“¡Señor Juez!, No hay nada! El Ministerio Público trae un asunto intrascendente. El acusado es profesor de educación física y, aunque materialmente «le ha tocado los huevitos» a su alumno, tal hecho carece de trascendencia penal… Hasta la directora se rio de la broma. Se limitó a decir: «Ud. se pasa, profesor»”. El Ministerio Público duplicaba sus alegaciones argumentando que tratándose de las partes pudendas, cualquier tocamiento era detestable: “Imagine Ud. Señor juez que el niño (al que ahora anotamos comovíctima) pasa junto a la señorita secretaria y mete la mano en su trasero ¿se reiría de la broma como pretende la defensa?
El hombre ya peinaba canas. Tenía casi 35 años al servicio de la educación. Había logrado hartas medallas y reconocimientos. En realidad con esos años de trabajo, no sólo los exalumnos le hacían loas y cumplidos cada que lo encontraban en alguna de las fiestas de aniversarios de los centros educativos donde había laborado, sino que el propio Estado le había reconocido el mérito de los años en servicio, mientras el colegio de profesores en encuesta de docentes había consignado que sus colegas le reconocía su destacado trabajo con los niños y, en particular aquel que realizaba sin remuneración en un asentamiento humano donde apenas había una cancha deportiva hecha de arena con su arcos de guayaquiles en los que le daba pelea al riesgo de las drogas con el convivían esos chiquillos.
El Ministerio Público, no obstante, había hecho su trabajo. Decía que, entre los docentes –testigos de conducta- había un par que contarían de aquella vez en la que el acusado peleó a mano limpia con un padre de familia por el solo hecho de que éste le reclamó airadamente la nota desaprobatoria de su hijo. Era un sujeto iracundo, de reacciones violentas, incapaz de contenerse. Y de hecho, era probable que se presente a juicio un trabajador de servicio que daría detalles de aquella oportunidad en la que desafió al propio director de la institución solo porque no le permitieron el uso de los balones de fútbol para un evento deportivo interbarrios. El hombre de la limpieza habría de testimoniar que estuvo a punto de mentarle la madre, pero que no lo hizo sólo porque advirtió su presencia. Claro. Si estamos frente a un sujeto incapaz de contener sus impulsos de ira, ¿podría, acaso, contener aquellos otros, relacionados a los bajos instintos, a las inclinaciones del placer sexual?
El hombre había perdido peso y había ganado años desde la denuncia hasta que lo notificaron para el juicio. El proceso penal lo tenía en agonía moral. Rezongaba cada noche recordando aquella mañana en la que uno de sus pupilos, había llegado riéndose de su compañero y, jalándolo a su presencia, le mostraba que el agraviado había roto su short… El hombre tuvo ganas también de reírse y, de hecho ya lo hacían los demás, incluida la profesora asistente, que aunque no reía como los niños, se carcajeaba para sus adentros…. Al verle su cara compungida y la vergüenza que se dibujaba en el rostro del chiquillo, aprovechando que estaba parado sobre sus rodillas, vio la enorme descocedura del pantalón corto y, atinó a pulsearlo mientras decía: “esos huevitos al aire… cuidau se te rompen” y, mientras los demás se revolcaban de risa, el mismo niño perdía el retraimiento de la embarazosa circunstancia. Le dio su propia casaca para que se cubriera y fuera llevado al baño para que se cambie de ropas.
Una madre de familia, de aquellas que se preocupan hasta demás, acompañaba a los niños desde el filo de la pista de cemento, había visto como el niño que se reía de aquel al que se le había roto el pantalón, mientras lo jalaba, pedía, sin decirlo, ayuda al profe y, éste, en lugar de llamar al orden por el bullicio y la risas burlonas, decide tocar al niño “en aquellas partes que son las más sagradas de cada uno”. En juicio relató los hechos tal como hasta ahora vienen conocidos y, remató: “imagine Sr. Juez que el niño agraviado fuera su hija”. La mujer que le acompañaba esa mañana a la madre de familia denunciante, refirió los hechos más o menos del mismo modo y, sostuvo con energía que le pareció de mal gusto que el profe haya metido la manos en las parte del niño y, que se agravaba la situación porque también se reía y hacía chacota con los demás niños cercanos al hecho. Después de eso, le había recomendado a su hermana –que tiene un hijo con el mismo profesor acusado- le pida al colegio lo aparte con otro profesor de educación física.
La agonía moral del acusado no sólo suponía el natural temor de ir preso, sino también el de su propia trayectoria y, por sobre ésta, la propia conciencia de inocente atormentándolo noche y día… Sabía que lo era y le había pedido la Mechita, a la de Paita, a la patrona de los reclusos, le conceda la gracia de la sabiduría a los que hacen la justicia de los hombres. Ante el silencio de la Madre del cielo, eran buenas las palabras del consuelo de su propia esposa. ¿Y cómo va el juicio? le preguntó ésta, mientras que él anotaba que por recomendación del defensor solo estuvo presente en la primera audiencia. En la siguiente lo esperó en la plaza de al frente del edificio de justicia. La mujer lo miró con reparó y preguntó: “¿Qué sabes del juez? Y sin dejarlo tomar la palabra continuó: “Si crees en Dios, si sabes cierta tu inocencia, si confías en la justicia ¿No sería mejor que el juez viera tu cara? ¿Acaso no dices que los ojos son los reflejos del alma? Pide la palabra –aunque tu abogado diga lo contrario- y cuenta lo hechos tal como ocurrieron. Esa es la verdad y, ésta te hará libre. Todo lo demás… ya no depende de ti”.
El juez Emulán Ertiara ha citado para continuar el juicio y solo falta leer algunos documentos. Luego de ello, la sentencia. En el alma del aspirante a condenado sigue resonando las expresiones del fiscal: "Así como sabemos que no es bueno meter las manos en las brasas ardientes, así mismo sabemos que la prohibición de meter las manos en la sexualidad de las personas, más si están bajo nuestro cuidado".
Su libertad, ahora, es tan frágil como los huevitos de una paloma cuculí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario