martes, 29 de diciembre de 2015

Fast justice

La estadística judicial reciente expone que por medio del proceso inmediato se ha logrado 1098 sentencias relacionadas fundamentalmente a delitos de robo, hurto, omisión de asistencia familiar, lesiones o conducción en estado de ebriedad; alcanzadas en aproximadamente un mes de vigencia de la obligatoriedad de este procedimiento abreviado de fast justice. El más saltante caso es el de Buscaglia Zapler, una mujer que en el amanecer del día de su detención jamás se le ocurrió que a la llegada de la luna dormiría en un calabozo y que en los 2400 siguientes días está condenada a seguir haciéndolo. 

Las redes sociales se mantienen alborotadas, en particular en los días iniciales de cada semana, dado el número de detenciones de los que se da cuenta en los semanarios dominicales. Cada lunes amanecen comentarios similares a “qué se pudra en la cárcel”, “que le apliquen la pena de muerte” y, contra los jueces los epítetos no sólo les recuerdan a sus madres sino que se les acusan con ligereza de delincuentes o de ser debiluchos frente al delito de otros. Pareciera que, los que escriben están exentos e incólumes de la comisión de algún ilícito. Es como si se tratara de tribunas sedientas de sufrimiento ajeno, ansiosas de los padecimientos de aquel que cayó en desgracia; lamentablemente, sin advertir que, aquello que piden para otros, puede que sea pedido por terceros, para ellos mismos, aunque ahora gritan desaforadamente. La Sra. Buscagligia ni en sus peores pesadillas se imaginó que sería huésped de un centro penitenciario. En realidad, nadie está libre de nada: no de la muerte, tampoco de estar en un penal.

Desde el “inmediatismo” que padece nuestra sociedad, y que denuncia Denegri, preferimos un juicio rápido (de 72 horas como máximo) a un proceso común (que puede extenderse hasta mas año) al punto que se exige una sentencia draconiana sin importar más que el “bulto procesal”, desatendiendo circunstancias y detalles que pudieran suponer el aumento o la disminución de la pena. Los populares pedidos de penas máximas, solo son posibles si se conocen las circunstancias, en particular las que posibilitan la agravación de la pena. En consecuencia, la investigación de detalles ha de permitir penas justas, por lo que no sólo es preciso saber “qué pasó” sino también porqué, como, cuando, donde, con quién, para qué, si padecía anomalías psíquicas o si el alcohol que tenía en la sangre era para darse valor o si dicha condición le disminuye responsabilidad. No basta con saber que Emilio Vásquez mató a su mujer, sino si efectivamente –como denuncian los diarios- estaba “enceguecido por el alcohol y la ira” y, esa condición, definitivamente, tendrá que influenciar en el sentido de la pena.

Muy prontamente, en poco más de treinta días, nos hemos olvidado que los derechos se anuncian para cualquier ciudadano –incluidos los imputados, de quienes se predica la presunción de inocencia- y en tal sentido, estos tienen derecho a un juicio “previo, oral, público y contradictorio”. La mejor posibilidad de dicha contradicción es a través del proceso común. Es aquí donde se valoran en plenitud los medios de prueba y se someten a la posibilidad del cuestionamiento de la parte contraria como expresión del derecho a la defensa, con la posibilidad de aportar sus propios elementos probatorios, alcanzados en tiempo prudente (una pericia psiquiatrica, por ejemplo, no podría obtenerse en tres días ni en el más absurdo de los mundos). En los últimos días, como que se ha perdido la brújula y aquello que es excepcional queremos que se convierta en la regla, que se aplique penas sin el tratamiento procesal que la Constitución exige. Se pretende imponer sanciones sin posibilidad de ejercicio pleno del elemental derecho a la defensa, se intenta que la prisión preventiva sea la norma cuando, en cualquier Estado civilizado, sujetarse al proceso penal en libertad es la garantía absoluta de civismo. Nos dirigimos hacia la condena por la condena misma, con el olvido de que la persona es el fin supremo de la sociedad y el Estado.

En medio de todo ello, se ensalzan nuestros protervos instintos, en los que aquellos que son distintos no tienen derechos, por el solo hecho de que somos incapaces de tolerar al que es diferente. Muy fácil es escupir una pena gravísima como deseo, a la vez que nos insultamos pretendiendo que nuestra morfología biológica y nuestra posición social es la mejor respecto de la de los distintos: pituquito, cholo de m, bajadito, ricachón de tal o cual, serrano, etc. son denigrantes formas de hacer “desaparecer” moralmente al otro. Si lo podemos encerrar, habremos dado de comer al perro fiero que llevamos en el alma. La cárcel en consecuencia, ya no es un centro de readaptación como pretende el legislador, sino un espacio de aislamiento de los distintos, de los aborrecidos sociales.

El Estado lamentablemente expone sus pocos recursos para que así sea. ¿Cuántas prisiones preventivas se solicitan y se dictan para ganar el aplauso popular? ¿Cuántas sentencias condenatorias se han logrado bajo la extorsiva figura “si no llegas a un acuerdo en proceso inmediato entonces solicitaré una prisión preventiva”? La prisión preventiva, en consecuencia, deja de ser una medida cautelar de garantía de que el imputado se presente a juicio o de seguridad para evitar que ponga en riesgo los medios de prueba o el proceso mismo y, por el contrario se convierte en la catapulta para alcanzar, a la maldita sea, una sentencia condenatoria. Claro, una sentencia condenatoria que se suma a la estadística. 

El novísimo y coercitivo proceso inmediato nos asegurará más condenas, pero lamentablemente no contribuye a la civilidad. Abona al populismo punitivo. No es congruente con un Estado de derecho que se precia democrático, no por lo menos en aquellas actuaciones que exigen rigorismo; porque de hecho, en otras latitudes, el proceso inmediato existe aunque solo para delitos de escasa trascendencia social, o de bagatela, como les llamamos. Es necesario hacer esa diferenciación.

Si nos adscribimos a la expresión de que el fin no justifica los medios, concordaremos en decir que la justicia no puede ser un propósito que se pretenda conseguir de cualquier modo. Será necesario, algunas modificaciones y los jueces podemos ayudar en ellas. Mientras tanto, asegurémonos no ahogarnos en la cresta de la moda, en la fast justice.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Regalo

Regalar es un asunto complicado. La pregunta más difícil es ¿le gustará? Pero también aparecen otras, menos peliagudas: ¿Si ya tiene lo que le llevo? ¿Si no lo necesita? ¿Será de su medida? Esa mañana era navidad. No se celebraba con cena de media noche, sino con algarabía en la mañana del siguiente. No era costumbre, cenar. Las gentes del campo no tienen tiempo para semejantes trivialidades y ceremonias de nada, pero además, tampoco importaba mucho, salvo los regalos, las cartas que venían de lejos y las tarjetas que podían acompañar el nacimiento o el arbolito que de luces se adornaba.

Las tarjetas de navidad eran cuartillas de cartón con una ilustración de ocasión por uno de los lados, mientras que del otro se anunciaba un mensaje personalizado del remitente para su navideño y lejano acompañante. Se escribían desde cualquier parte del mundo, incluso podría venir desde un par de casas de distancia como desde algún distante lugar imposible de cruzar en pocos minutos. Nos gustaba recibirlas y leerlas, saber que aquel que no estaba, en realidad si había llegado, que sus pensamientos, en esos momentos de tranquilidad, se habían posesionado del pariente foráneo y, ofrecía un caritativo mensaje y otro de esperanza ante la proximidad del fin de año. La abuela apenas sabía leer y, se contentaba, a veces hasta las lágrimas, oyendo una y otra vez esas tres o cuatro líneas, en las que el hijo o el nieto le hacían saber sus nobles y agradecidos sentimientos. A estos tiempos, las tarjetas han caído en desuso y, de existir, hasta el mensaje mismo viene con letra de imprenta que no necesariamente expone lo que el remitente desea.

La sala era de madera. Si, esa que ya he descrito tantas veces. Maderas dispuestas unas después de otras de modo horizontal que daban espacio a una sala bastante amplia para las pocas cosas que le acompañaban. Ni siquiera había cuadros. Apenas un par de fotos, no más grandes que un cuaderno simple colgaban sobre la pared de triplay que rompía la extensión de la sala, para dar paso a una habitación. Ese par de fotos eran de dos pequeñas –o grandes, quien sabe- embarcaciones, sobre las que se podía distinguir a dos o tres personas. Una de ellas era uno de los tíos, un hermano de su madre. Le gustaba mirarla de vez en cuando y preguntar ¿Y cómo saben si ese es mi tío si no se distingue su cara? Unos muebles grandes, plastificados, verdes; no tan oscuros como el piso de aquella habitación eran suficientes para acompañar una pequeña credenza, en la que se guardaban los pocos libros de la casa. También habían frente a la pared de las fotos, en la otra pared, un mueble obscuro y gigante, donde se guardaba unos diccionarios y otros libros enciclopédicos, mientras en la parte inferior, cerrado a llave, se escondía parte del menaje doméstico y, quizá alguna otra cosa de la que no se quería fácil exposición.

“Ya estás grande”, dijo su tía. “Ya no hay juguetes para ti. Una pelota habría estado bien, pero de seguro que no podrás jugar porque tu madre no te deja salir a la calle. Pero, aquí está mi regalo”. Le alcanzó, en un papel verdoso un par de… no sé cómo llamarlos… Un par de pantalones cortos… shorts… bermudas. Eran de lo más extrañas y, por último, no eran lo esperado. “Lo supuse”, dijo ella. “No te gustan” y, sonrió con cierta melancolía que, luego se convirtió en concentración en sus propios pensamientos.

La sala aquella estaba, ahora, adornada por luces, guirnaldas, un pesebre de yeso que se acompañaba de ovejas, gallos, perros, tres individuos montados en camellos con turbantes y ropas extrañas y, un bebe rubicundo, sonriente y con expresión apacible como para ser un recién nacido… pero no importaba eso. Interesaba más, los regalos que traía, que motivaba de los adultos para los pequeños de la casa. Las luces chillonas, adosadas a un cable verde, y desde ese año, venían con música incluida. Simulaban ser el sonido de campanas, que en distintas notas, permitían distinguir la melodía de la conocida “Noche de paz”… A los más pequeños los hicieron cantarla, pretendiendo que sus voces se amoldaran a la luminosa melodía ofrecida por el muy breve parlantito que se escondía junto al enchufe por uno de los lados al cable de luces multicolores. Cantaron, intentaron hacerlo, por un juguete que se escondía en papeles de regalo…

La mujer volvió en sí. “Mira lo que te he regalado. Lo hice de un retazo de tela que me quedó de una costura del mes pasado”. El chiquillo miró el par de prendas y, ahora su desagrado era mayor, porque no era de tienda. Sin darse cuenta de la desazón adolescente, ella continuó: “Lo hice con mis propias manos y, porque nadie saber mejor que yo tus medidas, así que está hecho para ti, solo para ti. Nadie tendrá un regalo como el tuyo, no le encontrarás en ninguno de tus amigos…” Mientras escuchaba esas palabras, el gesto del muchacho se modificaba…

Los otros chiquillos, los más pequeños, entre primos y hermanos, desatentos a la conversación, ya jugaban con sus pistolitas de vaqueros, sus camiones marca Basa “con B de bueno”, sus muñecas durmientes y caminantes, sus tamborcitos de hojalata. Jugaban por ese pasillo oscuro que comunicaba la sala antes anunciada con el salón de todos los días, allí estaban las hamacas, el lugar donde se hacía la vida cotidiana. Los chiquillos correteaban por todos los ambientes, con la consigna expresa de “no jugar en las camas”.

“Pero hay más”, dijo la caritativa mujer. “Le he acondicionado un bolsillo secreto, mientras le mostraba en el lado derecho, el bolsillo habitual, mientras que detrás de su cobertor, se visualizaba un pequeño broche que, al abrirse dada lugar a una nueva cavidad. “Este te servirá para que pongas el dinero de las comprar y, así corras, saltes brinques, o lo que hagas, ese brochecito te evitará problemas con tu madre. Asegúrate de cerrarlo no más…” El chiquillo miró las manos de su tía con gesto agradecido y quiso darle un abrazo, pero ésta se lo impidió: “Espera, hay una cosa más. Fíjate en la tela… el muchacho miró los detalles y advirtió que eran muy delgadas y apretadas líneas negras sobre un fondo gris. “Intenta seguir una línea desde su origen hasta el final… intenta fijar tu visión sobre este otro pequeño botón…” En uno de los lados, la mujer había sobre puesto un par de retazos y generaba una ilusión óptica, que impedía cumplir las consignas porque parecía que la tela se movía. El chiquillo le gustó mucho el detalle y con un abrazo que nació del alma, le decía “gracias”. La mujer le replicó: “Lo hice para ti y con el corazón. También con mi cansancio”. Ambos sonrieron.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Desaciertos de comunicación

Me toca estar en Paita por un proceso pendiente de atender. El taxi colectivo, que me traslada desde la parte alta hacia la plaza de armas de la ciudad, va adornado por la voz de un locutor radial que anuncia con el pecho inflado que la corrupción está por todos lados y que no le teme a nadie. Señala su asco a los involucrados en el asunto de “Los Injertos del comandante Mela” y agradece el hecho de que ya estén en la cárcel y que espera que se pudran no sólo los delincuentes sino también los policías y abogados que conforman la banda.

Esa sensación de seguridad, que tramite el anunciador, no es cierta. La colectividad no puede dejarse llevar por la voz ampulosa de un comunicador social que desconoce y que ha leído poco sobre la situación legal de los detenidos. No se puede negar que en los días pasados se ha detenido a un aproximado de 30 personas, entre las que se cuenta a tres abogados y diez policías; empero no se trata de una detención definitiva. Los fiscales y la policía han realizado un paciente trabajo de meses para identificar a las personas involucradas con seguimientos personales, levantamiento del secreto de las comunicaciones, escucha de conversaciones, tomas fotográficas, videos, etc. y han podido identificar a un determinado número de personas que probablemente estén relacionados con las actuaciones delictivas de la citada organización criminal. Quizá aún hayan involucrados que no han sido identificados o algunos de los detenidos no sean miembros de dicha banda. El asunto aún se encuentra a nivel de investigación preliminar.

Los jueces que han tomado el caso, inicialmente concedieron 24 horas de “detención preliminar” y la fiscalía y la policía que ya conocían de los paraderos de cada uno de sus objetivos, realizaron los correspondientes allanamientos de morada y detenciones, con el consecuente levantamiento de bienes y objetos que puedan relacionarse con la actividad delictiva: armas, drogas, dinero, vehículos, teléfonos celulares, unidades portátiles de almacenamiento de información, etc. El asunto es que el número de intervenidos es alto y la información abundante, lo que requiere verificar cada uno de los datos y asegurar elementos de convicción suficientes para que la “prisión preventiva” -que, de seguro, se solicitará al término de la detención preliminar- sea concedida. 

La detención preliminar es una medida coercitiva personal de escasa temporalidad. Exige que el imputado se encuentre debidamente identificado y que se tengan razones plausibles de su participación en la realización de un delito con pena superior a cuatro años. El plazo natural de la misma es de 24 horas y, de modo excepcional, si el caso lo amerita y existen razones para ello, se extiende por 07 días naturales. Al término de ese tiempo el acusado alcanza la libertad, salvo que el encargado de la acusación, dígase el fiscal, solicite una medida coercitiva de mayor gravedad.

La prisión preventiva es una medida de coerción personal de mayor temporalidad que la detención preliminar. No bastan las razones plausibles de la intervención del sujeto en la comisión del delito sino que se exige “fundados y graves elementos de convicción” que aseguren que el acusado ha intervenido en el delito, que el posible castigo penal que se impondrá sería mayor a cuatro años y, que de su actuación y otras circunstancias se puede colegir que realizará actividad obstruccionista o que escapará de la justicia. El tiempo ordinario de la prisión preventiva es de 09 meses. Cómo se advierte, detención preliminar y prisión preventiva no son la misma cosa y, ninguna de ellas supone la “pudrición” del agente en la cárcel.

La pena privativa de libertad es una sanción penal que se impone a los acusados, una vez que en juicio se ha acreditado –más allá de toda duda razonable- la actuación y participación circunstanciada de cada uno de los detenidos, sean en calidad de autores o cómplices. 

Así, detención preliminar, prisión preventiva y privativa de libertad no son sinónimos. Cada cual tiene sus propios presupuestos y su correspondiente finalidad, pero no pueden confundirse. Si un periodista pretende “pudrir” a un delincuente en la cárcel con siete días de detención, lo único que logra es mal informar a la colectividad y generar expectativas que no se alcanzarán, con lo que la sensación de injusticia retorna y la impresión de inseguridad ciudadana se ha acrecienta. Pudiera ser que el fiscal decida no solicitar prisión preventiva para alguno de los ahora detenidos.

Es interesante que, algunos diarios locales den cuenta de conversaciones en las que los intervinientes hacen referencia a modalidades de actuación, el pago de extorsiones a miembros de la policía nacional, la entrega de cupos o la remisión de regalos para que “los dejen trabajar”, e inclusive se hace mención, en alguna de las conversaciones grabadas, de información dada por los agentes del orden advirtiéndoles de operativos futuros para evitar que sean aprehendidos; empero ese es el punto de inicio de la madeja. Corresponde que, continúen las investigaciones y se amplíe el número de investigados si fuera necesario. De seguro toda la información será tamizada y organizada para asegurar un proceso judicial que asegure un final en el que los miembros de la organización criminal en ciernes tengan la sanción merecida.

Mientras tanto, es necesario que la información que se alcance a la colectividad sea ofrecida con las reservas del caso a fin de no generar falsas expectativas, pero que a la vez se pueda conocer las modalidades de actuación de los involucrados, con el ánimo de que los ciudadanos que conocen de estas actividades, sea porque son testigos, vecinos o agraviados de los detenidos, asuman sus roles y participen activamente en la recaudación de elementos de convicción que puedan ser asumidos como medios de prueba, pero también para que conozcan dichas modalidades delictivas y se mantenga alertas respecto de las ocurrencias en los respectivos vecindarios.

Mientras tanto, hemos terminado nuestra actuación procesal en este puerto piurano. Corresponde nuestro desplazamiento al penal de Piura para continuar nuestras actividades.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

El precio del proceso penal

“La justicia penal es gratuita”, así reza el artículo I del Titulo Preliminar del Código Procesal Penal. Y establece un pero: “salvo el pago de las costas procesales establecidas conforme a este Código”. Las costas procesales comprenden tasas judiciales, gastos judiciales, los honorarios de los abogados de la parte vencedora y de los peritos oficiales, traductores e intérpretes y otros intervinientes. El pago de dichas costas, dice el art. 497 de la norma adjetiva, están a cargo del vencido.

Si la expresión de la gratuidad de la justicia tiene un “pero”, entonces ya no es gratuita. Si el acusado de un delito pierde el juicio y es condenado, entonces le corresponde pagar los gastos en que ha incurrido el Estado para sustentar su pretensión y, esta supone las actuaciones de la investigación preparatoria, las del juicio oral, la ejecución de las penas e, incluso, las consecuencias accesorias y las medidas de seguridad. Si el asunto va así ¿Por qué anunciar la gratuidad si finalmente se le obligará al pago de esos gastos?

La gratuidad de la justicia, en realidad, sólo se anuncia para el proceso mismo. Si el acusado, por ejemplo sostiene que el hecho delictivo se cometió bajo una condición de stress postraumático que le genera una grave alteración de la conciencia (por utilizar los términos del Código Penal) y, para acreditar tal condición requiere de exámenes especializados, entonces el Estado deberá realizar tales pericias a su propia cuenta y a la espera del resultado final del juicio. Si el Estado no logra acreditar la acusación entonces, padecerá el gasto realizado; empero si el acusado es condenado, a la sanción penal que soporta se le sumará la obligación de pagar las costas procesales. 

No obstante lo dicho, a la fecha no conozco de ningún caso en el que el Ministerio Público haya requerido que el acusado asuma las costas procesales y que efectivamente, quede obligado a su pago. Sólo en los casos de querella, donde las partes son particulares, éstas se peticionan mutuamente el pago de las mismas. El tema pasa por dos tópicos cruciales: a) el costo real del proceso y, b) los alcances de la gratuidad. 

¿Cuánto cuesta un proceso penal? No se tiene un estudio específico que nos precise cuales son los costos de un proceso penal, empero si que es posible elaborar tablas de costos según el tipo de procesos. No es el mismo gasto para el Estado el que se genera en un proceso de conducción en estado de ebriedad que uno de robo agravado; lo mismo que es diferente aquel donde se tiene un sólo imputado, como el de omisión a la asistencia familiar, a aquellos otros donde se actúa en pluralidad de agentes, como por ejemplo el de lavado de activos. No es lo mismo un proceso que puede ventilarse mediante el renovado proceso inmediato o aquel que se somete a las reglas del proceso común. La diversidad de tipos penales según su complejidad procesal, supone la exigencia de cuando menos establecer tablas de costas procesales bajo la atención de las variables indicadas. A eso debe apuntar el sistema procesal.

El segundo tema es el de la gratuidad misma. ¿Por qué el acusado debe pagar las costas del proceso? Se asume dogmáticamente que el Estado debe proveer todos los recursos para la persecución del delito y, es verdad; pero también es cierto que debe cobrarles a aquellos que motivan dichos gastos. ¿Por qué todos los nacionales debemos prorratear los gastos que se generan por la delincuencia si se ha identificado en cada sentencia condenatoria a los que los motivan? Si existe una persona que sabe de la existencia del delito ese es del propio imputado y, si bien no se le puede exigir a éste que confiese sus culpas, corresponde que como consecuencia de éstas, deba asumir los costos que supone el descubrimiento de las mismas. Es una figurada forma de revertir los riesgos del delito. El delincuente dejará de delinquir cuando sienta económicamente que, es más caro el costo del delito a que el delito mismo. Es sólo un asunto de justicia: que cada quien asuma las cargas de sus propias acciones. 

Las reglas del proceso penal así lo tiene asumido, empero no los operadores. De hecho, el art. 497 inc. 2 expone que, aun sin pretensión alguna, el juez deba decidir sobre las costas en la resolución que pone fin al proceso, sin embargo si las decisiones judiciales tienen como justificación una pretensión de parte, entonces corresponde que el órgano acusador no sólo pida una condena punitiva sino también de las cosas procesales. Creemos que la reincidencia delictiva se reducirá en cuanto los condenados sean responsables de las costas procesales como consecuencia de su actuación delictiva.

domingo, 29 de noviembre de 2015

El turno permanente

"La justicia no puede parar. La judicatura penal no descansa”. Así hemos dicho en otra oportunidad, con ocasión de la pretendida intromisión de turnos permanentes en los juzgados penales a los que se les pone a disposición un reo contumaz. El pasado febrero un proyecto de reglamento de las actuaciones del nuevo Código Procesal Penal así lo establecía. El asunto no fue aprobado. Explicábamos en aquella oportunidad, que la forma eficaz de asegurar el permanente estado de alerta de la justicia penal es a través de turnos. Ponemos un ejemplo: si una determinada sede judicial tiene cinco juzgados, corresponderá que éstos atienda de lunes a viernes en el horario laboral habitual. El tiempo distinto al laboral es asumido mediante turnos, entre los cinco jueces responsables de cada juzgado. Así, cada juez cada cinco semanas será responsable de una semana completa para atender fuera de horario laboral. 

El solo hecho de “estar en disponibilidad de laborar” ya supone una afectación del derecho al disfrute del tiempo libre y del descanso. El sólo hecho de estar de turno, limita al juez de departir en los cumpleaños de un familiar, lo obliga a acostarse con el móvil encendido y mantener las alarmas en constante tilintilin. Si el asunto es así, cuando el juez efectivamente es llamado para trabajar en horario no laborables, tales horas deben computarse como efectivamente laboradas, con cargo a ser pagadas en sobretiempo. Estoy seguro que el Consejo Ejecutivo del Poder Judicial y hasta el Presidente del Poder Judicial se han de escandalizar de la propuesta, pero ¿no es que acaso el D.Leg 276 reconoce que las labores efectuadas en exceso a la jornada ordinaria deben ser remunerados en forma proporcional? El art. 147, e) del D.S 005-90-PCM reconoce la posibilidad de compensar.

El Poder Judicial al amparo de la premisa de que la justicia penal atiende de forma permanente, ha hecho creer que los jueces penales están a su disposición las 24 horas del día y que son lamentable servidumbre del sistema judicial. Se suma a ello, la imposibilidad de hacer huelga o la falta de organización de éstos para la reclamación de sus derechos. El Poder Judicial no paga sobretiempo, tampoco compensa esas horas efectivamente trabajadas, pero además, si el juez, al día siguiente, no llega puntual a laborar, le abren proceso administrativo sancionatorio. Regresemos al asunto que nos motiva.

Las nuevas exigencias procesales derivadas del proceso inmediato para los casos de flagrancia, Decreto Legislativo 1194, no sólo obliga a que el fiscal incoe este proceso en el caso de delitos flagrantes sino también para procesos de omisión a la asistencia familiar y conducción en estado de ebriedad o de drogadicción. El denominado “proceso común” se reduce a un “miniproceso” donde los tiempos que se contabilizan en días, con el renovado mecanismo de abreviación procesal se reducen a horas. El art. 448 inc. 1 establece que, el juez realiza la audiencia única en un plazo no mayor a 72 horas “bajo responsabilidad funcional”. Tal expresión puede suponer en la práctica que, si un acusado es puesto a disposición en día miércoles, a las 2.00 p.m. entonces su juicio debe realizarse a más tardar el día sábado a esa misma hora. Si en jueves y viernes la agenda está recargada, entonces el juez deberá trabajar el día sábado; empero su jornada laboral máxima semanal ya se cumplió el día anterior. La pregunta es ¿puede el legislador obligar a un trabajador más allá del tiempo que la Constitución exige?

Si leemos la norma, podemos advertir que, el proceso inmediato para casos de flagrancia tiene semejanzas con el tratamiento que ofrece la legislación ecuatoriana. Ésta posibilita hasta tres tipos de atención del turno, el A con tres jornadas laborales diarias, que supone la existencia de tres jueces sucesivos en el tiempo durante las 24 horas del día, que atiende desde su despacho; el B, en que se reconoce estas mismas tres jornadas pero con atención presencial en las dos primeras jornadas y, la tercera reconocida como “jornada especial domiciliaria” y, la C en la que solo existe una jornada laboral presencial y las otras dos mediante jornada especial domiciliaria. En cualquier caso, “la aplicación de los turnos se realizará bajo parámetros de rotación entre las y los servidores judiciales para preservar su salud ocupacional”. 

En nuestro país, el Consejo Ejecutivo del Poder Judicial recientemente ha dictado la R.A 347-2015 CEPJ, publicada el 24 de noviembre en la que dispone “el conocimiento del proceso inmediato (…) estará a cargo de todos los órganos jurisdiccionales del Código Procesal Penal en adición de funciones” y añade, en aquellos lugares “donde exista más de un órgano jurisdiccional con la misma competencia y de la misma instancia, resulta necesario que el conocimiento de dichos procesos sea por órganos jurisdiccionales a dedicación exclusiva, ello en función al índice de criminalidad, carga procesal y crecimiento poblacional” y para ello señala con nombre propios a determinados órganos a los que, califica de Juzgados “permanentes”, con lo que, gracias a dicha nominación, dichos jueces han perdido el derecho al tranquilo disfrute de sus días sábados y domingos.

La pregunta que les ha de asaltar a algunos de los titulares de dichos juzgados es “¿Y porque yo? ¿Qué de malo he hecho para que, a diferencia de mi compañero –que tiene recibe la misma remuneración, que está obligado a las mismas obligaciones- me ha de corresponder mayor obligación de dedicación temporal al Estado? No sólo se afecta, en consecuencia, el derecho al disfrute del tiempo libre, sino que se genera malestares entre los mismos magistrados dado el desigual tratamiento a las labores asignadas a cada quien, pese a que la remuneración siempre será la misma. No digamos nada de la salud ocupacional.

Desde lo dicho, tendría que concluir que en el país la justicia penal no funciona por turnos, como en cualquier otro democrático, sino que ésta se asigna de modo “permanente” a cada judicatura, siendo la designación de turno una excepcionalidad. ¿Será que el Estado promueve modalidades distintas de trata de personas? Los magistrados tienen la palabra.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El problema de la justicia

“El problema más grave (de la justicia) es que los jueces sueltan a los delincuentes”, decía una persona en las redes sociales con ocasión de la liberación de un imputado, cuyo caso es conocido por los medios periodísticos y, desde esa premisa, otro explicaba el hecho en la “corrupción de los jueces” y sin más concluía que era necesario “mandar a su casa” o “meterlos presos” a todos los operadores de justicia.

Uno de ellos, con el que entablé una conversación privada, finalmente decía, que “no era posible que si los medios de comunicación dan cuenta de que se ha cometido un hecho (ilícito), cómo es que los jueces no puedan verlo” y, también reconoció que nunca había presenciado un juicio penal. Es más, decía le causaba repulsión el solo hecho de pensar que debía ingresar a un establecimiento del Poder Judicial.

Sobre ello me viene una pregunta ¿cómo podría yo hacer una crítica del desempeño de la selección nacional si no he presenciado los últimos partidos de fútbol en los que ha jugado? ¿Cómo podría hacer una calificación de la sazón y buen gusto de un restaurante si nunca lo he visitado? ¿Qué podría decir sobre la literatura barroca si no he estudiado el tema? La justicia se somete a graves epítetos gracias al banal ejercicio del derecho a opinar sin necesidad de justificar el contenido de la expresión.

Desde mi particular perspectiva, el problema de la justicia son sus ciudadanos. En el último año he tenido que dictar sentencias absolutorias por una razón fundamental: los testigos que vieron el hecho nunca llegaron al juicio para declarar sobre lo que vieron u oyeron, los agraviados que dicen haber sido afectados en su patrimonio por hurto o robo, cuando declaran dicen no recordar los hechos, e incluso, se atreven a indicar que “hicieron la denuncia obnubilados por la cólera”. Los fiscales suelen quejarse que, el mayor problema para asegurar una sentencia condenatoria es la poca colaboración de testigos y detallan que, a las limitaciones presupuestales de la Unidad de Víctimas y Testigos, se suma la poca colaboración de los propios agraviados. Señalan que, las veces que son citados para declarar sólo se presentan en la primera oportunidad y, luego, si hay necesidad de ampliar, se niega a dar detalles bajo la expresión “pero ya declaré la vez pasada” y, aún cuando “se dan maña” los servidores del Ministerio Público para encontrarlos (dado que muchas veces se niegan a salir de sus domicilios), éstos finalmente terminan aguándoles la fiesta, porque no se presentan al juicio oral. La mejor justificación hasta ahora escuchada y más repetida es: “El testigo tiene miedo de declarar por el temor a las represalias contra él. Tiene hijos chiquitos”. Estoy convencido de que, en alguna ocasión tal expresión es cierta, pero ya se ha convertido en tópico de pretexto, que ha perdido credibilidad. 

El Ministerio Público seguirá perdiendo sus procesos penales de extorsión, robo, lesiones por violencia familiar, corrupción de funcionarios, etc. solo porque los ciudadanos del Estado Peruano son apáticos ante el compromiso real. ¿Que es complicado estar en un juicio? Si, claro que lo es. Los acusados se valdrán de cualquier artimaña para suspender la audiencia y, el testigo “ya perdió” el jornal diario, pero ello no puede ser impedimento ni excusa para no presentarse en la siguiente audiencia. Tendría que ser el aliciente: que los malos no nos ganen la batalla.

Dado el estado de cosas, se hace necesario atender a otras herramientas procesales: la prueba anticipada. En teoría se puede recoger las declaraciones de testigos y, luego hacerlas valer como medio de prueba en juicio a través de prueba anticipada; sin embargo es una herramienta inútil, no porque no sirva, sino porque no se utiliza. Lamentablemente, en los casos de violación sexual tenemos que volver a maltratar a las niñas (por ser mayoría) obligándoles a contarlos sus padecimientos, incluso con detalles hasta en tres o cuatro oportunidades durante todo el proceso, cuando nos bastaría usar la prueba anticipada para que la primera declaración sea suficiente para alcanzar la calidad de medio de prueba. Lo mismo para aquellos ciudadanos que -estando de paso por nuestra ciudad- son asaltados o atracados por gente de mal vivir. ¿Una persona de Madre de Dios estaría en la disponibilidad de viajar hasta Río Seco para declarar sobre un hecho que prefiere olvidar? Sería saludable que los ciudadanos y los abogados defensores (en particular los de las victimas) exijan que se utilice, siempre que se presenten los requisitos que la norma procesal exige.

Otra herramienta interesante es la video conferencia, pero lamentablemente tiene sus limitaciones operativas. De ordinario, en aquellos casos graves en donde el juicio se realiza en el penal, nos encontramos con el hecho de que no todas las salas cuentan con el programa informático o, en el otro lugar no se tiene las condiciones técnicas para la conexión o, deficiencias en la red impiden la realización de la audiencia, etc. Nos parece más útil la prueba anticipada, que tiene otras ventajas como la recepción de la declaración tesmonial bajo la frescura del recuerdo próximo ante los hechos.

Regresemos al punto de partida: el estado de la justicia en el país, es responsabilidad de sus ciudadanos. Si fuera el caso, los jueces y fiscales no estarían en la disponibilidad de torcer el derecho, si advirtieran el compromiso testifical de quienes estuvieron en el lugar de las ocurrencias, si los colectivos ciudadanos –organizaciones de la sociedad civil- contribuyeran con la exigencia de presentar a los peritos y testigos que aseguren la certeza y credibilidad de las hipótesis incriminatorias. La justicia no sólo es de jueces y fiscales, también es de la ciudadanía y, ésta queda representada en el proceso penal por los testigos y peritos. 

Sin necesidad de amenazas de conducción compulsiva o de denuncia por desobediencia a la autoridad, los ciudadanos que son llamados para testificar tienen obligación de presentarse. Es el modo como ha de mejorar la justicia. No obstante, consideramos también, que lo óptimo es que la ciudadanía no produzca más delincuentes. Pero bueno, no sé si le estoy pidiendo peras al olmo.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Máncora en los años ochenta

La Máncora de mis días primeros no es la de ahora. En aquellos, esa caleta empezaba, en el lado sur ,en las instalaciones de la “Ofisco”, una empresa dedicada a labores hidrobiológicas marinas en los adyacentes de la quebrada La Pepa (ahora, Cabo Blanco) y terminaba en el cementerio. Este era la divisoria entre el propio “Máncora” y los barrios Leticia y Nicaragua, los que eran diferenciados, por encontrarse en las afueras. No obstante, Máncora para cualquier foráneo –y como ahora- terminaba en la margen izquierda de la quebrada Fernández, por el lado norte. 

En inmediaciones de La Pepa, estaba la zona industrial, comúnmente conocida como “El Puerto”. Allí habían algunas pequeñas industrias, hospedajes y también la casa del cura Martín O’Grady y el convento de las franciscanas. Las hermanas que conformaba esa comunidad se encargaban de la pastoral evangelizadora y social. En su consultorio de la Av. Grau, ejercieron su profesión médica las hermanas María y María Electa y atendieron a los que hoy calzamos los cuarenta en los días de niñez, ofrecían medicinas y aliviaban dolores de las gentes; mientras que la hermana María Loreto, que era la encargada de la catequesis, animaba los coros de la parroquia, visitaba los colegios y enseñaba a tocar instrumentos musicales a los niños. La vida era harto apacible. La Panamericana era una larga serpiente negra que corría por en medio del poblado y podía distinguirse desde cualquier punto: sólo transitada por caminantes, un par de docenas de vehículos de cuatro ruedas, bicicletas y varias motocicletas. El avispero de mototaxis no existía, por lo que nos conducíamos por nuestro propio pie. En esos días, era obligatorio que las bicicletas se inscribieran y portaran visiblemente su placa de rodaje. Alguna vez se armaron operativos para decomisarlas.

El mercado, algo desordenado, permitía que las caseras pudieran encontrarse en las compras dominicales y chismear de las cosas domésticas, de las ocurrencias del barrio o de las necesidades del algún vecino. Si bien sería imposible pretender que todos conocieran, cuando menos se sabía quien era hijo de quien; de modo tal que las travesuras llegaban a los padres en, cuando menos, veinticuatro horas. Los chiquillos nos conocíamos; coincidíamos en los mismos centros educativos: el Tupac Amaru (primaria de varones), el Micaela Bastidas (primaria de mujeres) y el Alberto Pallete (secundaria mixta). También estaba el inicial que se ubicaba detrás de la posta médica y el primario del barrio Leticia.

Una sola posta médica, algo raquítica y una sola farmacia atendida por el Sr. Mogollón. Una sola iglesia y una sola plaza. Ésta hecha de ladrillos calados, con muros de algo más de un metro de altura que permitía que los más pequeños pudiéramos treparnos para ver los desfiles de julio o aseguraban el acomodo de los ambulantes en las noches sabatinas, donde las personas podían comprar ropas, juguetes, utensilios personales. Una especie de feria que le alegraba la vida a los adolescentes enamorados que paseaban en esas noches desde la Iglesia del Carmen y hasta el antiguo paradero del EPPO. Idas y vueltas de conversas que no querían terminarse, pero que acababan no más allá de las once de la noche. Tiempo más que prudente para volver a casa. La medianoche se la apropiaban los más avezados.

Además del EPPO, pequeños buses, los “Farfani”, hacían la ruta Máncora-Talara; los trabajadores que iban a Los Órganos la hacía en los taxis colectivos que se ubicaban frente a la casa del profesor Peña, mientras que a Tumbes se hacía en buses de mayor calado, que se tomaban de ruta. Recuerdo un bus al que llamaban “la petrolera” y otros, los Eohpusa, que hacía la ruta Piura, Talara, Máncora, Aguas Verdes, cuya agencia se ubicaba en una casa que fue del difunto Dolores Chunga, en la Av. Grau. Muy cerca del allí, en la acera de al frente, en diagonal se encontraba el Grifo de Pedro Lama, donde el amable “Timaná” siempre estaba dispuesto a atender a los usuarios. A unos metros, un quiosko de madera, en el no faltaban las risas.

La ruta Lima necesariamente se hacía, de ordinario, en Tepsa, que tenía sus oficinas en casa de la Sra. Elena de Céspedes. A pocas puertas de esta agencia, el Sr. Varguitas tenía su quiosco de periódicos en frente de la comisaría. A los chiquillos de esos días, nos interesaban los comics, que podíamos comprar con los vueltos del mercado, alquilar o intercambiar por algunas monedas.

Los domingos nunca era aburridos. La cancha de Don Pedrito, albergaba a 22 hombres, dispuesto a dejar el alma por su equipo en la disputa por el balón y la eufórica celebración del gol. Las gentes, en particular, varones, se reunían sin importar las inclemencias del dios sol. Bastaba con que el equipo del barrio, o aquel por el que hinchaba, jugara, para que la gente se arremoline en sus inmediaciones. Don Gallito era infaltable con su canasta de dulces, anunciándolos a viva voz mientras recorría por varias veces la terrosa periferie del campo deportivo. Un monticulo de tierra, que se elevaba como contención para las aguas, en caso de lluvia, se convertía en gradería, en la que sin tener asientos, la gente se acomodaba para disfrutar de una tarde de alegría. Había muy cerca, ceviches, cervezas, chucherías y, en algunas oportunidades, hasta música para bailar. Claro, si el equipo ganaba, entonces la inversión valía la pena. Un campo deportivo también se instaló al frente del barrio Leticia, en el largo espacio que quedaba entre el Alberto Pallete y la capilla católica del barrio. Allí también se hacían competencias deportivas, aunque mayor algarabía, se mostraba en el primer campo. Ambas ya no existen en la actualidad. 

Muchas cosas han cambiado. La vida ha cambiado, la caleta de pescadores se ha convertido en un centro de atracciones, propio del turismo playero. Las olas de este cambio también han traído turbulencias que antes no existían. La apacibilidad porteña se ha perdido… o quizá mis reposados recuerdos se confundan en la lejanía de los tiempos. ¡Feliz aniversario, Máncora!

martes, 3 de noviembre de 2015

Oración

Era una mañana cualquiera… Un día de aquellos en los que doña Camucha, la vieja beata de la calle Junin se aproximó a su adoratorio preferido. La Iglesia de San Francisco, aquella que en otros tiempos albergó a los independentistas en la proclama liberal, era ahora su espacio preferido. Sus techos altos y la amplitud de sus ventanales, permitían luminosidad, que a su vez, hacían nacer en su pecho una desasosegada paz y tranquilidad que no encontraba ni siquiera en la Iglesia Matriz.

Esa mañana se hizo tarde. Su nieto había estado en una fiesta la noche anterior y, por esperarlo, se quedó dormida… “para el Señor no hay horario que valga, jummm” se dijo en tanto advertía que el reloj de su muñeca le indicaba que tenía veinte minutos de retraso. El sacristán, seguía en sus labores de regar los jardines y, a su ingreso por la puerta lateral pudo ver que una muchacha, en posición compungida le rezaba a la venerada imagen de San Francisco. Le pareció que lloraba, por el modo como se cogía la cara y el pecho, pero no se oía ningún lamento… Ella la quedó mirando y, la chica escondió su cara mientras que con el dorso de las manos se limpiaba, con disimulo, las mejillas… Ésta se alejó un poco, cogió el pequeño bulto que llevaba en una bolsa de papel y se paró frente a la imagen de María Egipciaca… allí lloró, expuso su alma ante el pequeño altar de esa vieja pintura, que yacía olvidada y de la que muy pocos saben a quién representa.

Doña Camucha encogió sus adoloridas piernas y se arrodilló en la parte más dura de la tarima. Le ofreció ese dolor al Altísimo, por los pecados de las gentes y, en particular por el alma de aquella muchacha que le acompañaba. Después de la jaculatoria inicial, ofreció el primer salmo del salterio: “Misericordia, Dios mío por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”. Era, en su corazón, la voz de Dios que hablaba… Meditó cada uno de sus versos y, en ellos demoró. No obstante, siempre el Señor tiene cosas nuevas que ofrecer y, se alegró con Isaías cuando anunció: “Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz cuando tuviste mi alma ante la tumba vacía, y volviste la espalda a todos mis pecados”.

La muchacha no sabía nada del oficio divino, nunca había tenido en sus manos siquiera una biblia. Su pobreza no le alcanzaba para tener una. Los textos sagrados, si alguna vez leyó alguno, los conoció por las clases de catequesis y, de eso, ya varios años. No obstante, su dolor era tan grande que sus lagrimas efectivamente eran de aquellas que suplicaban la mayor de las misericordias. El rostro demacrado, tristón de la muda imagen interlocutora, asi como la palidez que le acompañaba hacía compás con su adolorida alma… Tan sollozante y sentida estaba que la imagen que miraba, le parecía, era la suya propia. Miraba su dolor reflejado… Y no pudo aguantar más los sollozos. Doña Carmen, en contemplación, no advirtió de esos lamentos.

Santa María Egipciaca, es una santa que casi ha desaparecido del santoral pero que en un tiempo, por estas tierras calurosas tuvo muchos adeptos, por ser la patrona de las mujeres penitentes. Dice la hagiografía que, en sus días mozos se dedicó a las veleidades de la carne pero un encuentro espiritual con la Madre de Dios, la convirtió en una asceta, viviendo en el desierto, dedicada a la oración y alimentándose de lo que como alimento podía encontrar en la naturaleza. La muchacha le rezaba a aquella, sin saber siquiera su nombre. Solo le rezaba, mientras aprisionaba contra su pecho el pequeño frasco que se acomodaba en aquella bolsa de papel.

Para cuando Doña Carmencita recitaba el “Cantico de Zacarías”, en particular aquellos versos que hacen referencia a alumbramiento de los que viven en tinieblas por “el Sol que nace de lo alto”, quiso saber de su solitaria acompañante. Regresó a mirar con disimulo pero ya no estaba. Ni siquiera pudo advertir por cuál de las puertas salió. Ya no estaba simplemente. Siguió con sus oraciones y luego, de terminarlas, se acercó a los dos altares donde estuvo la muchacha. “Algo me decía que me acercara” confesó luego ante el cura del lugar. Efectivamente, se aproximó y, vio que junto al cuadro de la mujer penitente estaba la bolsa de papel y se advertía que dentro había algo, medianamente pesado. Salió hacia el jardín y preguntó al sacristán por la muchacha. Este no le supo dar razón de la desconocida. Volvió hacia la nave central de la Iglesia y, pidió perdón por lo que haría, pero era necesario saber que contenía esa bolsa, quizá, pudiera que allí encontrara “algo” que identifique a la olvidadiza.

Ya, desde antes de abrir, pudo darse cuenta por la forma y textura que se trataba de un pequeño frasco de vidrio, pero no sabía su contenido. Abrió la bolsa y sacó el bulto, que aún se mantenía envuelto en una hoja de un diario chicha. Una vedette de calendario envolvía con sus carnes el frio envase mencionado. Sacó el frasco y advirtió de un líquido, acuoso, sanguinolento, en el que se acomodaba una pequeña criatura… era un feto, un no nacido. La mujer se asustó… tanto, que casi se le cae el frasco de las manos y muy nerviosa, llamó al padre y le mostró su hallazgo: un niño que no vio la vida, quien sabe cuántos días le acompañó a su madre. Esa mañana, luego de revisar las normas eclesiales, sin dar más cuenta que solicitar silencio a la vieja feligresa y a su antiguo sacristán, en compañía de ambos, se hizo una sentida paraliturgia por esa pequeña alma rogando que haya sido alcanzada por el bautismo de deseo y, en la esperanza de que las lágrimas de su presunta y desconocida madre le sirvan de consuelo, y le alcancen el perdón, si algo hubiera que perdonarle, y al no nacido, le hayan permitido las puertas del cielo.

sábado, 24 de octubre de 2015

Noche

Era casi la media noche. Tocaron la puerta de madera y se oyó con claridad. Luego una voz: “Padre… padrecito”. El cura le dijo al muchacho, “ve quien es”. Se asomó por la ventana de la sala superior: “el padre… por favor”, dijo un hombre con cara de angustia. Una mujer de media edad, que le acompañaba, gimoteaba muy cerca de él. “Por favor… es urgente, necesitamos los santos oleos”. Regresó la cara hacia la sala y le dijo al cura: “Piden los santos oleos” y luego, casi de inmediato se giró a los visitantes: “Donde viven Uds.” El hombre dio su dirección y sonaba casi desconocida… Luego anunció que era una reciente asentamiento humano y, que tenía una mototaxi en la que llevar la sacerdote. Su voz era una oración, una súplica para ser oída… “por favor, es urgente…”
En la casa sacerdotal, estaba el párroco –de quien pedían su presencia- y dos muchachos más que le acompañaban en esos días y, al terminar de ver una película, se disponía cada uno a descansar. De hecho, las luces internas ya se habían apagado y, solo acompañaban a los postes públicos un par de fluorescentes que alumbraban una pared por la que había mayor riesgo de intrusos o de amigos de lo ajeno. El otro muchacho dijo: “¿será muy grave? o ¿podrá esperar?”. El cura sin necesidad de nada, exclamó: “No te arriesgues nunca con la muerte, que quizá por el santo oleo de alguno, tú mismo puede que ganes asiento de primera fila”. La frase, casi ininteligible, exponía la necesidad de atender siempre a los enfermos, sin importar distancias, sin contemplar cansancios, sin esquilmar horarios. Ingresó a su habitación y muy de prisa salió vestido de negro, con su alzacuello puesto y un pequeño neceser en mano. Unos minutos después, el ministro de Dios, sacaba su viejo Datsun. El hombre, sollozante le decía que su hija estaba mal, que convulsionaba… No se necesitaba más.
Luego de conducir por las afueras de la ciudad, se divisaron unas casitas hechas de tabiques, otras de esteras cubiertas con calaminas y plásticos. Llegaron al lugar… el hombre se acercó al cura y le dijo: “Por favor mi hija habla incoherencias, a veces pierde el sentido y tiene así ya tres días. Esta noche ha sido más difícil… Cómo que gruñe y dices cosas en idioma extranjero”. El muchacho puso cara de preocupación luego de la del propio cura, que preguntaba que enfermedad sufría, si la había atendido algún médico, si padecía de convulsiones, o si… bueno... pedía explicaciones que pudieran justificar su estado...
La luz de carro alumbraba una casita de triplay y, en su interior se hallaba muy bien acomodada y limpia. Varias personas, entre varones y mujeres, se acomodaban en el primer ambiente y rezaban el ave maría. Levantando unas cortinas, se llegó a un ambiente del que salía efectivamente unos gruñidos y, aun cuando ni siquiera tenían visión de la enferma, esta vociferó: “No te necesito. No te he llamado. Aléjate”. Unos gruñidos le acompañaban. El hombre de Dios y su acompañante pararon en seco. Preguntó el mayor: “Que tiene su hija, por favor”. El hombre, en suplica, dijo: “No se vaya… No sabemos que tiene, pero no parece cosa de Dios… ayúdenos. Todo el día está así. Nuestros vecinos rezan a la distancia porque le molesta, parece que “blasfemia”, no quiere que hablen de Dios en su delante… se pone agresiva. Ahora mismo la tenemos amarrada a su cama… Por favor, ayúdenos padrecito… ayúdenos…”
Casi que, parecía una trampa, una escena de película de terror que se filmaba en ese rato… La mujer seguía gruñendo y se pudo escuchar de lo que decía… “La iglesia se derrumba… no quedará piedra sobre piedra…” Una carcajada de ultratumba retumbó en los plásticos que hacían las divisorias de la casa. El hombre sacó un rosario de su bolsillo, mientras su ayudante descubría un par de frasquitos metálicos, un oracional y una estola del pequeño estuche de cuerina. “Reza, cojuu…” le dijo al ocasional acólito mientras el miedo se reflejaba en sus gestos.
En cuanto se levantó la sabana que separaba las habitaciones, la escena fue espectral: la mujer yacía sobre una pequeña cama de madera, amarrada a ella por el pecho, la cintura y las rodillas… manoteaba, gemía, guturaba… la bata que cubría su cuerpo se había levantado con los movimientos espasmódicos y las contorsiones que la mujer realizaba… Con su mano, ella misma levantó parte de ella… y mirando desafiante a los recién llegados, escupió: “Que quieres!? Vienes a comer carroña!?”. A los dos lados habían gentes: un muchacho, no mayor de 25, ayudaba a sostenerla, mientras que dos mujeres, de las que una de ellas, parecía su madre, pretendían cubrirle la boca, para que no gritara… “Por favor, hija… compórtate”, atinó a decir la más vieja.
“Juana, ¿me escuchas?” dijo el cura. “¿Sabes quién soy?” –“Claro que se quién eres… Llevas el mismo nombre que el maldito Angel que conduce los ejércitos del Altísimo”, rematado con un “jajaja” aterrador. “¿Cuál es mi segundo nombre?” No obtuvo respuesta… “Dime qué edad tengo”… y pese a la insistencia, solo dijo en medio de su estentórea respiración: “Lárgate. No te necesito…” Se acercó un poco más… “La mujer gritaba como si pariera... jadeaba e intentaba esconderse de la presencia de los desconocidos. “Aléjate…” Su voz, sonaba muy ronca… finalmente, el hombre se sentó en un cajón de madera al pie de la cama… “Desátenle las piernas, por favor…” La mujer seguía mascuyando palabras que no se entendían, pero con el trascurso de los minutos la fuerza que les imprimía se desaceleraba. El hombre le preguntó: “¿Que has hecho Juana? Cuéntame mujer... Confía", mientras le ponía un pequeño crucifijo sobre el pecho y, le daba sorbos de agua bendita a beber… "¿Quieres contarme lo que has hecho?"
La mujer después de más de media hora de aterrador jadeo, gimió, como cualquiera otro… lloraba sin guturar… Le desataron de las amarras de los brazos. Cogió la mano del cura y rezó por ella misma el Padrenuestro… El hombre la bendijo, pidió que desalojáramos la habitación y se quedó con ella, oyendo su confesión… Esa noche no dormimos. Fue una noche intensa.

martes, 20 de octubre de 2015

Profe

Lo he visto después de algún tiempo… Los años se dejan ver en su ajada piel. Esta sentado en un cómodo sillón con los pies levantados sobre el muro que sostiene las rejas de su casa. Leía, descansado, un par de diarios. Uno de ellos, deportivo. “Profe” le dije para llamar su atención. Me miró con sus ojos achinados y exclama: “Hooolaaa alumno Chunga. ¿Cómo estas mi cholo?” Nos dimos un abrazo y, conversamos un rato.

Tenía motivos para descansar, para dedicarse a leer con sus siempre cansados ojos. Sus lentes siempre simularon los fondos de las botellas y, su grosor hacía que sus ojos fueran siempre achinados. “Hoy tendremos un partido de fulbito de master… Vamos” me anuncia como invitación. Sonrei y, continuó: “¿No juegas, no?. Yo tengo operadas las dos vistas, asi que estoy impedido de hacer esfuerzo, además el sol fastidia… Pero igual voy… La hago de “Gareca” y sufro más que los que juegan… de algo hay que sufrir”. Reímos.

Estudió en El Alto, en el Coronel Zegarra y también en el Merino de Talara. Luego se fue a la “Normal” de Tumbes para aprender a ser profesor. Luego se dedicó a hacer buenos muchachos. Treinta años de su vida, entre tizas, pizarras y chiquillos de todo quehacer. Un chiquillo pasa por la calle y hace una palomillada a un vendedor y le llama la atención: “Oye”, le dice con voz tan potente que el muchacho se aquieta… “estos chiquillos…” remata. Las cosas han cambiado en mucho en los últimos veinte años. “¿Recuerdas que no había enrejado?” Me dice… “Ya no se puede… Un día, aquí en las escaleras, -y las señala- un par de muchachitos medio calatos y, en otra vez, debajo, un pichicatero que le entraba al humo… por eso, las rejas”.

Nos acordamos de algunos compañeros y, logra ubicarse en el tiempo. Anuncia con orgullo haber sido profesor de algunos otros, que no siendo mis compañeros son ciudadanos de bien. De otros o no sabe que fue de ellos, o simplemente ya no se acuerda. El profe tenía una máxima: tomar a los chiquillos desde el primer grado y llevarlos hasta el término de la primaria, para luego ver los frutos en el siguiente nivel. Dice, con orgullo, que sus promociones fueron siempre buenas: “pocos jalaban el primer año de la secundaria”. Vuelve al fútbol como si estuviera mozo, recuerda el último mundial al que llegamos y me habla de aquellos jugadores, aquellos a los que pretendía emular en mis días de niñez. Sonríe, casi con pesar: “Nos falta rigor, carajo… Ahora hay que tenerle miedo al alumno. Antes no. El profesor era la autoridad y, el padre de familia te respaldaba. Ahora te llega hasta la Defensoría del Pueblo…” La falta de autoridad nos tiene acorralados con tanta delincuencia.

Me cuenta de sus hijos. De sus cuatro nietos y, de su recién casada hija. Habla de ellos con alegría… y luego viene la soledad: ahora estoy aquí en mi casa como en los primeros días: “Mi señora y yo… Los muchachos cada quien tiene su propia casa. Vienen por aquí, a visitar… pero uno siempre termina como empezó”. Le preguntó, nuevamente, por algunos de sus alumnos primeros, para no darle pie a la melancolía, y me anuncia de nombres que no conozco, gentes que me llevan 6 o 12 años de ventaja. Me cuenta de su colegio, del Tupac Amaru II, ahora remodelado y, se alegra de las ventajas que la modernidad permite: computadoras, internet, impresiones, etc. No obstante, insiste en la necesidad del rigor en la instrucción: “mano firme para educar”.

Hablamos también de mis hijos y, da cuenta del paso del tiempo cuando le digo que ya están empezando la universidad. Se acuerda que conoce al primero y, eso ya varios años, porque le enseñó unos días en los meses de verano. Hablamos del trabajo, algunas cosas de política, de la interminable obra que no se entrega: el mercado, de algunos colegas, de otros que ya se fueron, de lo efímera que es la vida y, con ello a la inseguridad ciudadana, las drogas que abundan en las, antes tranquilas, calles de Máncora, en los estafadores de cada día y los políticos “que no hacen nada”.

Llegamos al bullyng… Sonrie. “Siempre ha habido, pero ahora tiene otro nombre. Y si no puedes defenderte, siempre habrá otro que te ayude… Así ha sido cuando yo era alumno, así, cuando profesor. Hay cosas que se resuelven de distinto modo y, hay que hacerles frente”. Luego, cambia su rostro a la seriedad absoluta. “Hay casos extremos, donde si, el profesor y el padre de familia tienen que intervenir, pero son excepcionales”. Conversamos de otros temas, y vuelve a su deporte preferido, mientras nos despedimos: “Si te animas, nos vemos a las tres en la canchita sintética…”

Esa mañana, recordamos de aquellos días cuando el antiguo mercado, que hace esquina con su casa, aunque añejo prestaba servicio a los pobladores, de su antiguos vendedores, del carnicero de toda la vida; del desorden ahora existente; de las fechorías de las que es testigo desde su butaca y, de la esperanza que supone ese edificio que ha demorado casi ocho años para construirse. De las gentes extrañas que habitan nuestras viejas calles, de los conocidos de siempre, de las costumbres de antaño, de la fiesta de San Pedrito y de los bailes sociales en el viejo coliseo municipal, de las madrecitas franciscanas y su consultorio médico al costado de la Iglesia Del Carmen, de la procesión del Señor de los Milagros y las desaparecidas arenas de nuestro mar, de los días en que mar moría en la misma Panamericana y de El Niño que se viene, con las esperanza de que no sea tan meón con el del 83.

Gracias profe. Gracias por habernos soportado tanto tiempo.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Ocho

¡Hola hermano! Desde hace un tiempo un grupo de muchachitos han llegado a tu tierra. Son casi una centena. Viven en un local que el Ministerio de Educación tiene prestado y su labor es estudiar. Muchos son paisanos nuestros… de aquí, de la costa calurosa como de la sierra apacible que se inunda de lagunas. También hay algunos otros que no son de este terruño, pero que se han adaptado bien a esta tierra… El Estado los ha escogido para que se dediquen a estudiar… Pero claro, a esas edades que tienen, que frisan entre los 13 y 14 años, andan pensando, además, en la palomillada, en la chacota y en el amor. Si! Algunos de ellos se han enamorado… ¿Qué se le puede pedir a aprendices de ciudadanos que conviven las 24 horas del día en un mismo espacio? Que no se enamoraran entre ellos sería lo extraño… Tienen hartas cosas que aprender todavía y, el amor es una de ellas.
Ayer, un minúsculo número de ellos ha ganado una competencia. Si! Ganaron contando algo de tu vida… emocionándose con tu historia. Han teatralizado, en muy breves veinte minutos, tu vida entera. Han competido con varios otros de distintas zonas del norte del país y, han ganado haciendo que el jurado calificador sienta lo que tú sentías por esta patria nuestra. Lamento no haber estado con ellos… No podría. Tengo otras tareas. El otro día, Rosa me mostró un video de esos muchachitos… De solo recordar lo que decían de ti, hizo que de emoción unas lágrimas derramara. Y es que… particularmente yo, cuando pienso en tus vivencias, me inspiro para seguir en la brega de la responsable ciudadanía… pero eso no viene al caso. Esos chiquillos han ganado haciendo suya tu historia, tus pensamientos, esa crisis constante en la que, de seguro, te embargabas cuando venía a tu mente la figura de tus hijos pequeños y, a la vez, tus obligaciones provenientes de la ciudadanía y del compromiso por esta patria nuestra… “Que se haga la voluntad de toda la Nación que juré defender” ¿ese era tu estandarte? ¿Cuáles eran tus sueños?
Hace ya muchos años, que obligado por la recordación del combate de Iquique, una de las consignas escolares era representar en el cuaderno el hecho de combate mismo. No había internet y ni siquiera sabíamos si por algún lugar existían las computadoras. Nuestro “internet” se reducía a algún texto enciclopédico diseñado como libro escolar. Mis lamentos eran graves porque no tenía imagen tuya recogiendo a los marinos enemigos de en medio de las aguas ensangrentadas por la guerra. Es más, ni siquiera entendíamos de que se trataba el asunto. Quizá sí… mi abuela me mostró un plato celeste, y al medio había una anotación de cuatro líneas en la que se indicaba las razones de tu universal apelativo: “Caballero de los Mares”!. Ese día, al anochecer, entendí que valía la pena conocerte… cinco meses después, tuvimos que conmemorar tu sacrificio… tendríamos que crecer un poco más para enterarnos que eras de los nuestros, que viviste en este suelo pequeño… en esta patria chica…
Que conmovedora historia… Qué bien dicen su parlamento las viudas. Sí. Dos chiquillas representan a tu Dolores y, otra a Carmela, la esposa de Arturo y, ambas, juntas, se quejan acongojadas de la injusticia de la guerra, de la abyección de unos pocos y, del dolor con que acompañan a sus hijos… El mar, iconográfico, les custodia y, tu evocación viene para hablarle al oído a esa mujer tuya, a la que en cada oportunidad, bien le encomendabas a tus hijos. El mar hablando contigo, hablando de ti, se eleva y reconoce tu magnificencia… Gonzáles Prada hace una lisonjera y patriótica defensa tuya: Eras el Perú de aquellos días, pero no es suficiente: no eran aventuras las que galopabas en tu Huascar, era una guerra asquerosa y cruenta, que dejó huérfanos y muchos. Pero sí, habrá que reconocer que aún de lo malo, siempre hay cosas positivas que salvar. El infortunio batió sus negras alas sobre el mar de Angamos, pero con ellas elevó tu nombre a la inmortalidad, coronó con palmas y laureles tu apellido, e hizo que quien pretenda dedicarse a las exigencias marineras, tenga en ti a quien imitar… sin importar nacionalidad.
Hace ya unos meses, mi hija pequeña me acompañó a tu casa. En realidad, ya la hemos visitado varias veces. Cómo sabes, ahora solo presenta un piso, pero dicen quienes mejor conocen, que ésta tenía dos plantas, cuando menos en la parte que da a la calle Tacna. Hoy está muy enlucida, como límpida está tu estatua pública que hace unas horas se ha engalanado con un concierto a tu nombre. Mi hija siempre queda encantada con la cuna, esa que dicen que era tuya… y en la última oportunidad aprendió a no tenerte miedo. Hay una efigie tuya, obscura, en la que apareces sentado, con una mano levantada y, en la otra ofreces un libro. Posó junto a ti y, le dio alegría el volver a verte. Ahora ya sabe, en su pequeño mundo, que ese ocho de octubre, en ese mar que sigue siendo tuyo, nos mostraste el más sublime modo de peruanidad.
Los peruanos nos sentimos tan orgullosos de ti, -y los piuranos doblemente- que desde hace buen tiempo te hemos adicionado otro título: “El peruano del Milenio”. Para mi gusto, si algo pudiera elegir de lo que de ti he aprendido, es la magnanimidad mostrada al remitir las “inestimables prendas” que se encontraron en poder del caído, como dices en tu carta a quien lo lloraba, y al ofrecer –a pesar de la guerra- palabras de consuelo y de conforte. Nuestro orgullo será mayor cuando buen número de nosotros, en particular los que ejercemos función pública, nos sumemos a esa campaña que nos compele a ser honestos como tú. Ese día, usurparemos en nuestras almas y asumiremos para nosotros esa “hidalguía del caballero antiguo”, que hasta la viuda del enemigo muerto, te reconocía.
La patria ha recibido todo de ti… Está a la espera de lo nuestro, de nuestro compromiso sincero con el bien común y con la Nación entera. Esos chiquillos, al conocerte, representado tus vivencias, de seguro alguna ventaja llevan... Una pregunta ¿te sientes orgulloso de lo que hacemos cada día con tu heredad? Quizá sea una pregunta para nosotros. Buenas noches, paisano!

domingo, 4 de octubre de 2015

La rehabilitación del sentenciado

“Que se vaya preso para que aprenda” gritó una furibunda mujer cuando conducían al condenado hacia la carceleta judicial. Otras le acompañaban en la bulla. El hombre había sido sentenciado y la pena no era escasa. Otras gentes renegaban porque la pena era irrisoria, mientras que los familiares y amigos maldecían al juez sentenciador por injusto y corrupto. La policía resguardaba.
El juez salió por una puerta distinta pero podía oír las preces de unos y otros y, le quedó sentado en el pecho el “para que aprenda”. Ese es el sentido del derecho penal: que el imputado que recibe una sentencia por el padecimiento de las restricciones que le imponen -sea de privativa de libertad, multa o de imposición de reglas de conducta en medidas alternativas- aprenda a comportarse como lo hacen el común de los mortales. El padecimiento de la carcelería en consecuencia, tiene como objeto resocializar al sentenciado, para que pueda reinsertarse a la sociedad y se comporte como un hombre de bien.  
Las conductas inadmitidas por el colectivo social son de distinto tipo y, en consecuencia, conllevan distinta gravedad. Es delito girar cheques sin fondos y no pagar los alimentos de los hijos como también lo es la tortura y la extorsión, el sicariato y el terrorismo. Las penas en consecuencia responde a esa misma gravedad; empero, todas ellas pretenden una misma finalidad: que el acusado se resocialice. “El principio de que el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del penado a la sociedad”, reza nuestra Carta Fundamental. Esa expresión conlleva una enorme dosis de esperanza: que el sentenciado que ha cumplido su condena no vuelva a delinquir.
El asunto es que no todos compartimos la misma medida de esperanza. Algunos la tienen muy poca: ¡Que se pudra en la cárcel! es una de aquellas expresiones que pretenden hacer desaparecer al individuo, lo aniquila como ciudadano, lo pulveriza como ser social. El penado, en consecuencia, deja de existir. Las redes sociales están plagadas de ellas: se pide cadena perpetua para el violador, cuanto para quien no logró perfeccionar el delito de ingresar celulares a un establecimiento penitenciario, para el que asalta a mano armada tanto como para el terrorista que pretende aniquilar nuestro sistema democrático. Claro, el tema es que ese extremismo solo es posible cuando el acusado es un total desconocido. Si se trata de un familiar: la expresión más optimista puede ser “Fuerza fulano. Los que te conocemos sabemos de tu inocencia” y la más agresiva: “Juez rcdtm. Allí si te la das de honrado”. La medida de nuestra esperanza tiene relación directa con la proximidad del acusado para con nosotros.   
Cualquiera fuera la consideración particular de cada ciudadano, el derecho asume que, cumplida la pena –privativa de libertad, limitativa de derechos o multa- o la medida alternativa, el acusado está expedito para reingresar a la sociedad. Pocos asumen que así es y, los que estamos ligados al derecho penal casi que estamos obligados a creerlo porque hay un mandato constitucional que obliga; aunque pudiera que nos convenciéramos antes del nuevo estado personal y, el acusado queda libre de modo anticipado a través de un beneficio penitenciario, en que –el saldo restante de tiempo de la pena- el sentenciado queda obligado a ciertas reglas de conducta, como la asistencia a los cursos de acompañamiento que ofrece el INPE. El asunto es, los ciudadanos ¿creemos en la rehabilitación del sentenciado? Hay de aquellos casos, donde ni el derecho mismo confía en la rehabilitación y excluye a los condenados de la posibilidad de alcanzar un beneficio penitenciario.
Afuera del penal de Rio Seco, siempre hay gentes. Algunos días más que otros: abogados, jueces, secretarios judiciales que se confunden con los testigos, los familiares y hasta con los transportistas que llevan las mercaderías que se comercian el penal. Allí es fácil encontrar aquellas otras expresiones de esperanza: “Ya sale mi hijo… Mi compadre Juan me ha ofrecido una chambita en su taller de carpintería”, una adolescente anuncia: “Mi pa dice que ya aprendió la lección. Va a ser un hombre de bien… Cinco años sufriendo él y sufriendo nosotros”.
La rehabilitación del sentenciado, tiene, en consecuencia, hasta tres aspectos: a) el personal.- que corresponde a la íntima psicología del condenado que asume la condena y, para evitar otro padecimiento similar o porque ha internalizado la necesidad de comportarse como la vida social lo exige, decide efectivamente desechar toda posibilidad de cometer otro delito; b) el social.- propia de todos los demás que asumen –según la percepción de cada quien- la necesidad de permitir o no nuevas oportunidades a quienes en el pasado cometieron delitos y, finalmente, c) la normativa, que presume que el padecimiento de una pena siempre concluye en la rehabilitación del sentenciado y, exige de éste se reinserte y se comporte según los estándares colectivos, y obliga al colectivo social a que olvide el delito ya purgado y le permita al rehabilitado vivir como cualquier otro, con todas las oportunidades y riesgos que corresponden a cualquiera. Ésta rehabilitación, además dice el Código Penal, exige que cualquier anotación de antecedentes debe borrarse de los registros estatales “sin más trámite”. No se necesita ni de resolución judicial, tampoco de comunicación del juez al responsable administrativo del registro. Ésta es de entera responsabilidad del Registro Nacional de Condenas, como bien lo señala el Tribunal Constitucional en el expediente 5212-2011 PHC/TC.

Mientras nuestras psicologías personales se ponen de acuerdo, en la vida real siempre existirán gritos de condena y expresiones de esperanza frente a aquel que equivocó su actuación, que pretendió portarse mal y salir bien librado, incluidas aquellas expresiones que agravian al policía, al fiscal y al juez. No obstante, cualquiera fuera la expresión, de agravio, desagrado o complacencia, el resultado siempre será el mismo: la presunción de la rehabilitación por mandato constitucional. Cualquier otra opción ha de requerir una modificación de nuestro Carta Fundamental.  Nos guste o no, nuestra republicana forma de organización, así lo exige.

domingo, 23 de agosto de 2015

¿Feminicidio tentado o lesiones leves?

¿Qué es la tentativa delictiva? Se puede definirse como el delito que empieza a ejecutarse pero que no se perfecciona por cualquier razón atribuible al propio agente, a terceros o a circunstancias fortuitas. Dígase: los ladrones que son descubiertos en el momento en que han embolsado los bienes de una vivienda. El hurto no se consuma por el descubrimiento. También: el tirador que apunta y dispara a la cabeza de la víctima y falla por un movimiento inesperado del agraviado;  el terrorista que, al ver niños en el parque, decide explotar la bomba en un lugar desolado, el militar que no entrega, por temor a ser descubrimiento, la información clasificada a espía extranjero; son ejemplo de delitos en grado de tentativa de homicidio, de terrorismo, de espionaje.
El asunto es ¿cómo diferenciar la tentativa de un delito con la realización perfecta de otro distinto? En el caso de Luis Angel Piscoya Pérez se tiene un hecho específico: que el mencionado golpeó a su pareja el día 02 de agosto de 2015 en las instalaciones e inmediaciones de un hostal específico. El Ministerio Público inicialmente calificó los hechos como lesiones leves y, a la aparición de nuevos “elementos de convicción” modificó la calificación como “tentativa de feminicidio”. ¿Qué hizo la diferencia?
La atención de las lesiones intencionales causadas por terceros es anotada en tres artículos básicos del Código Penal, y la diferenciación de unos con otros se deriva, fundamentalmente, de la calificación médica de dichas lesiones: a) Si ponen en peligro inminente la salud, si mutilan un miembro u órgano haciéndolo impropio para su función,  o si el descanso médico requiere más de 30 días de descanso entonces estamos ante una lesión grave, b) Si la lesión exige más de diez días y menos de 30 días de asistencia o descanso médico, ésta es atendida como lesión leve y, c) Si la atención es de diez días o menos, entonces, se procesa como una falta.  Si el asunto va así, entonces, la primera calificación jurídica ministerial, cae como la manzana de Newton: lesiones leves, pues las lesiones son atendidas por dos médicos y, estos no encuentran gravedad. El Certificado Médico Legal señala 12 días de descanso.
El asunto es que la espectacularidad del video, que aparece en la retina del pueblo, exponen agresividad por parte del acusado, en tanto que no deja de golpearla con patadas, jalones de cabello, arrastres por el piso que ponen en ridículo los hallazgos médicos ¿Puede calificar como “simples” lesiones leves esos hallazgo cuando se advierte la fiereza con los que fueron causadas? ¿Cuál es el delito que sigue en grado superior? Quizá, si se lograran pruebas que acrediten vinculación de familiaridad, podríamos alcanzar “lesiones leves agravadas por violencia familiar”. El asunto es que, el Ministerio Público, hizo un cambio en la calificación: abandona las lesiones y pone su atención en la intención de matar, y que por tratarse de una mujer, se agrava en la forma de feminicidio.
El feminicidio es la muerte de una mujer en el contexto de violencia familiar, coacción y/o hostigamiento sexual, abuso de poder o de autoridad. Si la pretensión es asegurar un feminicidio en grado de tentativa, habrá que asegurar la intencionalidad. ¿Quería el imputado golpearla hasta el hastío o era su intención que perdiera la vida con los golpes?
Hemos leído el acta de audiencia y la resolución de prisión preventiva y se advierte que la jueza, al momento en que evalúa el primer requisito para la prisión preventiva revisa si efectivamente hay los elementos de convicción suficiente para asegurar el delito tentado y se pregunta: si la intención de Piscoya era matar a su acompañante ¿Por qué no uso el cuchillo que había entre sus pertenencias? Es una pregunta elemental: quieres ir por el feminicidio, entonces Ministerio Público ofrece elementos de convicción para asegurar esa intencionalidad. El sentido común nos lleva a otra pregunta: ¿los golpes de puño y pie pueden ser causa de muerte? El asunto es que no tienen correlato con el certificado médico y, el acusador reconoce que no hay otro medio de prueba porque la agraviada está desaparecida. Sin elementos de convicción, cualquier especulación (que va desde el hecho que la víctima se ha ido con su victimario, que ha sido secuestrada o que puede estar muerta en algún lugar no descubierto) son simples especulaciones a las que el derecho no puede atender, porque lo que se requiere para resolver una pretensión son los elementos de convicción o las pruebas que aseguren el pedido.
Otra opción es: “no quería usar el cuchillo porque su intención era matarla a patadas”. Esto debe ser acreditado. Según los informes policiales, el acta de intervención se hace referencia a maltratos físicos, que la agraviada ha declarado que su “pareja” en estado de ebriedad la ha golpeado, que un médico sostiene que se limitó a evaluar la cabeza de la víctima porque esta refirió que solo esa parte del cuerpo le había golpeado. Pareciera que no se ha anotado que motivó la pelea, que cosas se decían víctima y agresor al momento en que éste la golpeaba. Esos dichos, propios de cualquier riña, suponen insultos, recordaciones de hechos pasados, desatenciones domésticas, también incluyen expresiones que evidencian la intencionalidad del agente: “te voy a matar”, “te desfiguraré para que no reconozcan”, “te van recoger con cucharitas”, “de aquí no sales viva”, etc. proponen la posibilidad de elevar la calificación jurídica para lesiones leves agravadas, lesiones graves, homicidio, feminicidio, feminicidio agravado, etc.
La jueza, luego de evaluar los medios de convicción, advierte que la sola presentación de un cuchillo o de una réplica de arma de fuego no es suficiente para evidenciar la intencionalidad de matar. El video no se ha visualizado en audiencia y, el certificado médico, como reconoce el Ministerio Público, ha sido incompleto.  La pregunta es ¿la culpa es de la jueza o de quien presenta medios insuficientes para probar su pretensión?  Así está el asunto. El Ministerio Público estaría en deuda.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Canelo

Canelo llegó para quedarse. Era un caballo de media vida, gigante, noble, trotón, amigo y... el nombre derivaba de su color. Mi padre lo compró meses después de que mi abuelo tuviera su yegua blanca. Pocos sabíamos de sus antecedentes y sí que los tenía…  El Benito Zapata, chiquillo como nosotros, nacido en el campo, sabía de quien fue su dueño. A nosotros, solo nos importaba tenerlo.

Había sido un caballo de carreras, de allí su porte y su nobleza. Bastaba con que oyera un enérgico “Yaaa” y salía picado, embalado, en línea recta. No importaba que no tuviera competencia. Solo corría, como el viento, como los vehículos de la Panamericana con los que decíamos competir… Corría para nuestro contento y alegría.

Era un caballo adulto y un par de veces volvió a las competencias bajo las riendas de mi hermano. Las apuestas no eran para él, pero nos entreteníamos con verlo volar, haciendo lo que sabía hacer: correr. Se quedaba muy intranquilo luego de correr y había que apaciguarlo… hablarle y acariciarle las crines.  A mi abuelo no le gustaba.  Prefería no montarlo porque era un caballo trotón y eso le incomodaba. Canelo no sabía de “paso”, no le salía el paso, lo perdía prontamente. Trotaba y, nosotros preferíamos galopar. En él aprendimos a correr, pero también a cómo tratar a un caballo. Con  él, el Colorao decidió quedarse con ellos y por un tiempo –mientras no tenía mucho peso- se dedicó a cuidarlos, luego se fue a la capital a entrenarse en el Hipódromo de Monterrico… En aquellos días de incipiente mocedad,  el Canelo y la yegua blanca eran  los vehículos más veloces que nosotros mismos podíamos conducir. Y aquel se convirtió, además, en “la madrina” para el amansamiento de los potros que después llegaron. Con él, el Galeno aprendió a sujetarse a una rienda y a permitir que una persona lo montara… Luego hubo un par más de aprendices. Con el aprendimos, a punta de golpes, a montar caballos chúcaros… La quebrada Fernandez era el campo de doma.

El asunto de un caballo en la casa de gentes campesinas suponía, también, responsabilidades: buscarle alimento, agua, baño, etc. Eso era lo difícil… Vaya Ud. a saber cuánto costaba eso. Así que, hubo tiempos en que quedaba liberado: el monte era su mundo y, con otros caballos hacía manada… y podía que en semanas y hasta meses no lo viéramos. El abuelo nos enseñó a distinguir las huellas de sus cascos, así que cuando eran días de pastoreo, al ver pisadas de caballos intentábamos distinguir la suya para saber de su paradero… Su relincho era característico y, era la forma de hacernos saber que estaba cerca, que se escondía entre los chopes y los algarrobos.

Una mañana, al clarear el día apareció en la puerta del corral. La vecina nos avisó que, el caballo estaba allí. Relinchaba con desgano. Al abrir la puerta lo encontraron sudoroso, dio unos pasos y acomodó su cara junto a la del portero… le acomodaron sus crecidas crines y, le preguntaron –como si pudiera hablar- “¡¿Qué te pasó Canelo?! Estaba muy sudado e inquieto.  Tras el saludo, entró, por si solo, a la parte amplia del corral y se quedó parado cerca de aquellos arbolitos que estaban detrás de la bodega de aperos… inmóvil con la cabeza gacha, con los ojos entrecerrados, con las orejas caídas… Le acercaron agua, comida… solo olía y bufaba sobre ella en señal de rechazo…

Mi abuelo se acercó y lo revisó con cuidado. No tenía heridas y, advirtió que estaba hinchado, y supuso que, a lo mejor, no podría orinar. El sudor era señal de su estado febril. El asunto es que minutos después orinó… No había veterinarios en esos días en Máncora… ni médicos. El animal seguía mojado de sudor. Mi padre se fue a Tumbes para que un veterinario, luego de escuchar los síntomas pueda adivinar un diagnóstico. Se dijo que podría ser estreñimiento, con grave retención de heces… había que medicarlo y, si era necesario hacerle lavativas rectales. Se hizo lo ordenado… o al menos se intentó.

¿Sabes que los caballos nunca se echan en el suelo? Bueno… es una falsa creencia, derivada del hecho de que los caballos suelen adormitarse mientras se sostienen en sus patas, pero de noche duermen aborregados o echados a lo largo, dependiendo de cuan cansados estén y de cuan seguros se sientan. Al Canelo nunca lo vimos echado. Salvo el tercer día de su llegada. Estaba allí, próximo al cerco de palos… tirado sobre el suelo, acomodado todo a un lado de su cuerpo, desde la cabeza hasta la cola y con las patas extendidas… La muerte le rondaba y nos prohibieron acercarnos… solo le hablábamos, a prudente distancia: “Párate Canelo… tu puedes…", "Caballito... tenemos que correr...” le decían. Unas lágrimas se corrieron por el rostro de mi mamá... “tú puedes…” Respiraba con dificultad… Bufaba e intentaba levantar su cabeza para mirar a quien le hablaba.

Unos minutos más tarde, su cuerpo se movía todo, como sacudido por un fuerte temblor involuntario, eran movimientos reflejos o quizá de resistencia… era la muerte que se apoderaba de su alma equina… Luego dejó de moverse, de bufar, de respirar… Corrimos hacia él… sus ojos se opacaron prontamente. Lloramos sobre su cuerpo inerte. Algunos, ganados por la tristeza, ni siquiera nos acercamos… Ese día fue de pena.

Si existe un cielo equino, allí está el Canelo, dirigiendo una manada...

lunes, 27 de julio de 2015

La problemática de los alimentos: el omiso al cumplimiento de un deber judicial (V)

Después de la nota “Vino don Humberto” de Beto Ortiz, de las preguntas de Silvana Gallo y de las sugerencias de Sadith Aponte conviene escriba algo más del tema de los omisos a los deberes alimentarios. ¿Es necesario hacer pagar tan alto precio: pérdida de la libertad, a quienes no son padres responsables? He dicho en otra oportunidad que, los habitantes de los presidios deben su estadía a la formación familiar y, que sospechaba que, los marcas, carteristas, los asaltantes en mancha, y similares llevaban en sí graves desamores con sus papás. De hecho, de los, quien sabe cuántos, beneficios penitenciarios tramitados en mi despacho, en ningún caso la asistenta social ha referido haberse entrevistado con el padre del sentenciado, siempre es con la madre, la hermana, el hermano, la esposa. La larga cola en los días de visitas es siempre de mujeres. Si hay algún varón, es algún pequeño que viene a visitar a su papá “en su nuevo trabajo” ¿Por qué no hay varones en esas colas? La virilidad peneana no alcanza para tanto.

Beto Ortiz dice en su relato, que ese día se llevó 40 historias pérdidas de hijos con sus padres. Y aunque nos parezca tonto, los hijos si se dan cuenta de si “su” padre efectivamente está atento a sus necesidades. La madre puede “no hablar mal” de él, pero si el niño advierte que ésta acude a los tribunales y reniega de los jueces y secretarios por la tardía justicia, prontamente también advertirá que el causante último de tanto mal a su progenitora, es su contraparte. Y de seguro, lo odia y, ese odio se convierte en resentimiento social que prontamente se desborda en delitos; primero juveniles, luego en el desbocamiento que termina en la reclusión canera. Así, obligar a que un padre sea responsable es evitar que en algunos años las cárceles tengan menos habitantes.

No hay nada nuevo en la expresión “La cárcel no resocializa a nadie”, pero también es cierto que “nadie quiere terminar en ella”. Si esto es así, el derecho deberá aprovecha ese miedo para hacer que el comportamiento de los omisos a la asistencia familiar se reconduzca hacía mejores expresiones de conducta social. El asunto es que, en nuestro medio, adeudar los alimentos a los hijos no se ve mal. Esta socialmente admitido, porque se presume que el no pagar es una forma de vengarse de “lo mala mujer” que fue la pareja demandante. No se pone el lente en los hijos, sino en su representante. Lamentablemente, los más dañados son los pequeños. El padre no se va preso porque omitir los alimentos no es cosa grave, pero el hijo asumiendo una rebeldía no reconducida y originada en esa omisión terminará pagando lo que el padre no quiso hacer.   

El costo no es alto, pues es mejor amenazar gravemente al padre que luego tener que condenar a cárcel a los hijos. De hecho, aquellos no sólo le deben a uno. Le deben a varios y, en muchos casos, en distintas familias. La propuesta no pretende que los omisos vayan presos, sino que, ofreciéndoles alternativas distintas a la cárcel estas sean efectivas respecto de la intención de salvaguardar los alimentos de los hijos. Si miramos el tipo penal, el legislador impone hasta tres años de pena privativa de libertad y alternativamente prestación de servicio comunitario que se suma a la obligación de pagar las pensiones. La pregunta es ¿pagará las pensiones si le ponemos prestación de servicio comunitario?  ¿Ir a barrer calles o limpiar oficinas públicas es suficientemente constrictivo para conseguir que pague las pensiones? Es más, ni siquiera se tiene suficientes unidades receptoras en la región y la Oficina de tratamiento y penas limitativas de derecho del INPE no tiene suficiente logística para atender el asunto. Entonces, el único recurso es hacer que el temor a la pena privativa sea de tal gravedad que el acusado efectivamente pague sus adeudos alimentarios. No se les impone la cárcel: se les restringe las posibilidades de seguir adeudando bajo amenaza de ir presos. ¿Y eso está mal? ¿Contribuye al hacinamiento carcelario? No. La elección es siempre del sentenciado, aunque uno de los extremos de la alternativa es extremadamente conminatorio.

“El imputado no tiene dinero” es la justificación más escuchada. Es más, se le agrega el hecho de que “como tiene un nuevo compromiso y otros hijos, entonces no puede cumplir con los primeros”. Si el acusado sabe que irá preso, por el discriminador cariño que le tiene a los otros hijos, prestará el dinero al hermano, al tío, a la madre, a la suegra actual, al prestamista del barrio, pero pagará. En nuestra experiencia, son muy pocos aquellos que desinteresadamente prefieren la cárcel a que pagar. De hecho, luego de la experiencia de sufrirla, dos o tres días, durmiendo por docenas en espacios que sólo fueron diseñados para dos o tres, entonces, el desinterés de estar allí se pierde y, cuando el juez superior señala fecha para la audiencia, ya tienen el dinero para pagar el adeudo. Entonces ¿se trata de que efectivamente no tienen dinero? O ¿es que se trata de desinterés por tener lo suficiente?

El acusado estando frente a las puertas de la cárcel paga hasta el 25% mensual a un prestamista. La imposición de un interés moratorio del 0.83% mensual por el dinero adeudado haciendo una media a partir de la ocurrencia en el sistema financiero no es una arbitrariedad, más si el derecho civil reconoce la posibilidad de que pueda cobrarse el mismo. Tampoco se trata de una afectación a la literalidad de la reparación civil solicitada por el Ministerio Público, pues finalmente, al tiempo en que se formuló la acusación el daño era de una determinada magnitud, pero si el adeudo se prolonga en el tiempo, entonces el interés moratorio también acrecienta. La indemnización al tiempo de la sentencia no es más que una actualización de la mora por el incumplimiento alimentario.

Felices fiestas a todos.


Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...