Laurence Chunga Hidalgo
Juez penal de Morropón, Chulucanas
Artículo publicado en diario El Tiempo en el mes de julio de 2005.
El ímpetu ciudadano para enfrentar la corrupción se está desvaneciendo. Cuando en el año 2000 se convocó a la ciudadanía para la marcha de los cuatro suyos, la intención de muchos de aquellos que asistimos no era otra sino hacer frente a un gobierno debilitado y maltrecho, decadente y marchito por los actos de corrupción que eran su pan de cada día.
Semanas después, la instalación de un nuevo gobierno y las nuevas elecciones prometidas, así como la detención y procesamiento de algunas cabezas del gobierno fujimorista, la huida y evasión de algunas otras, nos llenaban de esperanzas de justicia y de la posibilidad de nuevos amaneceres.
Han transcurrido cinco años, y la ciudadanía ha notado con pesar que la situación de corrupción parece ser la misma: fábricas de firmas falsas, malversación de los fondos públicos, utilización del poder para amedrentar a los medios de prensa, escándalos de la más baja estofa, ausencia de ejemplares sentencias condenatorias dignas para delincuentes de alto vuelo, expedición de leyes que favorecen a los corruptos de ayer, liberación de cómplices por inanición del sistema jurisdiccional, ausencia de cumplimiento de las promesas electorales, de los compromisos transcritos en el Acuerdo Nacional, de las responsabilidades nacidas del Informe de la Comisión de la Verdad... nos hacen pensar que “todo es lo mismo”.
En medio de esa podredumbre de la que dan cuenta los ejemplares noticiosos nos volvemos a preguntar, como en aquellos días ¿Es éste el Perú que nos merecemos? Y de seguro, alguien dirá con muy pocas posibilidades de equivocación: “cada quién, tiene lo que se merece”. Entonces, replanteo: en el futuro, ¿seremos capaces de recordar dignamente aquellas batallas que no libramos, aquellos combates que rehuimos, argumentado “preocupaciones laborales”? ¿quién no esta dispuesto a luchar por mejorar su situación de bienestar? ¿el bienestar anhelado solo se limita a lo material? ¿acaso la corrupción no afecta nuestras posibilidades reales de acceder a mejores condiciones?; o mejor, un país corrupto ¿es la herencia que queremos dejarle a nuestros hijos?.
De la “tercera encuesta nacional sobre corrupción” (septiembre de 2004) elaborada por Proética, se tiene que más del 90% de encuestados sabe que el país es corrupto, hecho que nos refleja, no sólo respecto de nuestras sensaciones –o experiencias– de corrupción sino que, además, nos identifica como un país de indiferentes, de nacionales carentes de responsabilidades y poco dados a los compromisos. ¿es posible tal situación?
Hace unos días, en la voz de Mons. Luis Bambarén S.J, hemos sido convocado para una nueva movilización contra la corrupción, se nos corre traslado de una nueva cruzada contra la impunidad. Ayer, fecha conmemorativa del aciago día de la matanza de los estudiantes de la Cantuta, se ha realizado la primera movilización: las organizaciones juveniles, el movimiento de derechos humanos y los medios de comunicación dieron su sí por anticipado. Esperemos, que a éste, se sume el compromiso de los empresarios, de las personas de las instituciones públicas, de los que laboran en la calle, de las mujeres de los comedores populares, pero, sobre todo, se espera la sumatoria y la tarea de los padres y madres de familia, de aquellos que efectivamente quieren “lo mejor para sus hijos”, pues la decencia y honestidad de nuestros actos y la realización de los valores morales en nuestra cotidiano vivir es también un preciado bien, susceptible de heredar.
Semanas después, la instalación de un nuevo gobierno y las nuevas elecciones prometidas, así como la detención y procesamiento de algunas cabezas del gobierno fujimorista, la huida y evasión de algunas otras, nos llenaban de esperanzas de justicia y de la posibilidad de nuevos amaneceres.
Han transcurrido cinco años, y la ciudadanía ha notado con pesar que la situación de corrupción parece ser la misma: fábricas de firmas falsas, malversación de los fondos públicos, utilización del poder para amedrentar a los medios de prensa, escándalos de la más baja estofa, ausencia de ejemplares sentencias condenatorias dignas para delincuentes de alto vuelo, expedición de leyes que favorecen a los corruptos de ayer, liberación de cómplices por inanición del sistema jurisdiccional, ausencia de cumplimiento de las promesas electorales, de los compromisos transcritos en el Acuerdo Nacional, de las responsabilidades nacidas del Informe de la Comisión de la Verdad... nos hacen pensar que “todo es lo mismo”.
En medio de esa podredumbre de la que dan cuenta los ejemplares noticiosos nos volvemos a preguntar, como en aquellos días ¿Es éste el Perú que nos merecemos? Y de seguro, alguien dirá con muy pocas posibilidades de equivocación: “cada quién, tiene lo que se merece”. Entonces, replanteo: en el futuro, ¿seremos capaces de recordar dignamente aquellas batallas que no libramos, aquellos combates que rehuimos, argumentado “preocupaciones laborales”? ¿quién no esta dispuesto a luchar por mejorar su situación de bienestar? ¿el bienestar anhelado solo se limita a lo material? ¿acaso la corrupción no afecta nuestras posibilidades reales de acceder a mejores condiciones?; o mejor, un país corrupto ¿es la herencia que queremos dejarle a nuestros hijos?.
De la “tercera encuesta nacional sobre corrupción” (septiembre de 2004) elaborada por Proética, se tiene que más del 90% de encuestados sabe que el país es corrupto, hecho que nos refleja, no sólo respecto de nuestras sensaciones –o experiencias– de corrupción sino que, además, nos identifica como un país de indiferentes, de nacionales carentes de responsabilidades y poco dados a los compromisos. ¿es posible tal situación?
Hace unos días, en la voz de Mons. Luis Bambarén S.J, hemos sido convocado para una nueva movilización contra la corrupción, se nos corre traslado de una nueva cruzada contra la impunidad. Ayer, fecha conmemorativa del aciago día de la matanza de los estudiantes de la Cantuta, se ha realizado la primera movilización: las organizaciones juveniles, el movimiento de derechos humanos y los medios de comunicación dieron su sí por anticipado. Esperemos, que a éste, se sume el compromiso de los empresarios, de las personas de las instituciones públicas, de los que laboran en la calle, de las mujeres de los comedores populares, pero, sobre todo, se espera la sumatoria y la tarea de los padres y madres de familia, de aquellos que efectivamente quieren “lo mejor para sus hijos”, pues la decencia y honestidad de nuestros actos y la realización de los valores morales en nuestra cotidiano vivir es también un preciado bien, susceptible de heredar.
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