miércoles, 27 de septiembre de 2023

Importancia

El hombre refunfuño: "¡Por la putamadre! Todo para nada". Había conducido con apuro y llegó con dos minutos de retraso. Se paró frente a la puerta y espero. Su mirada buscaba -en medio de tantas caritas- la suya, esa con la que tenía natural obligación. Miró espectante a la risueña juventud que jubilosa escapaba por aquellas rejas, ahora de par en par, abiertas para la vuelta a casa. Miró entre las rezagadas.

En su celular, apretujado en el bolsillo del pantalón se escondía un mensaje: "Ya estoy en casa. Mi mamá me recogió porque me sentí mal. Se me bajó la presión". El "puta madre" salió encabritado de pura desazón. De la expectativa frustrada de haber corrido tanto para nada.

Arrancó su vehículo y salió de la calle terrosa. Intentó calmarse pensando en el aire acondicionado que le acompañaba "¿Que le costó enviarme un mensaje para decirme que se iba por temprano? ¿Pa que diablos tienen celular?" Y se acompañaron improperios que pretendían ser la calma a la tempestad.

Una mujer vieja cruzó la calle acompañada de un bastón y una bolsa en la que se dibujaba unas viandas de comida. Lo hacía con la paciencia y lentitud que su renguera le permitía. La miró, primero con rabia; luego, con desazón; finalmente, se alivió con un "Pobre mujer. La comida de seguro es para su hijo". Nada le pareció más sublime que aquella le ofreciera a su hijo sus mejores esfuerzos en medio de sus achacosos pasos... Al menos eso se le ocurrió y fue suficiente para cambiar su ánimo.

Giró a la izquierda y tomó la avenida principal, mientras otros pensamientos le abordaban... "Espero esté bien. Estoy seguro de que si su malestar hubiera sido poco, la oportunidad para avisar no se hubiera perdido" y siguió su ruta: "o quizá no tenía señal". Sus ideas, ahora justificatorias, le allegaban a aquella conversación donde un colega, alguna vez le diría: "Mira compadre, si tu llamas una vez y no te contestan, intenta una segunda, si el caso lo amerita. Si no te contestan en la repetición, no insistas. Significa que en ese momento tu no eres importante. No siempre tienes que ser el centro de atención.

Respiró asosegado. Un último pensamiento: "Espero que esté bien. Le llamaré cuando un semáforo en rojo me lo permita". Era algo más de la una de la tarde.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Vaciedad

Un grupito de gentes esperaba el ascensor en el primer piso. Esperaban y solo esperaban. No habían marcado la llamada. Distraídamente me acomodé en la parte de atrás y miré -como ocasionalmente lo hacen quienes esperan el ascensor- hacia la puerta. Advertí que no habían realizado la llamada del aparato. Me adelante y marqué.

La mujer más joven, exponiendo una sonrisa de disimulo: "ay... ¿Que había que apretar esos botones?" La otra, una de mayor edad, que quizá superaba la media centuria, sin interesarse de lo dicho, tomó un sorbo desde una botella plástica y le ofreció a la primera "¿Quieres?" Mientras le alcanzaba la botella. La otra seguía con una desdentada sonrisa de disimulo, y con un gesto de cabeza le dijo que no. "Les acompañaba un hombre de mediana edad que se conducía en una silla de ruedas. Su signos faciales y la falta de un brazo permitían inferir que su estado se debia, quizá, a un accidente de tránsito. El hombre, solo esperaba mientras le hacía cariños con su única mano a una niña que se sentaba en una de sus débiles piernas.

La mujer no sabía si subir al ascensor de la izquierda o el de la derecha. La mujer de edad dijo, medio temerosa, "nunca he subido por estas escaleras". La otra, corrigió con una sonrisa: "ascensor". Sonreí: ¿A donde van? ¿Tercer piso? El hombre asintió con la cabeza. Se notaban sus temores en la cara. Una de estas, la que tenía la botella, la dejó caer con disimulo, mientras se cogía fuertemente del pasamano, y su boca exhaló un "ay" prolongado... Se rió con miedo. "¡¿A que hora para?! ¡Ya quiero salir!"
Todos nos reímos de su sensación de vaciedad estomacal que produce el ascensor a los principiantes. "¿No se quedará cerrado?" Y siguió su miedo "ay.. que pare!"

La disminución de la velocidad vertical por la llegada y el movimiento horizontal por el estacionamiento del matracoso ascensor, le generó intranquilidad. Nos reíamos todos... Su muy breve miedo, -que quizá no duró más de treinta o treinta poco segundos... lo que demora un viaje del primer al tercer piso- exigía, con sus ojos, que se abra la puerta. Su cara reflejó alivio tan pronto la puerta metálica permitió la luz natural que iluminó el espacio.

Un "nunca había subido a una cosa de estas" fue el remate, mientras mostraba su tranquilidad en una sonrisa agradecida. Ya afuera del ascensor, me sonrieron y preguntaron "¿Donde está el juzgado penal?". Me despedí, indicándoles con el indice que caminarán hacia la izquierda.

Cosas de la vida.

viernes, 8 de septiembre de 2023

Dolor

El teléfono sonó esa mañana. Era el amanecer del día. El muchacho abrió una puerta, apuró sus pasos, se acomodó rápidamente en una silla y levantó el auricular. No hubo tiempo para el "aló" inquirente del que contesta. "Estás allí. El problema se ha complicado después de casi dos años, el hijo de puta del Inonato Ergüen ha llamado pidiendo mi cabeza... ¿Estás? ¿Estás?... Habla carajo". El prolongado sonido de la llamada interrumpida descompensó el oído del hombre recién despertado.

Volvió a su habitáculo... Se paseó un par de veces en el breve pasillo existente entre su cama y la pared. Entre sus pasos y el silencio, se revoloteaban mil ideas, algunas extrañas, otras desquiciadas, unas cuantas, de la mayor maldad posible y al fin encontró reposo en una vieja perícopa: "Los hijos de la noche son más astutos..." Y volvió a la misma frase una y otra vez. Al final, le ofreció una conclusión distinta: "... Pero la luz de la verdad es siempre liberadora".

Levantó el teléfono y marcó de memoria para una llamada. Una voz avejentada y somnolienta, contestó "aló" y en réplica los oídos de aquel solo pudieron oir "bebé el agua de tu cisterna, el agua natural de tu pozo". La respiración se hizo profunda y volvió: "apresará al inicuo su maldad, la telaraña de su iniquidad será su límite". El inquerido, extrañado, antes que de los anuncios, de la hora tempranera, dibujó una sonrisa de ruindad, de la que nadie fue testigo. Se dijo para sí "mi maldad no tiene fin, mi reinado está lejos del ocaso".

La mujer, ajena a la escena, descompuesta de sí, desnuda en sus pensamientos,  todavía en su cama, pendiente de sus tareas del día, en ordenación secuencial de lo que debía hacer dentro de la jornada laboral, se decía: "Aciaga la hora en que mis ojos se embriagaron de ti, veneno había en la dulzura de tus besos". Su mirada se perdía en la oscura oquedad imaginaria que se dibujaba en la pared... Su nerviosismo la sobrepasaba, sus dedos sufrían sus vanos intentos por hacerlos tronar. En el fondo, una pilla idea sufragaba el gasto de su ansiedad... ¿Quién podría decir que un libro de contabilidad, una calculadora y una cuenta bancaria podían ser el motivo de tanta mezquidad? Nada hubiera cambiado si esos pagos  -mensuales, permanente, sistemáticos, abultados a un sujeto sin rostro, sin firma, sin justificación- se mantenian en el secreto. Ella no vislumbró que se convirtieran en la piedra que rompió el zapato. "Maldito este amor que me obligó a abrir la boca". Las cuentas dedicadas a la futura construcción de una basílica para la madre del sufriente en cruz eran la materialización de posibles problemas legales. Un crucificado, en otro extremo del cuarto, miraba piadoso ese dolor.
El crepúsculo auroral ya no estaba, los cri cri de la noche le habían dado paso a los claxones y al bullicio que apaga los pensamientos.

Miedo

Su agenda no tenía espacios... Cada año compraba en el pasaje de la calle Lima, -que está cerca a la sede de justicia- una agenda portafolio...