de Jesús, causada con el acto de la traición- la posibilidad del alcanzar el cielo.
En los últimos días, la discusión social se reduce a eso. Se ha abierto una brecha imperceptible, en la que es posible amparar una acción siempre que se pueda mostrar –cuando menos en apariencia- que la misma es loable, socialmente admisible y colectivamente benéfica, sin importar que los medios sean también adecuados, razonables y semejantes con el fin pretendido. La delincuencia es el pan de cada día: el modo de evitarla es matando a quienes se dedican a ella. Y desde los medios de comunicación se anuncia la poca importancia de un delincuente (presunto) muerto frente a aquel otro (héroe) que le dispara. Si el hecho va así, entonces empecemos por alargar nuestras armas en cada hueco, esquina, chingana donde sabemos se reúnen los delincuentes. Si algún inocente muere, queda justificada dicha muerte en la serenidad colectiva que supone la seguridad ciudadana, producida por la muerte de aquellos otros que sí lo eran. Bentham sonríe con fruición: las acciones de los individuos se califican por el mayor placer y beneficio que posibilitan al mayor número de integrantes de la sociedad.
La acción de Judas, por tanto, ya no es tan mala: nos permitió la alegría de la resurrección. De hecho no lo sería tanta, sin tal beso traidor. Déjennos cantar, como en cuaresma: “Oh feliz culpa que mereciste tan exceso redentor”; déjennos anunciar cívicamente: “Acabemos con la delincuencia, no importa el modo”. Y… ¿Dónde queda la prédica pauliana: “No te dejes vencer por el mal. A contrario, vence al mal a fuerza de bien”?. Tal parece que estamos perdiendo los principios mínimos irreductibles: parece se esconden debajo del miedo que nos provoca vivir en colectividad. O, lo que es peor, solicitamos se apliquen selectivamente.
Después de todo, ya no sé si debo reprocharle algo a Judas. A lo mejor tendría que darle las gracias… y ponerle una velita. El hombre, parece, se merece un "like".

viernes, 3 de abril de 2020

falsaciones

Moriré con un amasijo de recuerdos en la mollera. Y serán un amasijo porque con cierta frecuencia me encuentro con el “alemán” en las esquinas de los parques… ¿No te ocurre que te viene a la cabeza el recuerdo de una tarea que obliga a llamar a alguien y resulta que no recuerdas el nombre de ese alguien? ¿O que le mandas un saludo cumpleañero virtual a la persona que ya celebró su fiesta cincuenta días antes? ¿O que llegas a un ambiente de tu casa y no recuerdas para habías ido? ¿No te ocurre? Bueno a mí, si… Es más, creo saber la fecha en la que advertí que terminaría mis dias con un buñuelo de testeras reminiscencias. Fue aquella vez que, en medio de un examen de algún curso de la maestría, luego de entregarlo, el docente de forma inmediata me advirtió que no había anotado mi nombre y, sin decirme nada me extendió la hoja señalándome el espacio en el que solo aparecía el punteado que suele graficarse para el llenado correspondiente. Era evidente que me pedía anote mi nombre… Mi memoria fue en ese momento, como la hoja que me entregaron al inicio: un cuadernillo en blanco. El hombre se dio cuenta y solo se sonrió con un tonito de burla.

Hoy tocó viernes de varones. La covid-19 ha obligado al aislamiento social y a la selección de transeúntes según los días de la semana. Hoy, coincidentemente me tocó ir a trabajar y, es el tiempo en que aprovecho para hacer compras de lo que se necesita. El mercado estaba lleno de varones haciendo compras…. Jajajaja. Naaaaaa!. En el mercado siempre hay varones comprando, pero hoy los memes saltaron por todas las pantallas… Eran memes de burla, pero que también exponen el mayor machismo del que estamos hechos ¿Cómo creen que mi pata Andrés no sabe la diferencia entre la papa blanca y la papa amarilla? De hecho, mi compadre Martín ha aprovechado el “viernes de machos” para salir de casa, para respirar otros aires. El asunto es que mientras Coco nos contaba que se había encontrado en el mercado con algunos de sus promociones, a la vez denunciaba que había algunas doñas que desconfiadas de sus maridos habían desacatado la orden de no salir. Y allí está el asunto: no nos hemos tomado en serio la enfermedad. Hemos superado varias crisis, pero no tenía noticia de ninguna como esta. Nuestros vecinos del norte la están pasando mal: varios cadáveres expuestos públicamente no son recogidos a tiempo ¿A eso queremos llegar?

En ese mercado donde Coco hizo sus compras esta mañana, allí hacía las mías. No sé si en esos tiempos ya existían estos bolsos “de politileno” azules o naranjas que ahora abundan, pero la autora de mis días había hecho uno y era de color amarillo. Mi papá trabajaba en una empresa petrolera y solía llevar a casa los “plastificados” en los que se empaqueta las maquinas que llegaba al taller. Eran unos “polietilenos” reforzados. En ellos podías pasar la lluvia sin que esta penetrara por ninguno de sus lados. Es más, luego de mojarse, prontamente volvían a estar secos. Bueno… con algunos de esos retazos mi mamá confeccionó uno y, fue asignado para las compras del mercado. Quizá sus dimensiones serían de cincuenta por cincuenta. El encargado de las compras era yo y, ella me enseñó a comprar. Había una tienda de granos en la que atendía un lejano pariente mío, un tal Beto Escobar. Las mujeres hacía cola para la atención: allí se compraba el arroz, el azúcar, la leche, el papel higiénico, las menestras, café en grano, el famoso té “Huyro”, entre otras cosas. No había bolsas como en estos días, sino que todo se empaquetaba en papel. Los granos se vaciaban en un pliego de papel de azúcar y, luego con una habilidad de maestro, el tendero hacía un atado que finalmente se acomodaba en los bolsos de las mujeres. Si la cantidad era mucha, cada clienta alcanzaba alguna galega de tela. Allí estaba yo… aburridísimo en el peor de los casos; pero si coincidíamos con algún otro churre, los sacos de arroz, de maíz, o de lo que fueran, se convertían en las montañas que debíamos escalar y, en las que matábamos el tiempo que suponía la espera.

El mercado era para las verduras y las carnes y, esa era mi tarea. La papa, la cebolla y las yucas siempre se compran primero: se acomodan al fondo de la talega. Luego vienen las frutas de semejante consistencia: las manzanas, por ejemplo. Para el final quedaban las alverjitas, los tomates, las lechugas y el culantro. Como colofón de todo, las carnes. El escaparate de Dn. Nico Machala siempre tenía gente. Por muy temprano que llegaras o por muy tarde que sea siempre había gente. Había que comprar un kilo de pulpa y medio kilo de hueso. Y para conseguirlo había que pleitear con las señoras: más de una me amenazó con dar las quejas a mi mamá por adelantarme en la atención o, por lo que fuera… En las pruebas del ensayo y el error aprendí a comprar. La primera vez, un par de tomates podridos –que terminaron en el buche de las gallinas- motivaron una puteada de padre y señor mío… “Y la próxima, te regresas para que te cambien los tomates”. En esos días, no se habían inventado los trimóviles, así que los dos kilómetros que separan a mi casa del mercado, los tenía que hacer en mis piececitos. Claro, en la ida no había problema; regresar a casa con un bolso de algo de entre 8 y 10 kilos si que hacían pesado el camino. En la segunda semana, tuve que volver con una yuca aguachenta, para que me la cambiaran… Dos kilometrazos, recorridos varias veces.

Decía al comienzo que, mi cabeza es un amasijo de recuerdos: en la puerta del mercado –del ya desaparecido viejo mercado- entrando a la mano derecha vendía una mujer, y su hijo era su ayudante. Ese muchacho era mayor y creo que me llevaba dos grados de ventaja. Era, además, policía escolar. El “Alberto Pallete” apenas alcanzaba, en esos días, los 500 alumnos, así que todos nos conocíamos, cuando menos de vista. Solía compadecerse de mí: “deja tu bolso aquí, y anda compra lo que te falta”. Luego, al término, ponía un par de escabeches sobre las compras y, con un “nos vemos en el colegio”, nos despedíamos. Creo que él heredó el puesto de ventas… En este amasijo de evocaciones, creo… me parece… tengo la impresión… de que su apellido era Farfán. No lo sé. Es solo una impresión, que puede ser falsa, como simulada puede ser la historia que ahora les cuento.

Buenas noches.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...