“Hablar de
una mujer es siempre oneroso”, resaltó el viejo. Y con un suspiro del pecho
profundo, concluyó: “Calla, y vive”. Dejó una risita sarcástica en el aire y se
corrigió a sí mismo: “Calla, sufre y vive”. La mula en la que andaba, bufó de
mala gana, para hacer saber su cansancio, quizá del camino; o, a lo mejor, de lo
aburrida de la historia. Miraron, los dos arrieros, en la distancia la cercanía
del agua, y se ofrecieron hacer un alto y dar descanso a sus jumentos y a ellos
mismos… al fin, ya casi era el medio día y, el sol arreciaba fuerte.
Volvieron a
recrear la historia que llevaban entre manos: la del Rumualdo, hombre facineroso,
qué en su afán de doblegar la voluntad de la Juana, le metió un balazo entre el
pecho. Uno intentó continuar la conversa: “…Éste se pasó de vueltas. No sólo no
logró su cometido, sino que además se puso en la mira de la justicia, por ese
hecho y otros anteriores… de sus días de soldado en el cuartel de El Alto, de
sus veces de pescador por el sur… Está pedido”. El otro remató la idea: “Y todo
por un amor”. Un breve silencio permitió que los hombres pusieran atención al
susurro del viento por entre las ramas que les ofrecían sombra, mientras en el
otro lado sus “aperos” sesteaban. El más viejo, en un arranque de esos donde el
corazón expone sus razones más intensas, quiso negar la idea: “El amor, no. El
hombre. No le puedes achacar las cosas malas al amor… El hombre… o la mujer,
puede ser malos o buenos, por las cosas que deciden y que hacen, pero el amor
no. El amor es, siempre, el amor”. Su acompañante –más joven-, mientras tiraba
piedritas a modo de jugueteo, allí donde se encontraba sentado, ofreció una
nueva expresión: “pero si el Rumualdo no se hubiera encaprichado y si ella, no
se hubiera negado, otra historia estaríamos contando… quizá hablando de sus
hijos, de su ganado. Ahora él anda huido y, ella vista como la mala de la
historia”.
El viento
entre las ramas de los arboles generaban un rumor, un ruido que –ahora- llamaba
la atención. Incluso de sus mismos inquilinos… los chilalos y las soñas
revoloteaban asustados. Las algarrobas maduras caían con ocasión del viento y
hasta las avispas de un panal común se inquietaron. De hecho, parte de la “tripa
de burro” hecha de barro -y que habían logrado como su casa común- se cayó. El
avispero en el suelo, obligó a los hombres a alejarse por breve término, para
evitar las picaduras de los insectos. Rieron de la necesidad de huir de las posibles
picaduras. Parte del fiambre fue a dar por la tierra. Apenas se libró un pedazo
de queso y un trozo de maduro que se mantenían en sus viandas. Rieron, hasta por el hecho de que se quedarían
con hambre. Aseguraron el nuevo lugar donde estar y, volvieron a acomodar sus
posaderas. Las botellas de refrescos, se acomodaron entre sus piernas.
El más
joven preguntó - ¿Por qué caen las algarrobas? Y, el mayor contestó con una
pregunta que llevaba escondida una injuria: "¿Qué pregunta es esa? Caen porque
tienen que caer, porque el viento las hace caer. ¿o no? Preguntas tonterías". Miraron alrededor. Y, el de la pregunta se
contestó a sí mismo y utilizando lo dicho: “Si fuera que caen porque tiene que
caer, entonces todas caerían; si fuera que caen por el viento, entonces en el
suelo distinguiríamos verdes y amarillas. Solo hay amarillas. Entonces, caen
las que están listas para caer. ¿Te parece?” El mayor miraba hacia su alrededor
haciendo gestos con la cabeza con los que anunciaba que pensaba en la
respuesta, para finalmente decir “Si. Tienes razón”.
Regresaron al
tema de la conversación: ¿Y no será que eso mismo ocurren las vidas de las
gentes? ¿Qué las cosas ocurren porque todo empuja a que sean de una determinada
forma? Acaso ¿si Tomás no hubiera estado la noche en el que le dispararon a
Juana ella hubiera muerto? ¿Y si Felipe no hubiera llegado por esos días de
velaciones para cortejar a Juana, Rumualdo no se hubiera obligado a usar un
arma cuando sus palabras pudieron conseguir mejor resultado? ¿Por qué no murió
Juana si el disparo fue en el pecho? ¿Será que Felipe era más culpable de lo
que se cree por el solo hecho de haberle generado precipitación a Romualdo?
“¿Cómo será?
¿no? Fue la contestación a tantas preguntas. “El azar, el destino, la
casualidad puede que no existan, que nadie las haya visto andando, pero que
influyen en la vida de los hombres, no hay vuelta que darle; pero son estos los
que con sus acciones le ofrecen forma a su propia historia: nadie obligó a
Romualdo a robar el cargamento de municiones en el servicio militar, nadie le
obligó a elegir a la Juana como pretexto de sus amores, menos a que anduviera
con arma bajo el cinto. Esas han sido sus decisiones. Ahora pues que, asuma sus
responsabilidades”.
Ambos revisaron
sus servicios, los acomodaron, primero en sus talegas de tela y, luego el lado
izquierdo y posterior de sus alforjas. Sin decirse nada, se levantaron,
revisaron los aperos de sus jumentos, montaron en ellos; miraron “la altura”
del sol, y tomaron el caminito que los había llevado hasta allí. Unas expresiones finales del mayor pusieron fin a la conversa: “No te
puedo responder a todas las preguntas, pero lo que sí sé es que a nadie se le
dispara en desventaja. Menos a una mujer; contimás, si dices que estás
enamorado. No eres dueño de tu vida, menos de la vida de la mujer que dices que
amas… por eso vuelvo al comienzo: hablar de una mujer es siempre caro,
dispararle, más caro todavía”.
"Arrea, que falta harto camino" fue la expresión final y que invitó a los andantes a acomodarse en sus aperos para pestañear un rato.
Nota: si quieres conocer la historia de Juana y de Romualdo, revisa: Bala. La misma historia, pero desde la otra perspectiva: Destino
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