Los judios mesiánicos seguidores de Yeshua, el maestro de Galilea, aun no asumían la desgracia. El 15 de Nisan vieron, desde sus escondrijos, como su cuerpo era descendido de la cruz. Aún con la pesadumbre de su vergonzosa muerte, también les llegaba las noticias dadas por las mujeres del grupo: la de no haberlo encontrado en la tumba. Eso dio cabida a la esperanza de su vuelta a la vida ¿no es que acaso, Pedro y los demás ya habían contado -más de una vez- el detalle que tuvo con Lázaro al rescatarlo de la muerte? ¿Por qué, entonces, no imaginar que el mismo hubiera sido devuelto a la vida? Así, los amaneceres del primer día de la semana, los “solis dies”, se convirtieron en la ocasión propicia para reunirse en las afueras de la vieja Jerusalén, en el camino de Betania, en el Monte Cedrón o en el Valle de los Olivos para alegrarse con las narraciones relacionadas con las vivencias del maestro expuestas por la boca de los discípulos directos, para reflexionar con la lectura de los profetas y, finalmente para partir el pan como una forma de conmemoración de aquellos días difíciles iniciados el 14 de Nisan.
La fracción del pan, como prontamente fue llamada está forma de celebración, fue adquiriendo solemnidad entre aquellos del “camino” y, en medio de las madrugadas que daban paso al primer día de la semana se acostumbraron a reunirse, incluso para discutir aquellos asuntos que les competían a todos: las dificultades para atender a las viudas, la enfermedad de algún hermano, la opción de nuevos integrantes, las disputas dentro de la comunidad y hasta los asuntos relacionados con la vida diaria: los problemas de las semillas para la agricultura, la carestía de los alimentos, la presencia de algún jerarca romano en la ciudad, los enfrentamientos frente a otros grupos religiosos, etc. La vida, desde la lectura de los profetas y desde la propuesta que los mayores ofrecían como oportunidad de actuación del maestro, también hicieron que a este primer día de la semana, también se le denomine –al interior de la comunidad- como “dies dominicus”, el día del Señor.
La costumbre, iniciada por Pedro en la fiesta de Shavuot –que ahora reconocemos como Pentecostés- fue asumida por la mayoría de misioneros y, de hecho, Pablo es quien la propaga en las nuevas comunidades que él mismo fundó en distintos espacios del mundo griego. Así, cuando se despide de sus discípulos en Troas –allí donde resultó herido Eutico, que cayó desde una ventana del tercer piso- lo hace en medio de la acción conmemorativa de la “fracción del pan”. Cuando le escribe a sus amigos de Corinto les dice, algo así como “¿no es que acaso la copa que bebemos y el pan que compartimos es la forma como participamos del cuerpo del mesías?”.
Ignacio de Antiquia, hacia el 110, y Justino Martir, en el 150, reconocen que el primer día de la semana es donde se reúne la comunidad –ahora ya- “cristiana” para conmemorar el día del Señor. Justino, lo dice con claridad: “celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el dia primero en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo y, el día en que Jesucristo, nuestro señor, resucitó de entre los muertos”. La costumbre, definitivamente se había asentado.
Desde la otra orilla, habrá que reconocer que el calendario romano estatuía dedicación de cada día de la semana para sus distintas deidades: El día del Sol era el primero de la semana, le seguía: el día de la Luna, el día de Marte, el miércoles es el de Mercurio, luego viene el día de Júpiter, continúa el de Venus y termina la semana con el día de Saturno. Esta dedicación era silenciosamente nominativa; empero el 07 de marzo del 321, el emperador Constantino dictó una ley que, enuncia en el fragmento que se conserva: “En el venerable día del Sol, que los magistrados y las personas que residan en las ciudades descansen, y que todos los talleres cierren.
En el campo, sin embargo, que la gente que se ocupa de la agricultura pueda libre y legalmente continuar con sus tareas porque a menudo sucede que otro día no es adecuado para la siembra del grano o la plantación de viñas; no sea que por descuidar el momento propicio para tales operaciones la liberalidad del cielo se pierda”.
La ley de Constantino se encuentra en una disputa política sostenida con su par Licinius y sus efectos –antes que religiosos- tienen importancia administrativa. La ley instituye un día festivo consagrado al Sol Invicto como divinidad religiosa, en el que la festividad tiene efectos en la vida cotidianas de las gentes: importa la satisfacción de los votos contraídos con los dioses; con el dios Sol, en particular, sin hacer mayores precisiones. Por sobre esto, es relevante la paralización de los actos jurídicos de los funcionarios públicos. Viene bien recordar que la equiparación, en el lenguaje jurídico, de la nominación “día del Sol” (dies solis) -propia de los romanos- con la nomenclatura “dia del Señor” (dies dominicus) -utilizada por los herederos del judío Yeshua hamashiaj- solo ocurrirá hacia el 386, cuando Teodosio I ordene que el "cristianismo niceno" sea la religión oficial de Estado y disponga renombrar el día del descanso con el nombre oficial de “dies dominicus”.
Sin importar los detalles, tendríamos que reconocer que hace, exactamente, 1700 años, por primera vez una autoridad civil reconoce la posibilidad de tener un día de descanso semanal, aunque también habrá de advertir que los judíos ya tenían esa institución como mandato de sacra obligación. El tiempo se encargó, por a través de los herederos de una secta judía –la de los judíos mesiánicos netzaritas- hoy llamados “cristianos”- se alcance la unificación de esas dos instituciones.
Asi, viene bien recordar el modo como es que podemos gozar -ahora inadvertidamente- de un día de descanso laboral.
Buenos días.
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