sábado, 24 de octubre de 2015

Noche

Era casi la media noche. Tocaron la puerta de madera y se oyó con claridad. Luego una voz: “Padre… padrecito”. El cura le dijo al muchacho, “ve quien es”. Se asomó por la ventana de la sala superior: “el padre… por favor”, dijo un hombre con cara de angustia. Una mujer de media edad, que le acompañaba, gimoteaba muy cerca de él. “Por favor… es urgente, necesitamos los santos oleos”. Regresó la cara hacia la sala y le dijo al cura: “Piden los santos oleos” y luego, casi de inmediato se giró a los visitantes: “Donde viven Uds.” El hombre dio su dirección y sonaba casi desconocida… Luego anunció que era una reciente asentamiento humano y, que tenía una mototaxi en la que llevar la sacerdote. Su voz era una oración, una súplica para ser oída… “por favor, es urgente…”
En la casa sacerdotal, estaba el párroco –de quien pedían su presencia- y dos muchachos más que le acompañaban en esos días y, al terminar de ver una película, se disponía cada uno a descansar. De hecho, las luces internas ya se habían apagado y, solo acompañaban a los postes públicos un par de fluorescentes que alumbraban una pared por la que había mayor riesgo de intrusos o de amigos de lo ajeno. El otro muchacho dijo: “¿será muy grave? o ¿podrá esperar?”. El cura sin necesidad de nada, exclamó: “No te arriesgues nunca con la muerte, que quizá por el santo oleo de alguno, tú mismo puede que ganes asiento de primera fila”. La frase, casi ininteligible, exponía la necesidad de atender siempre a los enfermos, sin importar distancias, sin contemplar cansancios, sin esquilmar horarios. Ingresó a su habitación y muy de prisa salió vestido de negro, con su alzacuello puesto y un pequeño neceser en mano. Unos minutos después, el ministro de Dios, sacaba su viejo Datsun. El hombre, sollozante le decía que su hija estaba mal, que convulsionaba… No se necesitaba más.
Luego de conducir por las afueras de la ciudad, se divisaron unas casitas hechas de tabiques, otras de esteras cubiertas con calaminas y plásticos. Llegaron al lugar… el hombre se acercó al cura y le dijo: “Por favor mi hija habla incoherencias, a veces pierde el sentido y tiene así ya tres días. Esta noche ha sido más difícil… Cómo que gruñe y dices cosas en idioma extranjero”. El muchacho puso cara de preocupación luego de la del propio cura, que preguntaba que enfermedad sufría, si la había atendido algún médico, si padecía de convulsiones, o si… bueno... pedía explicaciones que pudieran justificar su estado...
La luz de carro alumbraba una casita de triplay y, en su interior se hallaba muy bien acomodada y limpia. Varias personas, entre varones y mujeres, se acomodaban en el primer ambiente y rezaban el ave maría. Levantando unas cortinas, se llegó a un ambiente del que salía efectivamente unos gruñidos y, aun cuando ni siquiera tenían visión de la enferma, esta vociferó: “No te necesito. No te he llamado. Aléjate”. Unos gruñidos le acompañaban. El hombre de Dios y su acompañante pararon en seco. Preguntó el mayor: “Que tiene su hija, por favor”. El hombre, en suplica, dijo: “No se vaya… No sabemos que tiene, pero no parece cosa de Dios… ayúdenos. Todo el día está así. Nuestros vecinos rezan a la distancia porque le molesta, parece que “blasfemia”, no quiere que hablen de Dios en su delante… se pone agresiva. Ahora mismo la tenemos amarrada a su cama… Por favor, ayúdenos padrecito… ayúdenos…”
Casi que, parecía una trampa, una escena de película de terror que se filmaba en ese rato… La mujer seguía gruñendo y se pudo escuchar de lo que decía… “La iglesia se derrumba… no quedará piedra sobre piedra…” Una carcajada de ultratumba retumbó en los plásticos que hacían las divisorias de la casa. El hombre sacó un rosario de su bolsillo, mientras su ayudante descubría un par de frasquitos metálicos, un oracional y una estola del pequeño estuche de cuerina. “Reza, cojuu…” le dijo al ocasional acólito mientras el miedo se reflejaba en sus gestos.
En cuanto se levantó la sabana que separaba las habitaciones, la escena fue espectral: la mujer yacía sobre una pequeña cama de madera, amarrada a ella por el pecho, la cintura y las rodillas… manoteaba, gemía, guturaba… la bata que cubría su cuerpo se había levantado con los movimientos espasmódicos y las contorsiones que la mujer realizaba… Con su mano, ella misma levantó parte de ella… y mirando desafiante a los recién llegados, escupió: “Que quieres!? Vienes a comer carroña!?”. A los dos lados habían gentes: un muchacho, no mayor de 25, ayudaba a sostenerla, mientras que dos mujeres, de las que una de ellas, parecía su madre, pretendían cubrirle la boca, para que no gritara… “Por favor, hija… compórtate”, atinó a decir la más vieja.
“Juana, ¿me escuchas?” dijo el cura. “¿Sabes quién soy?” –“Claro que se quién eres… Llevas el mismo nombre que el maldito Angel que conduce los ejércitos del Altísimo”, rematado con un “jajaja” aterrador. “¿Cuál es mi segundo nombre?” No obtuvo respuesta… “Dime qué edad tengo”… y pese a la insistencia, solo dijo en medio de su estentórea respiración: “Lárgate. No te necesito…” Se acercó un poco más… “La mujer gritaba como si pariera... jadeaba e intentaba esconderse de la presencia de los desconocidos. “Aléjate…” Su voz, sonaba muy ronca… finalmente, el hombre se sentó en un cajón de madera al pie de la cama… “Desátenle las piernas, por favor…” La mujer seguía mascuyando palabras que no se entendían, pero con el trascurso de los minutos la fuerza que les imprimía se desaceleraba. El hombre le preguntó: “¿Que has hecho Juana? Cuéntame mujer... Confía", mientras le ponía un pequeño crucifijo sobre el pecho y, le daba sorbos de agua bendita a beber… "¿Quieres contarme lo que has hecho?"
La mujer después de más de media hora de aterrador jadeo, gimió, como cualquiera otro… lloraba sin guturar… Le desataron de las amarras de los brazos. Cogió la mano del cura y rezó por ella misma el Padrenuestro… El hombre la bendijo, pidió que desalojáramos la habitación y se quedó con ella, oyendo su confesión… Esa noche no dormimos. Fue una noche intensa.

martes, 20 de octubre de 2015

Profe

Lo he visto después de algún tiempo… Los años se dejan ver en su ajada piel. Esta sentado en un cómodo sillón con los pies levantados sobre el muro que sostiene las rejas de su casa. Leía, descansado, un par de diarios. Uno de ellos, deportivo. “Profe” le dije para llamar su atención. Me miró con sus ojos achinados y exclama: “Hooolaaa alumno Chunga. ¿Cómo estas mi cholo?” Nos dimos un abrazo y, conversamos un rato.

Tenía motivos para descansar, para dedicarse a leer con sus siempre cansados ojos. Sus lentes siempre simularon los fondos de las botellas y, su grosor hacía que sus ojos fueran siempre achinados. “Hoy tendremos un partido de fulbito de master… Vamos” me anuncia como invitación. Sonrei y, continuó: “¿No juegas, no?. Yo tengo operadas las dos vistas, asi que estoy impedido de hacer esfuerzo, además el sol fastidia… Pero igual voy… La hago de “Gareca” y sufro más que los que juegan… de algo hay que sufrir”. Reímos.

Estudió en El Alto, en el Coronel Zegarra y también en el Merino de Talara. Luego se fue a la “Normal” de Tumbes para aprender a ser profesor. Luego se dedicó a hacer buenos muchachos. Treinta años de su vida, entre tizas, pizarras y chiquillos de todo quehacer. Un chiquillo pasa por la calle y hace una palomillada a un vendedor y le llama la atención: “Oye”, le dice con voz tan potente que el muchacho se aquieta… “estos chiquillos…” remata. Las cosas han cambiado en mucho en los últimos veinte años. “¿Recuerdas que no había enrejado?” Me dice… “Ya no se puede… Un día, aquí en las escaleras, -y las señala- un par de muchachitos medio calatos y, en otra vez, debajo, un pichicatero que le entraba al humo… por eso, las rejas”.

Nos acordamos de algunos compañeros y, logra ubicarse en el tiempo. Anuncia con orgullo haber sido profesor de algunos otros, que no siendo mis compañeros son ciudadanos de bien. De otros o no sabe que fue de ellos, o simplemente ya no se acuerda. El profe tenía una máxima: tomar a los chiquillos desde el primer grado y llevarlos hasta el término de la primaria, para luego ver los frutos en el siguiente nivel. Dice, con orgullo, que sus promociones fueron siempre buenas: “pocos jalaban el primer año de la secundaria”. Vuelve al fútbol como si estuviera mozo, recuerda el último mundial al que llegamos y me habla de aquellos jugadores, aquellos a los que pretendía emular en mis días de niñez. Sonríe, casi con pesar: “Nos falta rigor, carajo… Ahora hay que tenerle miedo al alumno. Antes no. El profesor era la autoridad y, el padre de familia te respaldaba. Ahora te llega hasta la Defensoría del Pueblo…” La falta de autoridad nos tiene acorralados con tanta delincuencia.

Me cuenta de sus hijos. De sus cuatro nietos y, de su recién casada hija. Habla de ellos con alegría… y luego viene la soledad: ahora estoy aquí en mi casa como en los primeros días: “Mi señora y yo… Los muchachos cada quien tiene su propia casa. Vienen por aquí, a visitar… pero uno siempre termina como empezó”. Le preguntó, nuevamente, por algunos de sus alumnos primeros, para no darle pie a la melancolía, y me anuncia de nombres que no conozco, gentes que me llevan 6 o 12 años de ventaja. Me cuenta de su colegio, del Tupac Amaru II, ahora remodelado y, se alegra de las ventajas que la modernidad permite: computadoras, internet, impresiones, etc. No obstante, insiste en la necesidad del rigor en la instrucción: “mano firme para educar”.

Hablamos también de mis hijos y, da cuenta del paso del tiempo cuando le digo que ya están empezando la universidad. Se acuerda que conoce al primero y, eso ya varios años, porque le enseñó unos días en los meses de verano. Hablamos del trabajo, algunas cosas de política, de la interminable obra que no se entrega: el mercado, de algunos colegas, de otros que ya se fueron, de lo efímera que es la vida y, con ello a la inseguridad ciudadana, las drogas que abundan en las, antes tranquilas, calles de Máncora, en los estafadores de cada día y los políticos “que no hacen nada”.

Llegamos al bullyng… Sonrie. “Siempre ha habido, pero ahora tiene otro nombre. Y si no puedes defenderte, siempre habrá otro que te ayude… Así ha sido cuando yo era alumno, así, cuando profesor. Hay cosas que se resuelven de distinto modo y, hay que hacerles frente”. Luego, cambia su rostro a la seriedad absoluta. “Hay casos extremos, donde si, el profesor y el padre de familia tienen que intervenir, pero son excepcionales”. Conversamos de otros temas, y vuelve a su deporte preferido, mientras nos despedimos: “Si te animas, nos vemos a las tres en la canchita sintética…”

Esa mañana, recordamos de aquellos días cuando el antiguo mercado, que hace esquina con su casa, aunque añejo prestaba servicio a los pobladores, de su antiguos vendedores, del carnicero de toda la vida; del desorden ahora existente; de las fechorías de las que es testigo desde su butaca y, de la esperanza que supone ese edificio que ha demorado casi ocho años para construirse. De las gentes extrañas que habitan nuestras viejas calles, de los conocidos de siempre, de las costumbres de antaño, de la fiesta de San Pedrito y de los bailes sociales en el viejo coliseo municipal, de las madrecitas franciscanas y su consultorio médico al costado de la Iglesia Del Carmen, de la procesión del Señor de los Milagros y las desaparecidas arenas de nuestro mar, de los días en que mar moría en la misma Panamericana y de El Niño que se viene, con las esperanza de que no sea tan meón con el del 83.

Gracias profe. Gracias por habernos soportado tanto tiempo.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Ocho

¡Hola hermano! Desde hace un tiempo un grupo de muchachitos han llegado a tu tierra. Son casi una centena. Viven en un local que el Ministerio de Educación tiene prestado y su labor es estudiar. Muchos son paisanos nuestros… de aquí, de la costa calurosa como de la sierra apacible que se inunda de lagunas. También hay algunos otros que no son de este terruño, pero que se han adaptado bien a esta tierra… El Estado los ha escogido para que se dediquen a estudiar… Pero claro, a esas edades que tienen, que frisan entre los 13 y 14 años, andan pensando, además, en la palomillada, en la chacota y en el amor. Si! Algunos de ellos se han enamorado… ¿Qué se le puede pedir a aprendices de ciudadanos que conviven las 24 horas del día en un mismo espacio? Que no se enamoraran entre ellos sería lo extraño… Tienen hartas cosas que aprender todavía y, el amor es una de ellas.
Ayer, un minúsculo número de ellos ha ganado una competencia. Si! Ganaron contando algo de tu vida… emocionándose con tu historia. Han teatralizado, en muy breves veinte minutos, tu vida entera. Han competido con varios otros de distintas zonas del norte del país y, han ganado haciendo que el jurado calificador sienta lo que tú sentías por esta patria nuestra. Lamento no haber estado con ellos… No podría. Tengo otras tareas. El otro día, Rosa me mostró un video de esos muchachitos… De solo recordar lo que decían de ti, hizo que de emoción unas lágrimas derramara. Y es que… particularmente yo, cuando pienso en tus vivencias, me inspiro para seguir en la brega de la responsable ciudadanía… pero eso no viene al caso. Esos chiquillos han ganado haciendo suya tu historia, tus pensamientos, esa crisis constante en la que, de seguro, te embargabas cuando venía a tu mente la figura de tus hijos pequeños y, a la vez, tus obligaciones provenientes de la ciudadanía y del compromiso por esta patria nuestra… “Que se haga la voluntad de toda la Nación que juré defender” ¿ese era tu estandarte? ¿Cuáles eran tus sueños?
Hace ya muchos años, que obligado por la recordación del combate de Iquique, una de las consignas escolares era representar en el cuaderno el hecho de combate mismo. No había internet y ni siquiera sabíamos si por algún lugar existían las computadoras. Nuestro “internet” se reducía a algún texto enciclopédico diseñado como libro escolar. Mis lamentos eran graves porque no tenía imagen tuya recogiendo a los marinos enemigos de en medio de las aguas ensangrentadas por la guerra. Es más, ni siquiera entendíamos de que se trataba el asunto. Quizá sí… mi abuela me mostró un plato celeste, y al medio había una anotación de cuatro líneas en la que se indicaba las razones de tu universal apelativo: “Caballero de los Mares”!. Ese día, al anochecer, entendí que valía la pena conocerte… cinco meses después, tuvimos que conmemorar tu sacrificio… tendríamos que crecer un poco más para enterarnos que eras de los nuestros, que viviste en este suelo pequeño… en esta patria chica…
Que conmovedora historia… Qué bien dicen su parlamento las viudas. Sí. Dos chiquillas representan a tu Dolores y, otra a Carmela, la esposa de Arturo y, ambas, juntas, se quejan acongojadas de la injusticia de la guerra, de la abyección de unos pocos y, del dolor con que acompañan a sus hijos… El mar, iconográfico, les custodia y, tu evocación viene para hablarle al oído a esa mujer tuya, a la que en cada oportunidad, bien le encomendabas a tus hijos. El mar hablando contigo, hablando de ti, se eleva y reconoce tu magnificencia… Gonzáles Prada hace una lisonjera y patriótica defensa tuya: Eras el Perú de aquellos días, pero no es suficiente: no eran aventuras las que galopabas en tu Huascar, era una guerra asquerosa y cruenta, que dejó huérfanos y muchos. Pero sí, habrá que reconocer que aún de lo malo, siempre hay cosas positivas que salvar. El infortunio batió sus negras alas sobre el mar de Angamos, pero con ellas elevó tu nombre a la inmortalidad, coronó con palmas y laureles tu apellido, e hizo que quien pretenda dedicarse a las exigencias marineras, tenga en ti a quien imitar… sin importar nacionalidad.
Hace ya unos meses, mi hija pequeña me acompañó a tu casa. En realidad, ya la hemos visitado varias veces. Cómo sabes, ahora solo presenta un piso, pero dicen quienes mejor conocen, que ésta tenía dos plantas, cuando menos en la parte que da a la calle Tacna. Hoy está muy enlucida, como límpida está tu estatua pública que hace unas horas se ha engalanado con un concierto a tu nombre. Mi hija siempre queda encantada con la cuna, esa que dicen que era tuya… y en la última oportunidad aprendió a no tenerte miedo. Hay una efigie tuya, obscura, en la que apareces sentado, con una mano levantada y, en la otra ofreces un libro. Posó junto a ti y, le dio alegría el volver a verte. Ahora ya sabe, en su pequeño mundo, que ese ocho de octubre, en ese mar que sigue siendo tuyo, nos mostraste el más sublime modo de peruanidad.
Los peruanos nos sentimos tan orgullosos de ti, -y los piuranos doblemente- que desde hace buen tiempo te hemos adicionado otro título: “El peruano del Milenio”. Para mi gusto, si algo pudiera elegir de lo que de ti he aprendido, es la magnanimidad mostrada al remitir las “inestimables prendas” que se encontraron en poder del caído, como dices en tu carta a quien lo lloraba, y al ofrecer –a pesar de la guerra- palabras de consuelo y de conforte. Nuestro orgullo será mayor cuando buen número de nosotros, en particular los que ejercemos función pública, nos sumemos a esa campaña que nos compele a ser honestos como tú. Ese día, usurparemos en nuestras almas y asumiremos para nosotros esa “hidalguía del caballero antiguo”, que hasta la viuda del enemigo muerto, te reconocía.
La patria ha recibido todo de ti… Está a la espera de lo nuestro, de nuestro compromiso sincero con el bien común y con la Nación entera. Esos chiquillos, al conocerte, representado tus vivencias, de seguro alguna ventaja llevan... Una pregunta ¿te sientes orgulloso de lo que hacemos cada día con tu heredad? Quizá sea una pregunta para nosotros. Buenas noches, paisano!

domingo, 4 de octubre de 2015

La rehabilitación del sentenciado

“Que se vaya preso para que aprenda” gritó una furibunda mujer cuando conducían al condenado hacia la carceleta judicial. Otras le acompañaban en la bulla. El hombre había sido sentenciado y la pena no era escasa. Otras gentes renegaban porque la pena era irrisoria, mientras que los familiares y amigos maldecían al juez sentenciador por injusto y corrupto. La policía resguardaba.
El juez salió por una puerta distinta pero podía oír las preces de unos y otros y, le quedó sentado en el pecho el “para que aprenda”. Ese es el sentido del derecho penal: que el imputado que recibe una sentencia por el padecimiento de las restricciones que le imponen -sea de privativa de libertad, multa o de imposición de reglas de conducta en medidas alternativas- aprenda a comportarse como lo hacen el común de los mortales. El padecimiento de la carcelería en consecuencia, tiene como objeto resocializar al sentenciado, para que pueda reinsertarse a la sociedad y se comporte como un hombre de bien.  
Las conductas inadmitidas por el colectivo social son de distinto tipo y, en consecuencia, conllevan distinta gravedad. Es delito girar cheques sin fondos y no pagar los alimentos de los hijos como también lo es la tortura y la extorsión, el sicariato y el terrorismo. Las penas en consecuencia responde a esa misma gravedad; empero, todas ellas pretenden una misma finalidad: que el acusado se resocialice. “El principio de que el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del penado a la sociedad”, reza nuestra Carta Fundamental. Esa expresión conlleva una enorme dosis de esperanza: que el sentenciado que ha cumplido su condena no vuelva a delinquir.
El asunto es que no todos compartimos la misma medida de esperanza. Algunos la tienen muy poca: ¡Que se pudra en la cárcel! es una de aquellas expresiones que pretenden hacer desaparecer al individuo, lo aniquila como ciudadano, lo pulveriza como ser social. El penado, en consecuencia, deja de existir. Las redes sociales están plagadas de ellas: se pide cadena perpetua para el violador, cuanto para quien no logró perfeccionar el delito de ingresar celulares a un establecimiento penitenciario, para el que asalta a mano armada tanto como para el terrorista que pretende aniquilar nuestro sistema democrático. Claro, el tema es que ese extremismo solo es posible cuando el acusado es un total desconocido. Si se trata de un familiar: la expresión más optimista puede ser “Fuerza fulano. Los que te conocemos sabemos de tu inocencia” y la más agresiva: “Juez rcdtm. Allí si te la das de honrado”. La medida de nuestra esperanza tiene relación directa con la proximidad del acusado para con nosotros.   
Cualquiera fuera la consideración particular de cada ciudadano, el derecho asume que, cumplida la pena –privativa de libertad, limitativa de derechos o multa- o la medida alternativa, el acusado está expedito para reingresar a la sociedad. Pocos asumen que así es y, los que estamos ligados al derecho penal casi que estamos obligados a creerlo porque hay un mandato constitucional que obliga; aunque pudiera que nos convenciéramos antes del nuevo estado personal y, el acusado queda libre de modo anticipado a través de un beneficio penitenciario, en que –el saldo restante de tiempo de la pena- el sentenciado queda obligado a ciertas reglas de conducta, como la asistencia a los cursos de acompañamiento que ofrece el INPE. El asunto es, los ciudadanos ¿creemos en la rehabilitación del sentenciado? Hay de aquellos casos, donde ni el derecho mismo confía en la rehabilitación y excluye a los condenados de la posibilidad de alcanzar un beneficio penitenciario.
Afuera del penal de Rio Seco, siempre hay gentes. Algunos días más que otros: abogados, jueces, secretarios judiciales que se confunden con los testigos, los familiares y hasta con los transportistas que llevan las mercaderías que se comercian el penal. Allí es fácil encontrar aquellas otras expresiones de esperanza: “Ya sale mi hijo… Mi compadre Juan me ha ofrecido una chambita en su taller de carpintería”, una adolescente anuncia: “Mi pa dice que ya aprendió la lección. Va a ser un hombre de bien… Cinco años sufriendo él y sufriendo nosotros”.
La rehabilitación del sentenciado, tiene, en consecuencia, hasta tres aspectos: a) el personal.- que corresponde a la íntima psicología del condenado que asume la condena y, para evitar otro padecimiento similar o porque ha internalizado la necesidad de comportarse como la vida social lo exige, decide efectivamente desechar toda posibilidad de cometer otro delito; b) el social.- propia de todos los demás que asumen –según la percepción de cada quien- la necesidad de permitir o no nuevas oportunidades a quienes en el pasado cometieron delitos y, finalmente, c) la normativa, que presume que el padecimiento de una pena siempre concluye en la rehabilitación del sentenciado y, exige de éste se reinserte y se comporte según los estándares colectivos, y obliga al colectivo social a que olvide el delito ya purgado y le permita al rehabilitado vivir como cualquier otro, con todas las oportunidades y riesgos que corresponden a cualquiera. Ésta rehabilitación, además dice el Código Penal, exige que cualquier anotación de antecedentes debe borrarse de los registros estatales “sin más trámite”. No se necesita ni de resolución judicial, tampoco de comunicación del juez al responsable administrativo del registro. Ésta es de entera responsabilidad del Registro Nacional de Condenas, como bien lo señala el Tribunal Constitucional en el expediente 5212-2011 PHC/TC.

Mientras nuestras psicologías personales se ponen de acuerdo, en la vida real siempre existirán gritos de condena y expresiones de esperanza frente a aquel que equivocó su actuación, que pretendió portarse mal y salir bien librado, incluidas aquellas expresiones que agravian al policía, al fiscal y al juez. No obstante, cualquiera fuera la expresión, de agravio, desagrado o complacencia, el resultado siempre será el mismo: la presunción de la rehabilitación por mandato constitucional. Cualquier otra opción ha de requerir una modificación de nuestro Carta Fundamental.  Nos guste o no, nuestra republicana forma de organización, así lo exige.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...