jueves, 28 de noviembre de 2024

STP

Hay una calcomanía, pegatina, adhesivo, que suele estar en los vehículos automotores. Es una elipse de fondo rojo con un delgado filo azul donde aparecen tres letras STP. Es un logotipo, que desde mis vivencias, siempre estuvo ligado a los lubricantes para carros. De hecho, había una pegatina sobre el parabrisas del Rambler 330, verde, en el que, de vez en cuando, me paseaban en mis días de infantitud.

Apareció esa pegatina en el vidrio vehicular y, en algún momento, cuando El Rubio ya había conseguido que me aprenda el ABC, se me ocurrió preguntar ¿Qué significa STP? No hubo respuesta. Es probable que la respondieran con otra pregunta "menos preguntona". Quizá "¿Que tal tu día en el colegio? ¿Te han dejado tareas?" serían las preguntas ideales para desatender mi inquierencia.
El asunto es que no fue suficiente. La pregunta ¿Qué significa STP? tiene que haberse repetido por varias veces. Las letras que se dibujan sobre el óvalo rojo son de color blanco, pero éstas proyecta una sombra oscura que hace juego con el contorno azul de la figura geométrica que las contiene. Mi papá era mecánico y, de seguro en algún pomo de lubricante tenía que estar esa imagen. El asunto es que, la que me llamaba la atención y provocaba mi inquietud era aquella que aparecía sobre el vidrio vehicular. "¿Por qué STP?"
Un día, la respuesta llegó. Mi mamá manejaba y, probablemente, esperaba la pregunta. Y tuvo la respuesta que cubrió todas mis expectativas: STP significa "Solo tu puedes". Y como para acallar todas mis repreguntas, reafirmó: "S de solo, T de tu, P de puedes". Es probable que, en sus adentros pensaba "Y deja de joder muchacho de mierda". (Ella no decía "malas palabras". Las pensaba). El asunto es que... ¿Qué tiene que ver eso con aceite de motores? No pude formular la interrogante, porque vino la explicación: "El solo tu puedes es una frase que quiere resaltar sus cualidades frente a los aceites de la competencia". Y eso llenó mis insatisfacciones.
A partir de esa fecha, mi mamá en alguna vez, con el afán de incentivarme en alguna tarea que me causaba fastidio me decía "STP". Y era el combustible para seguir. Y ahora, después de 40 años me doy cuenta que alguna vez las afirmaciones inexactas, erróneas, mendaces, puede conseguir más que las verdaderas. Ayer, en un vehículo, en la parte posterior, lado izquierdo, parte baja de su cuarta puerta aparecía el bendito logotipo. Se vino a la memoria lo que ahora les cuento... El Google me acaba de mostrar que por muchos años he vivido engañado. Maternalmente engañado... Las benditas letras, en ingles, responden a una cosa totalmente distinta a la que siempre creí: Science, Tecnology, Performance. Palabras, con las que, la empresa de lubricantes pretende exponer su lema institucional.
No importa el contenido de las afirmaciones; resalta más, la convicción con la que te adhieres a aquellas.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Maestra

En los resquicios de la quebrada de las aguas amargas, había una choza donde vivía una mujer. Se dedicaba a lo que fuera bueno para vivir... De ordinario vendía allí cositas que comer para los pasajeros: galletas, gaseosas, golosinas... otra vez, galletas. En días de fiesta, cuando tocaba alguna celebración cívica o religiosa, preparaba alguna comida que vendía en las ferias que se formaban... Cerca de su casita no había otras casas que le hicieran compañía suya... Allí vivía en compañía de un niño, que ella misma había parido, quien sabe de quién y también ignoro quién le ayudó en el parto.

Los lugareños la evitaban. Decían era bruja. ¿A quién se le ocurre echarse a vivir en una geografía pedregosa, muy cerca de aguas malas? Sí. La quebrada llevaba ese nombre, porque en ese recodo de piedra fluían aguas de hechuras amargas, fétidas, humeantes de mal sabor... En tiempos de calor, hasta burbujeaban. En esas cercanías vivía ella... Ella y su criatura. La evitaban las mujeres, porque decía tenía mal olor. Olía como a azufre. A amoniaco, decía otras. Y en su bolsa, una que llevaba siempre escondida en la pretina de sus faldas, portaba un par de frasquitos llenos de raíces y aceites naturales, con los que se santiguaba... Al menos, eso parecía, cada vez que ella lo consideraba necesario. Sin perjuicio, había gentes foráneas, que cada cierto tiempo, llegaban a esa cabaña para pedir su consejo, recibir remedios, atenderse de alguna dolencia, hacerse ver el aura... No eran pocas veces.

En esas reuniones secretas, ella prefería le dijeran "maestra". De ordinario sus atenciones eran de noche y, a la sola luz de la obscuridad. "Vamos a aclarar... rompamos los contagios, las envidias, las malas intenciones" y seguía "San Pedro bendito, aclara mi vista, despeja mi mente, alumbra mis sentidos". Y venían más jaculatorias dirigidas a la naturaleza, a la luna llena, a la laguna de olores nauseabundos, al palo santo y demás resinas olorosas que mitigaban el azufre y el verde pastoso de los líquidos de sus calderos de barro. "No juegue, no mire de cualquier forma... aguaite con cuidado... en el techo, en la candela, en las velas. Las revelaciones vienen de improviso... Aguaite, aguaite", eran recomendaciones para sus invitados. “No tenga miedo”, le decía al público… “Yo mando” profería con voz enérgica, mientras blandía su bijama en el aire y ordenaba: “Aléjense Chununas”.

Ese hijo que cuidaba, decían las pueblerinas, era hijo de algún diablo al que ella invocaba para dar remedios y consejos, para adivinar el pasado y evitar futuros contingentes. No se le conocía marido y no parecía que ningún hombre de los caseríos aledaños le tuviera algún deseo carnal. Y de haberlo “¿Cómo se le ocurriría yacer con una mujer apestosa?”. Su solo “humor” atosigaba hasta a los perros."Ni los zancudos hallaban buena su sangre". Su olor propio era ácido, penetrante; ante el que cualquier “brutt” o colonia perfumada se rendía sin miramientos. Dicen que era amiga de los demonios y, que éstos le obedecían en sus mandatos a razón de una bijama de ajo jaspe, vegetal que guarda en su corazón espíritus rudos, capaces de doblegar a cualquier alma. Dicen que, con esa vara se había enfrentado a las Chununas y, las había vencido ahogándolas en esas lagunas pestíferas. Allí mismo, con la misma amenaza, los Tatapure preferían sujetarse a su voluntad y, mostrarle lo que ella preguntaba respecto de las gentes que llegan a su consulta… Los tatatupe, espíritus de la noche, al olor de los palosantos y el ishpingo; de la lima y del agua florida, se acercaban a la mesa y, ella –la maestra- los forzaba mediante el San Pedro a lidiar con los afanes de conocer los misterios de la vida…

El niño, a pesar de su corta edad, había visto a muchas gentes y había aprendido a ver la luz, sin necesidad de lámpara, sin pretexto de ninguna achuma… Sus ojos limpios veían las almas de los parroquianos y, con curiosidad infantil, le entregaba en las manos los vegetales que necesitaba para seguir en la existencia… La mujer se dio cuenta que su hijo –a pesar de su cortos años- era un “maestro curandero” de naturales aptitudes. No necesitaba ni de varas ni de alucinógenos. Ella, mientras le dure la vida, sabía que esas aguas amargas que nacían de la piedra, eran el talismán natural que la protegía de cualquier mal y, le ofrecía –contra cualquier espíritu- la virtud de hacerlos obedecer.

La mujer vivió allí, por muchos años y murió de vieja. Su hijo, hosco a la vida social, prefirió irse a la montaña para ahondar en aquellos saberes que parecía le venían por ciencia infusa.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Muñeca

Conversaba, hace un par de días con Dn. Fernando Panta, hombre viceño, hecho de arena y mar, con hartos atardeceres sobre sus escasos cabellos canos. Me daba noticia de sus días mozos, en los que retaceaba su tiempo de pescador y su afición por el futbol... De los días en que los viceños y unionenses se enfrentaban representados por once gentes dispuestas a todo por el gol.... jóvenes que eran naturales de sus respectivos distritos. El futbol era pura pasión por el terruño.


¿Y conoció a Dn. Pepe Seminario? Sus ojos orbitaron la sorpresa. replicó con otra interrogante seguida de una afirmación de complacencia. ¿Lo conoció? ¿El padrecito? Claro... Esa "a" se alargó para motivar convicción. "Después de la misa, directo a la cancha de futbol, se ponía sus zapatillas y a jugar... Carajo, jugaba..." Se rio con sus recuerdos. No hay juego donde no hayan las mieles y los ajos, refirió. "En las canchas siempre hay malcriaus, las lisuras se pasean en las línea blanca de la cancha..." Se volvió a reír. "Varias veces se acordaron de su madrecita... "Pepe, conchatumare... centra la pelota..." Cuenta, que por no responder con otra lisura, el padrecito solo respondía, en el fragor del juego: "Seguro que tu mamá es muñeca.. sonso". Y seguía corriendo detrás de la pelota.

Me hizo saber que en el cementerio del lugar hay una escultura de ese curita pueblerino, Dn. José Domingo Seminario Pingo, que expone el recuerdo de las gentes que convivieron con él en los días de su vida de servicio en estos polvorientos pueblos piuranos.

En su natal Negritos, me acabo de enterar, el cementerio lleva su nombre. Ese donde el prenombre rima con el patronímico.

Dias de Dios, Dn. Pepe.

N.B. Dn. Fernando: ya habrá ocasión para otras historias que no merecen morir.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Dolores

 “¡Eres bien huevona, ¿no?!” Las mujeres de alrededor se sonrieron con gusto. “Me dices que te condenaron por vender droga en tu casa, que te dieron la oportunidad de una pena chiquita, de ir a firmar cada mes con reglas de conducta y, ¿Qué por ‹facilidad› te fuiste a vivir con tu comadre que también se dedica a la venta de droga?” La mujer puso cara de perro reñido… “¡Así fue…! Yo solita me jodí”. El hombre le sonrió con piedad… Y con chanza le dijo: “Te daría un abrazo… pero ¿y si me siembras un quetito…? ¿Qué hago?” Sonrió ella, porque ella misma, decía en su relato que, en esta vez, no le encontraron nada, pero que en las actas policiales siempre les ponen cosas de más..  que en el cuarto de su comadre si había de la buena, ‹de moño rojo› y otras cositas. Para su mal, la comadre, ese día de la intervención, no estaba. Andaba de fiestera por, no sé qué, caserío de Sechura. Se rieron y, otra mujer se adueñó del imaginario micrófono.

“Señor juez estoy aquí, porque le quiñé la cara a mi marido”. Lo decía con esa voz cantarina que, ahora no puedo dibujar con letras, pero que suena bonito en el oído de los piuranos. Lo decía mientras sus puños se los acercaba repetidamente a la cara. El interlocutor, le retrucó “¿Le quiñaste…? ¿Con el cortaúñas? ¿Con el cuchillo? ¿Cómo fue? Ella, se limitó a un “Noooooo…. Ya estuviera condenada a 35 años”. Y mientras lo decía, miró compasiva a otra reclusa, una jovencita que se encontraba a unas sillas de sí. La buena moza aludida se avergonzó. Y continuó sin miedo: “Le pegué a mi marido con estas manos. Él es grandazo, de su vuelo –mientras con la quijada señalaba al que la escuchaba- grandazo… aah… pero es ‹manolarga› el facineroso… Y ese día, se me metió el demonio… Le dí… carajo… hasta que me dolieron los nudillos. Yo estaba… -hizo gesto de copa con su pulgar e índice derecho- medio tomadita, pero él estaba más… Y llegó pidiendo comida, como sí hubiera dejado algo para ‹elquecomer›…. Y me dio un manazo… Carajo… no sé de donde me salieron fuerzas… Quedó privado… Mi cuñada llamo a la policía… Y ya luego, yo estoy aquí. Me faltan tres días para irme, con redención de la pena por haber trabajado…” El hombre aplaudió: “Regalémosle un aplauso a Seberdina… que se va en tres días”. Todas se sumaron en algarabía. “¿Alguna quiere decirle algunas palabras?” Una muchacha, por sus formas, colombiana, le habló bonito: “Ojalá, algún día pueda yo ir a Campanas, a tu pueblo, y espero no encontrar a ese hombre en tu casa. Te quiero mucho”. Volvimos a aplaudir. La colombiana, sin embargo, aprovechó la oportunidad: “Mi mamá (se refería a Seberdina) ha estado aquí como un año, pero ¿Por qué? El hombre le pegó y ella se defendió y, no era la primera vez… ¡Ud. es juez ¿no?! ¿No hay el derecho a la legitima defensa? Ella no tenía que estar aquí. Él, en cambio, sí; pero está libre…. Como si nada”. Y la efervescencia de la indignación parecía contagiarse en sus almas.   

Eran algo cuarenta mujeres. Ese día recibieron la visita de los alumnos de la UPAO, del curso de Práctica Jurídica II. La idea era ofrecerles una charla sobre “beneficios penitenciarios”. Los alumnos se habían preparado para eso; más el aprendizaje fue nuestro. Ellas sabían poco de derechos -al menos de los que pretendíamos discursear- pero de la dureza de la vida eran maestras. Unas, con sus pequeñitos –unos de dos, otros de tres años- intentaban comportarse para escuchar a las demás y, luego alcanzar una bolsita en la que como regalo se les entregaba algunos útiles de aseo: pasta dental, papel higiénico, jabón, toallas higiénicas…. En algunas hasta jabón de ropa. Y el asunto empezó con “¿Alguna sabe que son los beneficios penitenciarios”? y luego siguieron más preguntas ¿Qué otros beneficios conocen? ¿Qué derechos da la liberación condicional? Y en ese tamizaje de saberes no podía evitarse los ayes y lamentos: “Yo he cumplido con todo. Y el juez no me ha dado solo porque dice que no confía en mí” Y otra, sin necesidad de autorización “es que los jueces son malos” y, otra: “¿Malos? Malos, no. Corruptos… págales y vas a ver”.

Y desde los beneficios penitenciarios, de la ausencia de un asesor jurídico que les permita formar sus expedientes o de la falta de un psicólogo que les ofrezca consejería y, de la escasa presencia de un cura para que les preste consejería espiritual, pasamos a los más negro de la justicia: la corrupción. La mujer se ganó el oído de todos: “Mi familia le ha pagado a mi abogado diez mil soles, porque dice que con eso me va a sacar. Así me ofreció, porque con ese dinero iba a comer el fiscal, el secretario del juez y el juez… Me dijo que en tres meses era libre y ya van como ocho. Casi que alcanzo el año. ¿Será que como me pidió doce mil y solo le he dado diez… quien sabe…?” El hombre solo le dijo: “Ojalá pronto alcances tu libertad. Estoy seguro que tus hijos la merecen. Ellos estarán muy contentos de tenerte consigo; pero, si por tal dinero te ofrecieron libertad, sin que tu hayas visto siquiera la luz del sol en tan largo tiempo lo más probable es que te hayan engañado… ¿No dices que tu abogado ya no te contesta las llamadas y que has tenido que recurrir a la defensa pública? No niego la opción de jueces corruptos, pero a veces nos dejamos ganar por las ansias de libertad que queremos conseguirla a cualquier precio… y justamente por cosas fáciles nos encontramos aquí: querer pasar droga al penal en una botella de gaseosa, vender droga en cantidades pequeñas para decir que somos consumidores, por no pagar los alimentos de nuestros hijos, creer que podemos envenenar al marido sin que nos descubran”.

Eran mil historias y todas ellas merecedoras de alguna gracia jurídica, de la indulgente mirada de la justicia, de alguna migaja de beneficio penitenciario. Allí había una mujer de pelo corto, estaba parada al filo de una puerta y, espetó: “Ud me ha puesto doce años de cárcel por nada… Yo soy fulana de tal”. Y le replicamos “Uy… sí. Tu cara me parece conocida… ¿Hace seis meses fue eso?” La mujer había llegado –al parecer- a sabiendas de que el juez que la había condenado estaba allí. Sacó su sentencia y leyó: “La traza del pelo recortado como de varón es un indicador coincidente con la descripción que efectúa la agraviada, a la que le robaron su cartera, documentos personales y su celular”. Y luego de conversar –casi públicamente- de las razones de la sentencia, ella no se sentía convencida de su culpabilidad pero aceptaba que había poco que hacer con tantas pruebas en el expediente. Se limitaba, al “pero son pruebas prefabricadas”: el celular no era de la agraviada, lo puso el policía, era un celular inservible; el arma encontrada era una de juguete y, el conductor de la moto nunca fue intervenido, porque era un datero de los polis… Al final, entre reclamos, risas e inconveniencias, la conversación con esta mujer terminó con un “gracias por escucharme” y, un “te pido disculpas por tanto dolor”. Y entre risas: “pero son doce añazos, la primaria y la secundaria completa… De vez en cuando, como ahora, visítenos”. El hombre ofreció regresar y, una dijo: “pero regrese como civil, solo como abogado… para que asuma mi caso”. La de pelo corto reafirmo: “Sí. Para que me tramite la revisión en la Corte Suprema”.

Los alumnos por su parte… también asumían los dolores de aquellas mujeres y, desde sus cortas experiencias estudiantiles se dieron cuenta que, en tan pequeño espacio hecho de ladrillos se pueden esconder tan grandes dolores en las almas, que basta un oído atento para que el alivio se contente satisfactoriamente. Ese día, el profesor fue el alumno y los alumnos, otra vez alumnos, de historias que les afirman sus preferencias por el derecho… la voluntad de alcanzar justicia para sus causas.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...