viernes, 10 de mayo de 2024

Maquinaciones

 “Me limpio las tripas con esas leyes” grito el rey. “Estos son mis territorios y aquí mando yo, después del señor Jesucristo”, masculló al final con afán de serenarse. El embajador, venido desde Orvieto, temió por su vida. Se sabía de las malas cóleras y de la rabiosa irascibilidad del rey Dn. Pedro III y ya las noticias de que le había cortado el pescuezo a Dn. Fernando Sánchez de Castro, algunos años antes, era de conocimiento de todas las embajadas, incluso, en la corte papal. El emisario, a ese momento, no sólo renegaba en sus adentros de haber aceptado la encomienda, sino que, además, se reprochaba: “Si fue capaz de ahogar a su hermano, y de degollarlo, después; en mi caso puede que la cosa sea peor. ¡Vaya la hora en que se me ocurre venir!”.

Y es que la muerte de Fernando Sánchez de manos del infante Pedro, se parecía a la de Abel desde las manos de Caín. Ambos eran infantes. Su padre el rey Jaime I, alias el Conquistador, se encontraba en el trono y, había puesto sus esperanzas en el primero: le había encomendado algunas tareas de negociaciones con varios señores feudales de la España medieval, le encargó su propia defensa en el viaje a Tierra Santa para participar en la cruzada de 1269, lo envió con facultades diplomáticas con el rey Manfredo de Sicilia para adelantársele a Alfonso X de Castilla en sus afanes de alianzas internacionales y posibles extensiones comerciales. En cambio, al infante Pedro las tareas le fueron otras: de mayores riesgos. Era el "policía" del reino. Se le encargó  apagar los tumultos, evitar las reyertas y poner el “estate quieto” a quien pretenda generar inestabilidad en la monarquía de su padre. Su fama, por tanto, era de la un guerrero despiadado y carente de empatía para con los demás.  Sin perjuicio, ambos hijos, pretendían el mejor querer de su padre, que, a su vez, vería la luz a la repartición del reino... Con la muerte de Fernando, la luz solo fue para Pedro.

La comunidad judía, por su lado, estaba muy bien asentada en Aragón. Así había sido antes, con Jaime I; así lo era ahora, con Pedro III. Algunos miembros notables de la misma actuaban como funcionarios de la corona y/o como asesores privados del rey. Un mandamiento talmúdico dispone que los judíos le deben fidelidad a los reyes –y por tanto a las leyes civiles- de los territorios en los que habitan. Se habían ganado sus posiciones desde la afirmación de su fidelidad monárquica; empero sería huera si no produce frutos para la corona. Tres eran las manzanas: los médicos judíos eran los mejores de esos días (pregúntenle a Sancho I de León); su dispersión por el mundo, los hacía políglotas, así que, si se necesitaba un traductor, los judíos eran muy buenos en esos menesteres: los que conocían la lengua árabe, valían doblemente y, la tercera tarea, era la de las finanzas. Eran excelentes en la contabilidad y también en las triquiñuelas legales para acrecentar los patrimonios. Yusef Ravaia, el judío inspector de cuentas, cobros y pagos de la Corona de Aragón, ingresó a la sala con paso firme, se acercó al rey y al oído le dijo: “Aquiétese. No ponga en riesgo las cuentas de la corona y, menos, las suyas propias”. “Gazmoño gálico”, replicó el rey, insultando calladamente al papa Martín IV… Sus cóleras habían disminuido. Otro hombre, judío por sus ropas, portaba un libro en el que, en escritura hebrea –expuesta así para esconder la información acumulada- anotaba las cuentas del reino. Le mostró un par de líneas y, con un gesto de negación, le hizo saber que no era necesario pelearse con el embajador papal. En todo caso, le aconsejó, era mejor enviar a emisarios propios para negociar los términos del vasajalle solicitado.

Mientras Pedro III había alcanzado el trono de Aragón en 1276; Martín IV era papa desde apenas unos meses antes; desde marzo de 1281, cuando finalmente se logró “consenso” entre los cardenales italianos y franceses para alcanzar su elección apostólica. En realidad, este buen hombre había logrado el puesto desde las maquinaciones, triquiñuelas y malas artes alcanzadas por el rey Carlos de Anjou, quien mandó a apresar a dos cardenales italianos para adquirir mayoría. El nuevo papa, por tanto, se convirtió en… no sé si marioneta… en un gran aliado del rey galo.  El conclave para la elección de Martín se realizó en Viterbo, distante a unos 80 km de Roma. Conviene decir que éste no llegó a Roma. Nunca puso los pies allí en la sede romana. Prefirió hacer juramento y asunción del cargo desde el castillo de Orvieto. Esta era una ciudad poderosa, económica y militarmente. Su aliada era Florencia, por lo que había poco que temer entre sus muros y castillos. Es más, los túneles subterráneos de la ciudad –aún bajo ataque de sus enemigos- le daban no sólo la seguridad de huir, sino también la de permanecer –si así lo elegía- sin mayores riesgos. Bajo la losa pétrea en que se erige la ciudad, había otra, oculta y con sus propias seguridades, trampas y acondicionamientos. Martin IV, por su origen, era francés, natural de Tours, y por sus formas, nunca llegó a ser cabeza de la iglesia de Roma, al menos no, materialmente.

Regresemos… Los emisarios papales regresaron sin haber conseguido mucho. Advertían que, Pedro III ni siquiera se había inmutado; empero pudieron anotar información que sería relevante para lo que vendría después, para decisiones futuras de la corona papal, pero por sobre ellas, para decisiones del rey Carlos I de Anjou… todas ellas relacionadas con el dominio y señorío del mar Mediterráneo. Y aquí viene bien otras historias, que se relacionan con privilegios y lengualarga, que aparecen en este muro. De ellas resalto dos ideas: Jaime I, padre de Pedro III, fue excomulgado por el papa Inocencio IV y, para su readmisión en la Iglesia, sujetó sus reinos a vasallaje en el año de 1246 y; la segunda, cuando Pedro III juró su coronación como rey de Aragón en noviembre de 1276 “olvidó” varios asuntos protocolares, entre ellos, jurar el vasallaje en favor del papa y otras obligaciones en favor de distintos señores de esos terruños. La oferta aragonesa, por tanto, de enviar a sus embajadores nunca se cumplió, al menos no, con las intenciones de negociar subordinaciones. De otro lado, Carlos de Anjou y Martín IV se convertirán en sus enemigos, en la piedra en el zapato para sus pretensiones expansionistas.

Vayamos a otros valles… Manfredo de Sicilia, al que hemos mencionado antes, por asuntos que no viene a cuento explicar, fungió de rey de Sicilia desde el año 1254; empero el papa Inocencio IV (uno que estuvo antes de nuestro Martin IV) solicitó que la isla debía sujetarse a la autoridad papal y la solicitud fue denegada. Así que, le declaró la guerra a Manfredo y, con la ayuda del tal Carlos I de Anjou le dieron muerte al mentado rey siciliano en el 1266 y, al verdadero heredero del trono , un tal Conradino, en el 1268. Estas muertes traerían consecuencias en los intereses de la corona aragonesa... Luego de la visita del embajador papal a las tierras de Aragón, dos días después, cuando Pedro III departía con sus asesores; uno de ellos, le recordó que Constanza, su esposa, las veces que correspondía al protocolo y, desde la muerte de Manfredo se hacía llamar “reina de Sicilia”, asunto que no era baladí; dado que era hija de aquel y, como tal, le correspondía la corona. El judío, asesor de sus personales asuntos, concluyó: “Si Dios está con Ud. ¿Qué importa la voluntad de un papa espurio?”. Una embajada, al día siguiente, se dirigía hacia Orvieto para pedir autorización papal para una cruzada contra Túnez. El rey aragonés ponía en marcha su maquinaria y sus mejores tretas para reclamar al menor costo, aun por la fuerza, la corona de Sicilia. Contra la voluntad del papa o de cualquier rey galo que intente ser inoportuno.

Y todo en nombre de la cristiandad.

Rostro de Pedro III, reconstruido con IA


 

https://core.ac.uk/download/pdf/38983014.pdf

miércoles, 8 de mayo de 2024

Privilegios


El siglo XIII estaba en su atardecer y, los catalanes habían logrado que el rey Pedro III de Aragón, también conocido como Pedro, el Grande, reconociera derechos en favor de los señores principales, de distintas naturalezas. Se vio precisado de reconocer derechos y privilegios en favor de los señores feudales y de los señores obispos y, de alguna forma institucionalizó formas muy específicas de organización política. En particular, de una institución que ahora denominamos “parlamento”. El asunto vino así… 

En estos menesteres siempre se hace necesario explicar temas de la parentela…. Allí vamos. Este Pedro III es hijo de Jaime I, el Conquistador… ¿Lo recuerdan? ¿Si?  Es ese rey que fue engendrado con engaños, cuando los nobles aragoneses le metieron harto vino por el buche a Pedro II, abuelo de nuestro personaje y luego lo encamaron con su propia esposa para asegurar un heredero… ¿Ya? Bueno, los invito a leer “marrullerías”, para que se entienda los parentescos. El asunto es que Dn Jaime I, el padre, tenía el título de “Conde de Barcelona”, que no era poca cosa y, en cuanto rey de Aragón, le posibilitaba algunos privilegios frente a los señores principales de Cataluña: aseguraba prestaciones y contraprestaciones en las que las obediencias y vasallajes dependían de circunstancias protocolares, por las que cualquier defecto, o “quítame esta paja” podía convertirse en pretexto para empezar una revuelta.

Don Jaime, en su crónica “Libro de los hechos del rey Jaime” da detalles de la forma como consigue los territorios de Mallorca y de Valencia a favor de la corona de Aragón. Esta tarea militar, que al final concluye con la capitulación y rendición del rey musulmán en 1238, se vio empañada por los desencuentros intestinos de los propios “ricohombres” aragoneses, que dueños y señores de varias ciudades se disputaban, bandoleramente, pedazos de tierra y la fidelidad de los siervos de la gleba. Tal era el desorden que amargamente, Jaime, el Conquistador, cuenta: “Y señalamos fecha a los ricohombres, al maestre del Temple, del Hospital, al de Uclés y al de Calatrava que estaban en nuestras tierras, para que se nos uniesen en Teruel, a la entrada de mayo. Pero, al día fijado para que acudiesen a Teruel, los que habían recibido la orden no vinieron».

La fidelidad y buenas relaciones mantenidas por Jaime I con los señores de Barcelona se puso en riesgo cuando aquel se vio precisado de dividir su reino entre sus varios hijos.  El hombre fue muy prolífico… por las puras no le apodaron “el Conquistador”. Muchos señores vieron mermadas sus seguridades y, con mayor razón cuando se dieron cuenta que el heredero de la corona de Aragón era Pedro III. Éste había construido su fama a punta de espada, flechas y alabardas para sometimiento de la aristocracia frente a la realeza. Con ello, la inquietud se convirtió en protesta y las protestas en levantamientos. Pedro III se obliga a convocar a las Cortes de Barcelona para el reconocimiento de privilegios existentes y la dación de otros nuevos. De hecho, de tiempo de su padre era la prioridad concedida a las naves mercantiles catalanas, la exención del impuesto a las mercaderías, el reconocimiento de las corporaciones de mercaderes, entre otros. Se anotan en Las Ordenaciones de la Ribera y, que- en buena cuenta- es un código de derecho marítimo.   

Los valencianos, pese a su anexión con Aragón, siempre fueron una piedra en el zapato. Pedro III andaba urgido de monedas para financiar su campaña pacificadora, así que exigió a los catalanes apuren el pago del impuesto del bovaje. ¡Para que hizo eso! Los catalanes afilaron sus machetes, digo sus espadas. El impuesto del bovaje, –y en el entendimiento de los señores de esos días- era una concesión graciosa que, además, requería la convocatoria de los hombres principales a cortes para realizar su cumplimiento. Así que, se negaron. El rey Pedro III encarceló a algunos varones de buen apellido, pero el asunto no cesó. Cataluña mantuvo la zozobra.

Con las protestas en el cuello, Pedro III convoca a cortes y, éstas se celebran en Barcelona en 1283 y da pie al documento Recognoverunt Proceres que se convierte en la aceptación y reconocimiento de los usos y privilegios jurados por reyes anteriores y en la dación de nuevas cartas de franquezas en beneficio de los barceloneses. Entre otras, se reconoce la ciudadanía a todo aquel que hubiere vivido en la ciudad por más de un año y, respecto de las cortes mismas, se afirma que el rey se obligaba a realizar Corte General una vez al año, con el objeto de tratar de buena forma los asuntos relacionados con el estado y la reforma de la tierra y de los impuestos. El propio rey establecía: "si nosotros y nuestros sucesores queremos hacer una constitución o estatuto en Cataluña, los someteremos a la aprobación y al consentimiento de los prelados, barones, caballeros y de los ciudadanos...".

Pedro III, el Grande

En otras palabras: “Yo soy rey, pero Uds. mandan”. Allí aparecen formas legislativas que aún existen, aunque sus nombres nos sean extraños: Si la propuesta legislativa venía del rey y quedaba aprobada, tomaba el nombre de “constituciones”; si el proyecto nacía de los estamentos de la nobleza o el eclesiástico o de los representantes urbanos, la norma adquiría el nombre de “capítulos de Cortes”. Viene bien reconocer que, el rey quedaba impedido de crear nuevos impuestos o de ampliar los ya existentes. Si una guerra exigía dineros adicionales, las contribuciones de los nobles respondían a su propia providencia y voluntad antes que a una obligación.

Con las cosas así, se van sentando las bases para la prosperidad de la ciudad condal de Barcelona, escenario que hará de la vida ficcional de Arnau Estanyol una que puede leerse en la novela “La catedral del mar”, que recrea a la Catuluña del siglo siguiente.

 

 

lunes, 6 de mayo de 2024

Mundano

Corría el último mes del año del Señor de 966 y, el rey Don Sancho I de León, pasaba a mejor vida… envenenado. Las pompas fúnebres, que duraron sus buenos días, se convirtieron en la ocasión perfecta para que, Sisnando, el mundano, escape de la cárcel, lugar al que había sido confinado por el rey, recientemente difunto. No me alcanza la curiosidad, todavía, para contarles las razones de la desgracia de haber perdido la libertad, pero es muy probable que se deba a alguna traición.

El siglo X de la España medieval es un marisma de formas políticas… reinos, condados, comarcas, merindades, taifas, honores, villas, etc., eran algunos de los nombres que, la verdad, ofrecen "mareos de cabeza". Y allí se jugaban las mejores formas de vasallaje. Cada señor feudal miraba por sus intereses militares, económicos y… espirituales. El mapa político se modificaba año a año... ¡Qué digo…! ¡los cambios se podían ver cada seis meses! La temporada primavera-verano no era una de modas, como en nuestros días, eran tiempos de enfrentamientos, saqueos, reubicaciones de poblados… eran espacios para nuevas viudedades y de huérfanos con que llenar las calles de mendigos; tiempo adecuado para reactivar las tareas de los panteoneros y de nuevas fidelidades políticas y de juegos diplomáticos aditamentados con fuertes dosis de espionajes.

El apodo de “mundano” para Sisnando II, no es nuestro. A contrario, ya lo llevaba consigo en los días en que jugaba su partidito en medio de la creación del buen dios. Un cronista de sus días, decía de él: “nimium secularis et potens era”, que en español, precisa: “Era poderoso y demasiado terrenal”, que en el idioma de nuestro cada día supone: “era muy, pero muy político a que allegado a las liturgias y protocolos religiosos”.  Y no se me entienda mal ni tampoco piénsese lo peor de él: el poder religioso, en esos días, -ahora también- era parte del binomio conformado con el poder político: reyes, condes y duques tenían capacidad jurídica para nombrar a clérigos y demases y éstos -a su vez- sucedían el puesto eclesiástico a algún sobrino –hogaño, saltan las diferencias-.... Si a estos días haces la ruta de Santiago de Compostela hay una parada particular: el “Monasterio de Santa María de Sobrado”, una construcción religiosa románica fundada por el mundano Sisnando II, la que serviría, además, como muralla y parapeto ante las invasiones vikingas. Convenga decir, a modo de afirmación, que Sisnando es un obispo.



Ummmhhh... Habrá que contarse lo que no se quería. Sancho I de León, apodado “el gordo” era muy mal hadado a las artes militares. Era más bien de actividades protocolares y de encuentros sociales, amigo de la buena mesa y de los vinos mejores… de allí su apodo. Ese buen señor intentó hacerse del poder pleiteándoselo con su primo Ordoño III. El asunto es que no logró sacar ni su espada. La huida fue una buena forma para guardar la vida y esperar mejores tiempos. De hecho, su tiempo llegó a la muerte de Ordoño III y tomó las riendas del poder leonés, pero tan solo por un par de años entre el 956 y el 958. Los principales leoneses no lo querían… despreciaban su gordura y su falta de experticia política, así que, llegó un nuevo rey Ordoño IV. El obispo Sisnando conocía mejor el tablero geopolítico y puso todas sus fichas a favor del golpe de Estado. Don Sancho tuvo que huir por segunda vez.

Y una nueva aclaración se hace necesaria: Sisnando no es que odiara al rey Sancho Panza, perdón al buen Sancho, “el gordo”; es que simplemente, éste no se acomodaba en el juego político de la reconquista, de la permanente guerra sostenida contra los musulmanes y, la inquietud permanente de las invasiones vikingas que se realizaban cada cierto tiempo en las costas del norte y noreste de la península ibérica. Sisnando, conocedor de esos riesgos, con la autorización y, muy probablemente, con la subvención económica del rey Dn. Sancho amuralló y reforzó la ciudad de Compostela… Lamentablemente, las políticas expansionistas o de reconquista del rey Sancho no le fueron favorables y, prontamente, perdió todos los auxilios políticos, militares, sociales y… hasta religiosos.  Nuestro personaje, sin embargo no midió el futuro. Su bola de cristal estuvo opaca: Ordoño IV, “el malo”, tampoco tuvo mucho tiempo para reinar. Murió en el 960 y, los historiadores convienen en reconocer que el apodo de “el malo” no viene de su mal genio o la irascibilidad de su carácter, si no que, deriva, dicen unos, de su flácido temperamento y, otros, de sus pésimas condiciones de salud.  Don Sancho I volvió a reinar y, ahora tenía ánimos de vengarse y, es probable que, la promoción y valeduría de Sisnando de Iria a favor del rey muerto merecían un muy grave castigo para recordación de las venideras gentes leonesas.

Muerto Ordoño IV, el malo, regresa al poder Sancho I, el gordo, como ya dijimos. Y en esta vez, su reinado alcanzó el triple de tiempo que en la primera oportunidad. Eso no significa que lo quisieron mejor: él solo era dueño de la pelota, otros jugaban con las fichas de su ajedrez. Sisnando es encarcelado, pero tan pronto vea la muerte nuestro papujito rey, él recuperará la libertad y, agrupadas sus huestes y ataviado como un guerrero, con su camisola de cuero, su espada y su escudo de madera asaltó el palacio episcopal de Santiago de Campostela, sacó en pocas ropas al obispo Rosendo, lo montó –maniatado- en una mula y lo encaminó hacia el monasterio de Celanova. Otro chismociento de esos días, que afirma haber estado presente en la escena, dice que el obispo Rosendo, levantó las dos manos e hizo una cruz en el aire, mientras anunciaba: “Si con una espada me atacas, con una espada morirás”. Sus ojos echaban fuego y sus palabras eran brasas ardientes.

A otra cosa... Si desde el sur, los reinos cristianos tenían que cuidarse de las avanzadas musulmanas; desde el norte, el purísimo mar era la página en que se anotaba el riesgo de los bárbaros noruegos. Así, en la cuaresma de 968, cuando el obispo Sisnando se preparaba para las celebraciones de los sagrados misterios de la pasión de Cristo, fue alertado de que Gunderedo, rey vikingo, ingresaba con cien naves militares por las costas cantábricas. Nuestro secular obispo lo esperó en las cercanías del rio Louro y le hizo frente. Una flecha mandó a mejor vida a nuestro mitrado guerrero... Dicen los cronistas, que llevaba las de ganar, que Gunderedo ya iba en retirada...  la muerte del estratega, sin embargo, hizo mella en el alma de sus vasallos y, desbandados éstos, las tierras de Santiago fueron noruegas por unos buenos meses.

Buenos días.


Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...