lunes, 10 de octubre de 2016

Preso

Era agosto de 2008, tres hombres conversaban en las afueras de una casa en uno de los tantos caseríos tambograndinos… Era de madrugada y, acompañaban el féretro de un muy querido vecino… Otros tres, ebrios a causa del cañazo con el que se enfrentaban a la noche fría, roncaban sentados en sus respetivas sillas. Uno de los que aún se mantenían despiertos, advirtió en la lejanía el movimiento de una luz que prontamente reconoció como el de una linterna. Encendida hizo movimientos y, se apagó. El hombre, pese a notarlo, no le tomó importancia. Eran ya casi las tres de la madrugada y quizá algún vecino se habría despertado y se encontraba de camino hacía algún otro lugar… Quizá se dirigía a su parcela para regar... quizá.

Pasaron unos minutos y, la linterna volvió a encenderse y, repitió los mismos movimientos en medio de la obscuridad nocturna. Estaba en el mismo lugar. El hombre, como dicen mis paisanos, “entró en sospechas”; es decir, le pareció extraño que el caminante no se moviera del lugar. Muy quedamente, le indicó a su compañero la ocurrencia y ambos decidieron enfrentarse a la noche, a su negrura, a su miedo. El valor que te ofrece un cuerpo “licoreado” y un par de chicotes en la mano derecha de cada quien, les permitieron decidirse por verificar de que iba el asunto. “Si son maleantes, no vale ir directamente… si están ‹armaus›, puede que nos pringuen y hasta nos pueden joder”, dijo uno. Así que, con la advertencia, hicieron como que ingresaron a la casa y, dieron una larga vuelta para sorprender al luminoso y desconocido acompañante, que desde una distancia aproximada de 800 metros se alumbraba a sí mismo, o quizá le hacía señales a algún otro lejano. 

Los cálculos de los avenidos investigadores, les permitían inferir que el sujeto se encontraba muy cercano a una via carrozable. Muy silenciosos se aproximaron por el lado opuesto y advirtieron unos bultos –quizá una sacas que contenían probablemente sogas- muy pesados. Mientras se acercaban las señales se volvieron a repetir hasta tres veces… No era uno, el que estaba con los bultos, eran dos. A pesar de la noche y advirtiendo que alguien se acercaba, decidieron huir… “vamos carajo, viene gente”, dijo uno de los forajidos y, se oyeron las fuertes pisadas de dos gentes que corrían. En el silencio de la noche, hasta el quiebre de las ramas producidos por las pisadas se escuchaban; la obscuridad solo les permitía imaginarse la polvareda que levantó con la huida. Los hombres, temerosos todavía, aunque con menos riesgo por el abandono, revisaron el contenido... Era una cantidad considerable de cables de tendido eléctrico, de esos que se usan para la alta tensión. Descubrieron a pocos metros de lugar, ya muy cercanos a la trocha, dos sacos adicionales, de mayor tamaño y, de considerable peso. Era un hurto… Un hurto, a este tiempo, frustrado. 

Se sentaron cada quien sobre uno de ellos y, mientras conversan muy calladito sobre qué hacer… escucharon en el silencio de la noche el ruido de una moto… “Carajo. Es el mototaxista que esperaban para llevar el cargamento”. Se escondieron aunque sin necesidad de mucho por la obscuridad… No traía luces. Se apagó el motor. Silencio total. Unos minutos después, el conductor encendía una linterna y hacía las mismas señales que delataron a los autores… Esperaron. Luego de escaso tiempo adicional, se acercaron, diciendo “aquí vamos, aquí vamos”. Usaron voces susurrantes para no permitir las sospechas del tercero. Al advertir que no eran quienes esperaban, el conductor intentó huir. Era un vecino del caserío aledaño. “No te vayas carajo…” dijeron mientras le cruzaban un par de fuetazos por las costillas… “¿Qué haces por aquí?”, le inquirieron. Nervioso no supo que decir y, luego de algunos balbuceos, contestó: “Se me ha quitado el sueño y, salí a orinar, pero me acordé que a la oracioncita estuve por aquí y, se me dio por zurrar por este descampado. No hallo mi billetera y quizás se me “haiga” caído por aquí. He venido a buscarla”. Le refutaron: “No seas cojudo hombre, tú estás con los abigeos de cables… so zamarro… pendenciero, carajo”. Negó y hasta se puso a buscar en las proximidades unas heces inexistentes y una billetera que, quizá guardaba en su casa. “Vamos hombre… no insistas”. Le hicieron arrancar el vehículo, y conducirse unos metros más adelante… Ya había otras personas. 

Al fuetazo, el hombre expuso fuertemente su dolor y, eso permitió la alerta a otros. Los silbidos de los incipientes investigadores, alertaron a los demás acompañantes del duelo y, ya había gente suficiente para acomodar las sacas encontradas…. El hombre suplicaba “no me lleven a la comisaría… que me castigue la ronda… no quiero tener antecedentes… por favor”. El fiscal, meses después, acusó por hurto agravado y aunque el muchacho siempre mantuvo su inverosímil versión: la de ir a buscar una billetera perdida; una regla de experiencia: nadie sale a buscar lo perdido en medio de la noche, la declaración de dos valientes vecinos y, la presentación –unos días después- del DNI por propio acusado, que supuestamente se encontraba dentro del billetera olvidada en el descampado, hicieron que se condenara al mentiroso. Nunca se pudo saber quiénes fueron los otros facinerosos, pero la empresa de energía eléctrica señaló que, aún faltaban dos paquetes de cables. Tampoco se sabrá si esa información era cierta, pero permitió que la condena se impusiera por delito consumado. 

Han pasado ya ocho años y, hace unas horas le abrieron las puertas del penal por cumplimiento total de la pena de privativa de libertad. Ha aprendido un nuevo oficio: la carpintería, labor que realizaba para matar el aburrimiento, pero mantiene su declaración de inocencia: no sabe quiénes eran los ladrones y añade que él no estaba con ellos. Añade que no le debe nada a nadie. En protesta, prefirió no pedir nunca ningún beneficio penitenciario, ninguno. Ni siquiera el de redención por el trabajo. No le parecía justo pedir nada a nadie y menos al Estado, que injustamente lo encarcelaba. 

Hoy alcanzó su libertad. Y lleva mucho resentimiento en el alma.

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Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...