En su celular, apretujado en el bolsillo del pantalón se escondía un mensaje: "Ya estoy en casa. Mi mamá me recogió porque me sentí mal. Se me bajó la presión". El "puta madre" salió encabritado de pura desazón. De la expectativa frustrada de haber corrido tanto para nada.
Arrancó su vehículo y salió de la calle terrosa. Intentó calmarse pensando en el aire acondicionado que le acompañaba "¿Que le costó enviarme un mensaje para decirme que se iba por temprano? ¿Pa que diablos tienen celular?" Y se acompañaron improperios que pretendían ser la calma a la tempestad.
Una mujer vieja cruzó la calle acompañada de un bastón y una bolsa en la que se dibujaba unas viandas de comida. Lo hacía con la paciencia y lentitud que su renguera le permitía. La miró, primero con rabia; luego, con desazón; finalmente, se alivió con un "Pobre mujer. La comida de seguro es para su hijo". Nada le pareció más sublime que aquella le ofreciera a su hijo sus mejores esfuerzos en medio de sus achacosos pasos... Al menos eso se le ocurrió y fue suficiente para cambiar su ánimo.
Giró a la izquierda y tomó la avenida principal, mientras otros pensamientos le abordaban... "Espero esté bien. Estoy seguro de que si su malestar hubiera sido poco, la oportunidad para avisar no se hubiera perdido" y siguió su ruta: "o quizá no tenía señal". Sus ideas, ahora justificatorias, le allegaban a aquella conversación donde un colega, alguna vez le diría: "Mira compadre, si tu llamas una vez y no te contestan, intenta una segunda, si el caso lo amerita. Si no te contestan en la repetición, no insistas. Significa que en ese momento tu no eres importante. No siempre tienes que ser el centro de atención.
Respiró asosegado. Un último pensamiento: "Espero que esté bien. Le llamaré cuando un semáforo en rojo me lo permita". Era algo más de la una de la tarde.
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