martes, 20 de octubre de 2015

Profe

Lo he visto después de algún tiempo… Los años se dejan ver en su ajada piel. Esta sentado en un cómodo sillón con los pies levantados sobre el muro que sostiene las rejas de su casa. Leía, descansado, un par de diarios. Uno de ellos, deportivo. “Profe” le dije para llamar su atención. Me miró con sus ojos achinados y exclama: “Hooolaaa alumno Chunga. ¿Cómo estas mi cholo?” Nos dimos un abrazo y, conversamos un rato.

Tenía motivos para descansar, para dedicarse a leer con sus siempre cansados ojos. Sus lentes siempre simularon los fondos de las botellas y, su grosor hacía que sus ojos fueran siempre achinados. “Hoy tendremos un partido de fulbito de master… Vamos” me anuncia como invitación. Sonrei y, continuó: “¿No juegas, no?. Yo tengo operadas las dos vistas, asi que estoy impedido de hacer esfuerzo, además el sol fastidia… Pero igual voy… La hago de “Gareca” y sufro más que los que juegan… de algo hay que sufrir”. Reímos.

Estudió en El Alto, en el Coronel Zegarra y también en el Merino de Talara. Luego se fue a la “Normal” de Tumbes para aprender a ser profesor. Luego se dedicó a hacer buenos muchachos. Treinta años de su vida, entre tizas, pizarras y chiquillos de todo quehacer. Un chiquillo pasa por la calle y hace una palomillada a un vendedor y le llama la atención: “Oye”, le dice con voz tan potente que el muchacho se aquieta… “estos chiquillos…” remata. Las cosas han cambiado en mucho en los últimos veinte años. “¿Recuerdas que no había enrejado?” Me dice… “Ya no se puede… Un día, aquí en las escaleras, -y las señala- un par de muchachitos medio calatos y, en otra vez, debajo, un pichicatero que le entraba al humo… por eso, las rejas”.

Nos acordamos de algunos compañeros y, logra ubicarse en el tiempo. Anuncia con orgullo haber sido profesor de algunos otros, que no siendo mis compañeros son ciudadanos de bien. De otros o no sabe que fue de ellos, o simplemente ya no se acuerda. El profe tenía una máxima: tomar a los chiquillos desde el primer grado y llevarlos hasta el término de la primaria, para luego ver los frutos en el siguiente nivel. Dice, con orgullo, que sus promociones fueron siempre buenas: “pocos jalaban el primer año de la secundaria”. Vuelve al fútbol como si estuviera mozo, recuerda el último mundial al que llegamos y me habla de aquellos jugadores, aquellos a los que pretendía emular en mis días de niñez. Sonríe, casi con pesar: “Nos falta rigor, carajo… Ahora hay que tenerle miedo al alumno. Antes no. El profesor era la autoridad y, el padre de familia te respaldaba. Ahora te llega hasta la Defensoría del Pueblo…” La falta de autoridad nos tiene acorralados con tanta delincuencia.

Me cuenta de sus hijos. De sus cuatro nietos y, de su recién casada hija. Habla de ellos con alegría… y luego viene la soledad: ahora estoy aquí en mi casa como en los primeros días: “Mi señora y yo… Los muchachos cada quien tiene su propia casa. Vienen por aquí, a visitar… pero uno siempre termina como empezó”. Le preguntó, nuevamente, por algunos de sus alumnos primeros, para no darle pie a la melancolía, y me anuncia de nombres que no conozco, gentes que me llevan 6 o 12 años de ventaja. Me cuenta de su colegio, del Tupac Amaru II, ahora remodelado y, se alegra de las ventajas que la modernidad permite: computadoras, internet, impresiones, etc. No obstante, insiste en la necesidad del rigor en la instrucción: “mano firme para educar”.

Hablamos también de mis hijos y, da cuenta del paso del tiempo cuando le digo que ya están empezando la universidad. Se acuerda que conoce al primero y, eso ya varios años, porque le enseñó unos días en los meses de verano. Hablamos del trabajo, algunas cosas de política, de la interminable obra que no se entrega: el mercado, de algunos colegas, de otros que ya se fueron, de lo efímera que es la vida y, con ello a la inseguridad ciudadana, las drogas que abundan en las, antes tranquilas, calles de Máncora, en los estafadores de cada día y los políticos “que no hacen nada”.

Llegamos al bullyng… Sonrie. “Siempre ha habido, pero ahora tiene otro nombre. Y si no puedes defenderte, siempre habrá otro que te ayude… Así ha sido cuando yo era alumno, así, cuando profesor. Hay cosas que se resuelven de distinto modo y, hay que hacerles frente”. Luego, cambia su rostro a la seriedad absoluta. “Hay casos extremos, donde si, el profesor y el padre de familia tienen que intervenir, pero son excepcionales”. Conversamos de otros temas, y vuelve a su deporte preferido, mientras nos despedimos: “Si te animas, nos vemos a las tres en la canchita sintética…”

Esa mañana, recordamos de aquellos días cuando el antiguo mercado, que hace esquina con su casa, aunque añejo prestaba servicio a los pobladores, de su antiguos vendedores, del carnicero de toda la vida; del desorden ahora existente; de las fechorías de las que es testigo desde su butaca y, de la esperanza que supone ese edificio que ha demorado casi ocho años para construirse. De las gentes extrañas que habitan nuestras viejas calles, de los conocidos de siempre, de las costumbres de antaño, de la fiesta de San Pedrito y de los bailes sociales en el viejo coliseo municipal, de las madrecitas franciscanas y su consultorio médico al costado de la Iglesia Del Carmen, de la procesión del Señor de los Milagros y las desaparecidas arenas de nuestro mar, de los días en que mar moría en la misma Panamericana y de El Niño que se viene, con las esperanza de que no sea tan meón con el del 83.

Gracias profe. Gracias por habernos soportado tanto tiempo.

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