Se despertó con un mal sabor… Un sentimiento de culpa le embargaba, a la vez que, una sonrisa de complacencia se dibujaba en sus labios. Se confundía el miedo y la satisfacción, la turbación y el regodeo, el dolor del alma con los recuerdos de la delectación corpórea. Y no quería decidirse por ninguna. Un “no sé qué” se atragantaba entre su pecho y la garganta, pero, cada que aparecía, en el instante posterior florecía la ensoñación del cuerpo ajeno, de ese que sabía que nunca sería suyo, pero que había logrado poseerlo, siquiera por algunos largos minutos de la noche previa.
Ese muy buen cuerpo, de curvas pronunciadas, bien despachadito, de mujer casada y con ya algunos años, le ofrecía experiencias distintas: carnes por amasijar entre sus dedos que, cual pianista, lograba músicas en formas de callados quejidos naturales, que despertaban en sus oídos juveniles sensaciones distintas, extrañas, gozosas. Una noche en que la culpa se perdía en bocadas de aire pletóricas de amor carnal, de mudas mordidas en la piel del otro, de purísima efervescencia de sudoraciones confundidas… Ese breve espacio permitido por el descanso de fin de semana, fue cubierto de enérgicos y rítmicos ejercicios, que se justificarían, al llegar a casa, en el agotador viaje que suponía el bus público en una vía atormentada por los rezagos de los aniegos del verano.
Siempre se habían mirado con deseo. Ninguno había dicho nada de los mismos, pero esa noche coincidieron en la puerta de salida y, sin querer, sus maletines cargados de papeles, se entrelazaron, motivando una invitación para un cebichito vespertino de viernes, que terminó en el hotelito de al lado, en un ronroneo cómplice, donde ese par de cuerpos dieron cuerda a los deseos reprimidos, de un lado, del cuerpo voluptuoso y maduro y; del otro, de la rigidez de los músculos que se escondían debajo de una camisa, logrados –ha de decirse- en rutinas inflexibles de gimnasio. Aún con ello, el par de chopps no eran suficientes para acallar el sentido de la culpa, de la traición a otros, distintos, ajenos e ignorantes de la escena… pero se aplicaron en esa breve empresa que, culminaría esa misma noche, pues no habían afanes de repetición. Ella habría logrado lo que hace tiempo ya había perdido y, él había conocido un nuevo cuerpo para anotarlo en su lista de experiencias… éste lleno de novedosas experiencias.
En los contornos del anochecer, confundidos en el humo de un cigarro y, atareados por los cláxones de los taxis que podían advertir desde el segundo piso, el traqueteo de la cama y el olor de las sabanas mojadas eran la escenografía inadvertida para este par de amantes, que esa noche modificaron sus horarios e inventaron excusas vanas para esta historia, que sabían era prohibida.
El sentimiento de culpa se perdió entre los quehaceres sabatinos, el encuentro con los amigos y, la necesidad de volver a gozar de ese par de pechos aperaltados y las curvas voluptuosas de sus caderas motivaron la repetición… un par de veces por mes se encuentran furtivamente, en el descanso meridiano, con ocasión de algún cumpleañero agasajado, en viajes de trabajo, o sin siquiera tener pretexto, en algún hotel de la ciudad, que con frecuencia es cambiado para evitar el descubrimiento de los no-comprometidos. El trascurso de los días, dieron hicieron florecen el goce frente a la culpa, el miedo sucumbió ante la sonrisa complaciente y, los sudoríparos movimientos duales se repiten desde hace un lustro, para entera satisfacción de los amantes.
Hace unos días, ella intenta dejar de verlo… pero lo extraña “a morir”. Es el enésimo intento.
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