jueves, 24 de agosto de 2023

Leñador

Antes de que mi mundo empezará, era mi abuelo. Mi abuelo y sus cabras. También allí, sus vecinos. El mundo era corto, pequeño, angosto y... de todos. Los vecinos se contaban con los dedos de las manos y las distancia de entre las respectivas casas se media a zancadas. Entre una y otra bien podían acomodarse unas cinco o diez casas, pero -a esos dias- no había nada. El más lejano era Pablo, el bravo. Ese hombre murió en su ley: de un solo tirón y en la puerta de su casa. Se fue una tarde, mientras jugábamos fultbito en la canchita terrosa que se advertía de las araduras de la tierra dada las correrías de los rivales peloteros. El hombre pasó montado en su burro interrumpiendo el partido: "muchachos cojudos, eso no más saben: jugar" y pasó mientras alguno de sus nietos se atrevió a darle besos al aire con el afán de apurar al pollino que lo conducía.

Entre casa y casa, solo había despoblado. Quizá alguna picota para amarrar algún jumento o, algún corral en que asegurar los ovejos, las cabras o las gallinas. Sin perjuicio, cualquier espacio era bueno para lo que sea. Alli, en la entrada del camión de Jorge Peña, se jugaba a la "batita"... Una adaptación muy ñoña del béisbol americano... ¿Quién realizó ese acomodó? Ni idea. La pelota era de trapo, hecha de medias y de retazos de tela. No había bate y... El asunto era lanzar la pelota lo más lejos posible para malograrle la tarea al rival, y lo demas... diversión de churres.

También estaba Feluco. Un hombre moreno, medio serio, medio afable. Contaba en su corral algunas cabras, unas muy poquitas; así que, pronto se acabaron... Lo que nunca faltó en el postigo eran sus burros. De ordinario,  dos; a veces tres y, si la situación estaba dura, solo uno. Si la crisis era muy grave ninguno. Eran sus instrumentos de trabajo. Allí también, sillones, jaquimas, monturas, cabos, cuerdas, bidones, cajones para el carguío de lo que sea, etc. La cocina de su casa era modesta y me gustaba... Quizá porque la hizo el mismo. El fogón se montaba sobre una caja hecha de adobes y, en la parte baja había dejado una oquedad para acomodar la leña y otra, de menor calado, para guardar las viandas. Allí con el calor de los carbones de la parte superior se mantendrían tibias, si hubiera necesidad de esperar al comensal.

Era un leñador al que, su trabajo de todos los días le había dejado huellas en el cuerpo. No necesito de máquinas ni de instructor para mantenerse "fitness". El trabajo con el hacha le fue suficiente. Cortaba leñas de algarrobo para venderlas en el centro del poblado. Allí dejaba, de seguro, cargas de leña donde Pedrito, el panadero y, también en casa de algunas mujeres. Si la venta se estrechaba también podía encargarse de buscar puntales y horcones de algarrobo para quien los necesite en la construcción de sus casas... Incluso podía irse hasta la montaña para conseguirlos de hualtaco, si es que el cliente era exigente... Varas de overal, pájaro bobo, etc. Sabía buscarselas con un burro, un machete, un hacha y algunas soguillas.

No recuerdo haberlo visto ebrio. Algunas veces molesto, pero ebrio... No. Se molestaba con sus hijos, por esas cosas que los papás suelen molestarse con los suyos, pero siempre estuvo atento a las cosas de los chiquillos que andábamos por allí, mataperreando, matando el tiempo, jugando a lo que fuera. "Mujer, dale agua a este bandido... Sudas, como si trabajarás". Renegaba, pero no nos negó una "vianda de agua". Así nos la servíamos: en viandas... Para asegurar el ahogamiento de la sed. Estás eran unas de fierro enlozado con orejitas huecas para que se acomoden unas sobre otras entrelazadas en un cinto metálico para la facilidad del traslado.

El hombre era un leñatero consumado. Es probable que aprendiera el oficio de su padre... O de su madre. A ella, los maledicentes le decíamos "Maria sacatroncos". Se le revolvía las tripas del coraje y, Don Feluco heredó el seudonimo, aunque no creo que alguien se hubiera atrevido a anunciarselo si es que no fuera que estaba seguro de que sus oídos no lo oyeran.

El hombre, con más de nueve décadas en sus alforjas, ha decido marchar a mejores bosques. Su recuerdo y, la realidad de que aquellas gentes que se acomodaron en mis primeros años se van, me hace sentir que la vida es efímera, que hay que vivirla en el día a día... Consumirla como el fuego consume los carbones del leñador que vivía a pocos metros de la casa de mi abuelo. Ese mundo se está acabando.

Buen viaje Dn. Feluco. No se olvide de su hacha. Saludos para Dn. Concio. Que todo vaya bien.


martes, 15 de agosto de 2023

Elevación

Después de la horrenda muerte de El Galileo, la mujer decidió sumarse al grupo de seguidores. Se apegó con ahínco al denominado "de los parientes"; entre ellos, Santiago, hermano del crucificado, y otros que, los chismosos identifican con los nombres de Judas, José y Simón. Roma no había tenido compasión y los funcionarios de Pilatos dejaron correr la noticia de que cualquier reclamo por dicha crucifixión podría dar lugar a otras y de mayor sufrimiento. Así que, prefirieron reunirse en las penumbras de los amaneceres o en las sombras de las noches. Algunos de los seguidores, con el tiempo, dejaron de serlo. Se les había acabado la esperanza.

El tiempo no había sido poco y la proclamada noticia de nuevos tiempos, de gobernantes que velen por la justicia de los pobres, que presten oído a las viudas o que misericordiosamente ofrezcan pan a los huérfanos, no llegaba. Los años también se notaban en las pieles de aquellos seguidores que no perdían la fe. La mujer, ella misma se sentía cansada y prefirió regalar sus pestañas al sueño para recuperar algo de fuerzas.

Se acomodó sobre unos paños y pidió no la despierten. Mas luego, transcurrido algún tiempo, algunos piadosos del grupo decian escuchar algunas voces en canto. Les parecía suave brisa que se acurrucaba en sus oídos, el airecito que se filtraba por los resquicios de las puertas y ventanas, además de frescor les regalaba la musicalidad que el aire producía al golpear las telas o los estrechos maderos que las conformaban.
 
Un muchacho estaba sentado sobre un madero, luego de algún rato, decidió levantar a la mujer, pero su sueño era tan profundo que prefirió que sea mayor su descanso. Otros, más luego, intentaron despertarla y no pudieron. Alguno diagnosticó la muerte sobrevenida en sueño, pero la mayoría prefirió creer que solo era un desmayo, un especie de catalepsia prolongada. Así las horas, convinieron en esperar un milagro: llevaron el cuerpo y lo dejaron en un sepulcro, semiabierto; mientras a la distancia continuaban con sus liturgias, oraciones, conversaciones y compartires.

¿Te ha tocado alguna vez ante la frecuencia de un sonido, su ausencia te causa extrañeza? Bueno pues, eso le ocurrió a ese minúsculo grupo de gentes: muy pronto se dieron cuenta que el viento había dejado de soplar, que los sonidos producidos ya no llegaban a sus oídos; por lo que decidieron salir del lugar donde estaban: miraron el sepulcro y el cuerpo de la durmiente ya no estaba. Cuentan que, algunos de los presentes, al levantar la mirada, pudieron ver qué su corporeidad se perdía en el espacio infinito y, a la vez, una luminosidad se apagaba. Era como aquellos puntos de luz que se hacían negros en los viejos televisores de tubos que ahora están desparecidos.

La mujer, o mejor, su humanidad, había sido robada desde las alturas. ¿Y los demás? Volvieron a sus vidas ordinarias  con arrobadas esperanzas de un mejor cielo.

jueves, 3 de agosto de 2023

Azazel

¿Has oído la expresión 'chivo expiatorio'? De seguro que sí. Digamos que es una expresión con que se hace referencia al pago de la culpa de una persona por otra distinta, a la que gratuitamente o por contraprestación, se le impone un castigo. Es un acto de simulación y, de ordinario, se vincula a los procesos penales o administrativos sancionatorios. Pero ¿sabías que la idea proviene de la cultura hebrea? ¿Qué se origina en un rito simbólico religioso de los hijos de Abraham? Y estoy absolutamente seguro que desconoces que se vincula a una deidad obscura de nombre Azazel. En el libro de Levítico 16, 7, se detalla: “Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Yavéh, a la puerta del tabernáculo de reunión. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Yavéh, y otra suerte por Azazel”. ¿Quién es Azazel?

En la angelología lóbrega, se dice, que Azazel es uno de los ángeles caídos. Es el compañero de Semyazza, aquel que convenció a Yaveh para que los ángeles –los que quisieran- puedan bajar a los terrenos adánicos para cohabitar con la humanidad, con el afán de enseñarles el temor de dios, la disipación de las pasiones, la compostura en la actuación. Lamentablemente, al igual que su compinche, quedó prendado de la belleza femenina y, tuvo sus hijos. No se tiene noticias de sus nombres y tampoco se sabe de con quién los tuvo y; a diferencia de su compañero de aventuras que se atemorizó de la ira de dios e intentó reconducir su conducta y, se infligió un castigo hasta la espera de juicio final, Dn. Azazel no se arrepintió de nada. Al contrario, aprovechó las debilidades más profundas de la humanidad: mientras a las mujeres les engalanaba la vanidad con joyas, dijes, espejos, velos de colores, alhajas y demás chucherías; a los varones -al enseñarles el arte de la guerra, la estrategia, la forja de armas- les hacía caricias sobre sus arrogancias. Se aseguró con ello, la competencia de las damas entre sí. La exaltación de la femineidad no sólo suponía buscar a la mujer más hermosa de la tierra, o –como dirá un cuento de posterior aparición- hacer la pregunta de rigor al reflejo: “espejito, espejito ¿Quién es la más bonita de este reino?”; sino que, las exponía como causa de rivalidad entre los hombres. Los señores, en particular, los emperifollados de este mundo, peleaban entre sí por tener a la mujer más hermosa y que a la vez reúna en sí misma otras cualidades como la fertilidad, la devoción a dios y la capacidad de hacer bien las cosas. No por las puras Abraham, el que salió de las tierras de Ur, envió a su criado Eliezer a que se devuelva a la “santa tierra” para buscar a una mujer que sea aparente para su hijo Isaac. El hombre sabía lo que necesitaba y ensilló varios camellos llenos de regalos. Cuenta el amanuense que, el viejo capataz de Abraham se apostó cerca de un pozo y esperó a que bajaran las muchachas por sus carguíos de agua y, fue Rebeca, una doncella, joven, bienhadada, hacendosa la que le fue mostrada como la elegida. En agradecimiento por el ofrecimiento de agua y pasto para su camellada, le puso sobre sus manos unos pendientes y en cada muñeca acomodó brazeletes de oro de muy buenos acabados ¿podría ella resistirse a semejantes regalos?

No nos apartemos. Azazel no solo aprovechó la vanidad de las mujeres para exaltarlas; sino que también se valió de la irascibilidad masculina para hacer de ésta la rueda en la que se ha movido la historia: la guerra. Le enseñó a los hombres, en general, la metalurgia. Todas las técnicas para extraer los metales contenidos en las oquedades de la tierra. En la mejor de las oportunidades, fue motivo de herramientas para la agricultura: arados, estructuras para la carga, palas, machetes; en circunstancia menos venturosa, para hacer flamear la belleza: objetos ornamentales para uno u otro sexo; en la maldad suma, para que se maten unos con otros. Las flechas, fechas, cuchillos, espadas, lanzas tenían en uno de sus lados la marca “Azazel, el forjador de metales”. Tal parece que esa fue su venganza contra dios: Si Yaveh no nos da otra oportunidad, entonces su mejor creación tampoco la tendrá y, les ofreció motivos y herramientas para la muerte.

El asunto es ¿Por qué en la biblia se ofrece la suerte de un macho cabrío para este ángel caído? Hay muchas versiones explicativas. En los días nuestros, se cree que la palabra allí expuesta no hace referencia a ningún ángel caído y que solo se trata de una  “palabra homófona” y, que debería traducirse como “la cabra que desaparece”; en razón a que el rito de expiación, en Levitico 16, supone que uno de los animales elegidos, en que cae en suerte para Yavéh se ofrecerá en expiación, pero “el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Yavéh para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto”. La idea es que el sacerdote pone “sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto”. El animal de seguro se perdía en el desierto y moría de hambre y de sed. Otros sostienen que el encargado de llevarlo al desierto, en realidad, lo llevaba y lo despeñaba en alguna profunda oquedad. Otras versiones, desde la conjugación de lo que se dice en la biblia y de lo que anuncia en los libros apócrifos y demás literatura mitológica, aseguran que luego de que los ángeles caídos expusieron su debilidad por las hijas de Adán y de llenar el mundo de “gigantes”; otras deidades acompañantes de Yavéh, -dígase Miguel, Gabriel, Rafael y Uriel- le ofrecieron ir en busca de Azazel. Luego de dura batalla lograron derrotarlo y, en castigo lo encadenaron de pies y manos, lo encerraron en una cueva oscura del desierto y amontonaron rocas sobre ella para evitar que escape. Esa cueva, se convirtió en botadero.

En el libro de Enoc, se precisa un detalle, que vendría de la boca misma de Altísimo: “Y toda la tierra ha sido corrompida a través de las obras que fueron enseñadas por Azazel. A él la culpa de todo pecado”. Desde esas expresiones, viene bien entender que, si el desierto es habitáculo natural de los demonios –recuerden que Lilith fue a parar a los desiertos del mar rojo, por ejemplo- entonces el envío de un chivito en el que el oficiante ha impuesto las manos, lo ha manchado de sangre y lo ha llenado de maldiciones, imprecaciones e injurias que representan el pecado del mundo; entonces, se hace necesario reconocer que mientras Yavéh es la expresión de la santidad y la pureza, el otro, Azazel, es una deidad opuesta: es el pecado que habita fuera del espacio de la humanidad, en el desierto, en las profundidades de las cuevas. Allí donde no es posible siquiera el crecimiento de una hortaliza. El envío del macho cabrío para Azazel al medio del desierto no sería más que, una expresión de desprecio.  

Nos libren los dioses de encontrarnos algún día en la boca de la Cueva de Dudael. Azael parece pertenecer al lado obscuro de la fuerza.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...