miércoles, 3 de abril de 2024

Conversiones

Los hijos de Abraham, fieles cumplidores de la Torá, que anduvieron por las geografías ibéricas en la segunda mitad del siglo XV, tuvieron en Torquemada a su Hitler medieval. Don Tomás de Torquemada era nieto de judíos conversos y… parece lo sabía. ¿De dónde nace su antijudaísmo? Cuentan los hispanistas medievales que, para los judíos, una forma de asegurar una posición respetable en medio de la sociedad castellana, mayoritariamente católica; o mejor, una forma de evitar la discriminación de la que eran objeto, era haciéndose estrictísimos cumplidores de la ley de Cristo. Y es que, los judíos –aunque no nos guste- no la llevaban fácil.

Entre los cristianos habían de aquellos que estaban dispuestos a vivir pacíficamente con los judíos, hasta hacían transacciones comerciales, pero también habían de aquellos que hacían mofa de su condición. Una forma de evitar el desprecio social, para muchos semitas, era convirtiéndose al cristianismo en apariencia, aunque mantenían las prácticas religiosas de los hijos de Jacob. Así resurgieron los nominativos “criptojudio”, "judioconverso", “judaizante” y “marrano”. Este último, era propiamente, un muy grave insulto, si se tienen en cuenta que los judíos no comen carne de cerdo. Si graficamos la posición de los judíos conversos de cara a las categorías de cielo / infierno; éstos no se encontraban en ninguna: estaban en el limbo. Ni eran judíos propiamente, ni los cristianos los aceptaban con agrado. Si queremos usar el lenguaje del universo de Harry Poter, los conversos eran unos “sangre sucia”, merecedores de los mayores desprecios. Y si se encontraban con grupos extremistas de una u otra religión, de seguro la pasarían mal. Una novela histórica sobre el particular es “Los muros del silencio” de Ruben Philipp Wickenhäuser.

Así, muchos judíos convertidos, con el afán de evitar epítetos, se hacían tan, pero tan cumplidores de las prácticas y deberes de la religión del galileo que, estaban en la disponibilidad de hacerle saber a los cristianos por tradición, sus defectos y sus desaciertos en el modo de atender su fe, de la que decían sentirse muy orgullosos. La familia judía de Torquemada se había convertido al catolicismo dos generaciones antes y, de hecho un tío del susodicho también fue religioso dominico, alcanzando renombre como teólogo y prior de la comunidad de Valladolid. Es posible que de por allí le viene la vocación a Don Tomás de Torquemada, el inquisidor.

Cuenta sus biógrafos que, cuando la hacía de prior en convento de Santa Cruz de Segovia conoció a la reina Isabel la Católica y, por sus cualidades de “prudencia, rectitud y santidad” fue elegido como su confesor. Ese fue su trampolín. Prontamente, y gracias a los informes relacionados con prácticas judaizantes de los conversos andaluces, sugirió a los reyes católicos una reforma a la institución de la Inquisición. Tomás de Torquemada fue nombrado Inquisidor General de Castilla en 1483 y su objetivo era asegurar la unidad de la fe, allí donde la unidad monárquica y la unidad territorial se había logrado con creces. Dicen los malhablaus, en referencia a su condición de “dominico”, que “dominicanus” es la composición de dominus y canis, de "señor" y "perro". Tenía que hacerle honor a su seudónimo: ser un perro del Señor en la captura de los infieles.

En esa tarea, el también llamado “martillo de los herejes” se bebió la sangre de diez mil judíos. Hacia finales del siglo, en 1492, cuando se decreta la expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón, la consigna era “o bautismo o expulsión”. Don Marco Martos recoge una dolorosa anécdota. Cuenta que, a días de que la amenaza se plasmara en un decreto real, Dn. Isaac Abravanel y otros acaudalados judíos (algunos eran consejeros reales) ofrecieron a los catolicisimos reyes 300,000 ducados con el objeto de evitar la amenaza o, de cuando menos, retrasarla.  El rey Fernando era de la idea de aceptar la oferta, empero Tomás de Torquemada se apareció para una jaculatoria de condena. Con un crucifijo en mano, les dijo a las reales majestades: ¡He aquí el Crucificado a quien el malvado Judas vendió por treinta monedas de plata! ¡Si les conforma este hecho, véndanlo a mayor precio!  Parece que los judíos no tenían más dinero y, le dieron la oportunidad al Gran Inquisidor General de Castilla de convertirse en un verdadero perro de la fe, gracias a su prudencia, rectitud y santidad.

Un datito más: Hay quienes sostienen que no fueron diez mil judíos los que murieron por encargo del gran inquisidor. Afirman que solo fueron dos mil víctimas. Lo dejo allí... No, no, no. Perdonen, pero no se puede con el chisme: El hombre murió en 1498 y fue enterrado en el convento de Santo Tomás, Ávila. Después de casi una centuria de su muerte, su cuerpo fue cambiado de lugar y, los que estuvieron allí, sintieron -al desenterramiento- el suave olor de las flores. A estos días, no se sabe donde está su cuerpo... Creo... Ummmhhh, aclaro que es una creencia personal, que esa vez fue elevado a las alturas, tal cual le ocurrió a Enoc y Elías.

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