Era hija de Alfonso VIII de Castilla, y nació en el año del Señor de 1191. La historia la recuerda con el nombre de Leonor de Castilla, gentilicio heredado de su padre; aunque estoy seguro que ella, en sus días de gloria, además, firmaba con el agregado “reina consorte de Aragón”. A los treinta años, en 6 de febrero de 1221 contrajo matrimonio con el “papiriqui”, el rey aragonés Jaime I, más tarde apodado “El Conquistador”. Tan solemne acto se realizó en el municipio soriano de Ágreda. En estos tiempos, cada año, se hace recreación lúdica y turística de esa boda.
Jaime, en
el 1221 contaba con tan solo 13 años de edad. Era el rey de Aragón –desde los
días en los que apenas hablaba- pero ni siquiera se había enterado de su tamaña
posición. Solo como dato de chismoso: ¿Recuerdan la historia de Segismundo?
¡Si, ese el del drama “La vida es sueño” de Calderón de la Barca! Pareciera que
ese Segismundo se hubiera inspirado en Jaime y, la historia viene así: Jaime es hijo, como dijimos…
bueno, ahora lo decimos, hijo de Pedro II, El Católico, y de María de
Montpellier. Lo trágico es que, Pedro no quería nada con María. Dormían en
habitaciones separadas y, cualquier asunto entre ellos, de la vida diaria -digámoslo- era resuelto por la
servidumbre. Con los asuntos maritales tan dañados, era muy poco probable que
los líquidos seminales del uno, con los de la otra, se unieran; empero la preocupación
por la herencia regia motivó a que algunos nobles y eclesiásticos preocupados
por el trono engañaran al buen Pedro, apodado "el católico" y lo metieran a la cama con su propia esposa haciéndole
creer que era un muchachona de la villa vecina, a la que este le tenía ganas. El asunto vino después: Al ver la panza crecida de la
reina y, con la revelación del secreto del origen de su preñez, Pedro aumentó
sus iras contra la reina consorte y las extendió al producto que crecía en su
vientre. Tanto era el resquemor que el hombre conoció, por primera vez, al pequeño cuando éste
tenía dos años y, lo hizo solo con el afán de negociar su futuro.
Leonor de
Castilla, hija de Alfonso VIII, se vio precisada del matrimonio por asuntos de…
digamos de intereses familiares y de… digamos… política internacional. Hemos de precisar a
este tiempo qué, si el dato de su nacimiento es cierto, al momento de su
matrimonio, ella contaba con 30 años. Nos parece un poco difícil que a
esa edad una “princesa” de este lacrimoso valle anduviese “huérfana de marido”.
Al menos no, para los días aquellos. Algunos biógrafos e historiadores
medievales, prefieren no ponerle ningún año a su nacimiento y simplemente
anuncian que al tiempo en que casó con Jaime I, ella tenía una edad homogénea
a la de su reciente consorte. Otros escritores, afirman que ya tenía algunos
años y era algo mayor que su adolescente esposo. Dejamos anotadas las controversias cronológicas. Vayamos al chisme: Los que anduvieron en las
geografías españolas por aquellos días, afirman que todo fue idea de una tal
Berenguela, hermana de la matrimoniada. Aquella, parece era mayor y ya estaba
casada. Se afirma que envió a un par de emisarios para que hablen con el Papa
Honorio III a efectos de que la haga de “corre, ve y dile” en las opciones de
casar al par de ennoviados con el afán de asegurarle una herencia regia. En
realidad, la tal Berenguela no solo estaba pensando en su hermana, para hacerla
reina consorte de Aragón, sino también en su hijo Fernando III respecto de
sus aspiraciones al trono de la corona de León y de su hija homónima a quien
logró casar con el rey de Jerusalén. Al Papa también le convenían esos
matrimonios de cara a las políticas religiosas propias de Roma, por
ejemplo: evitar el avance de los infieles musulmanes, detener a los cátaros y
mantener las alianzas militares para la recuperación de tierra santa.
Jaime era
un niño huérfano de amores. Su padre lo aborrecía sin reparos. Más de un
pariente lo quería muerto. De hecho, se cuenta que, en alguna vez y cuando aún
estaba muy pequeño, atentaron contra su vida lanzando una piedra sobre su cuna.
Por gracia divina, dice el mismo Jaime, la piedra no le dio en la tutuma. En
realidad, había tíos y primos que también aspiraban al trono real y preferían
que no hubiera nacido, pero, en el peor de los casos, estaban dispuestos a adelantarle el
encuentro con el Señor... lanzando una piedra pesada que haga añicos la cuna, por ejemplo. Cuando tenía 03 años, su padre Pedro II lo entregó a su
archirrival, a Simón IV de Montfort, con el afán de asegurar una alianza política
de futura realización, una vez que el muchachito esté en edad casamentera. El
futuro fue distinto y contrario al destino que se le ofrecía desde el seno paterno: en 1213, a la muerte de su padre en la batalla de Mouret, gracias a los buenos e interesados oficios del papa Inocencio III,
el menor fue rescatado por los caballeros del Temple, quienes le ofrecieron
protección, educación y formación militar hasta los diez años aproximadamente.
No obstante, él ya era rey. Su padre le hereda el reino de Aragón y los
condados de Barcelona y Urgel; mientras que la defunción de su progenitora le
permite acceso al señorío de Montpellier. Él, con sus propios méritos, más tarde, se anexó otros territorios. De allí, el mote de "El conquistador".
Leonor,
desde su lado, era una hija querida pero que se perdía en medio de sus nueve
hermanos. De hecho, Berenguela ya estaba casada, Urraca casó con Alfonso II de
Portugal y Blanca contrajo nupcias con Luis VIII de Francia. En el mejor de los
casos, habrá que decir que la historia ha sido ingrata con ella; sin embargo, estos ojitos que un
día perderán su brillo, han visto documentos donde aparece su sello personal
junto al del mocito rey Jaime. Hemos de reconocer que, los años de ventaja de
la mencionada le sirvieron al polluelo para aprender a conducirse en medio de
los escondrijos, habladurías, diplomacias, sabotajes, espionajes propios de los poderes terrenales y monárquicos de
la España medieval. El matrimonio de Jaime y de Leonor, por si acaso, duró poco y, de eso se
encargaría el mismo rey y también el Papa, pero eso ya es otro cuento.
https://journals.openedition.org/e-spania/21609
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7150487.pdf
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