sábado, 16 de julio de 2022

Conversa

“Hablar de una mujer es siempre oneroso”, resaltó el viejo. Y con un suspiro del pecho profundo, concluyó: “Calla, y vive”. Dejó una risita sarcástica en el aire y se corrigió a sí mismo: “Calla, sufre y vive”. La mula en la que andaba, bufó de mala gana, para hacer saber su cansancio, quizá del camino; o, a lo mejor, de lo aburrida de la historia. Miraron, los dos arrieros, en la distancia la cercanía del agua, y se ofrecieron hacer un alto y dar descanso a sus jumentos y a ellos mismos… al fin, ya casi era el medio día y, el sol arreciaba fuerte.

Volvieron a recrear la historia que llevaban entre manos: la del Rumualdo, hombre facineroso, qué en su afán de doblegar la voluntad de la Juana, le metió un balazo entre el pecho. Uno intentó continuar la conversa: “…Éste se pasó de vueltas. No sólo no logró su cometido, sino que además se puso en la mira de la justicia, por ese hecho y otros anteriores… de sus días de soldado en el cuartel de El Alto, de sus veces de pescador por el sur… Está pedido”. El otro remató la idea: “Y todo por un amor”. Un breve silencio permitió que los hombres pusieran atención al susurro del viento por entre las ramas que les ofrecían sombra, mientras en el otro lado sus “aperos” sesteaban. El más viejo, en un arranque de esos donde el corazón expone sus razones más intensas, quiso negar la idea: “El amor, no. El hombre. No le puedes achacar las cosas malas al amor… El hombre… o la mujer, puede ser malos o buenos, por las cosas que deciden y que hacen, pero el amor no. El amor es, siempre, el amor”. Su acompañante –más joven-, mientras tiraba piedritas a modo de jugueteo, allí donde se encontraba sentado, ofreció una nueva expresión: “pero si el Rumualdo no se hubiera encaprichado y si ella, no se hubiera negado, otra historia estaríamos contando… quizá hablando de sus hijos, de su ganado. Ahora él anda huido y, ella vista como la mala de la historia”.

El viento entre las ramas de los arboles generaban un rumor, un ruido que –ahora- llamaba la atención. Incluso de sus mismos inquilinos… los chilalos y las soñas revoloteaban asustados. Las algarrobas maduras caían con ocasión del viento y hasta las avispas de un panal común se inquietaron. De hecho, parte de la “tripa de burro” hecha de barro -y que habían logrado como su casa común- se cayó. El avispero en el suelo, obligó a los hombres a alejarse por breve término, para evitar las picaduras de los insectos.  Rieron de la necesidad de huir de las posibles picaduras. Parte del fiambre fue a dar por la tierra. Apenas se libró un pedazo de queso y un trozo de maduro que se mantenían en sus viandas.  Rieron, hasta por el hecho de que se quedarían con hambre. Aseguraron el nuevo lugar donde estar y, volvieron a acomodar sus posaderas. Las botellas de refrescos, se acomodaron entre sus piernas.

El más joven preguntó - ¿Por qué caen las algarrobas? Y, el mayor contestó con una pregunta que llevaba escondida una injuria: "¿Qué pregunta es esa? Caen porque tienen que caer, porque el viento las hace caer. ¿o no? Preguntas tonterías".  Miraron alrededor. Y, el de la pregunta se contestó a sí mismo y utilizando lo dicho: “Si fuera que caen porque tiene que caer, entonces todas caerían; si fuera que caen por el viento, entonces en el suelo distinguiríamos verdes y amarillas. Solo hay amarillas. Entonces, caen las que están listas para caer. ¿Te parece?” El mayor miraba hacia su alrededor haciendo gestos con la cabeza con los que anunciaba que pensaba en la respuesta, para finalmente decir “Si. Tienes razón”.

Regresaron al tema de la conversación: ¿Y no será que eso mismo ocurren las vidas de las gentes? ¿Qué las cosas ocurren porque todo empuja a que sean de una determinada forma? Acaso ¿si Tomás no hubiera estado la noche en el que le dispararon a Juana ella hubiera muerto? ¿Y si Felipe no hubiera llegado por esos días de velaciones para cortejar a Juana, Rumualdo no se hubiera obligado a usar un arma cuando sus palabras pudieron conseguir mejor resultado? ¿Por qué no murió Juana si el disparo fue en el pecho? ¿Será que Felipe era más culpable de lo que se cree por el solo hecho de haberle generado precipitación a Romualdo?

“¿Cómo será? ¿no? Fue la contestación a tantas preguntas. “El azar, el destino, la casualidad puede que no existan, que nadie las haya visto andando, pero que influyen en la vida de los hombres, no hay vuelta que darle; pero son estos los que con sus acciones le ofrecen forma a su propia historia: nadie obligó a Romualdo a robar el cargamento de municiones en el servicio militar, nadie le obligó a elegir a la Juana como pretexto de sus amores, menos a que anduviera con arma bajo el cinto. Esas han sido sus decisiones. Ahora pues que, asuma sus responsabilidades”.

Ambos revisaron sus servicios, los acomodaron, primero en sus talegas de tela y, luego el lado izquierdo y posterior de sus alforjas. Sin decirse nada, se levantaron, revisaron los aperos de sus jumentos, montaron en ellos; miraron “la altura” del sol, y tomaron el caminito que los había llevado hasta allí. Unas expresiones finales del mayor pusieron fin a la conversa: “No te puedo responder a todas las preguntas, pero lo que sí sé es que a nadie se le dispara en desventaja. Menos a una mujer; contimás, si dices que estás enamorado. No eres dueño de tu vida, menos de la vida de la mujer que dices que amas… por eso vuelvo al comienzo: hablar de una mujer es siempre caro, dispararle, más caro todavía”. 

"Arrea, que falta harto camino" fue la expresión final y que invitó a los andantes a acomodarse en sus aperos para pestañear un rato.

Nota: si quieres conocer la historia de Juana y de Romualdo, revisa: Bala. La misma historia, pero desde la otra perspectiva: Destino

 


No hay comentarios:

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...