martes, 6 de febrero de 2018

Paseo

La feria más grande de aquellos días era la de “San Pedrito”. Los católicos, en particular los que viven en las orillas del mar y se dedica a la pesca, tienen en el llamado “Primer obispo de Roma” a su santo patrón. La festividad se celebra cada 29 de junio, pero en mis días de infantitud se empezaba desde el 28. En realidad, desde el primer día de la semana. Desde el viejo coliseo municipal de Máncora hasta el actual ingreso hacia el bulevard marino, se apiñaban, entre las paredes de los vecinos y la línea blanca de la Panamericana, las vivanderas, los vendedores de juguetes, los que ofrecían juegos de azar, aquellos otros que vendían y/o alquilaban comics, los que en variedad multicolor ofrecían dulces y juguetitos de madera. Afamado –como todavía en estos días- era el gimnasta que apoyado en un par de columnas y unido a ellas por un par de pavilos, a la sola presión hacía volteretas sobre los hilos en los que se soportaba. Los vendedores de muñecas de trapo, ollitas de hojalata y juegos de comedor confeccionados en triplay tenían en las más pequeñas su cautiva clientela. También estaban los vendedores de ropas y de telas y pequeños juegos mecánicos. Los refresqueros y los ambulantes de los picarones eran los más solicitados.

El pescador de Galilea -convertido en “pescador de hombres”, una humorística forma de decir agente misionero-, es, desde tiempos ya olvidados, el patrono de los que tiene por instrumento las redes y por oficio, el de pescador. Quien sabe cuándo se instaló en la religiosidad mancoreña; sin embargo, era infaltable la confección de un altar en las orillas del mar en la que la escultura del patrón, montada sobre una pequeña lancha, miraba imperturbable el vaivén del mar y, las balsillas que bailaban a su compás. Allí, en las noches los hombres de mar, acompañados de mujeres piadosas, elevaban sus plegarias peticionando su intercesión. ¿Acaso no serían escuchadas esas suplicas si justamente se le efectuaban a quien el mismísimo Jesús prefirió para la tarea de apacentar el naciente rebaño?

Los “view-master” –de los que ahora sé su nombre original- eran lentes plásticos acondicionados para soportar discos de cartón en los que se acomodaba pequeñas diapositivas, que visualizaban -cambiando una después de otra a través de una palanca- una breve historia de comics. Eran nuestros lentes de realidad virtual. Nos permitían “alucinar” con las historias que allí se narraban, mejorando incluso la realidad de nuestros lluviosos televisores en blanco y negro. El vendedor los ataba con una cadena a la mesa y estaba atento a que el cliente sea el único que se favorezca con la “película”. Solo, cuando el negocio estaba bajo o tenía la posibilidad de conseguir monedas adicionales, es que permitía que los amigos pudieran ver alguna partecita de la secuencia. Ni las pc, ni las tablets ni los móviles existían. Así esos lentes, era lo mejorcito de la tecnología de punta en nuestras manos, frente a nuestros ojos… y solo por escasos minutos!

Pedro, discípulo directo del Señor, sabía de sus liberalidades. Lo había visto discutir con los fariseos respecto de las oportunidades del tributo, de la pena de muerte a la adultera, de la corrección fraterna sin llegar a la acusación legal, de las curaciones a leprosos más allá del Sábado. El mismo Pedro era sujeto de su misericordia ante la triple negación y en aquellas otras tantas veces en que fue reprendido por oponerse a la voluntad divina. Aún resonaba en su pecho, la sentencia del Maestro que reconocía la dureza de la ley mosaica en sintonía con la dureza del corazón humano, pero a la vez la liberalidad y firmeza con que anunciaba: “El hombre es señor del Sábado” para oponerse a la prohibición de trabajar en el día del descanso.

Esas liberalidades también se anunciaban en los días de la festividad mancoreña: nos desapegamos de los libros y cuadernos para cada tarde concurrir a mirar las novedades de la feria. Las peleas de gallos, los partidos de fulbito, los danzantes de marinera, el juego de palo encebado… También para regocijarnos con las peleas de los ebrios ocasionales, los requiebros de advenedizas guitarras y las profecías de agoreros públicos que anunciaban tener en los naipes nuestro futuro más próximo. Alguna vez, hasta se suspendieron las clases a fin de que los alumnos participáramos de las liturgias y devocionales de la fecha. Todo ello, a propósito, de la algarabía que nos producía tener como patrono a un santo, famoso por sus indecisiones y sus vaivenes en la fe; condición que probablemente compartimos. Aunque, desde su altar playero, miraba imperturbablemente las ondas marinas sin dejar de sujetar entre sus manos las llaves del cielo.
Cuando Pablo, el apóstol de los gentiles, ofrecía la fe a los no-judíos sin obligación de circuncidarse, Pedro se sumó a la iniciativa, justamente porque había visto que Jesús, en más de una ocasión se había saltado la literalidad de la ley. Así, departía con los de Antioquía y alrededores sin mayores reparos. Hasta comía con ellos en la misma mesa… En esas donde se presentaba apetitosamente cerdo, conejo, mariscos; quizá, sin comerlos. Sin embargo, cuando Santiago –el obispo de Jerusalen- llegó a las comunidades antioqueñas cambió su actitud para con los neófitos a fin de no perder la confianza del recién llegado, lo que motivó un grave desencuentro con el apóstol natural de Tarso. ¿Era acaso tiempo de indecisiones? Pedro, intentaba pasar desapercibido, pero le hizo bien que Pablo, le recordara el mandamiento de hacer llegar el evangelio a los confines de la tierra.

Máncora, confín de la tierra, es ahora cosmopolita geografía, en la que cada fin de semana se celebran nuevas ferias: con gentes de extraños idiomas, de peinados extravagantes, de costumbres disimiles, de formas de vestirse ajenas, de pieles de distintos colores; bulliciosas gentes, que alrededor de la candela, alumbran sus madrugadas a la luz de la luna, cantando, ebrios, tóxicos, libres… Pedro ¿Cuándo diablos le abriste las puertas a tantas gentes?

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