miércoles, 24 de abril de 2024

Muladí

¿Recuerdan algún caso de damnatio memoriae? Ummmh… Hemos contado historias relacionadas con esa institución política.  La “damnatio memoriae” o –en español—“condena de la memoria” supone un acto o varias actuaciones destinadas a conseguir que la colectividad olvide a un personaje específico de la historia. Si la expresión original está en latín, entonces, conviene pensar que la institución es propia del derecho romano. La verdad, no sé si es un invento romano, pero sí que la utilizaron y con harta frecuencia y nosotros la hemos heredado.

Don Omar, descendiente de Hafsún, está casi olvidado y hay quienes lo recuerdan por el castigo post mortem, recibido para ejemplo y remedio de conductas de otros. Omar nació hacia el año 850 en territorios hispánicos; en lo que era y actualmente es Málaga, en un pequeño espacio denominado Parauta. Si la pequeña localidad sigue existiendo… pregúntenle a “San Google”. El asunto es que nació allí, en ese espacio que se llama, en el sol de hoy, España. En aquellos días la península ibérica era un sancochado de reinos y de gobernanzas, de obediencias y de rebeldías. Por allí anduvo Omar. Y dicen de él, en estos días, unos, que es un héroe, con el agregado de que defendió a la religión católica; otros, que era un forajido, un guerrillero, un asaltante de caminos. Un tercer grupo, afirma que nadie se acordaría de él si no fuera por lo que le “sucedió” a diez años de su muerte. Para el caso… el epíteto lo pone el lector.

Ahora mismo, nuestros políticos utilizan la damnatio memoriae con dolo o con ignorancia deliberada. Para muestra: el alcalde de estreno –con un par de meses en el cargo- inaugura una obra que se inició en la gestión anterior, se pega un discurseo a favor de su trabajo sin siquiera mencionar al alcalde que gestionó y ejecutó la obra aunque no pudo concluirla. La placa conmemorativa de seguro olvidará decir el nombre del edil anterior. Es una asolapada forma de negar la importancia del funcionario antecesor, de borrarlo de la memoria de la sociedad.

Conviene decir que, en los inicios los años 710, los distintos grupos godos y francos esparcidos en la península peleaban entre sí, por el poder. Un tal Rodrigo, rey visigodo, discutía el poder con un tal Witiza y, éste pide ayuda a Musa ibn Nusair, militar musulmán. Éste, aprovechando la división interna de los visigodos, invade la península y, en nueve años, se apoderó de casi toda el área, excepto Asturias, que es la parte norte de la península. Hacía en 730, el estado musulmán de El Andalús, que así se le llamaba, alcanza su mayor extensión en la geografía hispana, pero no estaba exento de problemas. No solo era que, los conquistados se levantaban constantemente, sino que además, se conformaba por gentes, clasificadas desde distintos conceptos: religión, posición social, origen étnico, que posibilitan reconocer bereberes, sirios, árabes, moros, esclavos que pleiteaban entre sí por tener mejores posiciones en la repartición del poder…. Descansemos de Don Omar.

El olvido político es una deliberada intención de olvidar... Los adultos la intentamos por distintas razones y de diferentes formas: la enamorada le ha terminado la relación a un joven y, éste para olvidarla no tiene mejor idea que romper la foto que solía llevar en su billetera, el pueblo advierte que su alcalde ha sido un corrupto de gran calaña y decide romper los vidrios de la municipalidad, hasta le mete fuego, la asociación de padres de familia es estafada y  prefiere dar por perdidos los libros generando uno nuevo con nuevas cuentas… Hacemos cosas con el ánimo de olvidar. Y, dicen los especialistas en psicología del testimonio que si es posible… De por allí viene eso de que “un clavo saca a otro clavo”.

Los antecedentes familiares de Omar nos conducen a una vieja y acomodada familia de origen hispano-godo que, a la llegada de los musulmanes se convirtió –posiblemente para no perder su posición social- a la religión de Alá, lo que permite ubicar a nuestro protagonista como un “muladí”, nombre que se le da a aquellos cristianos que se convierte al islam. Los mozárabes, en cambio, eran aquellos hispano-godos que mantienen la religión cristiana pero que se aculturan entre los musulmanes. Joven todavía, al estilo Robin Hood, mata a un berebere, pastor de los ganados de su abuelo, porque lo encontró robándole algunas de las cabezas de ganado. Perseguido por la justicia, se hace cimarrón y, se establece en las ruinas de un antiguo castillo abandonado: Bobastro. Prontamente y, sin mucha necesidad de ayuda, se aseguró con varios mozárabes, muladíes, cristianos, bereberes, esclavos… todos, descontentos con la clase dominante. Sus huestes se mantuvieron rebeldes por casi 40 años, sin que los emires cordobeses pudieran alcanzarlo. Es más, sus milicias eran de tan grave valentía que el emirato de Córdoba lo reconoció como gobernador de Málaga y Granada.

Hay fórmulas de olvido muy específicas. Nerón, por ejemplo fue un emperador odiado y querido. El senado y las clases altas celebraron su muerte. De hecho se habla de una conspiración para su muerte y hasta de sobornos a la guardia personal. Los esclavos, la plebe y quienes vivían a expensas del arte y de los juegos, lamentaron su ausencia. De hecho, tanta era su popularidad, que como en nuestros días se dice respecto de un ex presidente muerto, en los tiempos de aquel aparecieron en las lejanías del imperio, historias de que el hombre estaba vivo, incluso, personas -aprovechando su parecido- se presentaban en los teatros o en los juegos para fingir que eran el fenecido emperador. Bueno… El asunto es que, a su muerte por disposición del Senado se ordenó el arrancamiento de su nombre de aquellas obras públicas que él hubiera conseguido y, los emperadores sucesivos, desde esa autorización, mandaron que en las estatuas publicas que llevaban la representación de su rostro, esa parte de la escultura sea cambiada por otra que sea más aparente con los rasgos faciales del gobernante de turno. Su tumba, la de Nerón, motivó otras leyendas. Tengo pendiente, algunas historias sobre el particular.

En el 899, por influencia de los mozárabes, Omar instala en su fortaleza a un obispo. Éste logra su conversión y toma el nombre de Samuel. Su afán, en realidad, era político: alcanzar el reconocimiento de su poder entre los cristianos y, por tanto, conseguir una alianza con los asturianos. Ésta proyección, lamentablemente le restó créditos en el mundo rebelde musulmán y, en poco tiempo su declive se hizo notorio. Muere en el 917 y le sucede su hijo, quien mantiene la fortaleza y hegemonía por diez años más. En el 928, Abdarramán III se presentó en Bobastro, se deshizo de las fortificaciones e incluso la mezquita y las iglesias, ordenando la exhumación del cuerpo de Omar y de su hijo Yafar. Tomó prisionera a su hija Argenta y cargó con ellos hacia Córdoba.

Hoy, como formas de olvidar se escriben autobiografías y se publicitan de tal forma que parecieran verdades absolutas. El arte se presta para esos propósitos. En estos días, por ejemplo, una película expone la biografía de una persona dedicada a la televisión, al entretenimiento. La película expone su vida, la semblanza que él quiere que la gente tenga de sí... Una especie de plantación de recuerdos y, para su lamento, ha conseguido lo contrario. La gente, convive con el protagonista, y se ha encargado de recordarle de modo distinto pasajes de su propia historia... Lo mismo para aquel otro, político, muerto por su propia mano, de quien sus seguidores también exponen su vida fílmica para enarbolar una historia que lo dulcifique. 

La propuesta de Abdarramán III era llevar el cuerpo del difunto -también llevaba los de sus dos hijos, uno muerto recientemente- a Córdoba, la capital del emirato, para una ceremonia fúnebre conveniente al nombre del rebelde; empero el propósito era evitar el culto y cercanía del cadáver con sus posibles seguidores y leales. En Córdova, a contra de la promesa, y alegando que Omar al convertirse en Samuel había traicionado los deberes con la religión del profeta Mahoma, de modo cínico y haciendo alegoría a la deshonra que supone la muerte de cruz, desnudó las pocas carnes huesosas que quedaban, y las amarró en una cruz, para recordarles a todos, que en el Islam la traición religiosa se paga con el nombre y el honor. Dice el cronista "para amonestación de espectadores y satisfacción de los musulmanes". La idea, por contraproducente que parezca, era hacer olvidar de la memoria de los viandantes la existencia de un señor llamado Omar Ibn Hafsún, que cristianizado por su voluntad, tomó el nombre de Samuel de Babastro, el Pelayo de sur. Los suyos, preferían llamarle "el señor de la gran nariz".

miércoles, 17 de abril de 2024

Amantes

“Intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos buscaban sus pechos antes que las hojas de los libros”. Así empieza uno de los párrafos de la autobiografía de Abelardo. En ella, cuenta su vida y la versión personal de uno de los amores prohibidos y secretos mejor revelados de la historia. Hoy, pese a las prohibiciones de proximidad de antaño, el cuerpo del amante yace por los días que le restan a este mundo al lado de Eloisa, su amada, la hija de la abadesa de Fontevraud. ¿Dónde? En el cementerio de Peré Lachaise, en París. A estos días, más que un centro fúnebre es un centro de recreo. Cuarenta hectáreas de tumbas, arquitecturas fúnebres, árboles enormes anidados de pájaros cantores, reptiles y gatos cimarrones, lo convierten en atracción turística. Las tumbas de Abelardo y Eloísa, son destino de los contemporáneos corazones enamorados, en los que nuevos amantes, pública o de modo furtivo, regeneran arquetípicas formas de juramento del amar inacabable.

El muchacho la conoció mocita. Y ella era, digamos, conocida. Era la sobrina de un canónigo de la Catedral de Nuestra Señora de Paris. En realidad, para aquellos primeros tiempos del S. XII, que una mujer supiese leer y escribir era noticia; más todavía, si su entendimiento se recreaba en lenguas extrañas, dígase griego, latín clásico y hebreo. Su alma exponía devoción fiel a las letras y las filosofías y sus manos procreaban algunas canciones en instrumentos musicales. Su poesía… era inspiración para el filósofo Abelardo. Con tan brillosos pergaminos, la noticia se resalta a doble luz. La muchacha desayunaba letras, al medio día conversaba con Tertuliano, con Cicerón, con Séneca…   Afirman los que por esos días vagabundeaban en París, que bien podía dar clases de cualquiera de las materias correspondientes a las artes liberales del Trivium. Lastimosamente, la humanidad no ha heredado sus canciones, pero el solo hecho de su renuncia al matrimonio en favor de la erudición nos da cuenta de su valía emocional. Decíamos, que Abelardo la conoció muy jovencísima y, tendenciosamente –provocado por su sapiencia- la enamora y la hace suya. Piénsese en la forma de las más carnales posibles y, con ello, el amor libre proclamado por la joven resaltaba la amistad de los amantes, a que las obligaciones de los esposos.

El hombre –que le sobrepasaba en 22 años- luego de azarosa vida, tan pronto se vio liberado de la corporeidad mortal cuando ya le pesaban algo más de sesenta años y, con tantos enemigos religiosos de por medio, su cuerpo fue depositado en el convento del Paráclito. Éste fue fundado por el mismo Abelardo hacia el 1120, cuando contaba con 41 años aproximadamente. En realidad, lo funda como una especie de escuela en la que instruía a sus propios discípulos respecto de temas de lógica y filosofía. Desde allí se enfrentó a otros profesores, como el muy afamado Bernardo de Claraval, el célebre autor de la frase “Hay quienes buscan el conocimiento por el conocimiento mismo, eso es curiosidad; pero aquellos que lo buscan para el reconocimiento público no dejan de ser simples vanidosos. Aquel que pone su conocimiento al servicio de los demás, ese es el hombre ideal”. Bernardo en sus puyas intelectuales con nuestro afamado amante, le acusó, algunos años después, de herejía. Así, Abelardo se ve obligado de abandonar la Abadía del Paráclito y, en su lugar dejó a Eloísa y fundan, en ese mismo espacio, la primera rama monástica benedictina propia de mujeres, con el objetivo fundamental de propiciar el conocimiento filosófico y la música vocal culta entre sus consagradas.

Decía antes, que Eloísa renunció al matrimonio en preferencia del amor libre. Lo hizo solo en parte.  “No hay pecado en la lujuria, si ésta es hija del amor” cantaba. Sin embargo, la muchacha se guardó para sí una pequeña dosis de toxicidad… Y eso que en esos tiempos no había wasap. Allí les va su propia confesión: “Hace buen tiempo que la casualidad me trajo una carta que a un amigo tuyo encaminabas. Luego que reconocí tu letra, la abrí, disculpando mi satisfacción el exclusivo derecho que en mi lisonja creo tener a cuanto a ti pertenece o de ti sale”. Promotora del amor libre, pero con vocación de inspectora de cartas. Retomemos… Abelardo y Eloísa se casaron a exigencia del tío Fulberto, el canónigo protector de la muchacha… Se casaron, valga decir, con anuencia de Abelardo y un respingado “si así lo quieres” de Eloísa. Fue un matrimonio a escondidas y no viene a cuento contar porqué. Aunque quizá si… La Eloísa le había adelantado prenda a Abelardo y como producto de esos yacimientos había nacido Astrolabio, un bebé que fue cuidado por su tía Denisse, hermana del filósofo y, que más tarde también se haría religioso como lo fueron sus padres y sus abuelos. Sin embargo, parece que la celebración no satisfizo suficientemente al Dn. Fulberto que, un tiempito después, valiéndose de las manos de cuatro canallas, mandó a que se metieran en los aposentos de los matrimoniados y le malograran, a punta de navaja, la masculinidad del buen Abelardo… Astrolabio se vio condenado a no tener hermanos y, los amantes a realizar vidas separadas: Eloísa hizo voto en el monasterio de Argenteuil, mientras que Abelardo se escondió en la abadía de San Denisse.

Cuentan, con tufillo de historicidad, que el Abelardo era tan buen polemista que, tuvo varias acusaciones de herejía y, por tal obligado a defenderse y/o a sujetarse a sanciones como la prohibición de enseñar y/o realizar retractaciones. La escasa producción intelectual conocida se debe a que también se le obligó a quemar sus propios libros, con el extendido mandato de que quienes pudieran tener copias de los mismos también los destinen a la hoguera, bajo amenaza de acusación similar. Habrá que reconocer que algunos de sus discípulos le hicieron quite a la prohibición y, a este tiempo lo poco que se conoce es gracias a ellos. En los últimos tiempos de su vida, se dedicó a la penitencia y al silencio en el monasterio de San Marcelo, bajo la mirada atenta de la abadía de Cluny. A su muerte, su esposa Eloisa, la abadesa de El Paraclito, recibió y dio sepultura al consabido amante en la capilla del lugar. Unos años más tarde, ella –a su propia petición- hizo que sus restos sean enterrados junto a Pedro Abelardo, el más romántico de los filósofos medievales. Un par de esculturas de cuerpos yacientes, con las manos juntas y de factura medieval, representan a los que se esconden al interior de las tumbas.

En su segunda carta, el afamado le decía a ella: “Eloisa, te amo más que nunca, y voy a descubrirte mi corazón. He ocultado mi pasión después de mi retiro. Al mundo por vanidad y a ti, por compasión. Te quería curar con mi fingida indiferencia y excusarte las crueles amarguras de un amor sin esperanza”. Ella en cambio, no disimuló las inquinas del amor: “Si, Abelardo. Cien veces y otras tantas. Oh Abelardo, ¡mi bien! Pero ¿Qué digo? ¿Y en esta soledad tan tierno nombre, me atrevo a pronunciar y aún a escribirlo? Perdona Dios benigno. A tus altares inmenso Dios, me postro y sacrifico. Tu ley, tu ley terrible me prohíbe escribir al esposo más querido”.

El monasterio del Paráclito albergó a religiosas hasta finales del siglo XVII. En la actualidad es de propiedad de la familia Walckenaer, quienes intentan preservar las piezas arquitectónicas que las guerras y las inclemencias temporales han permitido subsistir. Algunas de sus salas son usadas como museos temporales en los que se rememora el amor de Abelardo y Eloísa. La privacidad del monumento, solo permite visitas los días 21 de abril y 16 de mayo de cada año. Probablemente, el traslado de la propiedad sea la causa del traslado de las tumbas al cementerio de Peré Lachaise, como señalamos al inicio.

Ya está… Si alguien está interesado en visitar las dichosas tumbas y leer la oración fúnebre de Eloísa en favor del buen Abelardo, me avisa y armamos el viaje.

 

 

 

viernes, 12 de abril de 2024

Adioses

Notiano Rengué llamó a sus antiguos colaboradores para despedirse de ellos. Le dio a cada quien una palmada y su boca solo expedía palabras de agradecimiento que se tropezaban con otras que hacían relación de la lealtad.
No hubo más. La pequeña sala de debajo de la escalera fue testigo de una fría y triste despedida. Ni siquiera una chichita para brindar por el futuro, que de seguro siempre es augurador. Una mujer, desde la puerta del frente, con una taza de café en la mano, miraba desesperanzada la escena. Afuera, el sol del mediodía hacía destrozos, como todos los días. Nada nuevo bajo el sol.

Los invitó a continuar con sus tareas y a que se hagan con prontitud, sin desatender el esmero. "La Iglesia les agradece y como muestra, para hoy, les regala unos minutos. La jornada de hoy termina a la una" dijo, mientras les daba la espalda alejándose. Se volvió sobre sus talones y acentuó: "Para todos. Hoy las oficinas deben quedar libres. Vayan a sus casas y sorprendan a los suyos". Les guiñó los ojos y se palmoteo una pierna en invitación de abandonar la sala. "La salita de debajo de la escalera" como le llamaban.

Notiano bajó las escaleras y se acercó a la mujer que fue testigo del hecho. "Doctora, me llevo los mejores recuerdos. El tiempo ha sido corto pero su trabajo me conforta. Si la fidelidad al evangelio que ud. profesa fuera semejante en todos -siquiera en la mitad de los que se acaban de ir- está Iglesia mostraría un solo rostro semejante con la Iglesia que predicaba Pedro: fidelisima a Cristo, a pesar de las negaciones". "Gracias", retrucó la mujer. Una lágrima de lástima quiso atenuar el sol del mediodía. El sol siguió inmutable, no dejó de ser ardoroso.

Uno de sus secretarios personales se le aproximó. "Excelencia, todos se han ido salvo..." Le hizo una disimulada señal con los ojos indicándole a la mujer. "No te preocupes. Encárgate de que nada quede afuera... ¿Ya llegó el camión de la mudanza? Asegúrate que todo sea embarcado. La caja roja acomódala en mi valija personal". Le dio la mano al secretario y también a la mujer. De su bolsillo sacó un rosario argento, se lo entregó "me fue regalado por su santidad Juan Pablo II. Ahora es suyo. Me encomiendo en sus oraciones. Y estaré atento a sus novedades y comunicaciones. La reserva siempre será necesaria... La Iglesia también necesita sigilo. Y yo he puesto mi confianza en ud para que siga siendo yo después de mí. Ud me entiende".

Le dio la espalda y se alejó caminando hacia las escaleras. "Yo me voy, pero mi confianza se posa en aquellos que se quedan y, como Pablo confiaba en Timoteo, yo también lo hago con Uds. Que la virgen María, madre de la reconciliación, les acompañe." Habló en plural pero sabía que su público era selecto, particular, único. Subió a la segunda planta, miró por las persianas hacia la calle y se dio cuenta que el sol era cizañoso. "Sol de mierda" dijo para sus adentros mientras que su mano izquierda golpeaba encolerizado la mesita que tenía por delante. En la calle, Leicica de la Tirápica le mostraba a la estatua del santo Papa su nuevo rosario con un mudo gracias y una sonrisa que desapareció tan luego se dio cuenta de la hosquedad de la estrella amarilla. Caminó buscando la poca sombra que los edificios podía dejar. Aún con ello, las luces del sol seguian resplandorosas.
No hay nada nuevo bajo el sol.

martes, 9 de abril de 2024

Osamentas

En el monasterio de Alcobaza, en algún lugar perdido de la vieja Europa, en piedra noble se ha plasmado la efigie de Inés de Castro, reina de un reino perdido, que recibió los juramentos de fidelidad cuando ya de ella, solo quedaba su osamenta.

Cuentan los cronistas medievales, que en sus tiernos años hizo buenas migas con Costanza Manuel de Villena, que luego sería esposa del infante Pedro de Portugal. El asunto es que este veía con ojo malicioso a la amiga y, dicen los chismosos que se hicieron amantes. Constanza murió en los primeros días de 1349. Bueno, la muerte de esta buena mujer es incierta en la fecha: hay quienes afirman que murió en el 45 semanas después del nacimiento de hijo Fernando y, hay quienes sostienen que existen documentos de su puño y letra que la hacen viva en 1347. Un tercer grupo, mayoritario, de historiadores ponen la fecha en enero de 1349 cuando se encontraba puerperal de su hija María. Dejo tres hijos, aunque está última murió siendo muy pequeña.

Las fechas son importantes porque exponen la naturaleza de la relación de Inés de Castro y el futuro rey Pedro. Cuanto más tardía es la fecha de la muerte más posibilidades conceden al hecho de que Dñ Inés y Dn Pedro hubieran tenido una relación furtiva, que queda expuesta por la fecha de nacimiento de los hijos, producto de estos encontronazos. El primer hijo de Inés se llamó Alfonso y nació en 1346, Beatriz nació al año siguiente, Juan vio la luz de este mundo en 1349 y Dionisio, el cuarto de los hijos, fue alumbrado en 1354. Sea donde pongamos la fecha de la muerte de Constanza, allí pondremos el calificativo de estás criaturitas del Señor.

El asunto es que la relación del infante Pedro y la buenamoza de Inés no era del agrado del padre del primero, del rey Alfonso IV. Y no se trataba de fidelidades matrimoniales o de ejemplarios de virtudes cristianas. La materia fundamental era el cumplimiento de los acuerdos interreinos entre Castilla, Aragón y Portugal. Un chismociento de la época cuenta que Dn Alfonso se ufanaba de la poliamoriencia de su buen hijo, desde la presunción de que se trataba tan solo de una aventura con resultados inesperados. El gallo Pedro no era de la misma idea... A la muerte de Constanza decidió presentar en sociedad a la madre de sus hijos del segundo cuartel.

Y con ello se levantó la polvareda. El buen Pedro se negó a casarse con ninguna muchachona de ninguna casa real de la península... O era con Inés o no era con ninguna. En un día, desconocido, del año 1354 en alguna abadia recóndita, ambos se juraron amor para toda la vida; más los intereses políticos paternos hicieron que tal amor durará poco. Don Alfonso IV, en graves triquiñuelas políticas, ordenó su muerte y está fue ejecutada por tres caballeros portugueses: Álvaro Gonzales, Pedro Coello y Diego López. No viene a cuento los detalles, pero sí, dejar escrito que el despechado marido juró venganza y se levantó en armas contra su padre y, a la muerte de éste, Pedro I de Portugal se hizo del trono real en 1357.

Más allá de las muy manaturalosas formas de vengar la muerte de su esposa con la muerte de sus verdugos, conviene decir que el flamante rey logró anunciar y hacer reconocer socialmente aquel matrimonio escondido celebrado tres años antes. El asunto fue bien recibido... Al fin de cuentas era la voluntad del rey. En 1360 se realizaron todas actuaciones necesarias para el traslado de los restos de Dn Inés, desde Coimbra hasta el real monsterio de Alcozaba. Se confeccionaron dos tumbas, hechas de mármol, expuestos un par de cuerpos representativos de los propios de la reina muerta y de el mismo para cuando fuera el tiempo de su muerte. La leyenda cuenta que, en esa vez, volvió a hacer un juramento de amor por más allá de la muerte y, para que la fidelidad de sus súbditos quedará asegurada, hizo vestir las osamentas putrefactas con las mejores telas, la sentó en un trono de magnífica hechura y pidió a sus convidados a besar el anillo de la reina póstuma en señal de fidelidad real. Una reina de osamenta.

viernes, 5 de abril de 2024

Cementerios

"¿Cuándo le encontraste el gusto a los cementerios?" Esa mañana hicimos caminata por un pista de tierra que nos condujo a una geografía empinada. Caminábamos en paralelo a la orilla del mar, y nos alejamos de ella, cuando menos en altura. En la parte alta, en el extremo norte de la vieja ciudad se ubicaba su cementerio. Su construcción perimetral no decía lo mismo de su contenido.... parecía de contemporánea hechura, aunque quizá, solo quizá, pudiera haber padecido una refacción de sus paredes.

El sol aun no dejaba sentir sus incandescencias y, esa caminata nos ayudó a acomodar el opíparo desayuno de esa mañana. El arrullo de las olas que nos hacían fácil la conversación aún lo podíamos escuchar en esta sepulcral visita. "Hemos ido a varios cementerios, Piura, Lima, Máncora... Trujillo... ahora éste ¿No sería mejor estar allá abajo mojándonos en las espumas del mar a que mirar sepulcros?" Me lo decía con una sonrisa de reproche.

Mis jadeos, ocasionados por el cansancio de la caminata, solo me permitieron replicar: "El mar, siempre será mar, pero esas tumbas de seguro guardan secretos que pueden evaporarse con el polvo en el que nos convertimos".  Arriba, ya en las proximidades, un Cristo, de fea hechura, desproporcionado, espera a los visitantes. Sus brazos son más largos de lo necesario y... "se ven pesados". Así terminaste la idea. Nos metimos por entre los cuarteles del cementerio y, nos encontramos con un hombre que llenaba un balde de agua: ¿Cuál es el sector más antiguo? Nos señaló con la mano hacia un espacio circundado de nichos... Al caminar dándole la espalda, escuchamos su voz, algo avejentada: "Son días de luna, tengan cuidado con la Dama Blanca". Le levantamos la mano en señal de agradecimiento.

El espacio nos regalaba un rectángulo con una sola entrada rodeado de nichos ordenados en filas y columnas. Se veían viejos... Parecía que nuestros ojos estaban frente a una foto con efecto sepia... En realidad no. Era la realidad de la muerte, de gente muy antigua de la que solo quedaban sus nichos, a los que además, el tiempo había decolorado... Avejentados como estaban, más de uno solo mostraba la tapa y, las letras habían desaparecido dejándonos una nada, un vacío de saber acerca de quien era su inquilino.

"¿Será un varón?" Nunca lo podremos saber. Revisada la ordenación de los sepulcros no había distinción de sexos y, parece que tampoco de tiempos. La fecha del que estaba "abajito" era menor a la que estaba en su lado derecho y, la de arriba tampoco parecía tener un orden cronológico respeto de las que le circundaban. Solo nos quedaba como remedio la especulación: "Quizá es una mujer, que tuvo varios hijos y, aquellos que le rodean sean sus familiares cercanos". No lo sabremos. Lo que puedo decirte de ese desorden es que es muy probable provenga de la compra anticipada de sepulturas o, de la capacidad económica de sus familiares: cuanto más alto se ubique el nicho, su precio es menor. Los nichos que están más cerca a la tierra cuestan más porque facilitan el cuidado y limpieza de los familiares".

Te sonreíste. "¿Y no debería ser al revés? Los nichos que están más arriba están más cerca del cielo, entonces deberían costar más. Los de la tierra, por terrenales, debería tener un costo menor". Nos dio gracia la idea... a ambos. Salimos del cementerio y, nos acercamos al Cristo de los brazos abiertos. En un lateral decía, a modo de firma: "Juan Ancajima Rumiche". Ambos caimos en la cuenta de que eran apellidos piuranos y sospechamos de nuestra paisanía. El internet confirmó nuestras sospechas: el escultor es oriundo de Morropón.

El regreso a la ciudad fue motivo para conversar de la altura como señal de cercanía a Dios, de la torre de Babel, de las catedrales góticas europeas y, de las opciones de proximidad con la divinidad cuando nuestros cuerpos eran sepultados en las criptas y altares, ábsides y naves de las iglesias... Pero ese... es otro cuento.

miércoles, 3 de abril de 2024

Conversiones

Los hijos de Abraham, fieles cumplidores de la Torá, que anduvieron por las geografías ibéricas en la segunda mitad del siglo XV, tuvieron en Torquemada a su Hitler medieval. Don Tomás de Torquemada era nieto de judíos conversos y… parece lo sabía. ¿De dónde nace su antijudaísmo? Cuentan los hispanistas medievales que, para los judíos, una forma de asegurar una posición respetable en medio de la sociedad castellana, mayoritariamente católica; o mejor, una forma de evitar la discriminación de la que eran objeto, era haciéndose estrictísimos cumplidores de la ley de Cristo. Y es que, los judíos –aunque no nos guste- no la llevaban fácil.

Entre los cristianos habían de aquellos que estaban dispuestos a vivir pacíficamente con los judíos, hasta hacían transacciones comerciales, pero también habían de aquellos que hacían mofa de su condición. Una forma de evitar el desprecio social, para muchos semitas, era convirtiéndose al cristianismo en apariencia, aunque mantenían las prácticas religiosas de los hijos de Jacob. Así resurgieron los nominativos “criptojudio”, "judioconverso", “judaizante” y “marrano”. Este último, era propiamente, un muy grave insulto, si se tienen en cuenta que los judíos no comen carne de cerdo. Si graficamos la posición de los judíos conversos de cara a las categorías de cielo / infierno; éstos no se encontraban en ninguna: estaban en el limbo. Ni eran judíos propiamente, ni los cristianos los aceptaban con agrado. Si queremos usar el lenguaje del universo de Harry Poter, los conversos eran unos “sangre sucia”, merecedores de los mayores desprecios. Y si se encontraban con grupos extremistas de una u otra religión, de seguro la pasarían mal. Una novela histórica sobre el particular es “Los muros del silencio” de Ruben Philipp Wickenhäuser.

Así, muchos judíos convertidos, con el afán de evitar epítetos, se hacían tan, pero tan cumplidores de las prácticas y deberes de la religión del galileo que, estaban en la disponibilidad de hacerle saber a los cristianos por tradición, sus defectos y sus desaciertos en el modo de atender su fe, de la que decían sentirse muy orgullosos. La familia judía de Torquemada se había convertido al catolicismo dos generaciones antes y, de hecho un tío del susodicho también fue religioso dominico, alcanzando renombre como teólogo y prior de la comunidad de Valladolid. Es posible que de por allí le viene la vocación a Don Tomás de Torquemada, el inquisidor.

Cuenta sus biógrafos que, cuando la hacía de prior en convento de Santa Cruz de Segovia conoció a la reina Isabel la Católica y, por sus cualidades de “prudencia, rectitud y santidad” fue elegido como su confesor. Ese fue su trampolín. Prontamente, y gracias a los informes relacionados con prácticas judaizantes de los conversos andaluces, sugirió a los reyes católicos una reforma a la institución de la Inquisición. Tomás de Torquemada fue nombrado Inquisidor General de Castilla en 1483 y su objetivo era asegurar la unidad de la fe, allí donde la unidad monárquica y la unidad territorial se había logrado con creces. Dicen los malhablaus, en referencia a su condición de “dominico”, que “dominicanus” es la composición de dominus y canis, de "señor" y "perro". Tenía que hacerle honor a su seudónimo: ser un perro del Señor en la captura de los infieles.

En esa tarea, el también llamado “martillo de los herejes” se bebió la sangre de diez mil judíos. Hacia finales del siglo, en 1492, cuando se decreta la expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón, la consigna era “o bautismo o expulsión”. Don Marco Martos recoge una dolorosa anécdota. Cuenta que, a días de que la amenaza se plasmara en un decreto real, Dn. Isaac Abravanel y otros acaudalados judíos (algunos eran consejeros reales) ofrecieron a los catolicisimos reyes 300,000 ducados con el objeto de evitar la amenaza o, de cuando menos, retrasarla.  El rey Fernando era de la idea de aceptar la oferta, empero Tomás de Torquemada se apareció para una jaculatoria de condena. Con un crucifijo en mano, les dijo a las reales majestades: ¡He aquí el Crucificado a quien el malvado Judas vendió por treinta monedas de plata! ¡Si les conforma este hecho, véndanlo a mayor precio!  Parece que los judíos no tenían más dinero y, le dieron la oportunidad al Gran Inquisidor General de Castilla de convertirse en un verdadero perro de la fe, gracias a su prudencia, rectitud y santidad.

Un datito más: Hay quienes sostienen que no fueron diez mil judíos los que murieron por encargo del gran inquisidor. Afirman que solo fueron dos mil víctimas. Lo dejo allí... No, no, no. Perdonen, pero no se puede con el chisme: El hombre murió en 1498 y fue enterrado en el convento de Santo Tomás, Ávila. Después de casi una centuria de su muerte, su cuerpo fue cambiado de lugar y, los que estuvieron allí, sintieron -al desenterramiento- el suave olor de las flores. A estos días, no se sabe donde está su cuerpo... Creo... Ummmhhh, aclaro que es una creencia personal, que esa vez fue elevado a las alturas, tal cual le ocurrió a Enoc y Elías.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...