martes, 23 de julio de 2019

Desconocida

Un breve hilo de sangre llegaba hasta el filo de la piscina. Se perdía en los acueductos laterales del estanque. Allí se diluía. El trascurso del tiempo, por lo demás, había solidificado parte de aquella. El cuerpo apareció allí, tirado de cubito ventral. El encargado de la limpieza de la piscina, se había levantado –como de costumbre- muy temprano, y advirtió el bulto. Al reconocer el cuerpo desnudo y sin vida de una mujer, corrió prontamente a recepción y llamó al primero que encontró: “Hay una mujer muerta… hay una mujer muerta…” mientras volvía sus apurados pasos hacia el lugar del hallazgo. Estaba fría, entumecida, rígida como producto de la muerte misma. Los teléfonos del gerente-administrador del hotel y los de la policía sonaron. Unos minutos más tarde, para evitar el macabro espectáculo para los otros habitantes y clientes ocasionales, la piscina fue cerrada –so pretexto de mantenimiento- y el espacio del hallazgo cubierto de plásticos azules.

Una de las recepcionista y un camarero reconocieron el delicado cuerpo de la mujer, pero prohibidos por el administrador no dijeron nada. Los agentes de criminalística levantaron el cuerpo sin identificar y, se limitaron a inscribir en su ficha de datos: “NN, sexo femenino, 30 años aproximadamente, sin señas particulares, sin tatuajes”. Levantaron el cuerpo y, una ambulancia y su ulular, tomó la Av. Paseo de la República, desviaron por  la Av. España y se perdieron en medio del bullicioso tráfico limeño. Un par de policías quedaron en la escena del hallazgo para las primeras indagaciones. El fiscal que les acompañaba, les dio unas breves instrucciones y, pocos minutos después, también abandonaba el lugar. Un muchacho, con cara de saber más de lo que podía decir, se escabulló por entre alguna del par de puertas que dan al sótano. Llevaba consigo un balde de limpieza, un par de guantes de caucho y dos trapeadores.

Las primerísimas indagaciones sostenían se trataba de una reciente empleada contratada por el hotel, sin embargo, al viejo sabueso esa información le venía mal. No encajaba ¿Podía un personal de limpieza lucir un anillo de oro con tan rara piedra de adorno? La pedicure, la tersura de las manos y el tipo de maquillaje eran aparentes más bien con el de una persona ligada asuntos de administración o de escritorio. El sigilo de los botones, la reserva de las recepcionistas y hasta el recelo del propio administrador le hacía sospechar que pudiera tratarse más bien de alguna turista, quizá alguna amante furtiva o de alguna exquisita dama de compañía. Tal vez, alguna courier de substancias prohibidas.  El policía siguió al muchacho y, le preguntó qué sabía. No le dijo mucho, pero fue suficiente: “piso 19, cena, pleito por celos”.

A su salida, mientras sentado, desde la sala de estar de ese lujoso hotel, estudiaba la conducta de sus nerviosos trabajadores, fue abordado por un hombre de mediana edad, de estatura pequeña, que le dijo ser un “investigador privado” y que le gustaría tener un reservada conversación, incluyendo al gerente del hotel y, efectivamente, ésta reunión se realizó en la lujosa oficina de éste último. Allí le dieron el “nombre” de la mujer: Fernanda Solorzano,  de quien se decía había sido contratada para limpieza, pero que lamentablemente, por el tema de la inflación económica, las dificultades de la legislación laboral, no había podido ser incluida en la planilla del hotel; pero que en todo caso, lo que menos se pretendía era tener un escándalo mayor. De hecho, ya tenían en el mismo frente un par de periodistas televisivos que querían la “exclusiva” y, lo que menos querían era tener publicidad negativa. Los tiempos en el Perú no eran los mejores para el turismo. Se hacía muy difícil mantener un hotel cinco estrellas en tiempo de inflación. Comprometido con la reserva de la investigación solicitada, logró autorización para conversar –para esa noche- con el personal nocturno, pero sobre todo, para visitar –incluso sin participación del fiscal- la habitación del piso 19, aquella que daba luz hacia el vano de la piscina.

No había nada, salvo una mujer que hacía limpieza porque prontamente llegaba un diplomático importante, que solía alojarse en dicha habitación. Era una habitación de lujo, una junior suite, y, se notaba –por el menaje que había sobre un carrito metálico- que cuando menos dos personas habían comido la noche anterior. Unos breves restos de un polvo y las botellas de vino, le hicieron sospechar que no era una simple cena, que había algo más. Al menos las ceras diluidas sobre un candelero plateado le hacían pensar que Eros o Afrodita habían rondado por allí. Muy de hurtadillas pudo conseguir el nombre del empresario que la noche anterior había estado alojado en esa habitación; lamentablemente, el fiscal –al tiempo en que le sugirió cerrara la habitación para una inspección exhaustiva de criminalística- le negó esa posibilidad, alegando que era necesario descartar previamente, la causa de la muerte: ¿Era ésta producto de la caída desde el piso 19 o es que ese cuerpo fue acomodado al pie de la piscina para fingir una falsa escena criminal?

Caía la tarde y los resultados de la necropsia se hacían esperar.

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Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...