Era una frazada oscura, aunque resaltaba un breve retaso de un rojo opaco. Tampoco es que la iluminaba, pero por alguno de sus lados resaltaba. Viene a mi memoria que no era mía. Al menos eso lo supe tiempo después. Mi madre me envolvió con ella, en medio de mi sueño de madrugada. “Hijo, despierta” es probable que haya dicho en ese momento. No lo sé. Solo recuerdo que me hacía cosquillas en la planta del pie para que despertara.
Una toalla celeste, con su caperuza, me arropaba antes de que la frazada me envolviera. Mi papá apuraba muy calladamente. Estaba oscuro. El Rambler American 330, de color verdoso esperaba en el patio con el motor encendido. Era de madrugada. No había cri-cri ni nada. Solo la luz de la sala nos recibió al término de la escalera. Creo haber escondido mi cara para evitar la molestia de la luz, que terminó cuando mi madre sobrepasó el quicio de la puerta principal. “¿Ya está todo?” preguntó una voz de mujer. Era mi tía, hermana de mi padre, que con una linterna alumbraba el interior del vehículo. El golpe secó cerró la maletera, cargada de maletines y de cosas. Mi hermana viajaba en los brazos de mi madre, y ¿mi hermano? No sé… no recuerdo. Una mujer mayor nos acompañaba.
Sí mi hermana ya existía, mi edad podría ser entre cuatro y cinco años. Quizá cinco. Aquel que no recuerdo tendría dos y, mi hermana quizá no habría alcanzado su primer calendario, quizá… Quizá en los brazos de la mujer acompañante se acomodaba mi hermano. No lo sé. Apenas recuerdo el techo oscuro del automóvil. Unos sollozos acompañaron a la despedida y, el carro en medio de la oscuridad de la madrugada, se hacía paso con sus propias luces. La frazada con la que me cubría, se fue a un lado y, mientras miraba adormitado, las calles alumbradas, mi madre solo decía, mientras se volvía hacía el asiento posterior: “Acuéstate hijo, duerme, es de noche”.
El ruido de Rambler era estruendoso. Como la de cualquier carro de los años sesenta, más todavía si el motor que le acompañaba había sido modificado. Claro, eso lo sé ahora, luego de muchos años. En ese rato, si bien no dejaba dormir en el primer momento, luego se convirtió en la canción de cuna que me acompañó esa madrugada. Una parada más, había que subir un paquete que uno de mis tíos enviaba al norte, para los abuelos. En ese momento, un reacomodo de personas. Otra mujer también subió. Tengo la impresión que fue una pasajera paracaidista de ese rato y, con eso mi comodidad se fue a la... Miercoles, no me parece un día adecuado para viajar. Quizá era viernes y, en ese momento, ya no miraba el techo. Me acomodaron entre las personas adultas, y me vi obligado a conducirme sentado, como cualquier mortal.
No recuerdo nada más del viaje… no sé de ninguna parada, de ninguna foto, tampoco de alguna comida en medio de camino. No recuerdo si mi hermano iba. Aunque de hecho allí estaba. Menos recuerdo las caras de las pasajeras que nos acompañaba. Tampoco sé cómo fue nuestro recibimiento en el lugar de destino; sin embargo, a este tiempo, sé que ese fue el viaje más significativo de mi vida: Máncora se convirtió en mi refugio, me adoptó entre sus campos y me permitió bañar mi infancia entre sus olas. Nada más simpático que la casa del “Pá Concio”, nada más austero que sus distintas cabañas, esas que se levantaron en varios lugares para asegurarnos espacios donde escondernos en nuestros más difíciles momentos, esos de aquellos días.
Esa frazada oscura quizá exista todavía. O a lo mejor se convirtió, en los años venideros, en cobertor de tabla de planchar… Esa frazada no era mía. Cubrió los fríos de mi hermano. A él le fue asignada. El Rambler American 330, definitivamente, se fue. Un día, dejó de funcionar y, su presencia era como parte ornamental de la casa, sus latas le dieron paso a la oxidación propia de los trastos viejos. Dejó de acompañarnos ya hace muchos años, pero no quería irse. Hace poco sus latas se convirtieron en chatarra y se fundieron para dar vida a otras nuevas. Solo queda, en mi cajón de medias, el logotipo metálico que adornaba la guantera y que pude arrancar antes de que se lo llevaran en pedazos. Al ver esa pequeña pieza de orfebrería industrial, se vienen los recuerdos, los primeros que de él tengo.
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