Sopdet, la estrella de la abundancia, ya tenía algunos días en la bóveda celeste. Era la señal del cielo con la que se rompía los tiempos de sequía, en los que el Nilo anunciaba su rejuvenecimiento acuífero, su llenura de fértiles fangos, su aptitud para preñar la tierra de trigo, avena, cebada… Los árboles frutales se dispondrían al florecimiento. Esperaba llegar a sus orillas cuando el rio ya hubiera decrecido, cuando los fangos y lagunas logradas con los desbordes del río generoso ya se hubieran secado, o cuando menos faciliten el andar de sus camellos. Mientras tanto, aun cuando sus pensamientos se concentraban en el momento de su llegada, no era menos difícil entender su preocupación para cuando llegara el momento de llegar a las fronteras del Kemet: temía ser reconocido malamente, pero la voz aquella seguía inundando su humanidad entera, parecía un “Iterhu” anegado, un Nilo desbordado. Le asaltaba sin cesar.
Con los días de camino y en las noches de insomnio bajo el cielo estrellado, no sólo pensaba en la muerte de aquel capataz -que vestido a su usanza, la encontró bajo la propia fuerza de su brazo- sino también en las actuaciones previas de aquel: ¿Cuántos hebreos habrían muerto por sus azotes o sus castigos despiadados? ¿Sería que su actuación tenía justificación ante los dioses? ¿Maat, la diosa de la justicia y la armonía de universo se había valido de su mano para restaurar el orden? Esas dudas motivaron su decisión de dirigir sus pasos hacia Karnak, la vieja ciudadela de Ipet Sut, lugar donde se encontraban los viejos sacerdotes dedicados a su culto. No era muy reconocidos como los de Amon, pero guardaban secretos que las estrellas les habían encomendado para cada quien. Necesitaba saber que le deparaba el futuro, que le movía a tan riesgoso viaje. Su vida, su libertad, su familia… todo estaba en peligro.
En las verberaciones solares del medio día, no solo veía que los rastrojos parecía exponer fuegos, sino que pudo distinguir en la distancia una móviles sombras que le anunciaban la presencia, antes de que comerciantes, de tropas. Probablemente, las del faraón, dispuestas en tan distantes lejanía para sobre-guardar las fronteras. En realidad no eran tropas de choque, eran más bien de prevención y control: contabilizaban las caravanas de comerciantes para evitar las inmigraciones de las poblaciones de las tierrasinfructuosas que, constantemente intentaban llegar al Kemet huyendo de la aridez de los desiertos y la sequedad de las montañas del Cercano Oriente. Había unos pocos hombres. En los tres o cuatro días que, pernoctó con ellos, logró contabilizar poco más de medio centenar, incluyendo las falanges de avanzada y los rastreadores, que salían cada tres días a pernoctar en las montañas con el ánimo de ahuyentar a los intrusos. Esos días fueron muy útiles: el comandante Mahut, había realizado ejercicios militares en los tiempos mozos de aquel y, se conocían… Los años habían pasado pero la amistad surgida de aquella vez en que tuvieron que repeler en Tanis la revuelta de los comerciantes y el intento de invasión de los “pueblos del mar” volvió al renovarse en aquellosdesolados parajes. En sus días de juventud, mientras Mahut maniobraba con audacia el carro de guerra, la lanza y las flechas de nuestro caminante hacía estragos entre las montoneras enemigas. Se conocían y, se saludaron con amistad, con la hermandad propia de los que han vivido juntos tiempos difíciles.
Las horas se hicieron cortas. Conversaron largamente de sus vidas: la suya, propia de los pastores moabitas; la del otro, dedicada a las artes guerreras, con los beneficios que le habían permitido escalar en la difícil gradación social: tierras, bueyes, esclavos, riqueza… Sin embargo sus lenguajes eran comunes. De hecho, ahora mismo, Mahut le ponía al tanto del paradero de su madre Bithiah y de sus parientes nobles, así como de la muerte de su nodriza Jochabeth y de los quehaceres de sus hijos Miryam y Aarón. La primera seguía siendo una profetisa entre los suyos y Aarón era un sacerdote. Aarón no quería reconocer los dones de profecía de Miryam, atribuyéndoselos a una especie de deidad femenina, propia de las aguas turbulentas… Además, ésta perdía la visión, empero las letrasde sus cantos eran siempre de agradecimiento para Dios, pese a las escaseces del pueblo en las tierras faraónicas… perdía la visión, como si por encima de sus ojos se constituía con el tiempo una gruesa escama que le daba opacidad a sus ojos… En sus cantos anunciaba una liberación que ella misma decía que sus ojos no alcanzarían a ver. En esos días, junto con Mahut, cuando la noche mostraba sus mejores estrellas, ambos rezaron con fervor los versos del introito y el colofón de una oración de sus tiempos imberbes:
¡Oh Atón viviente, eterno Señor, apareces resplandeciente!
Eres radiante, perfecto, poderoso,
Grande es tu amor, inmenso.
Tus rayos iluminan todos los rostros,
Tu brillo da vida a los corazones
cuando llenas las Dos Tierras con tu amor.
Venerable Dios, autocreado,
Tú creaste todas las tierras y todo lo que en ellas existe,
A los hombres, el ganado y los rebaños.
Todos los árboles que crecen de la tierra
viven cuando amaneces por ellos.
Eres madre y padre de cuanto has creado.
Eres radiante, perfecto, poderoso,
Grande es tu amor, inmenso.
Tus rayos iluminan todos los rostros,
Tu brillo da vida a los corazones
cuando llenas las Dos Tierras con tu amor.
Venerable Dios, autocreado,
Tú creaste todas las tierras y todo lo que en ellas existe,
A los hombres, el ganado y los rebaños.
Todos los árboles que crecen de la tierra
viven cuando amaneces por ellos.
Eres madre y padre de cuanto has creado.
Soy yo, tu hijo, quien te sirve y quien exalta tu nombre.
Tu poder, tu fuerza están firmes en mi corazón,
Eres el Atón viviente cuya imagen perdura,
Has creado el cielo lejano para brillar en él,
y para observar todas tus creaciones.
Eres el Único y en ti hay un millón de vidas.
Das el aliento de vida en sus narices para hacerlas vivir.
Gracias a la vista de tus rayos existen todas las flores,
Todo lo que vive y brota del suelo crece cuando tú brillas.
Los rebaños pacen abrevando de tu vista,
Los pájaros en el nido vuelan con alegría,
Y despliegan sus alas plegadas en señal de adoración.
¡Oh Atón viviente, su creador!
Tu poder, tu fuerza están firmes en mi corazón,
Eres el Atón viviente cuya imagen perdura,
Has creado el cielo lejano para brillar en él,
y para observar todas tus creaciones.
Eres el Único y en ti hay un millón de vidas.
Das el aliento de vida en sus narices para hacerlas vivir.
Gracias a la vista de tus rayos existen todas las flores,
Todo lo que vive y brota del suelo crece cuando tú brillas.
Los rebaños pacen abrevando de tu vista,
Los pájaros en el nido vuelan con alegría,
Y despliegan sus alas plegadas en señal de adoración.
¡Oh Atón viviente, su creador!
Era un par de párrafos de una antigua oración, que ambos conservaban como suya, en agradecimiento a un dios inmaterial, por haber salvado la vida en sus tiempos mozos. Ésta le acompañaría el resto del camino… El oráculo de Karnat, desde la majestuosidad de sus paredes, la ignota obscuridad de sus subterráneos y la sabiduría absoluta e inspirada de sus sacerdotes le harían saber la intención de esa voz que le inundaba.
Sopdet seguía en el cielo. Fulgurante.
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