¡Hola hermano! Desde hace un tiempo un grupo de muchachitos han llegado a tu tierra. Son casi una centena. Viven en un local que el Ministerio de Educación tiene prestado y su labor es estudiar. Muchos son paisanos nuestros… de aquí, de la costa calurosa como de la sierra apacible que se inunda de lagunas. También hay algunos otros que no son de este terruño, pero que se han adaptado bien a esta tierra… El Estado los ha escogido para que se dediquen a estudiar… Pero claro, a esas edades que tienen, que frisan entre los 13 y 14 años, andan pensando, además, en la palomillada, en la chacota y en el amor. Si! Algunos de ellos se han enamorado… ¿Qué se le puede pedir a aprendices de ciudadanos que conviven las 24 horas del día en un mismo espacio? Que no se enamoraran entre ellos sería lo extraño… Tienen hartas cosas que aprender todavía y, el amor es una de ellas.
Ayer, un minúsculo número de ellos ha ganado una competencia. Si! Ganaron contando algo de tu vida… emocionándose con tu historia. Han teatralizado, en muy breves veinte minutos, tu vida entera. Han competido con varios otros de distintas zonas del norte del país y, han ganado haciendo que el jurado calificador sienta lo que tú sentías por esta patria nuestra. Lamento no haber estado con ellos… No podría. Tengo otras tareas. El otro día, Rosa me mostró un video de esos muchachitos… De solo recordar lo que decían de ti, hizo que de emoción unas lágrimas derramara. Y es que… particularmente yo, cuando pienso en tus vivencias, me inspiro para seguir en la brega de la responsable ciudadanía… pero eso no viene al caso. Esos chiquillos han ganado haciendo suya tu historia, tus pensamientos, esa crisis constante en la que, de seguro, te embargabas cuando venía a tu mente la figura de tus hijos pequeños y, a la vez, tus obligaciones provenientes de la ciudadanía y del compromiso por esta patria nuestra… “Que se haga la voluntad de toda la Nación que juré defender” ¿ese era tu estandarte? ¿Cuáles eran tus sueños?
Hace ya muchos años, que obligado por la recordación del combate de Iquique, una de las consignas escolares era representar en el cuaderno el hecho de combate mismo. No había internet y ni siquiera sabíamos si por algún lugar existían las computadoras. Nuestro “internet” se reducía a algún texto enciclopédico diseñado como libro escolar. Mis lamentos eran graves porque no tenía imagen tuya recogiendo a los marinos enemigos de en medio de las aguas ensangrentadas por la guerra. Es más, ni siquiera entendíamos de que se trataba el asunto. Quizá sí… mi abuela me mostró un plato celeste, y al medio había una anotación de cuatro líneas en la que se indicaba las razones de tu universal apelativo: “Caballero de los Mares”!. Ese día, al anochecer, entendí que valía la pena conocerte… cinco meses después, tuvimos que conmemorar tu sacrificio… tendríamos que crecer un poco más para enterarnos que eras de los nuestros, que viviste en este suelo pequeño… en esta patria chica…
Que conmovedora historia… Qué bien dicen su parlamento las viudas. Sí. Dos chiquillas representan a tu Dolores y, otra a Carmela, la esposa de Arturo y, ambas, juntas, se quejan acongojadas de la injusticia de la guerra, de la abyección de unos pocos y, del dolor con que acompañan a sus hijos… El mar, iconográfico, les custodia y, tu evocación viene para hablarle al oído a esa mujer tuya, a la que en cada oportunidad, bien le encomendabas a tus hijos. El mar hablando contigo, hablando de ti, se eleva y reconoce tu magnificencia… Gonzáles Prada hace una lisonjera y patriótica defensa tuya: Eras el Perú de aquellos días, pero no es suficiente: no eran aventuras las que galopabas en tu Huascar, era una guerra asquerosa y cruenta, que dejó huérfanos y muchos. Pero sí, habrá que reconocer que aún de lo malo, siempre hay cosas positivas que salvar. El infortunio batió sus negras alas sobre el mar de Angamos, pero con ellas elevó tu nombre a la inmortalidad, coronó con palmas y laureles tu apellido, e hizo que quien pretenda dedicarse a las exigencias marineras, tenga en ti a quien imitar… sin importar nacionalidad.
Hace ya unos meses, mi hija pequeña me acompañó a tu casa. En realidad, ya la hemos visitado varias veces. Cómo sabes, ahora solo presenta un piso, pero dicen quienes mejor conocen, que ésta tenía dos plantas, cuando menos en la parte que da a la calle Tacna. Hoy está muy enlucida, como límpida está tu estatua pública que hace unas horas se ha engalanado con un concierto a tu nombre. Mi hija siempre queda encantada con la cuna, esa que dicen que era tuya… y en la última oportunidad aprendió a no tenerte miedo. Hay una efigie tuya, obscura, en la que apareces sentado, con una mano levantada y, en la otra ofreces un libro. Posó junto a ti y, le dio alegría el volver a verte. Ahora ya sabe, en su pequeño mundo, que ese ocho de octubre, en ese mar que sigue siendo tuyo, nos mostraste el más sublime modo de peruanidad.
Los peruanos nos sentimos tan orgullosos de ti, -y los piuranos doblemente- que desde hace buen tiempo te hemos adicionado otro título: “El peruano del Milenio”. Para mi gusto, si algo pudiera elegir de lo que de ti he aprendido, es la magnanimidad mostrada al remitir las “inestimables prendas” que se encontraron en poder del caído, como dices en tu carta a quien lo lloraba, y al ofrecer –a pesar de la guerra- palabras de consuelo y de conforte. Nuestro orgullo será mayor cuando buen número de nosotros, en particular los que ejercemos función pública, nos sumemos a esa campaña que nos compele a ser honestos como tú. Ese día, usurparemos en nuestras almas y asumiremos para nosotros esa “hidalguía del caballero antiguo”, que hasta la viuda del enemigo muerto, te reconocía.
La patria ha recibido todo de ti… Está a la espera de lo nuestro, de nuestro compromiso sincero con el bien común y con la Nación entera. Esos chiquillos, al conocerte, representado tus vivencias, de seguro alguna ventaja llevan... Una pregunta ¿te sientes orgulloso de lo que hacemos cada día con tu heredad? Quizá sea una pregunta para nosotros. Buenas noches, paisano!
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