domingo, 29 de noviembre de 2015

El turno permanente

"La justicia no puede parar. La judicatura penal no descansa”. Así hemos dicho en otra oportunidad, con ocasión de la pretendida intromisión de turnos permanentes en los juzgados penales a los que se les pone a disposición un reo contumaz. El pasado febrero un proyecto de reglamento de las actuaciones del nuevo Código Procesal Penal así lo establecía. El asunto no fue aprobado. Explicábamos en aquella oportunidad, que la forma eficaz de asegurar el permanente estado de alerta de la justicia penal es a través de turnos. Ponemos un ejemplo: si una determinada sede judicial tiene cinco juzgados, corresponderá que éstos atienda de lunes a viernes en el horario laboral habitual. El tiempo distinto al laboral es asumido mediante turnos, entre los cinco jueces responsables de cada juzgado. Así, cada juez cada cinco semanas será responsable de una semana completa para atender fuera de horario laboral. 

El solo hecho de “estar en disponibilidad de laborar” ya supone una afectación del derecho al disfrute del tiempo libre y del descanso. El sólo hecho de estar de turno, limita al juez de departir en los cumpleaños de un familiar, lo obliga a acostarse con el móvil encendido y mantener las alarmas en constante tilintilin. Si el asunto es así, cuando el juez efectivamente es llamado para trabajar en horario no laborables, tales horas deben computarse como efectivamente laboradas, con cargo a ser pagadas en sobretiempo. Estoy seguro que el Consejo Ejecutivo del Poder Judicial y hasta el Presidente del Poder Judicial se han de escandalizar de la propuesta, pero ¿no es que acaso el D.Leg 276 reconoce que las labores efectuadas en exceso a la jornada ordinaria deben ser remunerados en forma proporcional? El art. 147, e) del D.S 005-90-PCM reconoce la posibilidad de compensar.

El Poder Judicial al amparo de la premisa de que la justicia penal atiende de forma permanente, ha hecho creer que los jueces penales están a su disposición las 24 horas del día y que son lamentable servidumbre del sistema judicial. Se suma a ello, la imposibilidad de hacer huelga o la falta de organización de éstos para la reclamación de sus derechos. El Poder Judicial no paga sobretiempo, tampoco compensa esas horas efectivamente trabajadas, pero además, si el juez, al día siguiente, no llega puntual a laborar, le abren proceso administrativo sancionatorio. Regresemos al asunto que nos motiva.

Las nuevas exigencias procesales derivadas del proceso inmediato para los casos de flagrancia, Decreto Legislativo 1194, no sólo obliga a que el fiscal incoe este proceso en el caso de delitos flagrantes sino también para procesos de omisión a la asistencia familiar y conducción en estado de ebriedad o de drogadicción. El denominado “proceso común” se reduce a un “miniproceso” donde los tiempos que se contabilizan en días, con el renovado mecanismo de abreviación procesal se reducen a horas. El art. 448 inc. 1 establece que, el juez realiza la audiencia única en un plazo no mayor a 72 horas “bajo responsabilidad funcional”. Tal expresión puede suponer en la práctica que, si un acusado es puesto a disposición en día miércoles, a las 2.00 p.m. entonces su juicio debe realizarse a más tardar el día sábado a esa misma hora. Si en jueves y viernes la agenda está recargada, entonces el juez deberá trabajar el día sábado; empero su jornada laboral máxima semanal ya se cumplió el día anterior. La pregunta es ¿puede el legislador obligar a un trabajador más allá del tiempo que la Constitución exige?

Si leemos la norma, podemos advertir que, el proceso inmediato para casos de flagrancia tiene semejanzas con el tratamiento que ofrece la legislación ecuatoriana. Ésta posibilita hasta tres tipos de atención del turno, el A con tres jornadas laborales diarias, que supone la existencia de tres jueces sucesivos en el tiempo durante las 24 horas del día, que atiende desde su despacho; el B, en que se reconoce estas mismas tres jornadas pero con atención presencial en las dos primeras jornadas y, la tercera reconocida como “jornada especial domiciliaria” y, la C en la que solo existe una jornada laboral presencial y las otras dos mediante jornada especial domiciliaria. En cualquier caso, “la aplicación de los turnos se realizará bajo parámetros de rotación entre las y los servidores judiciales para preservar su salud ocupacional”. 

En nuestro país, el Consejo Ejecutivo del Poder Judicial recientemente ha dictado la R.A 347-2015 CEPJ, publicada el 24 de noviembre en la que dispone “el conocimiento del proceso inmediato (…) estará a cargo de todos los órganos jurisdiccionales del Código Procesal Penal en adición de funciones” y añade, en aquellos lugares “donde exista más de un órgano jurisdiccional con la misma competencia y de la misma instancia, resulta necesario que el conocimiento de dichos procesos sea por órganos jurisdiccionales a dedicación exclusiva, ello en función al índice de criminalidad, carga procesal y crecimiento poblacional” y para ello señala con nombre propios a determinados órganos a los que, califica de Juzgados “permanentes”, con lo que, gracias a dicha nominación, dichos jueces han perdido el derecho al tranquilo disfrute de sus días sábados y domingos.

La pregunta que les ha de asaltar a algunos de los titulares de dichos juzgados es “¿Y porque yo? ¿Qué de malo he hecho para que, a diferencia de mi compañero –que tiene recibe la misma remuneración, que está obligado a las mismas obligaciones- me ha de corresponder mayor obligación de dedicación temporal al Estado? No sólo se afecta, en consecuencia, el derecho al disfrute del tiempo libre, sino que se genera malestares entre los mismos magistrados dado el desigual tratamiento a las labores asignadas a cada quien, pese a que la remuneración siempre será la misma. No digamos nada de la salud ocupacional.

Desde lo dicho, tendría que concluir que en el país la justicia penal no funciona por turnos, como en cualquier otro democrático, sino que ésta se asigna de modo “permanente” a cada judicatura, siendo la designación de turno una excepcionalidad. ¿Será que el Estado promueve modalidades distintas de trata de personas? Los magistrados tienen la palabra.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El problema de la justicia

“El problema más grave (de la justicia) es que los jueces sueltan a los delincuentes”, decía una persona en las redes sociales con ocasión de la liberación de un imputado, cuyo caso es conocido por los medios periodísticos y, desde esa premisa, otro explicaba el hecho en la “corrupción de los jueces” y sin más concluía que era necesario “mandar a su casa” o “meterlos presos” a todos los operadores de justicia.

Uno de ellos, con el que entablé una conversación privada, finalmente decía, que “no era posible que si los medios de comunicación dan cuenta de que se ha cometido un hecho (ilícito), cómo es que los jueces no puedan verlo” y, también reconoció que nunca había presenciado un juicio penal. Es más, decía le causaba repulsión el solo hecho de pensar que debía ingresar a un establecimiento del Poder Judicial.

Sobre ello me viene una pregunta ¿cómo podría yo hacer una crítica del desempeño de la selección nacional si no he presenciado los últimos partidos de fútbol en los que ha jugado? ¿Cómo podría hacer una calificación de la sazón y buen gusto de un restaurante si nunca lo he visitado? ¿Qué podría decir sobre la literatura barroca si no he estudiado el tema? La justicia se somete a graves epítetos gracias al banal ejercicio del derecho a opinar sin necesidad de justificar el contenido de la expresión.

Desde mi particular perspectiva, el problema de la justicia son sus ciudadanos. En el último año he tenido que dictar sentencias absolutorias por una razón fundamental: los testigos que vieron el hecho nunca llegaron al juicio para declarar sobre lo que vieron u oyeron, los agraviados que dicen haber sido afectados en su patrimonio por hurto o robo, cuando declaran dicen no recordar los hechos, e incluso, se atreven a indicar que “hicieron la denuncia obnubilados por la cólera”. Los fiscales suelen quejarse que, el mayor problema para asegurar una sentencia condenatoria es la poca colaboración de testigos y detallan que, a las limitaciones presupuestales de la Unidad de Víctimas y Testigos, se suma la poca colaboración de los propios agraviados. Señalan que, las veces que son citados para declarar sólo se presentan en la primera oportunidad y, luego, si hay necesidad de ampliar, se niega a dar detalles bajo la expresión “pero ya declaré la vez pasada” y, aún cuando “se dan maña” los servidores del Ministerio Público para encontrarlos (dado que muchas veces se niegan a salir de sus domicilios), éstos finalmente terminan aguándoles la fiesta, porque no se presentan al juicio oral. La mejor justificación hasta ahora escuchada y más repetida es: “El testigo tiene miedo de declarar por el temor a las represalias contra él. Tiene hijos chiquitos”. Estoy convencido de que, en alguna ocasión tal expresión es cierta, pero ya se ha convertido en tópico de pretexto, que ha perdido credibilidad. 

El Ministerio Público seguirá perdiendo sus procesos penales de extorsión, robo, lesiones por violencia familiar, corrupción de funcionarios, etc. solo porque los ciudadanos del Estado Peruano son apáticos ante el compromiso real. ¿Que es complicado estar en un juicio? Si, claro que lo es. Los acusados se valdrán de cualquier artimaña para suspender la audiencia y, el testigo “ya perdió” el jornal diario, pero ello no puede ser impedimento ni excusa para no presentarse en la siguiente audiencia. Tendría que ser el aliciente: que los malos no nos ganen la batalla.

Dado el estado de cosas, se hace necesario atender a otras herramientas procesales: la prueba anticipada. En teoría se puede recoger las declaraciones de testigos y, luego hacerlas valer como medio de prueba en juicio a través de prueba anticipada; sin embargo es una herramienta inútil, no porque no sirva, sino porque no se utiliza. Lamentablemente, en los casos de violación sexual tenemos que volver a maltratar a las niñas (por ser mayoría) obligándoles a contarlos sus padecimientos, incluso con detalles hasta en tres o cuatro oportunidades durante todo el proceso, cuando nos bastaría usar la prueba anticipada para que la primera declaración sea suficiente para alcanzar la calidad de medio de prueba. Lo mismo para aquellos ciudadanos que -estando de paso por nuestra ciudad- son asaltados o atracados por gente de mal vivir. ¿Una persona de Madre de Dios estaría en la disponibilidad de viajar hasta Río Seco para declarar sobre un hecho que prefiere olvidar? Sería saludable que los ciudadanos y los abogados defensores (en particular los de las victimas) exijan que se utilice, siempre que se presenten los requisitos que la norma procesal exige.

Otra herramienta interesante es la video conferencia, pero lamentablemente tiene sus limitaciones operativas. De ordinario, en aquellos casos graves en donde el juicio se realiza en el penal, nos encontramos con el hecho de que no todas las salas cuentan con el programa informático o, en el otro lugar no se tiene las condiciones técnicas para la conexión o, deficiencias en la red impiden la realización de la audiencia, etc. Nos parece más útil la prueba anticipada, que tiene otras ventajas como la recepción de la declaración tesmonial bajo la frescura del recuerdo próximo ante los hechos.

Regresemos al punto de partida: el estado de la justicia en el país, es responsabilidad de sus ciudadanos. Si fuera el caso, los jueces y fiscales no estarían en la disponibilidad de torcer el derecho, si advirtieran el compromiso testifical de quienes estuvieron en el lugar de las ocurrencias, si los colectivos ciudadanos –organizaciones de la sociedad civil- contribuyeran con la exigencia de presentar a los peritos y testigos que aseguren la certeza y credibilidad de las hipótesis incriminatorias. La justicia no sólo es de jueces y fiscales, también es de la ciudadanía y, ésta queda representada en el proceso penal por los testigos y peritos. 

Sin necesidad de amenazas de conducción compulsiva o de denuncia por desobediencia a la autoridad, los ciudadanos que son llamados para testificar tienen obligación de presentarse. Es el modo como ha de mejorar la justicia. No obstante, consideramos también, que lo óptimo es que la ciudadanía no produzca más delincuentes. Pero bueno, no sé si le estoy pidiendo peras al olmo.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Máncora en los años ochenta

La Máncora de mis días primeros no es la de ahora. En aquellos, esa caleta empezaba, en el lado sur ,en las instalaciones de la “Ofisco”, una empresa dedicada a labores hidrobiológicas marinas en los adyacentes de la quebrada La Pepa (ahora, Cabo Blanco) y terminaba en el cementerio. Este era la divisoria entre el propio “Máncora” y los barrios Leticia y Nicaragua, los que eran diferenciados, por encontrarse en las afueras. No obstante, Máncora para cualquier foráneo –y como ahora- terminaba en la margen izquierda de la quebrada Fernández, por el lado norte. 

En inmediaciones de La Pepa, estaba la zona industrial, comúnmente conocida como “El Puerto”. Allí habían algunas pequeñas industrias, hospedajes y también la casa del cura Martín O’Grady y el convento de las franciscanas. Las hermanas que conformaba esa comunidad se encargaban de la pastoral evangelizadora y social. En su consultorio de la Av. Grau, ejercieron su profesión médica las hermanas María y María Electa y atendieron a los que hoy calzamos los cuarenta en los días de niñez, ofrecían medicinas y aliviaban dolores de las gentes; mientras que la hermana María Loreto, que era la encargada de la catequesis, animaba los coros de la parroquia, visitaba los colegios y enseñaba a tocar instrumentos musicales a los niños. La vida era harto apacible. La Panamericana era una larga serpiente negra que corría por en medio del poblado y podía distinguirse desde cualquier punto: sólo transitada por caminantes, un par de docenas de vehículos de cuatro ruedas, bicicletas y varias motocicletas. El avispero de mototaxis no existía, por lo que nos conducíamos por nuestro propio pie. En esos días, era obligatorio que las bicicletas se inscribieran y portaran visiblemente su placa de rodaje. Alguna vez se armaron operativos para decomisarlas.

El mercado, algo desordenado, permitía que las caseras pudieran encontrarse en las compras dominicales y chismear de las cosas domésticas, de las ocurrencias del barrio o de las necesidades del algún vecino. Si bien sería imposible pretender que todos conocieran, cuando menos se sabía quien era hijo de quien; de modo tal que las travesuras llegaban a los padres en, cuando menos, veinticuatro horas. Los chiquillos nos conocíamos; coincidíamos en los mismos centros educativos: el Tupac Amaru (primaria de varones), el Micaela Bastidas (primaria de mujeres) y el Alberto Pallete (secundaria mixta). También estaba el inicial que se ubicaba detrás de la posta médica y el primario del barrio Leticia.

Una sola posta médica, algo raquítica y una sola farmacia atendida por el Sr. Mogollón. Una sola iglesia y una sola plaza. Ésta hecha de ladrillos calados, con muros de algo más de un metro de altura que permitía que los más pequeños pudiéramos treparnos para ver los desfiles de julio o aseguraban el acomodo de los ambulantes en las noches sabatinas, donde las personas podían comprar ropas, juguetes, utensilios personales. Una especie de feria que le alegraba la vida a los adolescentes enamorados que paseaban en esas noches desde la Iglesia del Carmen y hasta el antiguo paradero del EPPO. Idas y vueltas de conversas que no querían terminarse, pero que acababan no más allá de las once de la noche. Tiempo más que prudente para volver a casa. La medianoche se la apropiaban los más avezados.

Además del EPPO, pequeños buses, los “Farfani”, hacían la ruta Máncora-Talara; los trabajadores que iban a Los Órganos la hacía en los taxis colectivos que se ubicaban frente a la casa del profesor Peña, mientras que a Tumbes se hacía en buses de mayor calado, que se tomaban de ruta. Recuerdo un bus al que llamaban “la petrolera” y otros, los Eohpusa, que hacía la ruta Piura, Talara, Máncora, Aguas Verdes, cuya agencia se ubicaba en una casa que fue del difunto Dolores Chunga, en la Av. Grau. Muy cerca del allí, en la acera de al frente, en diagonal se encontraba el Grifo de Pedro Lama, donde el amable “Timaná” siempre estaba dispuesto a atender a los usuarios. A unos metros, un quiosko de madera, en el no faltaban las risas.

La ruta Lima necesariamente se hacía, de ordinario, en Tepsa, que tenía sus oficinas en casa de la Sra. Elena de Céspedes. A pocas puertas de esta agencia, el Sr. Varguitas tenía su quiosco de periódicos en frente de la comisaría. A los chiquillos de esos días, nos interesaban los comics, que podíamos comprar con los vueltos del mercado, alquilar o intercambiar por algunas monedas.

Los domingos nunca era aburridos. La cancha de Don Pedrito, albergaba a 22 hombres, dispuesto a dejar el alma por su equipo en la disputa por el balón y la eufórica celebración del gol. Las gentes, en particular, varones, se reunían sin importar las inclemencias del dios sol. Bastaba con que el equipo del barrio, o aquel por el que hinchaba, jugara, para que la gente se arremoline en sus inmediaciones. Don Gallito era infaltable con su canasta de dulces, anunciándolos a viva voz mientras recorría por varias veces la terrosa periferie del campo deportivo. Un monticulo de tierra, que se elevaba como contención para las aguas, en caso de lluvia, se convertía en gradería, en la que sin tener asientos, la gente se acomodaba para disfrutar de una tarde de alegría. Había muy cerca, ceviches, cervezas, chucherías y, en algunas oportunidades, hasta música para bailar. Claro, si el equipo ganaba, entonces la inversión valía la pena. Un campo deportivo también se instaló al frente del barrio Leticia, en el largo espacio que quedaba entre el Alberto Pallete y la capilla católica del barrio. Allí también se hacían competencias deportivas, aunque mayor algarabía, se mostraba en el primer campo. Ambas ya no existen en la actualidad. 

Muchas cosas han cambiado. La vida ha cambiado, la caleta de pescadores se ha convertido en un centro de atracciones, propio del turismo playero. Las olas de este cambio también han traído turbulencias que antes no existían. La apacibilidad porteña se ha perdido… o quizá mis reposados recuerdos se confundan en la lejanía de los tiempos. ¡Feliz aniversario, Máncora!

martes, 3 de noviembre de 2015

Oración

Era una mañana cualquiera… Un día de aquellos en los que doña Camucha, la vieja beata de la calle Junin se aproximó a su adoratorio preferido. La Iglesia de San Francisco, aquella que en otros tiempos albergó a los independentistas en la proclama liberal, era ahora su espacio preferido. Sus techos altos y la amplitud de sus ventanales, permitían luminosidad, que a su vez, hacían nacer en su pecho una desasosegada paz y tranquilidad que no encontraba ni siquiera en la Iglesia Matriz.

Esa mañana se hizo tarde. Su nieto había estado en una fiesta la noche anterior y, por esperarlo, se quedó dormida… “para el Señor no hay horario que valga, jummm” se dijo en tanto advertía que el reloj de su muñeca le indicaba que tenía veinte minutos de retraso. El sacristán, seguía en sus labores de regar los jardines y, a su ingreso por la puerta lateral pudo ver que una muchacha, en posición compungida le rezaba a la venerada imagen de San Francisco. Le pareció que lloraba, por el modo como se cogía la cara y el pecho, pero no se oía ningún lamento… Ella la quedó mirando y, la chica escondió su cara mientras que con el dorso de las manos se limpiaba, con disimulo, las mejillas… Ésta se alejó un poco, cogió el pequeño bulto que llevaba en una bolsa de papel y se paró frente a la imagen de María Egipciaca… allí lloró, expuso su alma ante el pequeño altar de esa vieja pintura, que yacía olvidada y de la que muy pocos saben a quién representa.

Doña Camucha encogió sus adoloridas piernas y se arrodilló en la parte más dura de la tarima. Le ofreció ese dolor al Altísimo, por los pecados de las gentes y, en particular por el alma de aquella muchacha que le acompañaba. Después de la jaculatoria inicial, ofreció el primer salmo del salterio: “Misericordia, Dios mío por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”. Era, en su corazón, la voz de Dios que hablaba… Meditó cada uno de sus versos y, en ellos demoró. No obstante, siempre el Señor tiene cosas nuevas que ofrecer y, se alegró con Isaías cuando anunció: “Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz cuando tuviste mi alma ante la tumba vacía, y volviste la espalda a todos mis pecados”.

La muchacha no sabía nada del oficio divino, nunca había tenido en sus manos siquiera una biblia. Su pobreza no le alcanzaba para tener una. Los textos sagrados, si alguna vez leyó alguno, los conoció por las clases de catequesis y, de eso, ya varios años. No obstante, su dolor era tan grande que sus lagrimas efectivamente eran de aquellas que suplicaban la mayor de las misericordias. El rostro demacrado, tristón de la muda imagen interlocutora, asi como la palidez que le acompañaba hacía compás con su adolorida alma… Tan sollozante y sentida estaba que la imagen que miraba, le parecía, era la suya propia. Miraba su dolor reflejado… Y no pudo aguantar más los sollozos. Doña Carmen, en contemplación, no advirtió de esos lamentos.

Santa María Egipciaca, es una santa que casi ha desaparecido del santoral pero que en un tiempo, por estas tierras calurosas tuvo muchos adeptos, por ser la patrona de las mujeres penitentes. Dice la hagiografía que, en sus días mozos se dedicó a las veleidades de la carne pero un encuentro espiritual con la Madre de Dios, la convirtió en una asceta, viviendo en el desierto, dedicada a la oración y alimentándose de lo que como alimento podía encontrar en la naturaleza. La muchacha le rezaba a aquella, sin saber siquiera su nombre. Solo le rezaba, mientras aprisionaba contra su pecho el pequeño frasco que se acomodaba en aquella bolsa de papel.

Para cuando Doña Carmencita recitaba el “Cantico de Zacarías”, en particular aquellos versos que hacen referencia a alumbramiento de los que viven en tinieblas por “el Sol que nace de lo alto”, quiso saber de su solitaria acompañante. Regresó a mirar con disimulo pero ya no estaba. Ni siquiera pudo advertir por cuál de las puertas salió. Ya no estaba simplemente. Siguió con sus oraciones y luego, de terminarlas, se acercó a los dos altares donde estuvo la muchacha. “Algo me decía que me acercara” confesó luego ante el cura del lugar. Efectivamente, se aproximó y, vio que junto al cuadro de la mujer penitente estaba la bolsa de papel y se advertía que dentro había algo, medianamente pesado. Salió hacia el jardín y preguntó al sacristán por la muchacha. Este no le supo dar razón de la desconocida. Volvió hacia la nave central de la Iglesia y, pidió perdón por lo que haría, pero era necesario saber que contenía esa bolsa, quizá, pudiera que allí encontrara “algo” que identifique a la olvidadiza.

Ya, desde antes de abrir, pudo darse cuenta por la forma y textura que se trataba de un pequeño frasco de vidrio, pero no sabía su contenido. Abrió la bolsa y sacó el bulto, que aún se mantenía envuelto en una hoja de un diario chicha. Una vedette de calendario envolvía con sus carnes el frio envase mencionado. Sacó el frasco y advirtió de un líquido, acuoso, sanguinolento, en el que se acomodaba una pequeña criatura… era un feto, un no nacido. La mujer se asustó… tanto, que casi se le cae el frasco de las manos y muy nerviosa, llamó al padre y le mostró su hallazgo: un niño que no vio la vida, quien sabe cuántos días le acompañó a su madre. Esa mañana, luego de revisar las normas eclesiales, sin dar más cuenta que solicitar silencio a la vieja feligresa y a su antiguo sacristán, en compañía de ambos, se hizo una sentida paraliturgia por esa pequeña alma rogando que haya sido alcanzada por el bautismo de deseo y, en la esperanza de que las lágrimas de su presunta y desconocida madre le sirvan de consuelo, y le alcancen el perdón, si algo hubiera que perdonarle, y al no nacido, le hayan permitido las puertas del cielo.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...