viernes, 30 de mayo de 2025

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio... Le gustan aquellas de empastado negro. En ella guarda sus quehaceres diarios. Desde las notas para sus clases universitarias hasta las líneas estructurales de sus argumentos ante los tribunales. Cada folio es un amasijo de cosas… citas jurídicas, ideas sobrevinientes, quehaceres domésticos, sumatorias de cuentas de quien sabe que cosas, libros por leer, pasajes bíblicos… mil cosas.
Lamentaba, cada vez, que muchas hojas de su agenda, de los días venideros, estuvieran a medio llenar y con cosas programadas a más de un mes… La razón fundamental de los vacíos -esos a los que les tenía fobia- era que “los jueces y los secretarios son ociosos… siempre patean para adelante las audiencias…” Se quejaba de dejar vanos para reacomodar su propia agenda... "¿Cómo es que tengo que depender de la vida de otros?", se preguntaba con tono de aflicción.
Sin perjuicio, en algunas de las páginas, puede leerse en algunos días cosas como “viene del día tal, del mes cual”. Y hace referencia a la necesidad de reacomodar sus actividades solo porque en un día específico y en una hora dada, donde se anota -por ejemplo- dar un paseo vespertino o visitar a menganito. Esta acción se modifica por el hecho de que recibió una retrasada notificación indicándole -para ese día y momento- una audiencia judicial. Se alegraba porque al fin tendría la audiencia que tanto se había demorado… se agriaba, porque… porque le modificaba una actividad que probablemente nunca haría… Su molestia, en realidad, era con la vida. No tenía amigos. En el edificio donde funciona su estudio, se ubican otros tantos y, en los pasillos siempre se saludan con deferencia, casi con afecto amical... A ella sin embargo, no pasaban del "doctora", con una levantada de de cejas, como mejor saludo. Es más, desde las puertas abiertas siempre podía ver -en momentos de ocio- a los otros abogados (y abogadas) departiendo risueñamente... Ella nunca estaría allí. No tenían afanes de invitarla. Era... algo como un "mala vibra" colectiva. A nadie le había hecho nada, pero todos la evitaban con denuedo. Cae mal... como esos chapuzones vespertinos inesperados, que te encuentran en la calle y sin nada con que cobijarse.
Su agenda, siempre iba bajo el brazo... o en su cartera. De encontrarla, podría verificarse que no tenía nombre ni datos de identificación. "Es mía, personal, yo la porto; por tanto no necesita que escriba mi nombre por que sé como me llamo", habría dicho alguna vez, como explicación, cuando regresó a una tienda de regalos luego de haberla olvidado. Conviene decir que, los folios de su agenda siempre dejaban un margen en los laterales de cada cara, para marcar -cada bendito día del año; en cada noche, antes de dormir, la cosas que efectivamente se cumplían y, aquellas otras que no. Al final, en la esquina inferior de cada folio, ponía una “p” o una “n”… positivo o negativo, según las sumas de “vistos” o de las “aspas” de cada actividad. Cuando los resaltadores se hicieron comunes, el verde era su preferido… resaltaba, fundamentalmente, las actividades logradas. En su mesita de noche, había un contenedor de vidrio -que en otros tiempos lo fue de café instantáneo- con tres o cuatro, para evitar su falta. Sin embargo, también odiaba al “puto” marcador: exponía la gran cantidad de tareas que realizaba al día, sin importar el involucramiento de otras personas para esos afanes… "Si en el mundo solo viviera yo... sería feliz".
Vivía en el mundo... para hacer la vida difícil a los otros. El asunto es fácil de explicar: Sentía un malestar en las encías… Llamaba al consultorio del odontólogo para una cita. Si la secretaria -o quien hiciera sus veces- dijera: “Sra. Gilaura… la agenda está llena. Le programo para mañana en la primera hora de la tarde ¿le parece?”. Fingía dolor, multiplicando su malestar por mil y haría lo imposible para que su atención se realice en el día. Si hubiera necesidad de llamar al mejor amigo del odontólogo para que lo convenza de una atención adicional, no dudaría de hacerlo… En una de tantas, llegó a la biblioteca municipal tres minutos antes de cerrar y, ante la cara de cansancio de quien atiende, ponía su mejor carita, una angelical, para “revisar el libro tal por tres minutos… En lo que vas acomodando tu escritorio, apagando la computadora y revisando tu monedero, te aseguro que termino…”. Se le dio pase solo porque sabían que no dejaría de insistir. Claro, "el Luis", el señor encargado de la limpieza, tenía una consigna: bajar la palanca de la electricidad. Y así fue… allí se acabó esa visita. Su compulsividad por hacer las cosas que ella misma programaba, era más que sus edulcoradas y falseadas formas de pedir la contribución de otros en sus asuntos personales. Le importaba poco los demás.... importaba que se cumpliera sus programaciones diarias.
Su agenda tenía vida propia y, ella era esclava de ésta. ¿Qué hoja será la que no tenga un renglón sin escribir? Si, quizá los sábados, pero ni tanto. Eran los días dedicados a la enseñanza universitaria y, al menos, algún diagrama había en la que diseñaba lo que sus alumnos tendrían que padecer… Eso, por las mañanas. Las tardes, tenían con rojo, una escritura que decía, “dormir” y, copaba dos líneas. El segundo y cuarto sábado del mes, en vez de "dormir", indicaba: "lavandería". Luego, habría una visita a las amigas, algún encuentro cinéfilo, ir de compras, o limpiar las hojas de sus plantas de maceta. La libreta de apuntes diaria no recogía los plañidos que suponía expresiones semejantes a “para que me comprometí…pero ya. Hay que cumplir”, o “Si yo cuido mis plantas, porque se les secan las hojas…” La mujer era de mil cosas, sin importar la importancia que merecieran… Tenía miedo al ocio… salvo cuando era horario de labores… Un alumno: “nos pone a leer separatas y nos remite a discusiones bizantinas, solo para quedarse pegada a su celular mirando videos… digo… porque suele reírse”. En el horario de labores, el miedo al ocio, el horror al vacío, se iba por un tacho…
En fin… toda su vida era un abanico de cosas actuadas y por hacer. La retahíla de agendas que se acumulan en el fondo del ultimo cajón de su escritorio es testigo colectivo de aquello que no le podía ocultar a la almohada cada noche: “¿Qué pasaría si Dios me encontrara sin hacer nada? La vida hay que vivirla sin desperdiciar ni un minuto. Cualquier vaciedad es una afrenta al amor infinito de Dios. Que la muerte no me encuentre dormida” y luego recitaba de memoria un pedazo del salmo 23: "Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento". Era su TOC.
El miedo al vacío llenaba su vida... Toc, toc, toc.
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lunes, 17 de febrero de 2025

Gratitud

El hambre era más. La tarde aún alumbraba, amenazaba con desaparecer pero el cansancio y la necesidad de su alivio exigían atención. Una garúa fina llenaba de agua el parabrisas y la plumilla de cuando en cuando se activaba. El destino, en cada vuelta de rueda, se hacía más cercano... El cansancio era la piedra del zapato.

A la vera del camino, una casa. Una de esa de amplia anchura, de factura propia de las casas serranas. Ofrecía sus puertas de par en par. Una lucecita invitó al aparcamiento. El motor de la camioneta se apagó y, los ruteros dejaron ver sus siluetas en el quicio de la puerta de doble hoja. Varias mesas ofrecían su espacio para el acomodo propio de los comensales.

Una mujer se arrellanaba en una de ellas. Junto a ella una muchacha joven, que parecía ser su hija. Ambas ofrecieron una bienvenida calurosa... "Tomen asiento... Un café, una trucha frita..." Se asombraron de las cortas vestimentas de la costa en una geografía que hacía sentir frío. Un frío muy fresco que apuraba al calor de sus propias chalinas. "Vienen de la costa... Y sin parar", dijo la de más edad.Tomó el pedido y se adentró. Las brasas del fogón se atizaron.

La muchacha invitó a la conversación... "¿Vienen de Lima?". "Del norte, de Piura", fue la respuesta. Y luego vino un "aaaahhh su paseo es largo... Andan lejos de su sitio ¿Van para Ayacucho? La respuesta no llegó porque la mujer mayor se acercó para asegurar la presa que le gustaría a los comensales para su caldo de gallina "¿Pierna, entre pierna o pecho?" Y luego "¿Le gusta con fideos bien cocidos o al dente?" Y para evitar el desgano de la posible demora, remató: "Ya está todo,  ahhh. El fideo lo echamos y al toque se cocina". Y se volvió a esconder.

Apareció unos minutos después con un humeante caldo de gallina que llegaba al filo mismo del plato que lo contenía. Un huevo aún en su cascarón se cocinaba en medio de la densidad del caldo de papas, fideos y carne de gallina criolla. La muchacha alcanzó un plato que contenía cancha... Había sido elegida en preferencia del mote. "Los piuranos acompañan sus ceviches con cancha....por eso el gusto que le tienen" dijo a modo de explicación al ver nuestros gestos de agrado frente a ella.

Y mientras tomábamos el caldo a sorbos, la conversación no paraba. Hablamos de la ubicación específica:  caserío Saracoto, km 93, sector Muchik,  y nos indicó que pertenece a Haytarâ, que pertenece a Huancavelica. La muchacha refinó: "Así que uds ya están en Huaytarâ, aunque no hayan llegado a la ciudad misma. Ya les falta poco... Unos veinte minutos". La mamá, en cambio, se congraciaba con la fruición con la que tomabamos su apreciado potaje. En medio de la.conversación nos hizo saber que su nombre era María Huarcaya Páucar y que siempre había vivido en estas geografías serranas. Nos hizo saber que la mujer mayor, una que bajaba lentamente las escaleras, era su madre. Hasta nos regaló algunos secretitos de su caldo de gallina.... "Aquí estamos para ofrecerle a los caminantes, traileros, turistas, nuestros mejores sabores".

Nos regocigamos con un café humeante y luego de yapear algunos soles, nos volvimos a subir en nuestras ruedas para continuar nuestra ruta... Agradecidos, ahora, con doña María Huarcaya, que con un caldo de gallina mató el cansancio y el hambre de un par de ruteros que jamás imaginaron que a las cinco de la tarde de un verano algo lluvioso de cualquier año, pasarían, en pocas horas, del sol de Pisco al frío huancavelicano.

Si un día están por Saracoto de Huaytará, camino de Ayacucho, no olviden tomar un apetitoso caldo de gallina en el restaurant "Mary". "Vayan despacio, que ya les falta poco" fue su consejo final. 

El camino nos regalaría una escena de terror.


viernes, 31 de enero de 2025

Dolor

La justicia norteamericana, en 19 de abril de 1995, condenó al ciudadano Samuel Brownridge por el delito de asesinato en segundo grado de Darryl Adams, y le impone pena de entre 25 años y cadena perpetua. Cuatro años después, en diciembre de 1999, una corte de apelaciones de New York, confirmó la condena.

Tres años después, otro ciudadano es arrestado y, con el afán de colaborar con la justicia para conseguir beneficios relacionados con la pena, contó detalles del asesinato en el que Samuel Brownridge había sido condenado. Fundamentalmente, indicó los nombres de los participantes del mismo y detalló que Samuel Brownridge no era parte de los coautores del hecho, pero reconocía que se parecía mucho a otro fulano –debidamente identificado- que fue el real autor del disparo. Esta particular circunstancia motivó la revisión del caso de Samuel.

En buena cuenta, se requirió de la declaración de los otros malhechores que efectivamente participaron del hecho de muerte, incluso de aquel que presuntamente habría sido el autor del disparo. Lamentablemente, éste murió en un enfrentamiento policial antes de su participación en el juicio y, otro testigo –también participe del asalto- no se presentó a la audiencia; con lo que, Samuel B. tenía pocas posibilidades de salir bien librado. Sin perjuicio, la defensa encontró la oportunidad de revisar la investigación preliminar y se advirtieron graves defectos en la misma: por ejemplo, que los reconocimientos de persona en fotografía no incluían al condenado, que la ubicación espacial de testigo principal respecto del lugar del asalto y muerte de Darryl A. no tenía ángulo de visión suficiente y, con ello la revisión de la decisión se hizo posible.

Veinticinco años después de la condena, sufrida en un centro de reclusión estatal, el Ministerio Público reconoció ante un juez que, efectivamente la carcelería de Samuel Brownridge era un error del sistema de justicia y, correspondía la anulación de su condena. En la audiencia, la fiscal Melinda Katz, declaró: “Este es un día profundamente conmovedor para el señor Brownridge. Después de décadas de proclamar su inocencia, este hombre que cumplió 25 años de prisión por un delito que no cometió, finalmente se verá libre de este error judicial”; el juez Joseph Zayas, por su lado, dijo: “El Tribunal… coincide con las partes en que Brownridge ha cumplido con la pesada carga de demostrar su inocencia fáctica” y agregó: “Y, lo que es más grave, ha demostrado que desde el principio de este caso, casi todos los miembros del sistema de justicia penal que participaron en este asunto le fallaron de una forma u otra, lo que dio lugar a un grave error judicial”. Samuel Brownridge con palabras entrecortadas argüía: “Para muchos de ustedes, esto puede parecer una victoria, pero ahora que estoy aquí, ante ustedes, no puedo evitar ver la pérdida”. Lloraba, no solo de alegría, sino también lamentando que su madre no estuviera allí, para alegrarse con él…. Probablemente, este fue el momento más emotivo e hizo que el juez también llorara sumándose a su tristeza. El juez Sayas, finalmente, dijo: “Se supone que los jueces no deben llorar”, mientras se secaba las lágrimas.

La importancia de... una buena investigación preliminar.

jueves, 28 de noviembre de 2024

STP

Hay una calcomanía, pegatina, adhesivo, que suele estar en los vehículos automotores. Es una elipse de fondo rojo con un delgado filo azul donde aparecen tres letras STP. Es un logotipo, que desde mis vivencias, siempre estuvo ligado a los lubricantes para carros. De hecho, había una pegatina sobre el parabrisas del Rambler 330, verde, en el que, de vez en cuando, me paseaban en mis días de infantitud.

Apareció esa pegatina en el vidrio vehicular y, en algún momento, cuando El Rubio ya había conseguido que me aprenda el ABC, se me ocurrió preguntar ¿Qué significa STP? No hubo respuesta. Es probable que la respondieran con otra pregunta "menos preguntona". Quizá "¿Que tal tu día en el colegio? ¿Te han dejado tareas?" serían las preguntas ideales para desatender mi inquierencia.
El asunto es que no fue suficiente. La pregunta ¿Qué significa STP? tiene que haberse repetido por varias veces. Las letras que se dibujan sobre el óvalo rojo son de color blanco, pero éstas proyecta una sombra oscura que hace juego con el contorno azul de la figura geométrica que las contiene. Mi papá era mecánico y, de seguro en algún pomo de lubricante tenía que estar esa imagen. El asunto es que, la que me llamaba la atención y provocaba mi inquietud era aquella que aparecía sobre el vidrio vehicular. "¿Por qué STP?"
Un día, la respuesta llegó. Mi mamá manejaba y, probablemente, esperaba la pregunta. Y tuvo la respuesta que cubrió todas mis expectativas: STP significa "Solo tu puedes". Y como para acallar todas mis repreguntas, reafirmó: "S de solo, T de tu, P de puedes". Es probable que, en sus adentros pensaba "Y deja de joder muchacho de mierda". (Ella no decía "malas palabras". Las pensaba). El asunto es que... ¿Qué tiene que ver eso con aceite de motores? No pude formular la interrogante, porque vino la explicación: "El solo tu puedes es una frase que quiere resaltar sus cualidades frente a los aceites de la competencia". Y eso llenó mis insatisfacciones.
A partir de esa fecha, mi mamá en alguna vez, con el afán de incentivarme en alguna tarea que me causaba fastidio me decía "STP". Y era el combustible para seguir. Y ahora, después de 40 años me doy cuenta que alguna vez las afirmaciones inexactas, erróneas, mendaces, puede conseguir más que las verdaderas. Ayer, en un vehículo, en la parte posterior, lado izquierdo, parte baja de su cuarta puerta aparecía el bendito logotipo. Se vino a la memoria lo que ahora les cuento... El Google me acaba de mostrar que por muchos años he vivido engañado. Maternalmente engañado... Las benditas letras, en ingles, responden a una cosa totalmente distinta a la que siempre creí: Science, Tecnology, Performance. Palabras, con las que, la empresa de lubricantes pretende exponer su lema institucional.
No importa el contenido de las afirmaciones; resalta más, la convicción con la que te adhieres a aquellas.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Maestra

En los resquicios de la quebrada de las aguas amargas, había una choza donde vivía una mujer. Se dedicaba a lo que fuera bueno para vivir... De ordinario vendía allí cositas que comer para los pasajeros: galletas, gaseosas, golosinas... otra vez, galletas. En días de fiesta, cuando tocaba alguna celebración cívica o religiosa, preparaba alguna comida que vendía en las ferias que se formaban... Cerca de su casita no había otras casas que le hicieran compañía suya... Allí vivía en compañía de un niño, que ella misma había parido, quien sabe de quién y también ignoro quién le ayudó en el parto.

Los lugareños la evitaban. Decían era bruja. ¿A quién se le ocurre echarse a vivir en una geografía pedregosa, muy cerca de aguas malas? Sí. La quebrada llevaba ese nombre, porque en ese recodo de piedra fluían aguas de hechuras amargas, fétidas, humeantes de mal sabor... En tiempos de calor, hasta burbujeaban. En esas cercanías vivía ella... Ella y su criatura. La evitaban las mujeres, porque decía tenía mal olor. Olía como a azufre. A amoniaco, decía otras. Y en su bolsa, una que llevaba siempre escondida en la pretina de sus faldas, portaba un par de frasquitos llenos de raíces y aceites naturales, con los que se santiguaba... Al menos, eso parecía, cada vez que ella lo consideraba necesario. Sin perjuicio, había gentes foráneas, que cada cierto tiempo, llegaban a esa cabaña para pedir su consejo, recibir remedios, atenderse de alguna dolencia, hacerse ver el aura... No eran pocas veces.

En esas reuniones secretas, ella prefería le dijeran "maestra". De ordinario sus atenciones eran de noche y, a la sola luz de la obscuridad. "Vamos a aclarar... rompamos los contagios, las envidias, las malas intenciones" y seguía "San Pedro bendito, aclara mi vista, despeja mi mente, alumbra mis sentidos". Y venían más jaculatorias dirigidas a la naturaleza, a la luna llena, a la laguna de olores nauseabundos, al palo santo y demás resinas olorosas que mitigaban el azufre y el verde pastoso de los líquidos de sus calderos de barro. "No juegue, no mire de cualquier forma... aguaite con cuidado... en el techo, en la candela, en las velas. Las revelaciones vienen de improviso... Aguaite, aguaite", eran recomendaciones para sus invitados. “No tenga miedo”, le decía al público… “Yo mando” profería con voz enérgica, mientras blandía su bijama en el aire y ordenaba: “Aléjense Chununas”.

Ese hijo que cuidaba, decían las pueblerinas, era hijo de algún diablo al que ella invocaba para dar remedios y consejos, para adivinar el pasado y evitar futuros contingentes. No se le conocía marido y no parecía que ningún hombre de los caseríos aledaños le tuviera algún deseo carnal. Y de haberlo “¿Cómo se le ocurriría yacer con una mujer apestosa?”. Su solo “humor” atosigaba hasta a los perros."Ni los zancudos hallaban buena su sangre". Su olor propio era ácido, penetrante; ante el que cualquier “brutt” o colonia perfumada se rendía sin miramientos. Dicen que era amiga de los demonios y, que éstos le obedecían en sus mandatos a razón de una bijama de ajo jaspe, vegetal que guarda en su corazón espíritus rudos, capaces de doblegar a cualquier alma. Dicen que, con esa vara se había enfrentado a las Chununas y, las había vencido ahogándolas en esas lagunas pestíferas. Allí mismo, con la misma amenaza, los Tatapure preferían sujetarse a su voluntad y, mostrarle lo que ella preguntaba respecto de las gentes que llegan a su consulta… Los tatatupe, espíritus de la noche, al olor de los palosantos y el ishpingo; de la lima y del agua florida, se acercaban a la mesa y, ella –la maestra- los forzaba mediante el San Pedro a lidiar con los afanes de conocer los misterios de la vida…

El niño, a pesar de su corta edad, había visto a muchas gentes y había aprendido a ver la luz, sin necesidad de lámpara, sin pretexto de ninguna achuma… Sus ojos limpios veían las almas de los parroquianos y, con curiosidad infantil, le entregaba en las manos los vegetales que necesitaba para seguir en la existencia… La mujer se dio cuenta que su hijo –a pesar de su cortos años- era un “maestro curandero” de naturales aptitudes. No necesitaba ni de varas ni de alucinógenos. Ella, mientras le dure la vida, sabía que esas aguas amargas que nacían de la piedra, eran el talismán natural que la protegía de cualquier mal y, le ofrecía –contra cualquier espíritu- la virtud de hacerlos obedecer.

La mujer vivió allí, por muchos años y murió de vieja. Su hijo, hosco a la vida social, prefirió irse a la montaña para ahondar en aquellos saberes que parecía le venían por ciencia infusa.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Muñeca

Conversaba, hace un par de días con Dn. Fernando Panta, hombre viceño, hecho de arena y mar, con hartos atardeceres sobre sus escasos cabellos canos. Me daba noticia de sus días mozos, en los que retaceaba su tiempo de pescador y su afición por el futbol... De los días en que los viceños y unionenses se enfrentaban representados por once gentes dispuestas a todo por el gol.... jóvenes que eran naturales de sus respectivos distritos. El futbol era pura pasión por el terruño.


¿Y conoció a Dn. Pepe Seminario? Sus ojos orbitaron la sorpresa. replicó con otra interrogante seguida de una afirmación de complacencia. ¿Lo conoció? ¿El padrecito? Claro... Esa "a" se alargó para motivar convicción. "Después de la misa, directo a la cancha de futbol, se ponía sus zapatillas y a jugar... Carajo, jugaba..." Se rio con sus recuerdos. No hay juego donde no hayan las mieles y los ajos, refirió. "En las canchas siempre hay malcriaus, las lisuras se pasean en las línea blanca de la cancha..." Se volvió a reír. "Varias veces se acordaron de su madrecita... "Pepe, conchatumare... centra la pelota..." Cuenta, que por no responder con otra lisura, el padrecito solo respondía, en el fragor del juego: "Seguro que tu mamá es muñeca.. sonso". Y seguía corriendo detrás de la pelota.

Me hizo saber que en el cementerio del lugar hay una escultura de ese curita pueblerino, Dn. José Domingo Seminario Pingo, que expone el recuerdo de las gentes que convivieron con él en los días de su vida de servicio en estos polvorientos pueblos piuranos.

En su natal Negritos, me acabo de enterar, el cementerio lleva su nombre. Ese donde el prenombre rima con el patronímico.

Dias de Dios, Dn. Pepe.

N.B. Dn. Fernando: ya habrá ocasión para otras historias que no merecen morir.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Dolores

 “¡Eres bien huevona, ¿no?!” Las mujeres de alrededor se sonrieron con gusto. “Me dices que te condenaron por vender droga en tu casa, que te dieron la oportunidad de una pena chiquita, de ir a firmar cada mes con reglas de conducta y, ¿Qué por ‹facilidad› te fuiste a vivir con tu comadre que también se dedica a la venta de droga?” La mujer puso cara de perro reñido… “¡Así fue…! Yo solita me jodí”. El hombre le sonrió con piedad… Y con chanza le dijo: “Te daría un abrazo… pero ¿y si me siembras un quetito…? ¿Qué hago?” Sonrió ella, porque ella misma, decía en su relato que, en esta vez, no le encontraron nada, pero que en las actas policiales siempre les ponen cosas de más..  que en el cuarto de su comadre si había de la buena, ‹de moño rojo› y otras cositas. Para su mal, la comadre, ese día de la intervención, no estaba. Andaba de fiestera por, no sé qué, caserío de Sechura. Se rieron y, otra mujer se adueñó del imaginario micrófono.

“Señor juez estoy aquí, porque le quiñé la cara a mi marido”. Lo decía con esa voz cantarina que, ahora no puedo dibujar con letras, pero que suena bonito en el oído de los piuranos. Lo decía mientras sus puños se los acercaba repetidamente a la cara. El interlocutor, le retrucó “¿Le quiñaste…? ¿Con el cortaúñas? ¿Con el cuchillo? ¿Cómo fue? Ella, se limitó a un “Noooooo…. Ya estuviera condenada a 35 años”. Y mientras lo decía, miró compasiva a otra reclusa, una jovencita que se encontraba a unas sillas de sí. La buena moza aludida se avergonzó. Y continuó sin miedo: “Le pegué a mi marido con estas manos. Él es grandazo, de su vuelo –mientras con la quijada señalaba al que la escuchaba- grandazo… aah… pero es ‹manolarga› el facineroso… Y ese día, se me metió el demonio… Le dí… carajo… hasta que me dolieron los nudillos. Yo estaba… -hizo gesto de copa con su pulgar e índice derecho- medio tomadita, pero él estaba más… Y llegó pidiendo comida, como sí hubiera dejado algo para ‹elquecomer›…. Y me dio un manazo… Carajo… no sé de donde me salieron fuerzas… Quedó privado… Mi cuñada llamo a la policía… Y ya luego, yo estoy aquí. Me faltan tres días para irme, con redención de la pena por haber trabajado…” El hombre aplaudió: “Regalémosle un aplauso a Seberdina… que se va en tres días”. Todas se sumaron en algarabía. “¿Alguna quiere decirle algunas palabras?” Una muchacha, por sus formas, colombiana, le habló bonito: “Ojalá, algún día pueda yo ir a Campanas, a tu pueblo, y espero no encontrar a ese hombre en tu casa. Te quiero mucho”. Volvimos a aplaudir. La colombiana, sin embargo, aprovechó la oportunidad: “Mi mamá (se refería a Seberdina) ha estado aquí como un año, pero ¿Por qué? El hombre le pegó y ella se defendió y, no era la primera vez… ¡Ud. es juez ¿no?! ¿No hay el derecho a la legitima defensa? Ella no tenía que estar aquí. Él, en cambio, sí; pero está libre…. Como si nada”. Y la efervescencia de la indignación parecía contagiarse en sus almas.   

Eran algo cuarenta mujeres. Ese día recibieron la visita de los alumnos de la UPAO, del curso de Práctica Jurídica II. La idea era ofrecerles una charla sobre “beneficios penitenciarios”. Los alumnos se habían preparado para eso; más el aprendizaje fue nuestro. Ellas sabían poco de derechos -al menos de los que pretendíamos discursear- pero de la dureza de la vida eran maestras. Unas, con sus pequeñitos –unos de dos, otros de tres años- intentaban comportarse para escuchar a las demás y, luego alcanzar una bolsita en la que como regalo se les entregaba algunos útiles de aseo: pasta dental, papel higiénico, jabón, toallas higiénicas…. En algunas hasta jabón de ropa. Y el asunto empezó con “¿Alguna sabe que son los beneficios penitenciarios”? y luego siguieron más preguntas ¿Qué otros beneficios conocen? ¿Qué derechos da la liberación condicional? Y en ese tamizaje de saberes no podía evitarse los ayes y lamentos: “Yo he cumplido con todo. Y el juez no me ha dado solo porque dice que no confía en mí” Y otra, sin necesidad de autorización “es que los jueces son malos” y, otra: “¿Malos? Malos, no. Corruptos… págales y vas a ver”.

Y desde los beneficios penitenciarios, de la ausencia de un asesor jurídico que les permita formar sus expedientes o de la falta de un psicólogo que les ofrezca consejería y, de la escasa presencia de un cura para que les preste consejería espiritual, pasamos a los más negro de la justicia: la corrupción. La mujer se ganó el oído de todos: “Mi familia le ha pagado a mi abogado diez mil soles, porque dice que con eso me va a sacar. Así me ofreció, porque con ese dinero iba a comer el fiscal, el secretario del juez y el juez… Me dijo que en tres meses era libre y ya van como ocho. Casi que alcanzo el año. ¿Será que como me pidió doce mil y solo le he dado diez… quien sabe…?” El hombre solo le dijo: “Ojalá pronto alcances tu libertad. Estoy seguro que tus hijos la merecen. Ellos estarán muy contentos de tenerte consigo; pero, si por tal dinero te ofrecieron libertad, sin que tu hayas visto siquiera la luz del sol en tan largo tiempo lo más probable es que te hayan engañado… ¿No dices que tu abogado ya no te contesta las llamadas y que has tenido que recurrir a la defensa pública? No niego la opción de jueces corruptos, pero a veces nos dejamos ganar por las ansias de libertad que queremos conseguirla a cualquier precio… y justamente por cosas fáciles nos encontramos aquí: querer pasar droga al penal en una botella de gaseosa, vender droga en cantidades pequeñas para decir que somos consumidores, por no pagar los alimentos de nuestros hijos, creer que podemos envenenar al marido sin que nos descubran”.

Eran mil historias y todas ellas merecedoras de alguna gracia jurídica, de la indulgente mirada de la justicia, de alguna migaja de beneficio penitenciario. Allí había una mujer de pelo corto, estaba parada al filo de una puerta y, espetó: “Ud me ha puesto doce años de cárcel por nada… Yo soy fulana de tal”. Y le replicamos “Uy… sí. Tu cara me parece conocida… ¿Hace seis meses fue eso?” La mujer había llegado –al parecer- a sabiendas de que el juez que la había condenado estaba allí. Sacó su sentencia y leyó: “La traza del pelo recortado como de varón es un indicador coincidente con la descripción que efectúa la agraviada, a la que le robaron su cartera, documentos personales y su celular”. Y luego de conversar –casi públicamente- de las razones de la sentencia, ella no se sentía convencida de su culpabilidad pero aceptaba que había poco que hacer con tantas pruebas en el expediente. Se limitaba, al “pero son pruebas prefabricadas”: el celular no era de la agraviada, lo puso el policía, era un celular inservible; el arma encontrada era una de juguete y, el conductor de la moto nunca fue intervenido, porque era un datero de los polis… Al final, entre reclamos, risas e inconveniencias, la conversación con esta mujer terminó con un “gracias por escucharme” y, un “te pido disculpas por tanto dolor”. Y entre risas: “pero son doce añazos, la primaria y la secundaria completa… De vez en cuando, como ahora, visítenos”. El hombre ofreció regresar y, una dijo: “pero regrese como civil, solo como abogado… para que asuma mi caso”. La de pelo corto reafirmo: “Sí. Para que me tramite la revisión en la Corte Suprema”.

Los alumnos por su parte… también asumían los dolores de aquellas mujeres y, desde sus cortas experiencias estudiantiles se dieron cuenta que, en tan pequeño espacio hecho de ladrillos se pueden esconder tan grandes dolores en las almas, que basta un oído atento para que el alivio se contente satisfactoriamente. Ese día, el profesor fue el alumno y los alumnos, otra vez alumnos, de historias que les afirman sus preferencias por el derecho… la voluntad de alcanzar justicia para sus causas.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...