No hubo más. La pequeña sala de debajo de la escalera fue testigo de una fría y triste despedida. Ni siquiera una chichita para brindar por el futuro, que de seguro siempre es augurador. Una mujer, desde la puerta del frente, con una taza de café en la mano, miraba desesperanzada la escena. Afuera, el sol del mediodía hacía destrozos, como todos los días. Nada nuevo bajo el sol.
Los invitó a continuar con sus tareas y a que se hagan con prontitud, sin desatender el esmero. "La Iglesia les agradece y como muestra, para hoy, les regala unos minutos. La jornada de hoy termina a la una" dijo, mientras les daba la espalda alejándose. Se volvió sobre sus talones y acentuó: "Para todos. Hoy las oficinas deben quedar libres. Vayan a sus casas y sorprendan a los suyos". Les guiñó los ojos y se palmoteo una pierna en invitación de abandonar la sala. "La salita de debajo de la escalera" como le llamaban.
Notiano bajó las escaleras y se acercó a la mujer que fue testigo del hecho. "Doctora, me llevo los mejores recuerdos. El tiempo ha sido corto pero su trabajo me conforta. Si la fidelidad al evangelio que ud. profesa fuera semejante en todos -siquiera en la mitad de los que se acaban de ir- está Iglesia mostraría un solo rostro semejante con la Iglesia que predicaba Pedro: fidelisima a Cristo, a pesar de las negaciones". "Gracias", retrucó la mujer. Una lágrima de lástima quiso atenuar el sol del mediodía. El sol siguió inmutable, no dejó de ser ardoroso.
Uno de sus secretarios personales se le aproximó. "Excelencia, todos se han ido salvo..." Le hizo una disimulada señal con los ojos indicándole a la mujer. "No te preocupes. Encárgate de que nada quede afuera... ¿Ya llegó el camión de la mudanza? Asegúrate que todo sea embarcado. La caja roja acomódala en mi valija personal". Le dio la mano al secretario y también a la mujer. De su bolsillo sacó un rosario argento, se lo entregó "me fue regalado por su santidad Juan Pablo II. Ahora es suyo. Me encomiendo en sus oraciones. Y estaré atento a sus novedades y comunicaciones. La reserva siempre será necesaria... La Iglesia también necesita sigilo. Y yo he puesto mi confianza en ud para que siga siendo yo después de mí. Ud me entiende".
Le dio la espalda y se alejó caminando hacia las escaleras. "Yo me voy, pero mi confianza se posa en aquellos que se quedan y, como Pablo confiaba en Timoteo, yo también lo hago con Uds. Que la virgen María, madre de la reconciliación, les acompañe." Habló en plural pero sabía que su público era selecto, particular, único. Subió a la segunda planta, miró por las persianas hacia la calle y se dio cuenta que el sol era cizañoso. "Sol de mierda" dijo para sus adentros mientras que su mano izquierda golpeaba encolerizado la mesita que tenía por delante. En la calle, Leicica de la Tirápica le mostraba a la estatua del santo Papa su nuevo rosario con un mudo gracias y una sonrisa que desapareció tan luego se dio cuenta de la hosquedad de la estrella amarilla. Caminó buscando la poca sombra que los edificios podía dejar. Aún con ello, las luces del sol seguian resplandorosas.
No hay nada nuevo bajo el sol.
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