viernes, 28 de junio de 2024

Despedida

Las ajadas pieles de la mujer acentuaban la oscuridad de su color. Su carácter huraño y la acidez de sus formas se habían diluido con los años. ¿Quién sabe cuantos llevaba a cuestas?! Hasta la memoria le era huidiza... Solo quedaban algunos chispazos que, "de cuando en vez", la ponían en la realidad, aun cuando ésta pudiera retrasarse en algunas cosas. "Hoy estamos sábado, ¿no?" dijo en forma de pregunta, pero en realidad quería afirmar que no se equivocaba. "No mamá. Estamos domingo. Domingo..." Ella completó: "¿Domingo 14?". Ahora su afán era congraciarse con su interlocutora.

La hija en cambio tenía otros apuros distintos del tiempo. En realidad, se relacionaban, más, con el futuro. "¿Ya tienes todo listo? Zapatos, medias, calzoncillos, camisa y pantalón.... No te olvides del pañuelo", le decía al adolescente, mientras en un maletín de triple fondo -de aquellos que mediante un sistema de cierres generan mayor espacio en profundidad- acomodaba las cosas del hijo: ropas, cosas de limpieza personal, correa... perfume, detergente, shampoo... todo iba allí. Algunas de esas cosas para estrenar. Y mientras acomodaba, le decía: "A donde vas, de seguro vas a tener un ropero o un casillero... por favor que tu ropa siempre esté acomodada... no importa que pueda estar sucia, pero acomodada donde corresponda". Mis recuerdos se van en el jabón liquido -que era la primera vez que lo conocía- y en algunos pares de medias de "seda china", que se había comprado en Huaquillas, Ecuador. 

La otra mujer, la de los años viejos, miraba por encima de un ventanal. Uno que hacía de conexión entre "la casa" y la casa de barro. Miraba... quizá no entendía... puede que a lo mejor entendiera solo un poco... No sé porqué, pero siempre la recuerdo con un cuchillo en la mano... Era uno al que siempre tenía que sacarle filo... renegaba por ese asunto, pero tampoco quería abandonarlo. Era como su juguete... Era un cuchillo cacha de madera aunque enfundado en un plástico logrado de un trozo de manguera de jardín. Se notaba las líneas azules y negras de que se había adornado, en otros tiempos, el plástico de que estaba hecho. La radio, en cambio, ajena a la escena, nos regalaba una melodía triste: "amor hecho de canto y de lamento, de ensueño, de dolor y grito mudo; amor que deja el corazón desnudo, para mostrar el por qué del sentimiento". O quizá, suponía lo que debajo de esas tareas se escondía.

"Recuerda que vas a estudiar. No te han pedido nada pero... es mejor que lleves lapiceros, un par de cuadernos, lápices... Hay un folder debajo de la caja de ropa... ponlo en tu maletín". El apremio era harto. "¿Tienes la carta de presentación?". Mientras la mujer acomodaba las cosas, no dejaba de pensar en lo que tenía que acomodarse en la mochila de mano del muchacho. "Ya má... ya... tranquilÍizate", solo se limitaba a decirle. En el bolso de mano se escondía los útiles escritorio, un acta de nacimiento, acomodada en una bolsa trasparente y ajustada con una costura de máquina de coser, un documento de presentación y, la constancia de término de los estudios secundarios. No había alcanzado ni los diecisiete como para pensar en libreta militar... En todo caso, en aquellos días, bien podía ser sujeto de leva. 

La mujer vieja apenas podía saber de que iba el asunto, hasta que un rayo de luz le iluminó los recuerdos inmediatos "¿Te vas a Lima?... Tan chiquito ¿y ya te vas?" y, a línea seguida, respondí: "No mamá Delmira. Me voy a Piura. Me voy a estudiar". Ella se encogió del hombros: "¿Y cuando dejarás de estudiar?" me refutó... Se volteó y alejó sus pasos. El cuchillo se quedó en el marco del ventanal. Sus pasos se alejaron sin decir nada... regresó después de unos minutos y volvió a acomodar su cuerpo sobre el mismo ventanal.

"Allá en Piura hay fotocopiadoras", dijo la otra mujer, la de menos años. "Saca una copia de tu partida y llévala siempre contigo". Y las recomendaciones iban hasta de como cruzar la calle, como tomar los cubiertos, tender la cama al levantarse... ¡las luces de los semáforos! jajaja fue una clase entera. Y la clase venia bien. Allí, en ese pueblito aledaño al mar, apenas la única pistas asfaltada era la Panamericana y, la peor forma de tráfico ocurría los fines de semana, frente a la comisaria cuando los buses interprovinciales se detenían para que los pasajeros nuevos aborden y, uno que otro, para que los choferes puedan tomar sus alimentos en alguno de los restaurantes. Los vehículos eran contados y las mototaxis, inexistentes. No había necesidad de instrumentos de control vehicular. ¡Los pasajes déjalos a la mano, por favor! ¡No quiero renegar en la madruga! Se escuchó. 

Luego de los acomodos, todo quedó listo. La emoción, el miedo, la intranquilidad regalaba una tensa calma. Todo estaba preparado. Solo faltaba esperar que llegase la madrugada. Un par de boletos desglosables, arrancados de un talonario y llenados a mano afirmaban que la salida del bus era a las "tres a.m". "¿Vas a comer?" preguntó la madre. Un "no", rotundo, se hizo sentir en el espacio.  La ansiedad de no quedarse dormido, de no olvida nada de importancia, de las pocas cinco horas para descansar había hecho del hambre una nada en el buche del chiquillo... Y apareció la mujer, la de años cansados,  la que se acomodaba de curiosa sobre la ventana: "no tienes hambre y yo tampoco, pero mañana seguro que si lo tendrás: extendió su brazo por el ventanal y, hasta se hizo de puntillas para acortar lo más posible la distancia y, en un pequeño mantelito blanco, me alcanzó un par de gofios... "Esos te aliviarán el hambre", pero ya será para mañana". Y a modo de reproche, remató: "Ojalá que cuando vuelvas, yo todavía esté". Se dio la vuelta y se fue.

La vida nos regaló varios silenciosos encuentros más...

martes, 25 de junio de 2024

Verano

Era 15 de enero. El año anterior había dejado las aulas de la secundaria. El Eppo se acoderó en un amplio estacionamiento que se encontraba en la avenida Loreto. Ésta no ha cambiado mucho. La estación de buses no tenía baños. Las casi cinco horas de viaje habían acumulado suficiente pichi como para necesitar un urinario... Pero no había uno. No allí. Al menos, en ese momento no.

Era lunes. Quizá las seis y media o siete de la mañana. Y las primeras ganas de ir al baño son de muy difícil disimulo. En diagonal al Eppo había un pequeño restaurante "Mi Juanita". Aún conserva el nombre y está allí, en el mismo lugar. Quiso aparcar allí sus fluidos, pero no. Estaba cerrado. En la otra diagonal había un edificio en construcción. El muro de calaminas dejaban notar que ya faltaba poco para terminar la construcción. Un vigilante miraba desde una esquina... "Señor, me orino", dijo con toda la vergüenza del mundo, a modo de pedir permiso o de disculpas por lo que no dejó de hacer... El alivio de su vejiga era también la del reproche del vigía, pero ¿que importaba ya...? Al edificio le faltaba poco, aunque que no parecía que quisieran terminarlo. Allí funciona, ahora, la SUNAT.

A su vuelta, la mujer esperaba en la puerta del "Mi Juanita". Tomaron desayuno: un jugo de papaya para cada quien con un sanguche de quien sabe qué... Quizá de huevo o de palta. Sus recuerdos no llegan a tanto. Recibió los últimos consejos que pudiera recibir: "Obedece... El que obedece no deja espacio para el reproche". Luego de un rato -que no fue tanto- tomaron un taxi ¿Conoce la Avenida Chirichigno? ¿La cuadra 4? Es probable que el taxista dijera que si. 

Después de unos minutos, se apeaban al frente de un edificio de dos pisos, largo, semejante a un gran colegio. Un par de palmeras de dátiles adornaban su pórtico, rematado en arco de medio punto. Un pórtico de doble hoja. La mujer tocó el timbre. Un hombre, quizá de 30 años abrió la puerta y sonriente dijo ¿Y tu quién eres? ¿De donde vienes? Pasamos a la sala y allí nos despedimos. Le dió abrazo, interminable... Es probable que la mujer se fuese llorando y él... ¿Él? Se esforzó para no hacerlo. El miedo era más... Aunque quizá era de miedo que quería llorar.

Han pasado casi 35 años. Era el verano de 1990.

jueves, 6 de junio de 2024

Frescura

- Y con esa nota no llegas ni a "en proceso". Estás en clave de "Logro en inicio". Una 'C' clavadita.
- O sea, soy un analfabeto del derecho. ¿He engañado a todo el mundo en los últimos quince años?
- Yaaaa no seas trágico. No eres ningún analfabeto. Eres... Eres... Eres un juvenil con experiencia pero te falta vivir un poco más. Solo eso.

Se dió media vuelta y se fue sonriendo. Imaginé su sonrisa y la copié. Me sacó de la depresión en tentativa de la tarde. Y regresó. Y con su mano me dio una palmada en el brazo, mientras decía: "tranquilo Boby, tranquilo. ¿Así dice Juan Luis Guerra, no?". Otra media vuelta y sus pasos se perdieron en las escaleras. En el último escalón se volvió sobre sus pies, se agachó y me volvió a mirar, me hizo un guiño y me ofreció su puño. Le contesté el saludo. Sus pasos, luego, los pude oír en la sala de estudio del piso superior.

La insonoridad de la habitación se prolongó por todo el resto de la tarde. En mi cabeza, una melodía se suma al silencio y apenas recuerdo algún verso:
"Abrí los ojos como luna llena /
y me agarré la cabeza (je) /
Porque es muy duro pasar / 
el Niágara en bicicleta".

martes, 4 de junio de 2024

Sorpresa

Una cárdigan de lana, oscura, de hace mil años, le acompañaba esa tarde. Había que llegar prontamente al taller de mecánica. Cinco minutos antes, una amable voz le dió a saber que el vehículo ya estaba listo y que si quería tenerlo esa mismo tiempo era necesario que se acerque "porque a las seis se cierra el taller... Y hasta el día siguiente".

Un sombrero negro, tipo fedora, le cubría las canas. Se había acostumbrado a llevarlo consigo, salvo que la ocasión ameritase una prenda distinta... O ninguna. Un hombre le invitó a pagar con sencillo y a que, por favor, avance entre los demás pasajeros. La ruta paseaba por toda la avenida Grau.

Desde hacía unas semanas, quizá seis, se le había dado por dejar crecer la barba... Avejentada. La media centuria dejaba huellas blancas. Sus pies se acomodaron frente a la primera fila de asientos, mientras con su mano izquierda se cogía del estribo superior que corre a lo largo de todo el vehículo.

A un lado, desde su hombro caía un bolso tipo morral en el que guardaba una libreta, un lapicero y su computadora personal. Era uno de esos clasicos que venden en Catacaos. Una adolescente, sentada en esas butacas de colores para las personas de derecho preferente, le miró -quizá con condescendencia- y con una voz amable le ofreció "señor, ¿quiere Ud. sentarse?" 

La parada no estaba lejos, pero este momento, un día tenía que llegar... Y llegó. Y le sonreí amablemente... A la oferente y al minuto mismo en que ocurrió.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...