martes, 9 de abril de 2024

Osamentas

En el monasterio de Alcobaza, en algún lugar perdido de la vieja Europa, en piedra noble se ha plasmado la efigie de Inés de Castro, reina de un reino perdido, que recibió los juramentos de fidelidad cuando ya de ella, solo quedaba su osamenta.

Cuentan los cronistas medievales, que en sus tiernos años hizo buenas migas con Costanza Manuel de Villena, que luego sería esposa del infante Pedro de Portugal. El asunto es que este veía con ojo malicioso a la amiga y, dicen los chismosos que se hicieron amantes. Constanza murió en los primeros días de 1349. Bueno, la muerte de esta buena mujer es incierta en la fecha: hay quienes afirman que murió en el 45 semanas después del nacimiento de hijo Fernando y, hay quienes sostienen que existen documentos de su puño y letra que la hacen viva en 1347. Un tercer grupo, mayoritario, de historiadores ponen la fecha en enero de 1349 cuando se encontraba puerperal de su hija María. Dejo tres hijos, aunque está última murió siendo muy pequeña.

Las fechas son importantes porque exponen la naturaleza de la relación de Inés de Castro y el futuro rey Pedro. Cuanto más tardía es la fecha de la muerte más posibilidades conceden al hecho de que Dñ Inés y Dn Pedro hubieran tenido una relación furtiva, que queda expuesta por la fecha de nacimiento de los hijos, producto de estos encontronazos. El primer hijo de Inés se llamó Alfonso y nació en 1346, Beatriz nació al año siguiente, Juan vio la luz de este mundo en 1349 y Dionisio, el cuarto de los hijos, fue alumbrado en 1354. Sea donde pongamos la fecha de la muerte de Constanza, allí pondremos el calificativo de estás criaturitas del Señor.

El asunto es que la relación del infante Pedro y la buenamoza de Inés no era del agrado del padre del primero, del rey Alfonso IV. Y no se trataba de fidelidades matrimoniales o de ejemplarios de virtudes cristianas. La materia fundamental era el cumplimiento de los acuerdos interreinos entre Castilla, Aragón y Portugal. Un chismociento de la época cuenta que Dn Alfonso se ufanaba de la poliamoriencia de su buen hijo, desde la presunción de que se trataba tan solo de una aventura con resultados inesperados. El gallo Pedro no era de la misma idea... A la muerte de Constanza decidió presentar en sociedad a la madre de sus hijos del segundo cuartel.

Y con ello se levantó la polvareda. El buen Pedro se negó a casarse con ninguna muchachona de ninguna casa real de la península... O era con Inés o no era con ninguna. En un día, desconocido, del año 1354 en alguna abadia recóndita, ambos se juraron amor para toda la vida; más los intereses políticos paternos hicieron que tal amor durará poco. Don Alfonso IV, en graves triquiñuelas políticas, ordenó su muerte y está fue ejecutada por tres caballeros portugueses: Álvaro Gonzales, Pedro Coello y Diego López. No viene a cuento los detalles, pero sí, dejar escrito que el despechado marido juró venganza y se levantó en armas contra su padre y, a la muerte de éste, Pedro I de Portugal se hizo del trono real en 1357.

Más allá de las muy manaturalosas formas de vengar la muerte de su esposa con la muerte de sus verdugos, conviene decir que el flamante rey logró anunciar y hacer reconocer socialmente aquel matrimonio escondido celebrado tres años antes. El asunto fue bien recibido... Al fin de cuentas era la voluntad del rey. En 1360 se realizaron todas actuaciones necesarias para el traslado de los restos de Dn Inés, desde Coimbra hasta el real monsterio de Alcozaba. Se confeccionaron dos tumbas, hechas de mármol, expuestos un par de cuerpos representativos de los propios de la reina muerta y de el mismo para cuando fuera el tiempo de su muerte. La leyenda cuenta que, en esa vez, volvió a hacer un juramento de amor por más allá de la muerte y, para que la fidelidad de sus súbditos quedará asegurada, hizo vestir las osamentas putrefactas con las mejores telas, la sentó en un trono de magnífica hechura y pidió a sus convidados a besar el anillo de la reina póstuma en señal de fidelidad real. Una reina de osamenta.

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